sábado, 29 de mayo de 2021

LA REVOLUCIÓN DEL 4 DE JUNIO DE 1943

 


LAS REFLEXIONES DE JUAN PERÓN

 

Fuente: Perón, Juan. “Tres revoluciones militares”; Buenos Aires, Ediciones Síntesis, 1974.

 

Nos parece interesante, al cumplirse 78 años del acontecimiento comentado, repasar el análisis de uno de sus protagonistas principales, que tres años después asumiría la presidencia de la Nación Argentina. El entonces Coronel, describe su participación en dicho suceso político que implicó una nueva interrupción del funcionamiento institucional.

Siendo Capitán, Perón tuvo una participación menor en el golpe de Estado del 6 de setiembre de 1930, que le sirvió de experiencia para su futuro rol importante en la revolución de 1943. Resume su crítica a los defectos de preparación del movimiento que destituyó al gobierno de Irigoyen, con una frase contundente: “Nunca en mi vida veré una cosa más desorganizada, peor dirigida ni un caos tan espantoso como el que había producido entre su propia gente, el comando revolucionario en los últimos días del mes de agosto de 1930. Parecía, más bien que de simplificar las cosas, se trataba por todos los medios de confundirlas.”

En cambio, escribe que la revolución del 4 de junio no fue una revolución más. Sus reflexiones de entonces, han quedado expresadas por escrito, aunque son poco conocidas; por eso, consideramos importante difundirlas, seleccionando los párrafos que –a nuestro juicio- resultan más significativos.

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No se trató de una asonada destinada a cambiar hombres o partidos, sino encaminada a cambiar un sistema y hacer lo necesario para que en el futuro no se produzcan fenómenos ingratos que nos llevaron a tomar la dirección del Estado. Que aspira, por lo tanto, a ser profundamente transformadora, especialmente en su sentido moral y humanista.

La revolución del 4 de junio ha estudiado y considerado estas cuestiones y ha interpretado esos fenómenos poniendo el mayor celo en evitarlos. Nuestra revolución comenzó en el ejército hace ya aproximadamente dos años y medio. Porque nuestro ejército, como el de todas las naciones modernas, pertenece al pueblo, y por eso había que evitar que la descomposición del pueblo arrastrara al ejército, ya en demasía influido por aquella.

En el orden moral, dicha descomposición se había presentado, en forma lamentable, en ciertos jefes de alta graduación que debieron ser condenados a prisión o degradados.

Esa descomposición solamente era reflejo de la de la nación misma, que también estaba en la cabeza y por ello nuestra acción se encaminó de inmediato a considerar cuál era y cuál debiera ser la estructura misma de todos los poderes del estado.

Antes, y cuando un golpe de estado era inminente, se buscaba salvar las instituciones con un paliativo o por convenios políticos, a los que comúnmente llamados acomodos. En nuestro caso, ello pudo evitarse porque, en previsión de ese peligro, habíamos constituido un organismo serio, injustamente difamado: el famoso GOU. El GOU era necesario para que la revolución no se desviara como la del 6 de setiembre.

El GOU hizo que se cumpliera el programa de la revolución imponiéndole una norma de conducta y un contenido económico, social y jurídico.

Con respecto a las soluciones de los problemas sociales, empezaron dedicando a los fenómenos demográficos migratorios toda la importancia que merecen. Los primeros presentan el caso de que el 76 % de la población se agolpa en las ciudades y el 24 % restante en los campos. El problema de volver a la tierra adquiere en la Argentina un carácter impostergable O volvemos a la tierra o el país seguirá un proceso de empobrecimiento paulatino. La reforma rural tendrá por finalidad impulsar una parte de la población al campo, y la Dirección General de Migraciones estudia también un plan para traer inmigrantes que pueblen nuestros campos, cada vez más abandonados por los trabajadores, y ordenar la producción agraria. El plan industrial tiene por misión tomar esa producción y convertirla en verdadera riqueza, en coordinación con el plan social.

En el orden económico, lo más elemental es recuperar la dirección de nuestra economía, entregada por los partidos políticos a monopolios extranjeros.

Del mismo modo, el Consejo Nacional de Posguerra se hizo cargo del Plan de Gobierno para los cinco años futuros.

Continuando con la necesidad de la reforma social, como base de nuestra organización, en los sectores del trabajo quisiéramos llegar a una organización profesional parecida a las Trade-Unions de Inglaterra. En esa forma podríamos conjurar con eficacia el peligro comunista y crear organizaciones conscientes que, por medio del convenio colectivo, pueden establecer las bases de las relaciones del capital y el trabajo, en cada actividad. El mismo tiempo, el estudio e implantación de una política de salarios justos, ha de elevar el standard de nuestras clases trabajadoras y convertirlas en consumidoras de nuestra propia producción.

Los patrones, los obreros y el Estado constituyen las partes de todo problema social. Ellos y no otros, han de ser quienes lo resuelvan, evitando la inútil y suicida destrucción del valores y energías.

El estado argentino intensifica el cumplimiento de su deber social. Así concreto mi juicio sobre la trascendencia de la creación de la Secretaria de Trabajo y Previsión. A mi juicio, cualquier anormalidad surgida en el más ínfimo taller y en la más obscura oficina, repercute directamente en la economía general del país y en la cultura de sus habitantes. En la economía, porque altera los precios de las cosas que todos necesitamos para vivir; en la cultura, porque el concepto que presida la disciplina interna de los lugares de trabajo, depende en mayor o menor grado, el respeto mutuo y las mejores o peores formas de convivencia social.

El trabajo, después del hogar y la escuela, es un insubstituible moldeador del carácter de los individuos y según sean estos, así serán los hábitos y costumbres colectivos, forjadores inseparables de la tradición nacional.

El ideal del estado no puede ser la carencia de asociaciones. Casi afirmaría que es todo lo contrario. Lo que sucede, es que únicamente pueden ser eficaces, fructíferas y beneficiosas las asociaciones cuando, además de un arraigado amor a la patria y un respeto inquebrantable a la ley, vivan organizadas de tal manera que constituyan verdaderos agentes de enlace que lleven al estado las inquietudes del más lejano de sus afiliados y hagan llegar a este, las inspiraciones de aquel.

Orientación fijada

Nuestra revolución lanzo una proclama que, si todos la leyeron, pocos la meditaron profundamente. Se ha dicho que nosotros no teníamos plan; voy a tratar de probar que nada hemos hecho desorbitadamente, sino que todo está sometido a un plan absolutamente racional, que no ha fallado en un ápice en sus previsiones. El texto lo escribí, de mi puño y letra.

Esta proclama tiene, como todas, dentro de su absoluta sencillez, un contenido filosófico que es necesario interpretar. Su texto está dividido en cuatro partes.

Primero plantea la situación. Inmediatamente después, va directamente a los objetivos, enumerándolos en su contenido político, social, histórico y de política internacional. Finalmente, cierra la misma, un contenido ético y patriótico, indispensable en esta clase de documentos.

El planteo de la situación comprende cuatro párrafos en los cuales se justifica la intervención de las fuerzas armadas en un panorama que no es el de su misión específica, pero sí justificada por fuerza de las circunstancias.

El primer postulado de la revolución es su contenido político que está expresado en dos cortos párrafos. El primero dice: Propugnamos la honradez administrativa, la unión de todos los argentinos, el castigo de los culpables y la restitución al estado de todos los bienes mal habidos.

El segundo expresa: Sostenemos nuestras instituciones y nuestras leyes, persuadidos de que no son ellas, sino los hombres, quienes han delinquido en su aplicación.

Anhelamos firmemente, y este es su contenido social, la unidad del pueblo argentino, porque el ejercito de la patria, que es el pueblo mismo, luchará por la solución de sus problemas y por la restitución de derechos y garantías conculcados.

Lucharemos por mantener una real e integral soberanía de la nación; por cumplir firmemente el mandato imperativo de su tradición histórica; por hacer efectiva una absoluta, verdadera, pero leal unión y colaboración americana, y por el cumplimiento de nuestros compromisos internacionales.

Finalmente viene el contenido ético y patriótico que cierra la proclama, donde declaramos que cada uno de nosotros, llevados por las circunstancias a la función pública, nos comprometemos por nuestro honor a trabajar honrada e incansablemente en defensa del bienestar, de la libertad, de los derechos y de los intereses de los argentinos; a renunciar a todo pago o emolumento que no sea el que por nuestro grado corresponda; a ser inflexibles en el desempeño de la función pública, asegurando la equidad y la justicia en los procedimientos; a reprimir de la manera más enérgica, entregando a la justicia al que cometa un acto doloso en perjuicio del estado, y al que directa o indirectamente se preste a ello; a aceptar la carga pública con desinterés, y a obrar, sólo inspirados en el bien y la prosperidad de la patria.

La revolución en su aspecto integral, puede ser dividida en tres fases distintas; la preparación, el golpe de estado y la revolución misma.

La preparación y el golpe de estado en las revoluciones que han sido bien planeadas son realizados siempre por las fuerzas armadas. Lo contrario sería llevar al país a la guerra civil, en la que cada uno de los ciudadanos tiene algo que perder. Las revoluciones bien planeadas y ejecutadas evitan inútiles luchas y derramamientos de sangre. Y así como el principio de la realización de una revolución impone no mezclar al pueblo en su preparación y en la ejecución del golpe de estado mismo, también un principio que rige esta clase de operaciones impone que en su tercera fase sea cada vez mayor la intervención del pueblo, porque una revolución que no infunde en la población del país sus ideales, es una revolución que fracasará indefectiblemente, y entonces, más bien hubiera convenido no ejecutarla.

Nuestra nación como todas las naciones nuevas entronca políticamente en un patriciado con todas las virtudes que siempre tienen los patriciados, formadores de nacionalidades. El nuestro, indudablemente virtuoso, se formó desde abajo y desde allí formó la nación. Después, la sucesión del gobierno de la cosa pública fue pasando a otras manos, quizás descendientes del patriciado, pero que por la acción del tiempo y de la molicie, habían perdido las grandes virtudes de sus antepasados. Es así que como todos los patriciados que entregan a sus descendientes el manejo de la cosa pública, esta se convirtió en una gran oligarquía.

Podemos decir que esta oligarquía, servida por hábiles políticos, descuidó nuestra independencia para entregarnos a una situación de verdadero coloniaje. Además, tuvo sojuzgadas numerosas generaciones de argentinos, a los que disoció en sus verdaderos valores. Es decir que, además del delito de haber gobernado mal, de haber entregado las riquezas del país, anulaban a los hombres que eran los únicos que podían haber desarrollado sui mentalidad y adquirido el derecho que toda democracia bien organizada da a sus hijos, de tomar el manejo de la cosa pública cuando se es más capaz que los demás.

En ese sentido es que la revolución desea devolver al país su verdadero sentido institucional. Que él sea manejado por los hombres más capaces, no por los fariseos más audaces; y que a las funciones de mayor responsabilidad tengan acceso todos los hombres que pueblan esta tierra, sin exclusiones, y como única condición lo que dice nuestra Constitución, su idoneidad y su capacidad, entendiendo por capacidad el concepto integral que comprende, no solo el talento, sino también la virtud que lo califica.

No hay instituciones malas con hombres buenos, y no hay buenas instituciones con hombres malos. Nuestro problema es de regeneración. Esas son las cuestiones fundamentales que nosotros hemos puesto en la proclama.

 

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Vínculo con el presente

Habiendo transcurrido 78 años de la experiencia descripta por Perón, debemos reconocer que estamos como en aquella instancia. Basta para describir la situación, el diagnóstico que acaba de realizar el presidente de la Academia del Plata, Dr. Gerardo Palacios Hardy (*):

“El régimen político de la Argentina se ha vuelto decididamente oligárquico, ya que, como lo ha descripto Ernesto Palacio, tiene como objetivo tan sólo el beneficio de las clases gobernantes, formadas con la peor de todas – la clase política desde luego – y con los sindicalistas, empresarios, la mixtura de periodismo y farándula y algunos miembros del clero, cuya complicidad ha sido comprada o alquilada por la primera. Este régimen, que se cubre con la máscara de una democracia declamada pero que no logra ocultar su fealdad, se nutre de la corrupción, la mentira y el prevaricato de sus jueces. Ha expropiado el Estado, poniéndolo enteramente al servicio de aquellas castas dominantes y, desde allí, después de haber endeudado a la nación más allá de sus posibilidades, la ha arruinado también en lo económico, lo social, lo cultural, lo espiritual y hasta en lo religioso, volviéndose cada vez más tiránico.

Ha sorbido el alma de los argentinos hasta dejarlos exangües, contemplando incrédulos las ruinas que no causaron guerras brutales ni catástrofes naturales, sino la acción de unos gobiernos y de unos partidos que, como vislumbró Estrada hace más de 100 años, vemos hoy agrupados en bandas rapaces, movidas de codicia, la más vil de todas las pasiones, enseñoreándose del país, dilapidando sus finanzas, pervirtiendo su administración, chupando su sustancia, pavoneándose indolentemente en las más cínicas ostentaciones del fausto, comprando y vendiéndolo todo, hasta comprarse y venderse unos a los otros a la luz del día.

La gravedad de la situación exige destruir el régimen oligárquico; ponerle fin a las catervas políticas y restaurar las leyes de la república y los valores permanentes de la patria. Esto requiere de gobernantes virtuosos, dirigentes con principios y valores no sólo compartidos sino sobre todo verdaderos, y un pueblo firmemente comprometido con el bien común. Pero de lograr todo eso, estaremos más lejos de la formulación de un programa de gobierno y mucho más cerca de la fundación de una nueva república.”

 

(*) Tradición Viva, 18-5-2021.