sábado, 9 de noviembre de 2024

SOBERANÍA NACIONAL


 

El 20 de noviembre se conmemora el combate de la Vuelta de Obligado, que se libró en 1845, en aguas del río Paraná, al norte de la provincia de Buenos Aires. Se enfrentaron la Confederación Argentina, liderada por el general Juan Manuel de Rosas y la escuadra anglo-francesa, cuya intervención se realizó con el pretexto de lograr la pacificación ante los problemas existentes entre Buenos Aires y Montevideo.

 

Con el desarrollo de la navegación a vapor ocurrido en la tercera década del siglo XIX, grandes navíos mercantes y militares podían remontar en tiempos relativamente breves los ríos en contra de la corriente, y con una buena relación de carga útil.

Este avance tecnológico acicateó a los gobiernos británicos y franceses que, desde entonces, siendo las superpotencias de esa época, pretendían lograr garantías que permitieran el comercio y el libre tránsito de sus naves por el estuario del Plata y todos los ríos interiores pertenecientes a la cuenca del mismo.

 

En el año 1811, poco después de la Revolución de Mayo, Hipólito Vieytes había recorrido la costa del Paraná buscando un lugar en donde poder montar una defensa contra un hipotético ataque de naves realistas. Para este propósito consideró al recodo de la Vuelta de Obligado como el sitio ideal, por sus altas barrancas y la curva pronunciada que obligaba a las naves a recostarse para pasar por allí. Rosas estaba al tanto de sus anotaciones, y es por ello que decidió preparar las defensas en dicho sitio.

 

Once buques de combate de la escuadra anglo-francesa navegaban por el río Paraná desde los primeros días de noviembre; estos navíos poseían la tecnología más avanzada en maquinaria militar de la época, impulsados tanto a vela como con motores a vapor. Una parte de ellos estaban parcialmente blindados, y todos dotados de grandes piezas de artillería forjadas en hierro y de rápida recarga y cohetes a la Congrève, que nunca se habían utilizado en esta región.

 

El general Mansilla hizo tender tres gruesas cadenas de costa a costa, sobre 24 lanchones. Después de varias horas de lucha, los europeos consiguieron forzar el paso y continuar hacia el norte, atribuyéndose la victoria.

Tras varios meses de haber partido, las naves agresoras debieron regresar a Montevideo "diezmados por el hambre, el fuego, el escorbuto y el desaliento",

De modo que la victoria anglofrancesa, resultó pírrica; al respecto había escrito el general San Martín desde Francia:

 

"Los interventores habrían visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca. (…) Esta contienda es, en mi opinión, de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España".

 

Este combate — pese a ser una derrota táctica — dio como resultado la victoria diplomática y militar de la Confederación Argentina, la resistencia opuesta por el gobierno argentino obligó a los invasores a aceptar la soberanía argentina sobre los ríos interiores.

Gran Bretaña, con el Tratado Arana-Southern, y Francia, con el Tratado Arana-Lepredour, concluyeron definitivamente este conflicto.

 

En un gesto evidente del triunfo argentino, el 27 de febrero de 1850, el contraalmirante Reynolds, por orden de Su Majestad Británica, izó la bandera argentina al tope del mástil de la fragata Southampton, y le rindió honores con 21 cañonazos.

 

A pedido del historiador José María Rosa, se promulgó la ley 20.770 que declara el 20 de noviembre "Día de la Soberanía Nacional", a modo de homenaje permanente a quienes defendieron con valentía y eficiencia los derechos argentinos. Lamentablemente, hoy es un feriado trasladable, pues se prioriza facilitar el turismo que honrar a los héroes.

 

Un tópico a analizar, es la relación entre los conceptos de nación y estado. La nación es una forma típica de comunidad, o sea, un grupo humano que no se ha formado deliberadamente, y que surge históricamente como vínculo espiritual entre personas que poseen una serie de factores comunes.

 

No es una persona moral, ni puede organizarse. De allí el error de definir al Estado como una nación jurídicamente organizada, metamorfosis sostenida por los teóricos de la Revolución Francesa. De esta confusión surge el Estado jacobino, que también confunde los conceptos de soberanía nacional y soberanía popular.

 

En realidad, la nación es algo no político, y según la experiencia histórica puede convivir con otras dentro de un mismo Estado, así como puede extenderse más allá de las fronteras de dicho Estado. Mientras el Estado es un ente de existencia necesaria para la convivencia humana; la nación está condicionada históricamente.

 

El segundo tópico a considerar es el peligro que creen advertir muchos de que, en esta época signada por la globalización, el estado sufra una disminución o pérdida total de su soberanía. Para ello, debemos precisar el concepto mismo de soberanía, que es la cualidad del poder estatal que consiste en ser supremo en un territorio determinado, y no depender de otra normatividad superior. No es susceptible de grados; existe o no. Por lo tanto, carece de sentido mencionar la "disminución de soberanía" de los Estados contemporáneos.

 

Lo que puede disminuirse o incrementarse es el poder propiamente dicho, es decir, la capacidad efectiva de hacer cosas, de resolver problemas e influir en la realidad. El hecho de que un Estado acepte, por ejemplo, delegar atribuciones propias en un organismo supraestatal -como el Mercosur-, no afecta su soberanía, pues, precisamente, adopta dichas decisiones en virtud de su carácter de ente soberano.

 

Hoy existe en la Argentina, como nunca antes, un desaliento generalizado sobre su destino; cunde un clima de descontento, de protesta, una especie de atomización social. Estos síntomas evidencian que está debilitada la concordia, factor imprescindible para que exista una nación en plenitud. En estas condiciones, enfrentar los desafíos que conlleva un mundo globalizado requiere un enorme esfuerzo de reflexión y de eficacia en la acción gubernamental.

 

Es que, en este momento, la mundialización no puede eliminar la política como acción humana; acción que le da un rostro humano a los problemas, ya que no solo lo económico determina un tiempo histórico. La convivencia entre millones de personas que no se conocen, solo es posible por la política: sin ella no habría sociedad, porque “el instinto no nos permite vivir separados ni nos alcanza para vivir juntos” (1).

 

No cabe duda que la globalización implica un riesgo muy concreto de que disminuya en forma alarmante el grado de independencia que puede exhibir un país en vías de desarrollo. Ningún país es hoy enteramente libre para definir sus políticas, ni siquiera las de orden interno, a diferencia de otras épocas históricas en que los países podían desenvolverse con un grado considerable de independencia.

Entendiendo por independencia la capacidad de un Estado de decidir y obrar por sí mismo, sin subordinación a otro Estado o actor externo; la posibilidad de dicha independencia variará según las características del país respectivo y de la capacidad y energía que demuestre su gobierno. Pues, más allá de las pretensiones de los ideólogos de la globalización, lo cierto es que el Estado continúa manteniendo su rol en nuestros días.

 

Pese a todos los condicionamientos que impone la globalización, el Estado sigue siendo el mejor órgano de que dispone una sociedad para su ordenamiento interno y su defensa exterior. Desde nuestra perspectiva, no deben ser motivo de preocupación los cambios de tamaño, forma y roles del Estado, mientras cumpla su finalidad esencial de gerente del bien común. De modo que conviene no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado, que sigue siendo una sociedad perfecta, por ser la única institución temporal que protege adecuadamente el bien común de cada sociedad territorialmente delimitada.

 

La situación internacional, vista sin anteojeras ideológicas ofrece, -en especial desde 1989- posibilidades de actuación autonómica aún a los países pequeños y medianos. Por cierto, que, para poder aprovechar las circunstancias, es necesario que los gobernantes sepan distinguir los factores condicionantes de la realidad, de los llamados "factores determinantes" de la política exterior; estos son los hombres concretos que deciden en los Estados, procurando mantener su independencia.

 

El economista Aldo Ferrer ha aportado un concepto interesante, el de densidad nacional, que expresa el conjunto de circunstancias que determinan la calidad de las respuestas de cada nación a los desafíos y oportunidades de la globalización. Atribuye dicho autor a la baja densidad nacional, la causa de los problemas argentinos (2).

 

Por cierto, en esta hora resulta evidente que solo podrán resistir los embates de la globalización y conservar su independencia, las sociedades que se afiancen en sus propias raíces, y mantengan su identidad nacional. La identidad nacional, está marcada por la filiación de un pueblo; el pueblo argentino es el resultado de un mestizaje; la nación argentina no es europea ni indígena. Es el fruto de la simbiosis de la civilización grecolatina, heredada de España, con las características étnicas y geográficas del continente americano.

 

La cultura de un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces. La nación es una comunidad unificada por la cultura, que nos da una misma concepción del mundo, la misma escala de valores y se proyecta en actitudes, costumbres e instituciones. Cuando un pueblo se debilita en la defensa de su autonomía frente al mundo, desaparece como tal, como ha ocurrido muchas veces en la historia.

 

Entonces, la primera decisión política a adoptar es la de fortalecer el rol del Estado –como órgano de conducción de la sociedad- para procurar su máxima eficacia.

 

Un proyecto nacional puede contribuir, en ésta época signada por el fenómeno de la globalización, a compatibilizar la inevitable integración del país con los demás países, con la preservación de la propia identidad cultural, haciendo explícito lo que somos a fin de buscar lo que debemos ser; lo contrario sería abandonarse al futuro sin prudencia, de la mano de un empirismo más o menos ciego.

 

Para finalizar, recordamos la exhortación de Juan Pablo II: “Velad con todos los medios a vuestra disposición sobre esta soberanía fundamental que cada Nación posee en virtud de la propia cultura”. “No permitáis que se vuelva víctima de totalitarismos, imperialismos o hegemonías” (3).

 

Publicado en: Informador Público, 9-11-24


1  1) Malamud, Andrés. “El oficio más antiguo del mundo”; Buenos Aires, Capital Intelectual, 2018, p. 319.

2  2) Ferrer, Aldo. “La densidad nacional”; Buenos Aires, Capital Intelectual, 2004, pp. 10 y 66.

      3)  Discurso en Praga, 21-4-1990.

viernes, 8 de noviembre de 2024

CONFERENCIA

 

El Ateneo José de San Martín, la organizado una conferencia sobre “Soberanía nacional y globalismo”, que estará a cargo de Mario Meneghini, el día 20 de noviembre, a las 18,30 horas.

La reunión se realizará en La Rioja 532, con entrada libre.

martes, 22 de octubre de 2024

RECENSIÓN

 

LA POLÍTICA: OBLIGACIÓN MORAL DEL CRISTIANO


Mario MENEGHINI

Bitácora Pi, 10 de diciembre de 2008

 

Exposición del autor en la presentación del libro del mismo título. Córdoba, Editorial Del Copista, 2008

 

   El libro que se presenta, procura sistematizar la doctrina aplicable en la participación política de los católicos, según el Magisterio de la Iglesia. Ante la ausencia pertinaz de muchos laicos católicos en la vida cívica, es necesario tener en cuenta que en política, como en la física, no existe el vacío. Cuando los buenos ciudadanos no se ocupan de la cosa pública -decía Sarmiento- son los delincuentes y aventureros quienes acceden al   gobierno.

 

   El catolicismo posee una doctrina política, que integra la Doctrina Social de la Iglesia, y, como ésta, es obligatoria para los bautizados. Nos preocupa, por eso, que desde hace tiempo importantes intelectuales que profesan nuestra misma fe difundan criterios que conducen a abstenerse de participar en la vida cívica, poniendo en duda la ortodoxia de quienes sostenemos lo contrario. La polémica no se limita a las cuestiones operativas, opinables por definición, sino que incluyen la interpretación de los principios, sobre los cuales no puede haber discrepancia.

 

   En 2002, la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida entonces por el Cardenal Ratzinger, promulgó una Nota Doctrinal sobre la responsabilidad de los católicos en la vida pública. Es el último documento de la Iglesia sobre esta materia, pero el mismo no hace más que actualizar el magisterio anterior; baste señalar que cita expresamente (Ref. 11) las principales encíclicas anteriores al Concilio Vaticano II:

 

   -De León XIII:  Diuturnum illud

                              Immortale Dei

                              Libertas

   -De Pío XI:       Quadragesimo anno

                              Mit Brennender sorge

                              Divini Redemporis

   -De Pío XII:      Summi Pontificatus

 

   Es cierto que una encíclica puede contener en su texto alguna frase confusa o ambigua, que justifique la duda o la discrepancia, pero, cuando sobre un mismo tema se expiden del mismo modo docenas de documentos, de varios Papas, no puede quedar dudas de que se trata de la doctrina auténtica. En la Nota Doctrinal no existe ninguna contradicción con las encíclicas citadas, ni con ninguno de los 59 documentos que integran la compilación de la Biblioteca de Autores Católicos  (tomo "Doctrina Política").

 

    En esta oportunidad, voy a resumir el tema enfocando el análisis en dos párrafos de la Nota Doctrinal:

 

   "(en) las actuales sociedades democráticas todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes" (p. 1).

 

   "generalmente puede darse una pluralidad de partidos en los cuales pueden militar los católicos para ejercer su derecho-deber de participar en la construcción de la vida de su país" (3).

   Estas dos frases incluyen los tres ejes de la polémica actual: la democracia - los partidos - el voto. Uno de las causas de la discrepancia radica en no distinguir entre lo doctrinal y lo prudencial, lo que conduce a asignarle a las propias preferencias sobre temas instrumentales la categoría de principios. La posición rigorista llega a extremos insólitos; el Profesor Stan Popescu, prestigioso autor, sostiene: "Durante dos mil años, la humanidad se desarrolló y evolucionó sin política"; "La filosofía de la política va ligada estrechamente a la teología del infierno".

 

   El enfoque realista de la política, queda expuesto en una frase de Ratzinger: "ser sobrios y realizar lo que es posible, en vez de exigir con ardor lo imposible". Analicemos la posición oficial de la Iglesia con respecto a los tres ejes mencionados.

 

Democracia

   Distinguidos intelectuales católicos sostienen que la democracia conduce inevitablemente a la perversión, utilizando dicho vocablo como si fuera unívoco, cuando es polisémico. El magisterio condenó el liberalismo político y sus derivados, el mito de la soberanía del pueblo y la democracia como forma de gobierno. Sin embargo, desde Pío XII consideró conveniente referirse a la democracia como forma de Estado o régimen político, que se opone al totalitarismo y procura el bien común, siendo compatible con cualquier forma lícita de gobierno. Es una manera de designar la legitimidad de ejercicio y resulta aceptable, si cumple determinados requisitos. La última formulación se encuentra en la encíclica Centesimus Annus:

 

    "La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que:

 

- asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas

 

- y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes,

 

- o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica".

 

   Al decir que "aprecia" el sistema de la democracia, queda en claro que no lo considera el único posible, pero sí  lícito. Coincidiendo con el enfoque doctrinario, un famoso tratadista de Derecho Constitucional, Bidart Campos, aporta esta definición: "La democracia es una forma de Estado que, orientada al bien común, respeta los derechos de la persona humana, de las personas morales e instituciones, y realiza la convivencia pacífica de todos en la libertad, dentro del ordenamiento de derecho divino y de derecho natural" (Doctrina del Estado Democrático).

 

Partido político

   Uno de los aspectos más criticados de la política contemporánea es el de la representación, puesto que el sistema de partidos degenera frecuentemente en la partidocracia. Como en tantos campos de la actividad humana, también en éste la legislación tiende a favorecer indebidamente a quienes dictan la ley, que son, precisamente, aquellos que se postulan para los cargos públicos. Pero el instrumento en sí no es necesariamente malo, y por eso la constitución Gaudium et Spes reconoce que es conforme a la naturaleza humana que se constituyan dichas estructuras para agrupar a los ciudadanos, según sus preferencias.

 

    En el mundo contemporáneo, en la casi totalidad de Estados, existen sistemas pluripartidarios o de partido único; las pocas excepciones consisten en Estados con gobiernos de facto. Pero, aún en esos casos, la experiencia del último siglo indica que, luego de períodos transitorios, se produce el eterno retorno de los partidos. No se ha logrado articular una forma de convivencia que pueda prescindir de los mismos en la actividad política. Procurar el reemplazo de los procedimientos actuales de selección de los gobernantes, constituye un noble esfuerzo, siempre que la alternativa propuesta sea factible y no una fórmula teórica, para ser aplicada en un futuro indefinido. Sobre esto escribió Pablo VI: "La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir de las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas" (O.A., 37).

 

   Debe reflexionarse, además, en que hoy más que nunca la actividad gubernamental es tremendamente compleja y requiere una formación adecuada, que se adquiere luego de muchos años de estudio y experiencia. Precisamente, porque no aceptamos la ilusión populista de que cualquier persona puede desempeñar un cargo público, ni bastan la honestidad y el patriotismo para gobernar con eficacia, es que pensamos que resulta imprescindible constituir grupos de hombres con auténtica vocación política, que se preparen seriamente para gobernar. Y, por ahora, no hay otra vía idónea que la que ofrecen los partidos, que se fundamentan -o deberían hacerlo- en una cosmovisión global y elaboran programas con las soluciones que proponen para cada uno de los problemas que debe afrontar el Estado. De todos modos, aclara el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que la adhesión de los católicos a un partido nunca será ideológica sino siempre crítica (573). Por consiguiente, con esos recaudos, pueden incorporarse a uno, crear uno nuevo, o simplemente apoyar al que les parezca más confiable.

 

El voto

 

   Suele mencionarse una frase de Pío IX, para justificar la ausencia en todo proceso electoral: sufragio universal, mentira universal. Pese a las objeciones que puedan hacerse a dicho método -que se aplica actualmente en todos los países-, nunca la Iglesia ha afirmado que votar, estando vigente dicho sistema, implique una falta; por el contrario, exhorta a votar como exigencia moral, según se indica taxativamente en el Catecismo (p. 2240) y en Gaudium et Spes (p. 75). Carece de toda lógica suponer que dichos documentos se refieren al voto en sentido abstracto, y no a la forma de votar que rige en el mundo contemporáneo.

 

   Por otra parte, el sufragio universal se limita a habilitar a todos los ciudadanos a participar en la elección de los gobernantes, en igualdad de condiciones. No es sinónimo de sistema electoral, que es el que suele contener aspectos criticables, que impiden una adecuada representación de la ciudadanía, y que nunca será modificado sin la participación activa de quienes se oponen a él. Consideramos que no pueden negarse a intervenir en la vida cívica, por defectuosa que sea la forma actual de las instituciones. León XIII enseñó al respecto que: "No acuden ni deben acudir a la vida política para aprobar lo que actualmente puede haber de censurable en las instituciones políticas del Estado, sino para hacer que estas mismas instituciones se pongan, en lo posible, al servicio sincero y verdadero del bien público... "(Immortale Dei, 22).

 

    Hecho el análisis precedente, se advierte que la empresa de reconstruir el orden social no es sencilla ni fácil, y los católicos debemos aceptar la guía de la Iglesia, cuya experiencia milenaria resulta invalorable, sin olvidar que es depositaria de la Verdad. Como expresaba Chesterton, "no quiero una religión que tenga razón cuando yo tengo razón; quiero una religión que tenga razón cuando yo me equivoco". Pues bien, la doctrina de la Iglesia en materia de regímenes políticos, nos enseña que, en el terreno de las ideas, los católicos pueden preferir uno u otro, incluso llegar a precisar cuál es el mejor, en abstracto, puesto que la Iglesia no se opone a ninguna forma de gobierno legítimo. Pero, en cada sociedad, las circunstancias históricas van creando una forma política específica, que rige la selección y reemplazo de los gobernantes. Y, como toda autoridad proviene de Dios, cuando se consolida de hecho un régimen político determinado, "su aceptación no solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común..." (Au Milieu des Sollicitudes; p. 22, 23, 15).

 

    Si en este siglo se ha producido un alejamiento de los católicos de la actividad política, ello se debe a un menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según Irazusta- y a una cierta pereza mental que impide imaginar soluciones eficaces para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época.

 

   Nunca como hoy la Iglesia ha insistido tanto en el deber cristiano de actuar en la vida social y política. Llama la atención la precisión y severidad con que Juan Pablo II advierte que: "...los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política." (...) Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública". (Chistifedelis Laici, 42).

 

   Que no es imposible ni inútil la empresa, lo demuestra la actuación de tantos dirigentes católicos que, sin renegar de su fe, trabajaron en este campo en consonancia con el bien común. Mencionaremos sólo tres casos de políticos del siglo XX, que están en proceso de beatificación:

 

-Giorgio La Pira (Alcalde de Florencia)

 

-Robert Schuman (uno de los fundadores de la Unión Europea)

 

-Julius Nyerere (Presidente de Tanzania, durante 25 años)

 

   Considero inaceptable, entonces, la actitud de algunos distinguidos intelectuales de negarse a participar en la vida cívica, por considerar cuestionable la misma Constitución y el sistema electoral que de ella deriva, y promover la abstención como única conducta válida para quienes rechazan la teoría de la soberanía popular. Por el contrario, la obligación moral de participar será tanto más grave, cuanto más esenciales sean los valores morales que estén en juego.

 

   Estimo que sostener en vísperas de toda elección que es inútil y hasta una falta moral ejercer el voto, pues todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos, revela una apreciación equivocada de la actividad política.

 

   Para cada sociedad política, pueden existir, simultáneamente, tres concepciones del régimen político: el ideal, propuesto por los teóricos; el formal, promulgado oficialmente; y el real -o constitución material-, surgida de la convivencia que produce transformaciones o mutaciones en su aplicación concreta. De modo que negarse a reconocer una constitución formal, implica, a menudo, enfrentarse con molinos de viento, limitándose a un debate estéril, porque, además, no se tiene redactada la versión que se desearía que rigiera.

 

   Si, como afirma Aristóteles, es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por los malos, resulta imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas. Nos alienta a continuar en el arduo camino de servir al bien común, con los instrumentos disponibles, el consejo de Santo Tomás Moro, Patrono de los Gobernantes y los Políticos: "La imposibilidad de suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos".

 


viernes, 18 de octubre de 2024

martes, 24 de septiembre de 2024

PACTO PARA EL FUTURO

     

Hay que destacar: de 193 países reconocidos por Naciones Unidas, aprobaron este documento 143 (50 no lo hicieron). Además, podemos coincidir con el rechazo presidencial a las acciones 8 y 9.



http://www.foroazulyblanco.blogspot.com/2024/09/pacto-para-el-futuro.html

viernes, 23 de agosto de 2024

UN POLÍTICO COMPETENTE Y HONESTO


 

En una época donde se encuentra tan desprestigiada la política, conviene insistir en la necesidad de la misma, en toda sociedad civilizada, como la actividad destinada a seleccionar a los dirigentes que deberán ejercer las funciones gubernamentales. Los ciudadanos, de acuerdo a sus preferencias, optarán por quienes los representen mejor, procurando apoyar a los más capacitados y honestos.


La política es una vocación, pero, como advertía Aristóteles: En todas las ciencias y artes el fin es un bien; por lo tanto, el mayor y más excelente será el de la suprema entre todas, y esta es la disciplina política; y el bien político es la justicia, que consiste en lo conveniente para la comunidad.

Agregaba después: siempre que un individuo sea mejor en virtud y en capacidad para realizar las mejores acciones, será bueno seguirlo y obedeceré; pero debe tener no sólo virtud, sino capacidad de ejecución. (1)


Mucho más cerca en el tiempo, la última encíclica social, del 2020, resume la doctrina de la Iglesia: “Una vez más convoco a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”. (2)


Un artículo de la fecha (3), escrito por el periodista Roberto Battaglino, nos ayuda a fijarnos en uno de los buenos políticos de nuestra provincia, fundador de un partido y varias veces legislador, destacado por su conducta intachable, y que se expresa con precisión y valentía en defensa del interés público.


Y mientras las miradas se posan en la Corte y la renovación parcial de esta en la era Milei, el Tribunal Superior de Justicia fue apuntado en las últimas horas por una denuncia del líder de Encuentro Vecinal Córdoba, Aurelio García Elorrio, quien dice haber tomado conocimiento de un pedido millonario de coima por parte de altos funcionarios judiciales a Schiaretti para que el TSJ frenara la investigación del caso Odebrecht y la contratación de los gasoductos troncales en la provincia.

El exlegislador alude a una votación en la cual el Tribunal Superior denegó a la asociación civil Asoma la posibilidad de ser querellante y, de este modo, que avanzaran en Córdoba las causas vinculadas con aquel mega escándalo regional de la firma brasileña.

No son casuales, tampoco, las alusiones de García Elorrio, porque al reflotar Asoma, recuerda el trío que compartía con sus pares Liliana Montero y Juan Pablo Quinteros, quienes pasaron de denunciantes de corrupción a ministros de la actual gestión provincial.

 

   1) Aristóteles. “Política”; Centro de Estudios Constitucionales, 1983, pp. 90 y 116.

      2) Francisco. “Fratelli tuti”; p. 180.

   3)  ”Llaryora avala a Lijo con claves hacia la política cordobesa”; La Voz, 23-8-2024.