Sacheri, el profesor católico asesinado por el ERP de un disparo a la cabeza frente a su esposa y sus siete hijos
Hoy cumpliría 90
años
Hugo Martin
Infobae, 22 Oct,
2023
El domingo 22 de
diciembre de 1974 parecía uno más en la casa del sociólogo y filósofo católico
Carlos Alberto Sacheri. Haría, como siempre, mousse de chocolate con sus hijos
al regresar de misa. La rutina se había alterado solo porque su esposa, María
Marta, había ido a la catedral de San Isidro bien temprano, acompañada por
Clara, la menor de sus siete hijos, que tenía un año. Vivían a unas diez
cuadras del templo, sobre la avenida Del Libertador. Para la misa de 9, Juan
Carlos caminó junto al resto de sus hijos, a los que se sumaron tres amiguitos.
Luego de la ceremonia religiosa, Elena los pasó a buscar en el Ford Falcon
Rural. Eran 12 personas arriba del automóvil. Otros tiempos, mas laxos con las
normas de tránsito. Como podían, se acomodaban José, que tenía 14; María, 12;
Cecilia, 11; Pablo, 9; Inés, 5; Rosario, 3; y Clara. Pablo (que hoy tiene 58
años), recuerda que su amigo Esteban iba sentado arriba suyo, del lado derecho,
detrás de su papá, que no sabía manejar. Alrededor de las 10 y media de ese
domingo soleado, cuando llegaron a la altura de su casa, se detuvieron para
esperar que los coches que venían de la otra mano pasaran, y girar hacia el
portón de entrada. En ese momento, un Peugeot 504 celeste frenó a la par. Un
hombre sacó un arma y le disparó dos veces justo a la cabeza de Sacheri. Sin
dudar, a matar, frente a su esposa y a diez niños. Su sangre -”Y otras cosas
más”, dice Pablo- salpicó a todos, en especial a Esteban. Ante los gritos,
Guillermo, un vecino, subió el cuerpo al auto para ir hasta el hospital de San
Isidro, ubicado a cinco cuadras. No tuvo chance. Murió.
A pesar que la
investigación judicial jamás avanzó, se cree que lo mató -como afirmó su hijo
José en una carta- una célula terrorista de la escisión del ERP denominada
ERP-22 de Agosto, que actuaba desde enero de 1973, cuando se acercó al
peronismo de izquierda y se distanció del grueso de la agrupación marxista que
comandaba Mario Santucho.
Pablo aún recuerda
como vio morir a su padre delante de él, un niño de 9 años por entonces.
También lo que sucedió inmediatamente después. “Por suerte, mamá habrá girado
la cabeza, no se, porque los de balística dijeron que, si no, el disparo le
hubiera dado también a ella. Los vecinos nos sacaron a todos los chicos del
auto y nos mandaron a sus casas, porque no se podía entrar a la nuestra, las
llaves estaban en el auto. Mi hermano José, que tenía 14 años, se tuvo que
meter por una ventana para abrir la puerta. Yo, con mi amigo, nos fuimos a la
casa de los vecinos de atrás y las chicas no sé dónde quedaron”
Sobre todo, nunca
pudo olvidar la cara del hombre que mató a su padre. Y lo volvió a ver, revela,
en una foto. “Lo vi cuando disparó, a través de la ventanilla. Durante años y
años esa cara me persiguió. Y durante la pandemia vi un programa de televisión
que me hizo buscar unas cosas. Y buscando apareció esa foto. Las cosas de la
vida. Esa foto nunca más la pude volver a ver. Era un desaparecido de antes del
76. Pero nunca voy a decir quién era, disculpame…”, sorprende Pablo.
-¿Por qué?
-Porque esa misma
noche nuestra madre nos juntó a todos. Nos contó que papá había muerto y nos
hizo rezar, pero por los asesinos. Entiendo que mi padre sabía que había
amenazas, y mi madre también.
José, el mayor de
los hermanos, que también estaba en el auto, le contó a Infobae que él no vio
al que disparó, pero sí al que conducía el Peugeot. Como sea, jamás conocieron
la identidad de los asesinos.
Según Pablo, la
causa por el crimen de su padre “se cerró a los cinco días, con autores
‘desconocidos’”. Pero además, añade: “Mi abuelo era general, pero también
abogado, que entró al Ejército como auditor. Y si él no pudo mover el caso,
teniendo posibilidades de investigar un poco más o pedir algo, lo dejamos todo
ahí”.
El abuelo, cuenta,
era Oscar Sacheri, autor del Código de Justicia Militar en 1951. En el momento
del asesinato de su hijo, estaba retirado. Cuando estuvo en actividad, señala
su nieto, fue el primero en recibir de Juan Domingo Perón su renuncia en 1955.
Si hoy el apellido suena familiar es por el escritor Eduardo Sacheri. Oscar -el
general- y Edmundo, el abuelo del autor de “Nosotros dos en la tormenta” (donde
la historia bucea en las organizaciones armadas de la década del ‘70), eran
hermanos.
Tres meses después
del asesinato, el ERP-22 de Agosto reivindicó su muerte -y la del también
filósofo Jordán Bruno Genta- con una carta colmada de cruel ironía dirigida al
director de la revista nacionalista Cabildo, Ricardo Curutchet: “Carísimo
hermano en Cristo Rey: Nos dirigimos a usted con la confianza que nos dan los
dos contactos mantenidos con la comunidad nacionalista católica y la revista
Cabildo, su más digno exponente, en las personas de los queridísimos, aunque
extintos profesores Jordán B. Genta y Carlos A. Sacheri. Nos guía la certeza de
que seremos atendidos por Vd. con la caridad cristiana que ilumina cual
antorcha sagrada, su cosmovisión escolástica, virtud ésta enseñada por Cristo y
de la que fueron devotos fervorosos Santo Tomás y San Agustín. No pretenderemos
referirnos a las circunstancias del fallecimiento de los profesores nombrados,
sólo haremos mención de algunos detalles que los rodean (...) Como información
fidedigna le comunicamos, un tanto apenados, que el difunto Sacheri no comulgó
ese aciago domingo en el que concurrió por última vez a la prolongación del
sacrificio de la Cruz. Nuestro enviado le dio una oportunidad, pero, oh…
desatino, él no supo aprovecharla y lamentamos que esté pagando sus culpas
veniales en el purgatorio (no queremos pensar que haya caído en el Fuego
Eterno)”.
Para el hermano
mayor, José, “es exagerado decir que la causa se cerró en sólo cinco días como
dice Pablo, pero sí que se archivó. Habrán investigado cuatro, cinco meses… En
febrero o marzo del ‘75 yo estaba en casa de una familia, viendo televisión al
mediodía, y en el noticiero dicen que la policía descubrió a la célula que mató
al profesor Sacheri. Lo que pasó es que descubrieron una casa del ERP y les
hicieron, como se decía, una ratonera. Esperaron en una casa que volviera
alguno. Entró una mujer y otra gente, se produjo un tiroteo y murieron un
oficial y una guerrillera. Ese hecho aparece en la última foja de la causa y
alguien dice que estaba relacionado con la muerte de mi padre. Y el juez, ni
recuerdo el nombre, pero no era de los conocidos, lo archivó. Debía investigar
este hecho conexo, pero no lo hizo. Nadie movió un dedo. Porque la realidad es
que los jueces tenían mucho miedo. Se podían hacer muy los bananas, pero
después les mandaban una foto de la señora entrando con sus hijos en el
jardín”.
Hoy, los restos de
Sacheri descansan en el cementerio Memorial. Cuando lo mataron, fue inhumado en
el de la Recoleta. Su hijo Pablo recuerda que no fue al entierro. “Quise ver su
cuerpo y no me dejaron. Me enojé y no fui”, cuenta.
Pero si ese es el
oscuro relato de su muerte, en vida, Carlos Alberto Sacheri tuvo un fuerte
compromiso con su ideario católico. Hoy, 22 de octubre, hubiera cumplido 90
años. Su hijo José, como fue dicho, lo recordó con una carta de lectores al
diario La Nación en el día de ayer que encabeza “Querido papá”, y sigue así: “A
tus 41 años, el 22 de diciembre de 1974, la guerrilla terrorista -en tu caso,
el ERP 22- te mató delante de nosotros, de mamá, y de 3 amiguitos nuestros que
venían con nosotros. Al salir de misa y al entrar a casa -dentro del auto en
que íbamos todos- un solo tiro cobarde te robó la vida. Y destrozó nuestras
vidas de niños pequeños, y de una madre viuda muy joven que supo sacarnos
adelante. Con tu propia sangre derramada sobre cada uno de nosotros, nos
bañaste para aprender de tu bien, en una premonición del cielo al que te
fuiste. En plena democracia, sólo por enseñar tu mensaje evangélico de paz, y
como profesor de Filosofía, de advertencia a la sociedad, que la violencia
terrorista era un mal camino para todos. Sin haber tomado un arma, y solo por
el uso de tu palabra en la universidad, estos ‘jóvenes idealistas’ te mataron
por lo que pensabas. Quedamos solos con mamá, que fue una tigresa en la defensa
de sus cachorros y, rezando por tus asesinos, nos salvó la vida del mal y del
odio. Ella nos enseñó a perdonar, como vos también lo hiciste con tu vida. Te
mataron, sí, pero no tu mensaje. Te extrañamos desde hace 59 años y agradecemos
a Dios toda su ayuda mientras no te tuvimos. Te pedimos que desde el cielo, en
el día de tu cumpleaños, nos ayudes a los argentinos a elegir lo mejor posible”.
Profundamente
creyente, Sacheri se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires, pero
casi no ejerció. En 1957 egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA
y viajó a Quebec, Canadá, para continuar sus estudios de filosofía en la Universidad
de Laval. Miembro prominente de la Acción Católica, profesor de la Universidad
Católica Argentina y de la UBA, e impulsor de la Sociedad Tomista Argentina,
Sacheri fue un férreo opositor al movimiento de sacerdotes tercermundistas. En
su libro La Iglesia Clandestina, de 1970, lo manifiesta con claridad. Allí,
escribe: “El II Concilio Vaticano ha replanteado el eterno problema de las
relaciones entre la Iglesia y el mundo. La meditación reiterada de los
documentos conciliares pone de manifiesto la admirable vinculación que existe
entre la verdadera tradición y la auténtica renovación; la fidelidad a aquella
es la condición indispensable para la eficaz realización de ésta. Sin embargo,
hay grupos y movimientos organizados dentro de la Iglesia que no lo entienden
así. Tales grupos, decididos a encauzar la actual renovación, no por los
caminos del Espíritu Santo sino según el ‘sentido’ que ellos pretenden imprimir
a la Iglesia toda, constituyen el obstáculo más serio a una sana ‘apertura’ al
mundo contemporáneo”.
“En nuestro país,
el Tercermundismo constituye la versión, no única pero sí principal, de la
organización progresista internacional. Poniendo en ejecución sus doctrinas, su
organización y su metodología esencialmente clandestina, el Tercermundismo
configura una ‘Iglesia paralela’ que intenta instrumentar todo lo cristiano al
servicio de una revolución social de inspiración marxista. Lo más grave de todo
es que muchos sacerdotes de buena fe, sensibles a los problemas sociales, se
hacen eco de dicha prédica sin tomar conciencia de la instrumentación de que
son objeto”.
Para su hijo José,
Sacheri era “un tipo muy tranquilo, pero firme. Lo que él hizo fue denunciar la
influencia de una parte de de la Iglesia, de sacerdotes y alguno que otro
obispo, que llevaban a los muchachos a la guerrilla. El les dice ‘señores,
cuidado con estos movimientos, porque la Iglesia está sacando los pies del
plato’”
Poco tiempo antes
de ser asesinado había regresado desde Quebec, Canadá, donde enseñaba en la
misma Universidad Laval donde había alcanzado el título de Licenciado. Allí
había vivido la familia durante algunos años. Sabía que sus posiciones
políticas lo ponían en la mira de los grupos guerrilleros. En una conferencia
que dio el 9 de junio de 1973 firmó, quizás, su sentencia de muerte. Ante un
millar de estudiantes universitarios, dijo: “Hace unos días estaba leyendo un
pasaje de la Escritura en el que San Pablo habla de redención y sangre. No me
creo un profeta -entre otras cosas porque los hechos ya están a la vista-, pero
si los católicos, los universitarios católicos, no estamos dispuestos a
derramar nuestra sangre en una militancia heroica, Argentina dejará de ser
católica para ser marxista. Como dice el Apóstol: ‘Sin sangre no hay
redención’”.