jueves, 17 de noviembre de 2022

TRADICIÓN NACIONAL Y SOBERANÍA (*)


 

La palabra tradición refiere a donación o legado, y abarca el conjunto de costumbres que suelen transmitirse de generación en generación. “La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, nos enseña Hilaire Belloc; agregando a este respecto que: “la religión es el principal elemento determinante que actúa en la formación de toda civilización”. Profunda realidad existencial que también rige, por supuesto, para nosotros los argentinos de hoy, pues, aunque a primera vista no se noten sus rastros en el acontecer histórico de la patria, el catolicismo fundador subyace sin embargo en el subconsciente de la misma y se perpetúa, influyendo en los modos de ser, hábitos y costumbres de millones de ciudadanos nacidos y criados en esta tierra civilizada por la imperial España de hace cuatro siglos.


Cuando sistemas de ideas o creencias, repetidos a través del tiempo, se convierten en habituales en una sociedad, modelando el pensamiento de las personas que forman cualquier pueblo organizado hasta convertirlos en normas de vida, o sea en un régimen de convivencia pacíficamente obedecido entonces podemos afirmar con certeza que existe una Tradición.


En lo que respecta a nuestra nación Argentina, se han ido yustaponiendo, (como enseña don Federico Ibarguren), corrientes culturales diversas, las cuales a través de la enseñanza oficial, fueron configurándose en enfoques contradictorios entre sí. A saber:


1)    El hispano-católico fundador

2)    El racionalismo afrancesado que se concretó en el despotismo ilustrado y que niega rotundamente la primera tradición, considerándola “oscurantista”, como lo hicieron Moreno y Rivadavia en su momento;

y 3) el liberal-capitalista, propagado entre nosotros por la generación que combatió a Rosas y que se perpetua a través de la generación del 80, quedando consolidada en la ciudadanía por la ley de educación laica de 1884, y cuyo espíritu antitradicionalista se extendió, también, a la enseñanza secundaria y universitaria oficial. Como consecuencia del liberalismo, se difundieron rápidamente las ideas del marxismo y de la nueva era.


Al negar nuestra tradición primigenia, la hispano-católica, las últimas corrientes en la Argentina se convierten en verdaderas contra-tradiciones que conducen en definitiva a la confusión actual. Esto, sumado a la conducción política ineficaz y errática, ha comenzado a debilitar los lazos de la amistad social que caracterizan a una comunidad nacional.

 

Soberanía

Hoy existe en la Argentina, como nunca antes, un desaliento generalizado sobre su destino; cunde un clima de descontento, de protesta, una especie de atomización social. Estos síntomas evidencian que está debilitada la concordia, factor imprescindible para que exista una nación en plenitud. En estas condiciones, enfrentar los desafíos que conlleva un mundo globalizado requiere un enorme esfuerzo de reflexión y de eficacia en la acción gubernamental.


Un tópico a considerar es el peligro que creen advertir muchos de que, en esta época signada por la globalización, el estado sufra una disminución o pérdida total de su soberanía. La palabra globalización, implica “la creciente interdependencia de todas las sociedades entre sí, promovida por el aumento de los flujos económicos, financieros y comunicacionales, y catapultada por la tercera revolución industrial o tercera ola, que facilita que estos flujos puedan ser realizados en tiempo real”.


Para Fukuyama, la caída del Muro de Berlín representaba el fin de la historia, al quedar como única opción el liberalismo capitalista al ser derrotado el comunismo. La globalización parecía ofrecer un mundo mágico, con un progreso continuo, basado en el avance tecnológico. Los conflictos se limitarían a una competencia entre los países, por los recursos, entre las empresas, por los clientes, y entre las personas, por el empleo.


Otras miradas no eran tan optimistas, y preferían usar el concepto de mundialización, para caracterizar una etapa, como cualquier otra de la historia humana, con sus problemas y tensiones: consecuencias ambientales del progreso desenfrenado, crisis demográfica en Europa, paralela a migraciones desordenadas, guerras y hechos terroristas de violencia sin precedentes.


Es que, en este momento, la mundialización no puede eliminar la política como acción humana; acción que le da un rostro humano a los problemas, ya que no solo lo económico determina un tiempo histórico. La convivencia entre millones de personas que no se conocen, solo es posible por la política: sin ella no habría sociedad, porque el instinto no nos permite vivir separados, ni nos alcanza para vivir juntos.


No cabe duda que la globalización implica un riesgo muy concreto de que disminuya en forma alarmante el grado de independencia que puede exhibir un país en vías de desarrollo. Ningún país es hoy enteramente libre para definir sus políticas, ni siquiera las de orden interno, a diferencia de otras épocas históricas en que los países podían desenvolverse con un grado considerable de independencia. Entendiendo por independencia la capacidad de un Estado de decidir y obrar por sí mismo, sin subordinación a otro Estado o actor externo; la posibilidad de dicha independencia variará según las características del país respectivo y de la capacidad y energía que demuestre su gobierno. Pues, más allá de las pretensiones de los ideólogos de la globalización, lo cierto es que el Estado continúa manteniendo su rol en nuestros días. En muchos países el Estado maneja más de la mitad del gasto nacional, y no es consistente, por lo tanto, afirmar que los políticos son simples agentes del mercado.


Pese a todos los condicionamientos que impone la globalización, el Estado sigue siendo el mejor órgano de que dispone una sociedad para su ordenamiento interno y su defensa exterior. Desde nuestra perspectiva, no deben ser motivo de preocupación los cambios de tamaño, forma y roles del Estado, mientras cumpla su finalidad esencial de gerente del bien común. De modo que conviene no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado, que sigue siendo una sociedad perfecta, por ser la única institución temporal que protege adecuadamente el bien común de cada sociedad territorialmente delimitada. Como enseña Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate: parece más realista una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que sean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con nuevas modalidades de ejercerlos.


La situación internacional, vista sin anteojeras ideológicas ofrece, - en especial desde 1989- posibilidades de actuación autonómica aún a los países pequeños y medianos. Por cierto, que, para poder aprovechar las circunstancias, es necesario que los gobernantes sepan distinguir los factores condicionantes de la realidad, de los llamados "factores determinantes" de la política exterior; estos son los hombres concretos que deciden en los Estados, procurando mantener su independencia.


El economista Aldo Ferrer ha aportado un concepto interesante, el de densidad nacional, que expresa el conjunto de circunstancias que determinan la calidad de las respuestas de cada nación a los desafíos y oportunidades de la globalización. Atribuye dicho autor a la baja densidad nacional, la causa de los problemas argentinos.


Por otra parte, es necesario expresar que la posibilidad, que sostienen muchos, de un gobierno mundial ya fue desestimada por Carl Schmitt en 1932: “El mundo político es un Pluriversum, no un Universum”. “La unidad política no puede, por razón de su esencia, ser universal, en el sentido de una unidad que abrazara la humanidad toda y la tierra entera”.


Explica Bandieri que: “El tránsito del Estado Nación centralizado al equilibrio de grandes espacios requiere un nuevo tipo de distribución funcional y articulación territorial del poder: la federalización hacia adentro, la confederación hacia afuera”. Agrega Castaño que una sociedad es política, mientras no efectúe una cesión general e irrevocable de sus facultades de gobierno y jurisdicción a una entidad superior.


Esto no ocurre, ni con las Naciones Unidas ni con la Unión Europea. Según la Carta de las Naciones Unidas, los propósitos consisten en mantener la paz y fomentar entre las naciones relaciones de amistad, en base al principio de la igualdad soberana de todos sus miembros. A su vez, el tratado de la Unión Europea, establece que la Unión actúa dentro de los límites de las competencias que le atribuyen los Estados miembros, para lograr los objetivos que éstos determinen. En virtud del principio de subsidiariedad, la Unión intervendrá sólo en caso de que los objetivos no puedan ser alcanzados por los Estados miembros. La decisión adoptada por el Reino Unido de retirarse de la Unión –Brexit- estaba prevista por el artículo 50 del Tratado, y confirma que la adhesión es revocable. Por consiguiente, un poder subsidiario “sí puede ser compatible con la existencia de comunidades políticas que no han renunciado a su status de tales, esto es, de Estados independientes”.

 

Por cierto, en esta hora resulta evidente que solo podrán resistir los embates de la globalización y conservar su independencia, las sociedades que se afiancen en sus propias raíces, y mantengan su identidad nacional.


La cultura de un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces. Cuando un pueblo se debilita en la defensa de su autonomía frente al mundo, desaparece como tal, como ha ocurrido muchas veces en la historia.

 

Entonces, la primera decisión política a adoptar es la de fortalecer el rol del Estado –como órgano de conducción de la sociedad- para procurar su máxima eficacia. Para ello, debemos precisar el concepto mismo de soberanía, que es la cualidad del poder estatal que consiste en ser supremo en un territorio determinado, y no depender de otra normatividad superior. No es susceptible de grados; existe o no. Por lo tanto, carece de sentido mencionar la "disminución de soberanía" de los Estados contemporáneos.


Lo que puede disminuirse o incrementarse es el poder propiamente dicho, es decir, la capacidad efectiva de hacer cosas, de resolver problemas e influir en la realidad. El hecho de que un Estado acepte, por ejemplo, delegar atribuciones propias en un organismo supraestatal -como el Mercosur-, no afecta su soberanía, pues, precisamente, adopta dichas decisiones en virtud de su carácter de ente soberano.

 

Ahora bien, el grave problema argentino, es que no puede ejecerse plenamente la soberanía pues el Estado no funciona adecuadamente. Como explica Marcelo Sánchez Sorondo: todo Estado incluye un gobierno, pero no todo gobierno implica que exista un Estado. El Estado es una entidad jurídico-política que surge recién en una etapa de la civilización, como complejo de organismos, al servicio del bien común. Supone una delimitación explícita del poder discrecional.


El gobierno no encuadrado en un Estado es errático y caprichoso; sirve únicamente para el enriquecimiento y la influencia individual de los gobernantes, que no pueden lograr el funcionamiento eficaz de la estructura gubernamental.

De allí la paradoja de culpar al Estado de todos los problemas, cuando el origen de los problemas es la ausencia del Estado. En esto seguimos al Prof. de Mahieu, que describe al Estado como el órgano de síntesis, planeamiento y conducción, de una sociedad determinada, destinado a lograr el bien común.


 El ejercicio de las tres funciones señaladas es requisito indispensable para la existencia de un Estado; cuando dejan de cumplirse, el Estado no funciona como tal, aunque se mantengan las formalidades constitucionales. Eso es lo que ocurrió en la Argentina, hace ya cinco décadas.

 

Resumiendo lo expresado, consideramos que el mundo contemporáneo permite conservar cuotas significativas de independencia, siempre que exista una estrategia que seleccione el método de análisis y de elaboración de planes, apto para resolver los problemas gubernamentales. Si es correcto el análisis, la prioridad absoluta consiste en restaurar el Estado, y procurar que actúe eficazmente al servicio del bien común. Sin embargo, la restauración del Estado argentino no ocurrirá como consecuencia necesaria de elaborar un buen diagnóstico, sino como resultado de un gobierno que solucione los problemas concretos, para lo cual deberá planificar cuidadosamente sus acciones, lo que, a su vez depende del surgimiento de un número suficiente de ciudadanos honestos y formados, dispuestos a dedicarse a la cosa pública.

 

A esta altura del análisis, debemos profundizar en cuestiones teóricas, para determinar si es posible, estrictamente hablando, elaborar un proyecto nacional como anticipación del futuro, y que no sea, por lo tanto, una simple utopía. En cada circunstancia, son muchos los futuros posibles -futuribles- y existen algunos pocos probables -futurables. El riesgo de elegir el que tenga más chance de ser logrado y resultar conveniente, depende del procedimiento utilizado.

 

Bertrand de Jouvenel explica que: “Respecto al pasado, la voluntad del hombre es inútil, su libertad nula, su poder inexistente”; en cambio el porvenir es para el hombre dominio de la libertad y del poder. De libertad, en cuanto la persona es libre de concebir lo que no es, y es dominio del poder, porque dispone de algún poder para hacer válido lo que ha concebido. De todos modos, el análisis predictivo nos aporta un conocimiento de opinión, pues la materia objeto del planeamiento es opinable por naturaleza; el futuro sólo es susceptible de aproximación conjetural. Lo mismo podemos decir sobre lo político: es pasible de certidumbre en cuanto a sus contenidos pasados o presentes, pero es sólo opinable en cuanto al futuro.


El proyecto, sin embargo, es mucho más que extrapolación en el tiempo; el vocablo se refiere a la intervención necesaria de la voluntad humana en su configuración. Si bien generalmente se proyecta de acuerdo a lo que se cree posible, aquí resulta dominante el ámbito de lo deseable. Para lo posible utilizamos la razón, en lo probable domina la voluntad.

Sin embargo, “el futuro es parcialmente controlable”; “el futuro de un pueblo, entendido como proyecto vital colectivo, puede en buena medida ser regulado desde el presente”.


Creemos, por lo tanto, que es injusto confundir el planeamiento con el utopismo; Santo Tomás aclara que, por muy imprevisible que en esencia sea la conducta humana, nada es tan contingente que no tenga en sí una parte de necesidad (S. Th. 1, 86, 3). “Un plan de la nación no aparece, pues, como una fórmula mágica, sino como una combinación perfectible de realismo y voluntad”.


De manera que, no sólo es posible sino muy útil al bien común la planificación. Pero siempre, respaldando los planes en el consenso de sus protagonistas, quienes deben participar en su elaboración, ejecución y modificación.


El Estado, en su función de planeamiento, centraliza la información que le llega de los grupos sociales; recopila sus problemas, necesidades y demandas. Los datos son procesados y extrapolados en función de los fines comunes, fijados en la Constitución Nacional y en otros documentos, que señalan los objetivos políticos y los valores que identifican a un pueblo. Con mayor o menor intensidad, según el modelo gubernamental elegido, es en el marco del Estado donde debe realizarse el planeamiento global que establezca las metas y las prioridades en el proceso de desarrollo integral de la sociedad, en procura del Bien Común.

 

Por cierto, que, en una concepción no totalitaria el planeamiento estatal sólo será vinculante para el propio Estado, y meramente indicativo para el sector privado. La autoridad pública no debe realizar ni decidir por sí misma lo que puedan hacer y procurar comunidades menores e inferiores. Pero, debido a la complejidad de los problemas modernos, el principio de subsidiariedad resulta insuficiente para resolverlos sin la orientación del Estado, que mediante el planeamiento se dedique a "animar, estimular, coordinar, suplir e integrar la acción de los individuos y de los cuerpos intermedios" (Pablo VI, Populorum progressio, p. 33).

 

Un proyecto nacional puede contribuir, en ésta época signada por el fenómeno de la globalización, a compatibilizar la inevitable integración del país con los demás países, con la preservación de la propia identidad cultural, haciendo explícito lo que somos a fin de buscar lo que debemos ser; lo contrario sería abandonarse al futuro sin prudencia, de la mano de un empirismo más o menos ciego.

 

Para finalizar, recordamos la exhortación de Juan Pablo II: “Velad con todos los medios a vuestra disposición sobre esta soberanía fundamental que cada Nación posee en virtud de la propia cultura”. “No permitáis que se vuelva víctima de totalitarismos, imperialismos o hegemonías”.

(disc. En Praga, 21-4-1990)


 

(*)Exposición realizada en el Instituto Argentino de Cultura Hispánico, de Córdoba, el 17-11-2022.


 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

 

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