Con motivo de este homenaje, al cumplirse 200 años
del combate naval de Montevideo, nos parece necesario analizar el sentido de
conmemorar los hitos de nuestra historia, puesto que nos encontramos en un momento de profunda
crisis en el país.
1. Hoy existe en la Argentina, como nunca antes, un desaliento
generalizado sobre su destino y una falta notoria de interés por la acción cívica.
Como señala Mons. Aguer: “Lo que hoy
pareciera más notable es un clima de irritación, de división, de descontento,
de protesta, de queja, una especie de atomización social que estamos
padeciendo” .
Estos síntomas evidencian que está debilitada la
concordia, factor imprescindible para que exista una nación en plenitud, y para
que se cumpla un anhelo de la Oración por la Patria: el compromiso por el bien
común. De allí, entonces, la importancia de conocer la propia historia
nacional. Pues, como enseña el Profesor Widow, “cada cual es lo que ha sido.
Condición indispensable para asumir la propia realidad es, por consiguiente, el
juicio recto sobre el pasado: es la única base posible para una rectificación o
ratificación de intenciones y conductas, evitando las ilusiones y los
complejos”.
2. El doble centenario de un combate, como el de
Montevideo, que contribuyó a lograr la
independencia nacional, es ocasión propicia para reflexionar en profundidad
sobre los problemas actuales y la mejor manera de superarlos en el futuro. Pero
debemos precisar los términos, dado que no faltan pensadores que sostienen que
recién puede hablarse de una nación argentina desde 1880 cuando finalizan los conflictos internos y se consolida un
gobierno central con jurisdicción en todo el territorio.
4. Si se toma la expresión Nación Argentina como
equivalente a Estado Argentino, es necesario decir que el mismo no quedó
constituido el 25 de mayo de 1810, fecha en que se formó un gobierno propio,
pero provisorio, hasta que el Rey, que estaba preso de Napoleón, reasumiera su
corona.
El Estado Argentino sólo surgiría seis años después,
con la Declaración de Independencia.
5. Por otra parte, si se toma la expresión Nación
Argentina en su sentido sociológico -como conjunto de personas que conviven en
un mismo territorio, poseen características comunes y manifiestan el deseo de
continuar viviendo juntas- ya estaba consolidada antes del 25 de mayo. A partir
del 29 de junio de 1550, con la fundación de la ciudad de Barco -la actual
Santiago del Estero- comienza la lenta formación de nuestra nación, que preeviste
al Estado nacional.
Por nuestra
parte, consideramos que en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en
evidencia que la Argentina como nación estaba ya consolidada.
Porque:
1º) Existía
ya en el territorio del Virreynato del Río de la Plata, mayoría de criollos,
algunos de los cuales, como Saavedra y Belgrano -integrantes de la primera
Junta-, desempeñaban funciones públicas de importancia.
2º) Existía,
como lo afirma el sociólogo Guillermo Terrera, una cultura criolla argentina
que, para 1750, tenía características propias y definidas; obteniendose una integración social, reconocible fácilmente
a mediados del siglo XVIII.
3º) No
existían tropas profesionales en número suficiente, para repeler el ataque
extranjero, de modo que la resistencia estuvo a cargo de las milicias criollas
y de los vecinos que se sumaron voluntariamente a la lucha. Sería impensable
que esto ocurriera en una sociedad cuyos integrantes se conformaran con ser una
colonia. Precisamente, la decisión masiva de los criollos de combatir, revela a
un pueblo con identidad propia que asume la defensa de su tierra, pese a la
ausencia del Virrey, que se había replegado a Córdoba.
Señala el historiador Barcia:
“Las Invasiones Inglesas fueron la base de la
Revolución de Mayo de 1810, ya que la
reconquista y triunfo de las improvisadas fuerzas criollas sobre las
aguerridas, disciplinadas y veteranas, tropas de Albión, dio a los hombres del
Plata un sentido de su valía, de su capacidad de resolver problemas por sí”.
6. Por lo señalado, si queremos fijar en una fecha la
vigencia de la nacionalidad argentina, la que podría corresponder es la del 12
de agosto de 1806, cuando se produce la Reconquista de Buenos Aires.
Detenernos hoy a pensar en la patria es
un deber moral. Es parte del mandamiento que nos manda amar a nuestro prójimo.
Y, entre el prójimo, tenemos que querer con mayor predilección a aquellos que
están más próximos. Es decir, a aquellos que están unidos a nosotros por lazos
de sangre, de lengua, de religión, de cultura, de tradición, de historia.
Y es un deber, también como hijos: el
mismo cuarto Mandamiento que nos manda amar a nuestros padres, nos manda
también amar a nuestra patria, porque de los padres y de la patria recibimos la
vida. Y como estamos obligados a amar a nuestros padres, tenemos que amar
también a nuestra patria.
El sacrificio de quienes entregaron su
vida por la patria, nos obliga moralmente a recordarlos y no olvidar nunca a
quienes nos precedieron. Pues la Argentina tiene un pasado; tiene una historia
particular. Nosotros recibimos la cultura que venía de Grecia y de Roma, a
través de España, y, junto con ella, el cristianismo. La fidelidad a esos
valores estaba presente en los hombres que nos legaron la patria. Incluso
cuando fue necesario proclamar la independencia de España, no se hizo como
ruptura con ese pasado, con aquella tradición recibida. Y, especialmente, no se
renegó de la tradición cristiana.
La herencia que recibimos implica una
responsabilidad. No podemos ignorar que la Argentina contemporánea se ha
desviado de la ruta que le señala su tradición. Debemos reconocer que está
gravemente enferma; y su dolencia es, principalmente, espiritual. Nuestra
patria nació cristiana; los próceres se preocuparon de darle, no solamente un
cuerpo, es decir un territorio, sino que quisieron darle también un alma y un
alma cristiana. Eso es algo que no podemos olvidar, es algo de lo que no
podemos renegar, sin traicionar el sueño de nuestros ancestros.
Quien es considerado, con justicia, el
Padre de la Patria, San Martín, fue combatido y obligado al exilio por aquellos
que no aceptaban que el alma de la patria fuese cristiana. Que renegaban de la
tradición hispánica, pues preferían los postulados masónicos de la Revolución
Francesa.
Cabe mencionar que en el congreso de historia organizado
por el Instituto Browniano, en el año 2007, se presentó una ponencia que
sostuvo que el Almirante Brown fue masón[1]. Consideramos
necesario analizar esta cuestión. El trabajo mencionado no presenta ninguna evidencia, y contradice lo
que han constatado historiadores prestigiosos, como el P. Cayetano Bruno[2]. Nuestro
héroe era:
Católico
práctico, asistía a misa los días de guardar en el templo parroquial de San
Telmo, el viejo barrio porteño y, como Belgrano después de Tucumán, el
almirante después de Juncal hizo celebrar misa en acción de gracias en la
Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, patrona de las armas argentinas[3].
A su vez, el capellán de los católicos irlandeses,
P.Antonio Fahy, lo auxilió espiritualmente antes de fallecer, y, según se publicó
en El Nacional: Durante ese momento
supremo manifestó los sentimientos cristianos de que estaba poseído,
respondiendo en términos propios al sacerdote y agradeciendo a Dios aquellas
pruebas de alta misericordia con un guerrero que había salvado tantas veces de
la muerte, para morir tranquilo con todos los auxilios de la religión[4].
Es pertinente aclarar este tema, pues la masonería
fue condenada por el Papa Clemente XII, mediante la Bula In Eminenti[5], de 1738, de modo que el catolicismo profesado
por Brown, al igual que San Martín y Belgrano, establece una incompatibilidad
con aquella institución, a menos que fueran infieles a uno o a la otra.
La importancia de conocer fielmente la
historia, para que no se distorsione la identidad nacional, que la comunidad ha
forjado, fue destacada por el flamante santo, Juan Pablo II, siendo todavía
Arzobispo de Cracovia; él exhortaba a los polacos: “No nos desarraiguemos de
nuestro pasado, no dejemos que éste nos sea arrancado del alma, es éste el
contenido de nuestra identidad de hoy.”
“Una nación vive de la verdad sobre sí misma.”
“No puede construirse el futuro más que sobre este fundamento.”
Es que la
patria es la tierra de los padres. No es solamente un concepto geográfico;
incluye un patrimonio cultural y una historia. Los argentinos que vivimos hoy
en esta patria, la recibimos como herencia del pasado y debemos transmitirla a
las generaciones futuras. Es algo que tenemos en custodia, no nos pertenece. No
la podemos vender, ni mucho menos regalar.
Nunca es más grande y fuerte un pueblo
que cuando hunde sus raíces en el pasado. Cuando recuerda y honra a sus
antepasados. Por eso, debemos mirar hacia ese pasado y recordar el ejemplo de
los héroes nacionales, para pensar después en el presente; para pensar en el
presente sin desanimarnos, a pesar de todo.
Para que, aunque parezcamos una patria y
un pueblo de vencidos, no seamos vencidos en nuestra alma, no seamos vencidos
en nuestro espíritu, en nuestra manera de pensar, en nuestro compromiso de
argentinos y de cristianos.
Frente a la decadencia actual de la Argentina , la peor
tentación, mucho peor que la derrota exterior, es la tentación de la derrota
interior. La tentación del desaliento, la tentación de la desesperación, la
tentación de pensar que no hay nada que hacer. La tentación de rendirnos.
Ojalá que nuestra actitud sea la que tuvo
el Almirante Brown en 1845, cuando, estando prisionero de los ingleses, le
ofrecieron la libertad si apoyaba a los unitarios, contra el General Juan
Manuel de Rosas. Su respuesta fue: mi destino será siempre donde tremole el
pabellón argentino.
* Exposición realizada en el Club de las
Fuerzas Armadas Córdoba, el 14-5-2014.
[1] “A
150 años de su muerte, dejamos planteada nuestra convicción de un Almirante
Brown masón, afirmada en hechos que nos parecen indubitables y que han sido
parte sustancial en el proceso de emancipación de esta parte de América.” Logia
Almirante Guillermo Brown Nº 445. “El Almirante Brown, ¿fue masón?”; ponencia
presentada al Congreso Internacional de Historia, organizado por el Instituto
Nacional Browniano, 30-31-8-2007.
[2] Bruno, P. Cayetano. “Creo
en la vida eterna. El ocaso cristiano de los próceres”; Rosario, Didascalia,
1988, pgs. 81-82.
[3] Gianello, Leoncio.
“Almirante Guillermo Brown”; Buenos Aires, 1957, p. 143.
[4] El Nacional, 7-3-1857.
[5]
“Hemos resuelto y decretado condenar y prohibir ciertas sociedades, asambleas,
reuniones, convenciones, juntas o sesiones secretas, llamadas Francmasónicas o
conocidas bajo alguna otra denominación.
Las condenamos y las prohibimos por medio de esta constitución, la cual
será considerada válida para siempre.”
“Recomendamos a los fieles
abstenerse de relacionarse con dichas asociaciones…para evitar la excomunión,
que será la sanción impuesta a todos aquellos que contravinieren ésta nuestra
orden”.