jueves, 4 de julio de 2013

Visión católica de la política



Centro de Estudios Cívicos
Córdoba
2013



ÍNDICE

1. Vivir y pensar como católicos
2. Cristianismo y patriotismo
3. Ideología y catolicismo
4. Dilema: derecho de resistencia o acción política
5. Identidad nacional y bien común argentino
6. Doctrina de la seguridad nacional y guerra antisubversiva




“Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros no podemos jugar a hacer de Pilatos, lavarnos las manos. No podemos. Debemos mezclarnos en la política porque es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. En la vida no hay cosas fáciles. La política es muy sucia, pero me pregunto: ¿Por qué es sucia? ¿Por qué los cristianos no se mezclaron en política con espíritu evangélico? Es un deber trabajar por el bien común y muchas veces el camino para trabajar es la política”.
Papa Francisco
7-6-2013






VIVIR Y PENSAR COMO CATOLICOS

El título de esta breve reflexión se refiere al conocido refrán: “quien no vive de acuerdo a lo que piensa, termina por pensar según como vive”. Alude, por lo tanto, a la incoherencia entre la forma en que se vive y la Fe que se proclama. Esto se produce, en parte, por desconocimiento de los principios de la religión profesada, especialmente, los directamente vinculados con la actuación de los laicos en el mundo. En ese aspecto, debemos recordar un párrafo del documento “Navega mar adentro”, de la Conferencia Episcopal Argentina (3l-5-2003):
“38. En un país constituido mayoritariamente por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y, por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente frente a los bienes materiales y a los contratos sociales de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan en compromisos cotidianos.”

Lamentablemente, luego de tan duro diagnóstico, cuando, al final del documento, se formulan “Acciones destacadas”, sólo se expresa:
“97 c)....Existen, pero es necesario renovar los esfuerzos para multiplicar la organización de cursos, jornadas, publicaciones de diversos niveles, grupos de estudio y otras iniciativas prácticas, tendientes a la divulgación y conocimiento de la doctrina social.”
Es previsible que tan suave recomendación no haya producido, al cabo de una década, ningún cambio en la situación. Hubiera sido necesaria una disposición expresa, como la siguiente:
En toda institución educativa católica, así como en todas las Parroquias del país, deberá dictarse, antes de Diciembre de 2004, por lo menos un Curso de Doctrina Social de la Iglesia, que será obligatorio para los docentes, alumnos, catequistas, ministros de la Eucaristía, agentes pastorales, y para todos aquellos que desempeñen cargos directivos en cualquier organismo o movimiento laical.

Al señalado desconocimiento de la doctrina, se suma la actitud de quienes consideran que, en determinadas materias, la enseñanza de la Iglesia resulta optativa o sujeta a revisión crítica por los fieles. Podemos citar como ejemplo, lo ocurrido con otro documento reciente, en este caso emitido en el Vaticano, “Jesucristo, portador de agua viva”, dedicado a analizar la “Nueva Era”, corriente cultural de moda, que representa una especie de compendio de posturas que la Iglesia ha identificado como heterodoxas. En este documento se expresa:
“En la cultura occidental en particular, es muy fuerte el atractivo de los enfoques “alternativos” a la espiritualidad. Por otra parte, entre los católicos mismos, incluso en casas de retiro, seminarios y centros de formación para religiosos, se han popularizado nuevas formas de afirmación psicológica del individuo”. (...) Un ejemplo de esto puede verse en el eneagrama, -un instrumento para el análisis caracterial según nueve tipos- que, cuando se utiliza como medio de desarrollo personal, introduce ambigüedad en la doctrina y en la vivencia de la fe cristiana.” (2003, p. l.4)
Después de publicado este documento, en la Argentina siguieron dictándose cursos de Eneagrama en instituciones católicas. En Córdoba, se lo hace en el Centro Manresa (Compañía de Jesús) y en el Seminario Arquidiocesano de Catequesis. Cuando preguntamos a qué se debía esta actitud, se nos contestó que lo afirmado en el documento era la opinión de sus autores. Ahora bien, los autores son: el Pontificio Consejo para la Cultura, y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, por lo que una grave advertencia como la señalada, al menos debería provocar una suspensión de dichos cursos hasta clarificar la situación.

A lo anterior, debe agregarse la conducta de algunos sacerdotes, que provocan confusión entre los fieles, con sus declaraciones públicas. En nuestra provincia, podemos citar al Rector de la Universidad Católica de Córdoba, P. Rafael Velasco, quien, con motivo de la elección del Papa Francisco expresó: “Este proceso de transformación significará –entre otras cosas importantes poner a los pobres y sufrientes en el centro de la vida de la Iglesia y restaurar el diálogo hacia adentro de ella. Es decir, tener sensibilidad con las víctimas y abrir ciertos debates que están clausurados o soterrados; a saber: el acceso a los sacramentos –en particular, la Comunión– por parte de los divorciados y vueltos a casar; o la actitud sacramental respecto de las personas que comparten su vida establemente con otra de su mismo sexo; o la cuestión del celibato optativo o de permitir que hombres casados accedan al ministerio ordenado; o abrir el discernimiento acerca de la posibilidad de ordenación de mujeres”.
(La Voz del Interior, 17-3-13)
En el plano de la política, también es posible advertir la incoherencia de muchos católicos. Baste señalar lo ocurrido en la votación de la ley de fertilización asistida, aprobada recientemente (5-6-13): votaron a favor 204 diputados, 9 se abstuvieron y uno sólo votó en contra. Considerando que los obispos habían recordado que el magisterio considera gravemente inmoral esta práctica médica, y que, según la última encuesta conocida (La Nación, 16-6-13), los católicos argentinos representan el 74,3 % de la población, resulta inexplicable el cómputo indicado. Esto se agrava, al conocer que varios diputados manifestaron en la sesión respectiva su condición de católicos.

Consideramos que hay una cuestión de fondo, que influye indirectamente en las cuestiones ya abordadas. Se trata de creer que la conciencia es la norma suprema que el hombre ha de seguir, incluso contra la autoridad de la Iglesia. El tema es motivo de polémica, incluso entre teólogos; algunos utilizan la fórmula: la conciencia es infalible. Sabemos que la conciencia es la operación de la inteligencia que juzga la bondad o maldad de las acciones. Toda persona puede conocer intuitivamente los principios del orden moral, pues Dios inscribió en el corazón del hombre la ley natural. Pero la conciencia no es infalible, puede estar obscurecida por el error o corrompida por el vicio. Más aún, en nuestra época, dentro de la misma comunidad cristiana, se difunden muchas dudas y objeciones sobre la enseñanza moral de la Iglesia, a tal punto que Juan Pablo II estimó necesario dedicar al tema la Encíclica Veritatis Splendor, para contribuir al discernimiento de los fieles.
Ya el apóstol Pablo exhortaba a Timoteo (2 Tim, 4, l-5): “Proclama la palabra, insiste...Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una multitud de maestros por el prurito de oír novedades, apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.” Uno de esos pruritos consiste en exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto. Desaparece la exigencia de verdad, sustituida por la sinceridad, la autenticidad, el estar de acuerdo con uno mismo, de tal forma que se ha llegado a una concepción subjetivista del juicio moral. Algunas tendencias teológicas llegan a negar la dependencia de la libertad con respecto a la verdad, olvidando las palabras de Cristo: Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8,32).
La libertad reniega de sí misma, cuando no reconoce su vínculo constitutivo con la verdad. Al respecto, los cristianos tienen en la Iglesia y su Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia. Pero, la misma psicología muestra que el sentimiento de culpa es una señal tan necesaria para el hombre como el dolor corporal, que permite conocer la alteración de las funciones vitales normales. Quien no es capaz de sentir culpa está espiritualmente enfermo. Este concepto ya estaba en las Escrituras. Citemos el Salmo l9,l3: ¿Quién es el que conoce todos sus yerros? Purifícame de los míos ocultos.
Esto queda reflejado en la parábola del publicano y el fariseo, orando en el templo (Lc l8, 9-l4); el publicano, con todos sus pecados aparece ante Dios como más justo que el fariseo, pese a todas sus buenas obras. Pues el fariseo no sabe que él también tiene pecados; el silencio de su conciencia lo hace impermeable para Dios, oculto tras el biombo de su conciencia errónea, mientras el grito de la conciencia del publicano lo hace capaz de la conversión.
Lo que muestra la conciencia puede ser un mero reflejo del entorno social y de las opiniones difundidas en él. Es lo que se ha advertido en la Europa del Este, luego de la caída del muro de Berlín: un embotamiento del sentido moral. Como señaló el nuevo Patriarca de Moscú en l990: las facultades perceptivas de hombres que viven en un sistema de engaño se nublan inevitablemente; una generación entera estaría perdida para el bien.

Estos conceptos se proyectan al orden social -aquí seguimos de cerca al Cardenal Ratzinger[1]. La defensa de la Verdad, se considera hoy una muestra de intolerancia y de actitud antidemocrática. La idea moderna de democracia parece estar unida al relativismo, que se presenta como la garantía de la libertad, especialmente de la libertad religiosa y de conciencia.
Hoy se prefiere hablar de valores y no de verdad, para no entrar en conflicto con la exigencia de tolerancia y de relativismo democrático. Pero, ¿en qué se fundamentan los valores sino en una Verdad indiscutible? Simplificando el análisis, podemos decir que sobre esto hay dos posiciones enfrentadas:
1. De un lado, la posición relativista, que quiere separar de la política -por considerarlos peligrosos para la libertad- los conceptos de bien y de verdad. Se rechaza la posibilidad de una Ley Natural. Toda la actividad política y social debe estar sometida a la decisión de la mayoría, que se equipara a la verdad. El derecho depende de la política. Es justo, lo que la ley positiva dispone que es justo. La democracia no se define por el contenido, sino como conjunto de reglas que garantizan el poder para quien gane la elección y cumpla esas reglas.
2. La segunda posición -donde se ubica el catolicismo-, sostiene que la verdad  y la justicia no son productos de la política, sino que las preceden e iluminan. La política es justa y promueve la libertad, cuando sirve a la verdad y a la dignidad del hombre.

Estas dos posiciones se pueden observar en el proceso contra Jesús. Cuando Jesús le dice a Pilato: ...para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad, todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz,  Pilato contesta: ¿Qué es la verdad? (Jn l8,38)
Uno de los más famosos exponentes del positivismo jurídico, Hans Kelsen, considera que la pregunta de Pilato refleja exactamente el necesario escepticismo del político. Por eso también hay una respuesta tácita: la verdad es inalcanzable, y por eso Pilato se retira sin esperar la respuesta de Jesús, dirigiéndose a la multitud. De ese modo, dice Kelsen, somete la decisión del litigio al voto popular. Pilato actúa como un perfecto demócrata. Como no sabe lo que es justo, confía el problema a la mayoría, para que decida con su voto.
Según este enfoque relativista, la democracia no se apoya ni en los valores ni en la verdad, sino en los procedimientos. No hay más verdad que la de la mayoría. No es éste, por cierto, el concepto de democracia que acepta la Iglesia. En la Encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II aclara que: “Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales.(...) Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.” (p. 46)
Ahora bien, de los mismos hechos del relato evangélico, puede hacerse otra interpretación, diferente a la de Kelsen. Jesús reconoció, sin reservas, en el proceso al que fue sometido, el poder judicial del Estado romano, que representaba Pilato. No obstante, cuando Pilato le recrimina: “A mí no me hablas, ¿pues no sabes que está en mi mano el crucificarte, y en mi mano está el soltarte?” Jesús le responde: No tendrías poder alguno sobre mí, si no te fuera dado de lo alto.  Con lo que queda en evidencia que Pilato extralimita su poder y el del Estado, en el momento en que deja de percibirlos como administración fiduciaria de un orden más alto, del que depende la verdad. El gobernador de Judea se desentiende de la verdad y ejerce su cargo público como puro poder.

Resumiendo, cuando el hombre se aparta de la recta doctrina –tanto en la faz pública como en la privada-,  la conciencia se degrada a la condición de mecanismo exculpatorio en lugar de representar la transparencia para reflejar lo divino. La reducción de la conciencia a seguridad subjetiva, significa la supresión de la verdad. Es inaceptable la actitud de quien hace de su propia debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, de manera que se puede sentir justificado por sí mismo.
Son muchos hoy los que juzgan que la doctrina de la Iglesia representa una intransigencia intolerable, y, por lo tanto, debería ser actualizada. Pero ya el Concilio de Trento enseñaba que nadie puede sentirse desligado de observar los mandamientos: “Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que,  al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.”  (Veritatis Splendor, p. l02)
























CRISTIANISMO Y PATRIOTISMO

En un nuevo aniversario de la batalla de la Vuelta de Obligado (20-11-1845), que en la Argentina se conmemora como símbolo de la Soberanía Nacional, nos parece oportuno dedicar este Boletín a analizar la relación entre cristianismo y patriotismo. Nos limitaremos a recordar conceptos aprendidos de uno de nuestros maestros, el P. Alberto Ezcurra, difundidos en sus Sermones Patrióticos[2].
Pensar en la patria es un deber, que nos corresponde como argentinos y también como católicos. Es parte del mandamiento que nos manda amar a nuestro prójimo. Y, entre el prójimo, tenemos que querer con mayor predilección a aquellos que están más próximos. Es decir, a aquellos que están unidos a nosotros por lazos de sangre, de lengua, de religión, de cultura, de tradición, de historia.
Y es un deber, también como hijos: el mismo cuarto Mandamiento que nos manda amar a nuestros padres, nos manda también amar a nuestra patria, porque de los padres y de la patria recibimos la vida. Y como estamos obligados a amar a nuestros padres, tenemos que amar también a nuestra patria.
Se podría decir que alguien que no quiera a su familia, que no se preocupe por ella, no es un buen católico. Exactamente lo mismo podemos expresar de quien se dice católico, pero no es capaz de querer esta tierra en la que Dios lo hizo nacer. A este rincón del planeta que se llama Argentina. Porque no nacimos aquí por casualidad, sino que fue la Providencia quien quiso que viniéramos a la vida en este lugar y en este momento histórico.
Ese deber de los católicos para con la patria, es algo que nos enseña toda la historia de la Iglesia, y el magisterio pontificio. El Papa León XIII, el gran pontífice de la Rerum Novarum, documento donde manifestó su preocupación por los trabajadores, amaba también a la patria y nos enseña a quererla. Dice que: “el amor sobrenatural de la Iglesia y el amor natural a la patria, son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, porque la Causa y el Autor de la Iglesia y de la Patria es el mismo Dios. De lo cual se sigue que no puede darse contradicción entre estas dos obligaciones.”
Por su parte, el Papa San Pío X, manifestó a un grupo de peregrinos en Roma: “Sí, es digna no sólo de amor sino de predilección la Patria, cuyo nombre sagrado despierta en nuestro espíritu los más queridos recuerdos y hace estremecerse todas las fibras de nuestra alma”. “Si el catolicismo fuera enemigo de la Patria, no sería una religión divina.”
Cuando Juan Pablo II visitó la Argentina, en un momento difícil, les dijo a los Obispos: “La universalidad, dimensión esencial en el pueblo de Dios, no se opone al patriotismo ni entra en conflicto con él. Al contrario, lo integra, reforzando en el mismo los valores que tiene, sobre todo el amor a la propia Patria, llevado si es necesario hasta el sacrificio.”
El sacrificio de quienes entregaron su vida por la patria, nos obliga moralmente a recordarlos y no olvidar nunca a quienes nos precedieron. Pues la Argentina tiene un pasado; tiene una historia particular. Nosotros recibimos la cultura que venía de Grecia y de Roma, a través de España, y, junto con ella, el cristianismo. La fidelidad a esos valores estaba presente en los hombres que nos legaron la patria. Incluso cuando fue necesario proclamar la independencia de España, no se hizo como ruptura con ese pasado, con aquella tradición recibida. Y, especialmente, no se renegó de la tradición cristiana.
La herencia que recibimos implica una responsabilidad. No podemos ignorar que la Argentina contemporánea se ha desviado de la ruta que le señala su tradición. Debemos reconocer que está gravemente enferma; y su dolencia es, principalmente, espiritual. Nuestra patria nació cristiana; los próceres se preocuparon de darle, no solamente un cuerpo, es decir un territorio, sino que quisieron darle también un alma y un alma cristiana. Eso es algo que no podemos olvidar, es algo de lo que no podemos renegar, sin traicionar el sueño de nuestros ancestros.
Quien es considerado, con justicia, el Padre de la Patria, San Martín, fue combatido y obligado al exilio por aquellos que no aceptaban que el alma de la patria fuese cristiana. Que renegaban de la tradición hispánica, pues preferían los postulados masónicos de la Revolución Francesa. Aún desde Europa, San Martín continuó hasta su muerte preocupándose por el cuerpo y el alma de la Argentina. En varias de sus cartas aboga por una mano firme que ponga orden en la patria. Cuando esa mano firme enfrenta al invasor extranjero, en la Vuelta de Obligado, San Martín redacta su testamento, disponiendo:
“El sable que me ha acompañado en la independencia de América del Sur, le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que como argentino he tenido de ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla.”

La importancia de conocer la historia nacional, fue destacada por el beato Juan Pablo II, siendo todavía Arzobispo de Cracovia: “No nos desarraiguemos de nuestro pasado, no dejemos que éste nos sea arrancado del alma, es éste el contenido de nuestra identidad de hoy.” “Una nación vive de la verdad sobre sí misma.” “No puede construirse el futuro más que sobre este fundamento.” “Que nadie se atreva a poner en tela de juicio nuestro amor a la Patria. Que nadie se atreva.”
Es que la patria es la tierra de los padres. No es solamente un concepto geográfico; incluye un patrimonio cultural y una historia. Los argentinos que vivimos hoy en esta patria, la recibimos como herencia del pasado y debemos transmitirla a las generaciones futuras. Es algo que tenemos en custodia, no nos pertenece. No la podemos vender, ni mucho menos regalar.
Nunca es más grande y fuerte un pueblo que cuando hunde sus raíces en el pasado. Cuando recuerda y honra a sus antepasados. Por eso, debemos mirar hacia ese pasado y recordar el ejemplo de los héroes nacionales, para pensar después en el presente; para pensar en el presente sin desanimarnos, a pesar de todo. Para que, aunque parezcamos una patria y un pueblo de vencidos, no seamos vencidos en nuestra alma, no seamos vencidos en nuestro espíritu, en nuestra manera de pensar, en nuestro compromiso de argentinos y de cristianos.
Frente a la decadencia actual de la Argentina, la peor tentación, mucho peor que la derrota exterior, es la tentación de la derrota interior. La tentación del desaliento, la tentación de la desesperación, la tentación de pensar que no hay nada que hacer. La tentación de rendirnos; la de olvidarnos lo que nos enseñaba el P. Castellani: de que la pelea vale la pena pelearla, y de que Dios no nos exige que venzamos, porque a vences el triunfo no depende de nosotros, pero Dios sí nos exige que no seamos vencidos.
Queremos terminar recordando la última parte de la Oración rezada por el P. Ezcurra, con motivo de la repatriación de los restos de Rosas:

Te rogamos Señor, que le des a Don Juan Manuel de Rosas el descanso eterno; y que a nosotros nos niegues el descanso, nos niegues la tranquilidad, la comodidad y la paz, hasta que, con los escombros de esta Patria en ruinas, sepamos edificar la Argentina grande que Juan Manuel amó, en la cual soñó y por la cual entregó su vida”. Así sea.

















IDEOLOGÍA Y CATOLICISMO*

A partir de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética (1989/90), surgió la creencia generalizada de que han perdido vigencia las ideologías, tesis que fundamentó teóricamente el autor Francis Fukuyama (El fin de la historia), quien sostenía que al ser derrotado el comunismo, sólo quedaba vigente el liberalismo capitalista. Se le podría contestar, parafraseando una célebre expresión: las ideologías que vos matáis, gozan de buena salud. En especial, sigue vigente la interpretación marxista del mundo y de la historia, aunque con un enfoque renovado que la hace aún más peligrosa.
En efecto, en la segunda mitad del siglo XX surgió el aporte del italiano Antonio Gramsci, quien sostuvo que no puede haber revolución sin una previa toma de conciencia, y que ésta se origina y se desarrolla en el ámbito de la superestructura, no en la infraestructura (relaciones económicas). Por lo tanto, la conquista del Estado pasa por la transformación de la sociedad civil en la que el Estado se apoya. La revolución socialista no podrá prescindir de las armas de la inteligencia y de la moralidad; las ideas y los valores son los explosivos más eficaces. Por eso, los dirigentes revolucionarios deben obtener el poder, infiltrándose en el aparato del Estado, en los medios de comunicación, en las universidades, en las escuelas, en las parroquias. Como en la larga marcha de Mao, pero no a través de las montañas, sino de las instituciones. El enfoque gramsciano utiliza el poder blando, que influye mediante la persuasión y el paulatino dominio de la cultura, que busca cambiar el sentido común de las personas.
Los católicos necesitan conocer el peligro que implican las ideologías, pues están perdiendo la guerra cultural. Gramsci lo dice con crudeza: el “pensamiento social” católico tiene sólo valor académico, pero no como elemento de vida política e histórica, directamente activo.

Análisis del concepto de ideología
1. La palabra ideología recién comienza a usarse a fines del siglo XVIII, en Francia, y tiene rápida difusión pues designa una característica de la mentalidad que se impone. Ideología pretende ser la ciencia de las ideas; no es sinónimo de doctrina o que un sistema de conocimientos científicos o técnicos. Es un sistema cerrado de ideas que se constituye, para la persona que se identifica con él, en fuente de toda verdad, de toda rectitud práctica o moral. No alcanza vigencia, por lo tanto, en el exclusivo plano intelectual, sino que funde en una sola las funciones teórica y práctica de la inteligencia, para aplicarla a una tarea creadora. Procura transformar de raíz al hombre y a la sociedad, a la que se ve como la única dimensión real del hombre nuevo, debiendo por eso ser modificada para que sea expresión fiel del cambio del individuo.
No debe ser confundida la ideología con un sistema de principios de acción política o social; dicha acción se ejerce sobre una realidad cuya naturaleza es la que fundamenta esos principios. En cambio, la ideología no supone ninguna naturaleza real y reconoce principios: todo debe ponerlo ella, de modo que si la acción se inspira en una ideología, es inconcebible que yerre, pues emana de ella la única verdad y no requiere de ningún otro punto de referencia.
La ideología tiene un concepto de verdad que no es el que han explicado los filósofos: la adecuación del intelecto y la realidad. La verdad es la ideología, y la realidad sólo se revela cuando es iluminada por ella, desapareciendo así lo imprevisible y lo contingente. La ideología es verdadera porque es la única interpretación completa y cabal de la realidad. Por ello, Proudon afirmaba que la revolución nunca se encuentra en el error.

2. El fenómeno histórico de la aparición y desarrollo de las ideologías corresponde a un proceso único, consistente en la gradual reversión del hombre hacia la afirmación de su absoluta autonomía e independencia; es el proceso de la liberación del hombre. Como consecuencia de lo señalado, lo opuesto a una ideología no es otra ideología de signo contrario –así como lo opuesto a una enfermedad no es otra enfermedad-, sino el orden propio de la existencia humana, determinado por las leyes de la naturaleza y de la Redención.
La actitud ideológica es contagiosa; es tal la seducción que ejerce el ideólogo que suele producir una reacción equivocada en quienes se oponen a él. En efecto, se reduce la reacción a un retraimiento escéptico, una posición dubitativa ante todo lo que implique acción política o manifestación de interés por el destino colectivo. Esta posición, que, además, busca refugio en la comodidad y seguridad materiales, crea un vacío frente al poder ideológico, en el cual se desorientan quienes no participan de él, y se cae en la tentación de resistir a las ideologías adoptando su estilo y sus métodos y emulando su triunfalismo.
Lo opuesto a la actitud ideológica, entonces, es la de la sabiduría, fin perfectivo del hombre, en sus dimensiones contemplativa y práctica. En ella consiste la salud, frente a la enfermedad de la ideología, que mata en su misma raíz el alma espiritual del hombre.

3. Consideramos que el análisis mejor logrado sobre el tema ideológico, desde la perspectiva católica, se halla en la Carta Apostólica Octogesima Adveniens, del Papa Pablo VI.  Intentaremos un resumen de dicho análisis.
El cristiano que quiera actuar en la política, concebida como servicio, no puede adherirse a sistemas ideológicos que se oponen a su fe y a su concepción de la persona humana. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la comunidad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al ser humano.
Tampoco apoya la comunidad cristiana a la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencia más o menos automáticas de iniciativas individuales, y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social.

4. Pese al peligro de adherirse a una ideología, ya Juan XXIII, en la Pacem in terris, muestra que es posible distinguir entre las teorías filosóficas falsas, con los movimientos políticos, que tengan su origen en esas teorías. Las teorías, una vez fijadas y formuladas, no cambian más; los movimientos, no pueden menos que ser influenciados por las condiciones mudables de la vida. Por lo explicado, en la medida en que esos movimientos respondan a justas aspiraciones de la persona humana, se puede reconocer en ellos aspectos positivos y dignos de aprobación. Por ello, los laicos con vocación política deben efectuar un atento discernimiento para afirmar en sus opciones prácticas lo específico de la aportación cristiana para una transformación positiva de la sociedad.

5. Una característica de la época es la debilidad de las ideologías cuando deben aplicarse a sistemas concretos de gobierno, y no pueden evitar que se extienda en la población un profundo malestar. De allí que se asista a la proliferación de lo que ha dado en llamarse utopías (utopía: lugar que no existe), las cuales pretenden resolver el problema político de las sociedades modernas mejor que las ideologías. Lo más grave de esta forma actual de romanticismo, es que afecta a menudo a los grupos católicos, que se conforman con imaginar que el futuro será mejor que el presente, cayendo en un enfoque evolucionista que postula el progreso indefinido.

6. A modo de conclusión, queremos citar una frase de Mons. Crepaldi, director del Observatorio Van Thuan, que nos orienta en este tema: “El católico comprometido en política debería poner atención a las trampas de estas ideologías, que son muy insidiosas. Debería ser guiado por un sano realismo, es decir, por un realismo cristiano. La verdad es la realidad. El bien no es otra cosa que la realidad en cuanto deseable. Que el católico se atenga a esta realidad y verá que a menudo las cosas no son como las ideologías las presentan. Que mantenga una libertad de juicio, que promueva puntos de vista alternativos, y hoy el realismo católico es la aproximación a los problemas más alternativa que exista” (Zenit, 25-11-2010).

* Tema expuesto en la Cátedra Juan Pablo Magno, el 5-11-2011, como síntesis de la bibliografía citada.

Fuentes utilizadas:
Crepaldi, Mons. Gianpaolo. “Los católicos y las nuevas ideologías”; Zenit, 25-11-2010.
Gómez Pérez, P. Rafael. “Gramsci. El comunismo latino”; EUNSA, 1977.
Gramsci, Antonio. “Las maniobras del Vaticano”; Buenos Aires, Ediciones Godot Argentina, 2010.
Pablo VI. Carta Apostólica Octogesima Adveniens, 1971.
Widow, Juan Antonio. “El hombre, animal político”, Buenos Aires, Forum, 1984, pp. 128-141.

























DILEMA: DERECHO DE RESISTENCIA O ACCIÓN POLÍTICA (*)

Ponencia: En el mundo contemporáneo es frecuente el impulso a utilizar el derecho de resistencia frente a los abusos de la autoridad pública. Estimamos, sin embargo, que en la mayoría de los casos: a) o no se justifica el empleo de este recurso, b) o bien el intento está condenado al fracaso, por carecer de viabilidad, deviniendo entonces en una actitud imprudente e ineficaz. En ambos casos, existe renuencia a la acción política, considerando que es insuficiente para lograr la solución de los problemas, o por  que conduce inevitablemente a una conducta inmoral.

Fundamentación:
1. La doctrina establece cuatro tipos o grados de resistencia, que permiten matizar la aplicación de los principios, según las circunstancias y el juicio prudencial: Resistencia pasiva - Resistencia activa (legal  o de hecho) – Rebelión.
Tanto para la rebelión como para la resistencia activa de hecho, deben tenerse en cuenta los requisitos que fija la doctrina, resumida en el Catecismo:
“La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haberse agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.” (Nº 2243)

2. Las indicaciones doctrinarias son precisas, y deben servir para evitar insurrecciones o guerras civiles, cuando no se dan las condiciones mínimas para asegurar el bien común[3]. En palabras de Pablo VI: “No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor” (PP, 31).
 Como les advirtió severamente Juan Pablo II a los políticos irlandeses: “Los que recurren a la violencia sostienen siempre que solamente la violencia conduce al cambio. Afirman que la acción política no puede conseguir la justicia. Vosotros, los políticos, debéis demostrar que están equivocados. Debéis mostrar que hay un camino pacífico, político, para la justicia. La violencia florece mejor, cuando hay un vacío político o una repulsa del movimiento político”[4].

3. Suele suceder, entre algunos intelectuales o dirigentes católicos, que invocan frecuentemente el derecho de resistencia, no porque estén dadas las condiciones que lo justifican moralmente, sino por rechazo al régimen político vigente, que consideran debe ser modificado de raíz pues impide un gobierno que garantice el bien común.
Procurar el reemplazo de los procedimientos actuales de selección de gobernantes, constituye un noble esfuerzo, siempre que la alternativa propuesta sea factible y no una fórmula teórica, para ser aplicada en un futuro indefinido. Sobre eso escribió Pablo VI: “La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas”[5].

4. Si se sostiene que no se puede -o no se debe- actuar dentro del sistema político vigente, pues el sistema es la enfermedad, quedamos paralizados de entrada. El sistema institucional vigente nos incluye, mal que nos pese, puesto que somos ciudadanos de éste Estado, y debemos sujetarnos a los trámites oficiales, cobrar sueldos o jubilaciones, pagar las multas e impuestos, etcétera.
La única manera efectiva de procurar un cambio es participando activamente en la vida cívica. Pero para eso, se debe partir de dos premisas doctrinarias: la licitud moral del voto[6], y la obligación de respetar el régimen institucional vigente[7], sin que ello implique avalar las imperfecciones que atribuyamos al sistema electoral y a la Constitución vigentes.

5.  Algunos objetan estas premisas:
5.1.  El artículo 2240 del Catecismo referido al voto, estaría interpretado simpliciter –de modo directo o simplista-, y correspondería hacerlo secundum quid –matizado según las circunstancias.
Sin embargo, al aprobar el texto del Catecismo, Juan Pablo II manifestó: “Lo reconozco como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y como norma segura para la enseñanza de la fe”[8]. Si para interpretarlo adecuadamente fuese necesario conocer teología y latín, no sería una norma segura pues no sería posible una interpretación unívoca. En conclusión, debe ser interpretado simpliciter.
5.2.  Sobre la encíclica Au milieu des solicitudes, se alega que estuvo dirigida a los franceses, en una situación determinada, por tanto lo que expone no es magisterio universal. Pero la misma enseñanza se reiteró posteriormente y no hay ningún documento que contradiga el criterio fijado. Pío XI, en la carta apostólica Firmissimam constantiam, dirigida a los obispos mejicanos, luego de la guerra cristera, explica que: “un católico se guardará de descuidar, por ejemplo, el ejercicio del derecho de votar cuando entran en juego el bien de la Iglesia o de la patria” (p. 40).

6. No se trata, por cierto, de intervenir en la vida pública, para adaptarse a lo que sostiene la mayoría, sino, precisamente, para defender y procurar aplicar, con firmeza, la propia doctrina.
Tampoco la decisión de participar en política implica que todos se sientan obligados a afiliarse a un partido, ni mucho menos a postularse como candidatos. También la emisión del voto, deberá quedar librada a la conciencia individual.

Objeciones a la participación en política
7. La Iglesia siempre ha considerado válido cualquier sistema político que asegure el bien común; por eso, cada persona tiene derecho a preferir uno en particular. Pero es obvio, que en un país como el nuestro, donde rige el sistema republicano desde hace dos siglos, no habrá posibilidad de cambiarlo por otro, a menos que sea interviniendo en el régimen vigente o utilizando la fuerza.

8. De las dos premisas indicadas, se infiere la necesidad de actuar en política, utilizando las herramientas que permite la legislación, sin desconocer las dificultades que conlleva esa decisión. La compleja y desagradable realidad contemporánea puede hacer caer en dos tipos de convicciones erróneas, que, a su vez, conducen a estrategias diferentes para enfrentar la realidad.

Primera posición:
9. Algunos sostienen que, como existe un oligopolio partidocrático que restringe las chances electorales a dos o tres partidos o alianzas, es un esfuerzo inútil aceptar el combate electoral, con el consiguiente desgaste de dinero y energías que podrían ser mejor empleadas.
Entonces, aducen, mientras no cambie el panorama, conviene concentrar el esfuerzo en el combate intelectual, formando a los jóvenes que en el futuro podrán ocuparse de la política.

10. La acción cultural no debe descuidarse, por el contrario debe acentuarse, perfeccionando los instrumentos correspondientes. Pero, como enseña el Magisterio y demuestra la historia, en última instancia es el poder político el que determina, incluso, las posibilidades de la acción cultural[9].
Refugiarse en cenáculos intelectuales, hasta que se produzca el cambio que soñamos, es caer en la utopía. Afirmaba Juan XXIII: “tengan presente que el crecimiento de todas las cosas es una ley impuesta por la naturaleza y que, por tanto, en el campo de las instituciones humanas no puede lograrse mejora alguna si no es partiendo paso a paso desde el interior de las instituciones”[10].

Segunda posición:
11. Se alega que, como la corrupción de la política se acelera y se vulneran gravemente los llamados valores no negociables, es necesario enfrentar con energía al gobierno, ejerciendo el derecho de resistencia.

12. El derecho de resistencia puede y debe aplicarse, cuando se dan las condiciones que fija el Catecismo. Saltear los tres grados previos (resistencia pasiva, resistencia legal, resistencia activa de hecho), para promover la rebelión armada, no es lícito moralmente, y es un planteo ineficaz y suicida[11].
Un caso concreto de aplicación de la doctrina lo encontramos en la Carta Encíclica de Pío XI Acerba anima, donde el Papa explica que, al haberse mitigado parcialmente la persecución religiosa en México “parecía conveniente suspender las medidas de resistencia, que podían ser cada vez más dañosas al pueblo cristiano, y adoptar otras medidas más adecuadas a la nueva situación” (p. 10).

13. Que la política contemporánea ofrece un panorama desolador, nadie lo puede negar, pero ante este horizonte, consideramos que no basta con trabajar en el campo de la cultura, y criticar la realidad presente, esperando que se produzca un cambio positivo, puesto que: “El poder es la facultad de mover la realidad, y la idea no es capaz por sí misma de hacer tal cosa”[12].
Como se pregunta el P. Gómez Pérez[13], ¿qué hacer mientras tanto? Porque, si mientras damos el buen combate en el plano religioso e intelectual, nos abstenemos de actuar a través de las instituciones vigentes, “la política, que es un asunto humano de primera importancia, queda relegada al campo de lo casi pecaminoso y, de rechazo, el cristianismo se convierte en algo ya ultraterreno, cuando en realidad su dimensión trascendente no ahorra ahora sino que estimula la acción en las entrañas de la historia”.

 14. Si desde hace un siglo se ha producido el alejamiento de los católicos de la actividad política, ello se debe a un menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según Irazusta- y a una cierta pereza mental que impide imaginar soluciones eficaces para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época.
Asumir una posición rigorista en temas de procedimiento, implica colocar a quien defiende la necesidad de actuar en la vida cívica, pese a las dificultades, en una situación casi herética, siendo que dicha participación ha sido insistentemente recomendada por los Papas[14].
La posición rigorista llega a extremos insólitos; el prestigioso autor Stan Popescu, sostiene que: "Durante dos mil años, la humanidad se desarrolló y evolucionó sin política"; "La filosofía de la política va ligada estrechamente a la teología del infierno. La política no es una creación divina…" [15].

15. El enfoque realista en materia política ha sido destacado por Joseph Ratzinger[16]:
“Ser sobrios y realizar lo que es posible en vez de exigir con ardor lo imposible ha sido siempre cosa difícil… El grito que reclama grandes hazañas tiene la vibración del moralismo; limitarse a lo posible parece, en cambio, una renuncia a la pasión moral, tiene el aspecto del pragmatismo de los mezquinos”.
Los consejos de Santo Tomás Moro, Patrono de los Gobernantes y Políticos, nos estimulan a continuar el arduo camino de servir al bien común con los instrumentos disponibles
“La imposibilidad de suprimir enseguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos”[17].

Conclusión
El cristianismo siempre ha considerado a la política como una actividad noble, pero no deben confundirse los planos y pretender con la política lograr la perfección de una sociedad; es imprescindible, sin embargo, para ayudar “a reducir el mal y a acentuar el bien lo más posible, y a crear un orden de convivencia estable”[18]. Si, como afirma Aristóteles[19], es imposible que esté bien ordenada una ciudad que no esté gobernada por los mejores sino por los malos, resulta imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas.

(*) Ponencia presentada al III Congreso Nacional de Filosofía del Derecho, Derecho Natural, Política y Bioética; en Resistencia (Chaco), 2/4-9-2011.

Bibliografía consultada
Aquino, Santo Tomás de. “Del gobierno de los príncipes”; Buenos Aires, 1945, T. I.
Castaño, Sergio Raúl. “Defensa de la política”; Buenos Aires, Editorial ábaco de Rodolfo Palma, 2003.
Doctrina Pontificia; Madrid, 1958, T. II, Documentos Políticos.
Irazusta, Julio. “La Política, cenicienta del espíritu”; Buenos Aires, Dictio, 1977.
Messner, Johannes. “Ética social, política y económica; a la luz del derecho natural”; Madrid, Rialp, 1967.
Portela, Jorge. “La justificación iusnaturalista de la desobediencia civil y de la objeción de conciencia”; Bs.As., EDUCA, 2005.
Unión Internacional de Estudios Sociales (Malinas). “Código de Moral Política”; Santander, Sal Terrae, 1959.

IDENTIDAD NACIONAL Y EL BIEN COMÚN ARGENTINO

Nos parece necesario analizar el tema propuesto, con motivo  del Bicentenario de la Argentina, en un momento de profunda crisis en el país.

1. Hoy existe en la Argentina, como nunca antes, un desaliento generalizado sobre su destino y una falta notoria de interés por la acción cívica. Resulta evidente la desconfianza o el desprecio que genera la política en la mayoría del pueblo, que, según la teoría liberal, posee la soberanía. Como señala Mons. Aguer: “Lo que hoy pareciera más notable es un clima de irritación, de división, de descontento, de protesta, de queja, una especie de atomización social que estamos padeciendo”[20]. Estos síntomas evidencian que está debilitada la concordia, factor imprescindible para que exista una nación en plenitud, y para que se cumpla un anhelo de la Oración por la Patria: el compromiso por el bien común.

2. De allí, entonces, la importancia de conocer la propia historia nacional. Pues, como enseña el Profesor Widow, “cada cual es lo que ha sido. Condición indispensable para asumir la propia realidad es, por consiguiente, el juicio recto sobre el pasado: es la única base posible para una rectificación o ratificación de intenciones y conductas, evitando las ilusiones y los complejos”[21].

3. El doble centenario de un país, es ocasión propicia para reflexionar en profundidad sobre los problemas y la mejor manera de superarlos en el futuro, de allí que sea razonable que se hable de un Pacto del Bicentenario. Pero debemos precisar los términos, puesto que, en realidad, se trata de un aniversario equívoco, por lo que es necesario distinguir dos aspectos involucrados en esta celebración. En efecto: ¿el bicentenario alude a la nación o al Estado argentino?

4. Si se toma la expresión Nación Argentina como equivalente a Estado Argentino, es necesario decir que el mismo no quedó constituido el 25 de mayo de 1810, fecha en que se formó un gobierno propio, pero provisorio, hasta que el Rey, que estaba preso de Napoleón, reasumiera su corona. En efecto, al asumir sus cargos los integrantes de la Junta Provisional Gubernativa, consta en el acta de acuerdos del Cabildo que: “el presidente [Saavedra], hincado de rodillas y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, prestó juramento de desempeñar lealmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano Fernando VII y sus legítimos sucesores y guardar las leyes del Reino...”.
El Estado Argentino sólo surgiría seis años después, con la Declaración de Independencia.

5. Por otra parte, si se toma la expresión Nación Argentina en su sentido sociológico -como conjunto de personas que conviven en un mismo territorio, poseen características comunes y manifiestan el deseo de continuar viviendo juntas- ya estaba consolidada antes del 25 de mayo. A partir del 29 de junio de 1550, con la fundación de la ciudad de Barco -la actual Santiago del Estero- comienza la lenta formación de nuestra nación. Consideramos que en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en evidencia que la Argentina como nación estaba ya consolidada. Apuntemos al respecto varios elementos.

  1º) Existía ya en el territorio del Virreynato del Río de la Plata, mayoría de criollos, algunos de los cuales, como Saavedra y Belgrano -integrantes de la primera Junta-, desempeñaban funciones públicas de importancia.
  2º) Existía, como lo afirma el sociólogo Guillermo Terrera, una cultura criolla argentina que, para 1750, tenía características propias y definidas[22].
  3º) No existían tropas profesionales en número suficiente, para repeler el ataque extranjero, de modo que la resistencia estuvo a cargo de las milicias criollas y de los vecinos que se sumaron voluntariamente a la lucha. Sería impensable que esto ocurriera en una sociedad cuyos integrantes se conformaran con ser una colonia. Precisamente, la decisión masiva de los criollos de combatir, revela a un pueblo con identidad propia que asume la defensa de su tierra, pese a la ausencia del Virrey, que se había replegado a Córdoba.

6. Por lo señalado, si queremos fijar en una fecha la vigencia de la nacionalidad argentina, la que corresponde es la del 12 de agosto de 1806, cuando se produce la Reconquista de Buenos Aires. Con buen criterio, en Salta se ha constituido una comisión de homenaje a “La década del bicentenario argentino: 2006-2016”.

7. Desde el comienzo de la vida independiente, el Estado Argentino fue el marco formal de una sola nación, por lo que ambos aspectos mencionados están estrechamente vinculados; a lo que puede agregarse que uno de los factores concurrentes en el debilitamiento de nuestra nación, es la parálisis del Estado. El Estado es una entidad jurídico-política al servicio del bien común, que no existe en toda sociedad[23]. Supone una delimitación explícita del poder discrecional; la hipertrofia del poder personal del gobernante, sin frenos, es un síntoma de la ausencia de un Estado.

8. En toda institución -y el Estado es la de mayor envergadura en un territorio determinado-, el dirigente se subordina a la finalidad perseguida y a las normas establecidas. El gobierno no encuadrado en un Estado, es errático y caprichoso; sirve únicamente para el enriquecimiento e influencia individual de los gobernantes, que no pueden lograr el funcionamiento eficaz de la estructura gubernamental. De allí la paradoja de culpar al Estado de todos los problemas, cuando el origen de los problemas es la ausencia del Estado, como órgano de síntesis, previsión y conducción, de una sociedad territorialmente delimitada, que procura el bien común[24]. Es decir, que sólo puede calificarse de Estado, aquel que cumple las tres funciones señaladas –síntesis, previsión, conducción.

9. Si un Estado no posee, en acto, estas funciones, ha dejado de existir como tal o ha efectuado una transferencia de poder en beneficio de organismos supraestatales, o de actores privados, o de otro Estado. Ésta es, precisamente, la situación argentina: la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, al analizar el conflicto con el campo (26-6-08), cuestionó en un dictamen el “grave deterioro del sistema institucional que diluye la firmeza propia de un auténtico Estado de Derecho”.
Como hipótesis, sostenemos que el Estado argentino dejó de funcionar como tal a partir de junio de 1970, pues desde esa fecha se advierte claramente que resultaron afectadas las tres funciones básicas.

10. Si es correcto el análisis, la prioridad absoluta consiste en restaurar el Estado, y procurar que actúe eficazmente al servicio del bien común. Esto requiere dilucidar, previamente, dos cuestiones:  la forma de discernir el bien común concreto; y si el Estado sigue siendo el instrumento apto para procurarlo.

11. Frente a las diversas propuestas de políticas públicas, es necesario detectar la respectiva posición subyacente, que siempre está ligada a la ideología o doctrina del gobernante, candidato o partido que las sostienen. Puede servir como guía para el análisis, el hecho de que el bien común siempre se vincula a otros dos principios del orden social: solidaridad y subsidiaredad.
11.1. Quien profesa -expresa o tácitamente- el liberalismo tiende a descuidar o restringir la solidaridad, para acentuar los derechos individuales, en especial el de propiedad privada.
11.2 Quien promueve el colectivismo -como el marxismo o el fascismo- suprime o debilita la subsidiariedad.
11.3. Como explica un autor uruguayo, se puede representar gráficamente sobre un eje longitudinal la forma de concebir el papel del Estado: “Si uno se mueve desde el centro hacia la derecha sobre el referido eje horizontal, llega un momento en que deja de respetar el principio de solidaridad. En cambio, si uno se mueve desde el centro a la izquierda, llega un momento en que deja de respetar el principio de subsidiariedad. Entre ambos puntos está la zona del pluralismo político legítimo”[25].
11.4. Recordemos la definición de Bien Común: consiste en una paz y seguridad de las cuales las familias y cada uno de los individuos puedan disfrutar en el ejercicio de sus derechos, y al mismo tiempo, en la mayor abundancia de bienes espirituales y temporales que sea posible en esta vida mortal mediante la concorde colaboración activa de todos los ciudadanos (Pío XI, Divini illius magistri).  Puede determinarse, entonces, –ya sea de los antecedentes o de los proyectos- si se procura o no el Bien Común. Puesto que ello no depende de la capacidad económica o poderío político del país respectivo, sino de la orientación del Estado en las políticas públicas.
Valga como prueba que el Índice de Desarrollo Humano –que refleja en gran medida la calidad de vida de la población- muestra siete países, de los diez mejor ubicados, no son precisamente los más importantes. En efecto, en orden decreciente figuran: Noruega (1), Australia (2), Países Bajos (4), Nueva Zelanda (6), Irlanda (7), Suecia (8) y Suiza (9).[26] Argentina está ubicada en el puesto 45, debajo de Chile (40).

12. Sobre la otra cuestión a resolver, recordemos que es clásico el concepto de sociedad perfecta atribuido al Estado. Se entiende por perfecta una sociedad que posee en sí todos los medios para alcanzar su propio fin; en el caso del Estado significa que dispone de capacidad propia para lograr el bien común público. La doctrina social de la Iglesia, reconoce dos sociedades perfectas: el Estado en lo temporal, y la Iglesia en lo espiritual.

13. Un párrafo  de la Encíclica Pacem in Terris, que advierte sobre la dificultad actual para que el Estado pueda lograr, en forma aislada, el bien común[27], expresa un criterio que muchos comparten. No cabe duda que la globalización limita y condiciona el accionar del Estado, no sólo en el plano internacional, sino dentro de sus propias fronteras. Pero, como ha señalado el Prof. Bidart Campos[28], el carácter de sociedad perfecta equivale a tener en sí la posibilidad de buscar los medios necesarios para procurar el bien común, lo que a veces puede realizar dentro de sí mismo, y otras veces fuera de sí mismo. A pesar de la capitis diminutio que experimenta, sigue siendo el Estado sociedad perfecta, y es el único órgano que se ocupa de procurar el bien común de una población determinada, en un territorio determinado. Coincide con este criterio la  encíclica Caritas in Veritate[29].

14. Analizadas las dos cuestiones señaladas, podemos retomar la reflexión sobre la restauración del Estado argentino. Ello no ocurrirá como consecuencia necesaria de elaborar un buen diagnóstico. Es insensato confiar en que, precisamente en el momento más difícil de la historia nacional, podrá producirse espontáneamente un cambio positivo. Sólo podrá lograrse si un número suficiente de argentinos con vocación patriótica, se decide a actuar en la vida pública buscando la manera efectiva de influir en ella. La acción política no puede limitarse a exponer los principios de un orden social abstracto. La doctrina tiene que encarnarse en hombres que cuenten con el apoyo de muchos, formando una corriente de opinión favorable a la aplicación de la doctrina.

15. Aquí tropezamos con un generalizado abstensionismo cívico, actitud reiteradamente cuestionada por el Magisterio Pontificio[30]. Nos parece que, si a la política se la sigue considerando la “cenicienta del espíritu” –en expresión de Irazusta-, seguirá careciendo el país de suficientes políticos aptos en el servicio a la comunidad. No puede extrañar que esta actividad genere recelos, pues es la función social más susceptible a la miseria humana, la que exacerba en mayor medida las pasiones y debilidades. Pero la situación actual en nuestro país es, y desde hace mucho tiempo, verdaderamente patológica; la mayoría de los buenos ciudadanos, comenzando por los más inteligentes y preparados, abandonan deliberadamente la acción política a los menos aptos y más corruptos de la sociedad, salvo honrosas excepciones.

16. Explica Marcelo Sánchez Sorondo que: “…al ocurrir la vacancia del Estado por el ilegítimo divorcio entre al Poder y los mejores, en la confusión de la juerga aprovechan para colarse al Poder los reptiles inmundos que, denuncia Platón, siempre andan por la vecindad de la política, como andan los mercaderes junto al Templo”[31]. Se ha llegado a esta situación por un progresivo y generalizado aburguesamiento de los ciudadanos, de acuerdo a la definición hegeliana del burgués, como el hombre que no quiere abandonar la esfera sin riesgos de la vida privada apolítica.

17. Una manifestación clara del desinterés por la vida pública, se refiere al tema del proyecto nacional, frecuentemente mencionado como un elemento imprescindible para superar la crisis argentina, y se alega que la carencia del mismo es uno de los factores de dicha crisis. Sin embargo, son escasas las propuestas  realizadas en orden a la elaboración de un proyecto concreto. Es posible que haya algunos trabajos que no conozcamos, pero los que han trascendido, son únicamente los once que detallamos en el Anexo. Por eso, nos interesa tratar de desbrozar los aspectos de fondo que implica encarar la elaboración de un proyecto.

18. Podemos definir la expresión proyecto nacional como un esquema concreto y coherente de valores, fines, políticas públicas y distribución de responsabilidades, conocido y consentido por la mayoría de la población de una sociedad[32].

19. Hecha esta introducción, debemos profundizar en cuestiones teóricas, bastante áridas, para determinar si es posible, estrictamente hablando, elaborar un proyecto nacional como anticipación del futuro, y que no sea, por lo tanto, una simple utopía[33]. Debemos plantearnos este interrogante sobre la factibilidad de anticipar el futuro, que se nos presenta como esperanza, como temor o como incógnita. Pero como necesitamos salir del presente, de una u otra manera tenemos que anticiparnos al porvenir. Para eso utilizamos la profecía, la prudencia o el proyecto.

20. Descartamos aquí las dos primeras formas de predicción para abocarnos al proyecto. La primera afirmación sobre el futuro es negar que se identifique con la nada. Algo, para ser, basta con que posea capacidad de existir -aunque no exista actualmente-; si el futuro aún no existe y no se sabe como será, al resultar posible ya es un ente real y, como tal, es lícito pensar sobre él. En cada circunstancia, son muchos los futuros posibles -futuribles- y existen algunos pocos probables -futurables. El riesgo de elegir el que tenga más chance de ser logrado y resultar conveniente, depende del procedimiento utilizado.

21. Bertrand de Jouvenel explica que  sobre el mañana sólo se puede conjeturar, nunca alcanzar certeza. Es decir, que el análisis predictivo nos aporta un conocimiento de opinión, de manera que la materia objeto del planeamiento es opinable por naturaleza; sólo es susceptible de aproximación conjetural. Lo mismo podemos decir sobre lo político: es pasible de certidumbre en cuanto a sus contenidos pasados o presentes, pero es sólo opinable en cuanto al futuro.
El proyecto es mucho más que extrapolación en el tiempo; el vocablo se refiere a la intervención necesaria de la voluntad humana en su configuración. Si bien generalmente se proyecta de acuerdo a lo que se cree posible, aquí resulta dominante el ámbito de lo deseable. Para lo posible utilizamos la razón, en lo probable domina la voluntad. Entonces, el porvenir es para el hombre dominio de la incertidumbre[34].

22. Existe el riesgo de hacer futurología, aplicando métodos cuantitativos a los aspectos cualitativos de la vida social, como si se pudiera revelar el porvenir por computación. Evitaremos el intento de hacer futurología y su consecuencia más dañina, la ingeniería social, si reconocemos que la sociedad no es una cosa susceptible de manipular, ni el porvenir un destino asequible por medio de los dudosos oráculos de una nueva ciencia ficción. Creemos, no obstante, que es injusto confundir el planeamiento con el utopismo; Santo Tomás aclara que, por muy imprevisible que en esencia sea la conducta humana, nada es tan contingente que no tenga en sí una parte de necesidad (S. Th. 1,86,3). “Un plan de la nación no aparece, pues, como una fórmula mágica, sino como una combinación perfectible de realismo y voluntad”[35].

23. Conociendo ya las limitaciones del conocimiento humano, y evitados los riesgos de la voluntad desbocada, resulta posible encauzar la acción sistemática mediante el planeamiento. En primer lugar, aunque dispongamos de la mejor información y el sistema más sofisticado para procesarla, tendremos que elegir entre opciones posibles. En segundo término, los instrumentos técnicos pueden facilitar dichas decisiones, pero no reemplazar la virtud de la prudencia. De allí los límites de la influencia tecnocrática, tan temida por algunos, puesto que el gobernante siempre tiende a ejercer su derecho a la conducción, y los gobernados a reclamar su derecho a la participación en la cosa pública.
De manera que, no sólo es posible sino muy útil al bien común la planificación. Pero siempre, respaldando los planes en el consenso de sus protagonistas, quienes deben participar en su elaboración, ejecución y modificación.

24. Un proyecto nacional puede contribuir, en ésta época signada por el fenómeno de la globalización, a compatibilizar la inevitable integración del país con los demás países, con la preservación de la propia identidad cultural[36]. Puesto que: “El hombre es el único ser de la Creación que necesita habitar para realizar acabadamente su esencia. El animal construye una guarida transitoria, pero aquél instaura una morada en la tierra: eso es la Patria”[37]. De allí que no haya “contradicción alguna en afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente descansa en la exigencia de ser más argentinos que nunca”[38].

Ponencia presentada al II Congreso Nacional de Filosofía Jurídica y Filosofía Política y V Jornadas Nacionales de Derecho Natural, 2009.






ANEXO
ANTECENTES ARGENTINOS SOBRE PROYECTO NACIONAL
Ordenados por fecha de publicación
1) Villegas, Osiris. “Políticas y estrategias para el Desarrollo y la Seguridad Nacional”; Buenos Aires, Pleamar, 1969, 285 págs.
2) Junta de Comandantes en Jefe. “Políticas Nacionales”; Decreto Nº 46/70.
3) Monti, Ángel. “Proyecto Nacional”; Buenos Aires, Paidós, 1972, 293 págs.
4) Perón, Juan Domingo. “Modelo Argentino” (1-5-1974); Buenos Aires, El Cid, 1986, 150 págs.
5) Fundación Argentina Año 2000 - Centros de Estudios Prospectivos. “Proyecto Nacional. Síntesis”; Buenos Aires, 1974, 16 págs.
6) Guevara, Francisco. “Proyecto XXI”; Buenos Aires, Áncora, 1975, 238 págs.
7) Ministerio de Planeamiento de la Nación. “Proyecto Nacional”. Buenos Aires, 1977, 83 págs. (síntesis).
8) Arguindegui, Jorge Hugo. “La nueva República. Pautas para un Proyecto Nacional”; Buenos Aires, 1986, 36 págs.
9) Cirigliano, Gustavo. “Metodología del Proyecto de País”; Buenos Aires, Revista Defensa y Sociedad, Nº 1, Junio de 1988, págs. 14/18.
10) Seineldín, Mohamed Alí. “Bases para un Proyecto Nacional”; Buenos Aires, 1990, 32 págs.
11) Calcagno, Eric Alfredo - Calcagno, Eric. “Argentina: derrumbe neoliberal y proyecto nacional”; Buenos Aires, Le Monde Diplomatique, 2003, 91 págs.












DOCTRINA DE SEGURIDAD NACIONAL Y GUERRA ANTISUBVERSIVA (*)

1. Objeto de esta ponencia
La mayor dificultad al hablar de seguridad nacional, es precisar el sentido de la expresión, ya que, en principio, es el objetivo de la defensa nacional -situación en la cual los intereses vitales de un Estado se hallan a cubierto de interferencias y perturbaciones sustanciales. Pero también se la suele asimilar a la estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos. En este trabajo, nos interesa analizar la interpretación del concepto que se ha difundido en nuestro país, pues ha sido postulado reiteradamente por autores, gobernantes y políticos de orientación marxista, como sustento doctrinario del combate a la subversión, por parte de gobiernos de facto en la Argentina.[39]

2. Cómo surgió la expresión doctrina de seguridad nacional
Se sostiene[40] que la doctrina de la seguridad nacional es el instrumento doctrinario-militar que utilizan los EE.UU., para influir sobre las fuerzas armadas latinoamericanas, con el objetivo de asegurar el neo- colonialismo instaurado desde la segunda mitad del siglo XX. Suele citarse la Segunda Reunión de Consulta de Ministerios de Relaciones Exteriores de los Estados americanos, celebrada en la Habana, en 1940, como la oportunidad en que se lanza el concepto de que la agresión de una nación no americana contra alguna del continente, se consideraría como un ataque contra todas; actualización de la Doctrina Monroe. La seguridad continental sería un pretexto para utilizar a las fuerzas armadas como policías pretorianas al servicio de las decisiones político-económicas tomadas en Washington. Se sostiene que allí surgió el criterio de frontera ideológica, para fundamentar la vigilancia y represión de los propios ciudadanos.
La Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) identificaría como enemigo interno en cada país a los partidos de izquierda, guerrillas y organizaciones antimperialistas. Los EE.UU. habrían ejercido en los años de la postguerra mundial el control de las fuerzas armadas de la región, a través del TIAR - Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca- firmado en 1947. Las fuerzas militares habrían estado subordinadas a la conducción estratégica norteamericana, lo que se reforzaba con los convenios de cooperación para la venta de armas y el entrenamiento de oficiales en la Escuela de las Américas. Se considera que la DSN fue aplicada por todas las dictaduras militares en las décadas del 60 y del 70 en la región.

3. Utilización oficial del concepto en la Argentina
En el Decreto Nº 158/83, firmado por el Presidente Alfonsín, mediante el cual se sometió a juicio sumario a los integrantes de las tres Juntas Militares que ejercieron la jefatura de Estado entre 1976 y 1983, se expresa: “Que entre 1976 y 1979, aproximadamente, miles de personas fueron privadas ilegítimamente de la libertad, torturadas y muertas como resultado de la aplicación de esos procedimientos de lucha inspirados en la totalitaria doctrina de seguridad nacional”.[41] Por su parte, el senador Bravo Herrera sostuvo en un reportaje que la aplicación en la Argentina de la doctrina mencionada, tuvo su origen en un “una exposición que hizo el general Onganía, en su calidad de comandante en jefe del Ejército, en la Academia Militar de West Point y su concreción en la ley de defensa nacional 16.970 ...” (La Prensa, 9-11-87).

4. Antecedentes del discurso citado
Es importante rastrear la manera en que surgió dicho discurso; fue redactado por el General Osiris Villegas, que ocupaba el cargo de Jefe de Operaciones del Estado Mayor General del Ejército, para ser expuesto en la V Conferencia de Ejércitos Americanos, y fue aprobado su texto por el Presidente de la Nación, Dr. Arturo Illía, sin efectuarle ninguna corrección o modificación. Asimismo, el Presidente dispuso que fuera leído por el Comandante en Jefe. Es decir, que lo expuesto representaba la opinión oficial de un gobierno constitucional. Con respecto a la Ley de Defensa Nacional, promulgada en 1966, fue una casi textual reproducción de un proyecto preparado durante el gobierno del Dr. Illía y no contiene ninguna disposición de tipo totalitaria.
Cabe agregar que, en el año 1968, en el ámbito de la Junta Interamericana de Defensa, el gobierno de Estados Unidos propuso que las fuerzas armadas de los países de hispanoamérica adoptaran una organización apta únicamente para resguardar el orden interno, y se equiparan con el armamento específico para dicha misión, que incluía el combate a la guerrilla que ya había comenzado a operar. Esta propuesta fue rechazada, en alguna medida, por la intervención de los oficiales argentinos, que asumían la representación ante la Junta. Se consideró que la moción norteamericana se apartaba de la misión constitucional de las fuerzas armadas, pretendiendo utilizarlas como instrumentos de acción política.

5. Recensión del discurso de West Point[42]:
a) En el discurso pronunciado por el general Onganía el 6-8-1964, se buscaba desentrañar la ubicación de las Fuerzas Armadas de los países americanos, a la luz de la organización política fijada en las respectivas Constituciones. Se afirma que los Estados americanos han adoptado el principio de la soberanía popular, y han establecido como forma de gobierno el sistema republicano. El espíritu que sostiene dicha legislación está expresado en la declaración de independencia de Estados Unidos: “el poder del gobierno emana del consentimiento de los gobernados”.
b) La conciencia del ser nacional, se resume en la idea de Patria que da al sentimiento de solidaridad social, una cohesión y fuerza espiritual indestructible, y no hay Patria, sin la ley que la constituye.
c) Como consecuencia del ordenamiento republicano, las Fuerzas Armadas americanas se caracterizan por ser apolíticas, obedientes y subordinadas a la autoridad legítimamente constituida.
d) Las Fuerzas Armadas son el brazo fuerte de la Constitución; no es legalmente concebible que ese brazo, creado para sostenerla, se vuelva para sustituir, injustamente, a la voluntad popular. Pero el acatamiento se debe, en última instancia, a la Constitución y a las leyes, no a los hombres y a los partidos que circunstancialmente ejerzan el poder público.
e) Por consiguiente, el deber de obediencia cesará si se produce, al amparo de ideologías exóticas, un desborde de autoridad que signifique la conculcación de los principios básicos del sistema republicano de gobierno, o un ejercicio del poder que ponga en riesgo las libertades y derechos de los ciudadanos. El pueblo recobraría en tales circunstancias el ejercicio del derecho de resistencia a la opresión, y debido a que no puede ejercer ese derecho por sí mismo, dicha atribución se traslada a las instituciones que él mismo ha armado y a las que les ha fijado la misión de sostener la efectiva vigencia de la Constitución.
f) Se aclara, sin embargo, que el ejercicio de tal derecho queda reservado a la existencia de grave emergencia; mientras un gobierno ajuste su gestión a los principios esenciales de la Constitución, deberán respaldar su autoridad, por más inepto que fuere, sin pretender quebrar el orden constitucional por eventuales desaciertos en la gestión pública.
g) Las Fuerzas Armadas son órganos del Estado, y deben cooperar para concretar los fines últimos del Estado, que son la grandeza del país y el bienestar de sus habitantes. A su vez, los gobernantes deben brindar a sus Fuerzas Armadas la posibilidad de cooperar en la acción de gobierno. Al darles participación en la ejecución de las políticas públicas, evitarán el aislamiento reticente de las instituciones armadas.

6. Metodología utilizada
En el artículo ya citado del General Osiris Villegas, éste sostiene que, cuando el Ejército argentino recibió la orden de aniquilar la subversión, en 1975[43], “no estaba bien preparado” para este tipo de operaciones, propias de una guerra interna, y tuvo “que aprender a organizarse, redactar reglamentos e instruirse para adquirir la técnica de combate necesaria”, para el cumplimiento de la misión asignada. Agrega que, por lo tanto, “ningún influjo de doctrina de seguridad alguna influenciaba su adiestramiento militar”[44].
Debemos confrontar esta afirmación con otros antecedentes:
6.1. En el prólogo del Nunca Más, se citan las palabras de despedida del Jefe de la Delegación Argentina, ante la Junta Interamericana de Defensa, General Santiago Omar Riveros, 24-1-1980: “Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los Comandos Superiores”.[45]
6.2. En el mismo número de la Revista Militar donde publicó su artículo el General Villegas, el General Genaro Díaz Bessone, afirma que: “Cuando el Ejército fue empeñado en la guerra revolucionaria, estaba preparado para ello, aún cuando la teoría contenida en los reglamentos debió ser corregida por la experiencia derivada de los combates”[46]. El mismo oficial, acota en un libro, que estaban vigentes desde 1968, reglamentos militares redactados para este tipo de guerra, agregando que: “Desde fines de la década de los años 50 el Ejército Argentino se venía preparando para la Guerra Revolucionaria”; dicha preparación tuvo “como base un cuerpo doctrinario constituido por numerosos reglamentos militares”[47].
6.3. Por su parte, el Dr. Florencio Varela, abogado de varios oficiales superiores, ha detallado el contenido de dichos reglamentos[48]:
RC-8-2: “Operaciones contra las fuerzas irregulares” (20-9-68)
RC-8-3: “Operaciones contra la subversión urbana” (29-7-69)
RV-150-10: “Instrucción de lucha contra las guerrillas” (5-9-69)
ROP-30-5: “Prisioneros de guerra” (26-8-69)

7. Verdadero fundamento: la escuela francesa
Consideramos que el antecedente en que se basaron las Fuerzas Armadas argentinas para la guerra antisubversiva fue la llamada escuela francesa. Ni el General Villegas, ni el General Díaz Bessone, en su libro de 373 páginas, se refieren al tema, pero, en varios reportajes de los últimos años -que circulan en Internet y detallamos al final-, algunos jefes militares han ido explicando esta cuestión. El General Reynaldo Bignone, último presidente de facto, reconoció que fue el General Carlos Rosas el gestor de que el Ejército tuviera una asesoría francesa, y que la forma de oponerse a la guerra revolucionaria fue adoptada del modelo francés, que se volcó en los reglamentos que se aplicaron en dicha guerra.
La experiencia militar que adquirieron los franceses en Indochina, dio lugar a la nueva teoría contrarevolucionaria. En efecto, descubrieron que las tácticas y armamentos utilizados en la Segunda Guerra Mundial no era apropiada para la guerra moderna, donde no hay un frente y el enemigo está oculto entre la población. El enemigo es interno lo que obliga a controlar a toda la población. La inteligencia adquiere mayor importancia, la inteligencia implica el interrogatorio, y en el interrogatorio, a veces, se debe aplicar la tortura. Una de las unidades que intervienen en Indochina, fue la Agrupación de los Comandos Mixtos Aerotransportados (GCMA), cuyo jefe era el Teniente Coronel Roger Trinquier, que llegó a tener bajo su mando cerca de 20.000 hombres. Este oficial leyó a Mao Tse-Tung y su método, que era el que aplicaron contra Francia en Indochina; volcó ese conocimiento en su libro “La guerra moderna”[49], que se convirtió en el principal elemento teórico.
Después de la derrota de Dien Bien Fu, las tropas francesas se ven obligadas a retirarse de Indochina, pero los métodos que experimentaron en ese lugar, los aplicaron luego en Argelia, y los transmitieron a los norteamericanos, quienes, a su vez, los aplicaron en Vietnam. En la nueva guerra de Argelia, el Estado Mayor del Ejército francés adhirió a la doctrina de la guerra revolucionaria, encomendada al General Jacques Massu, de quien Trinquier fue asesor. Además, comenzaron a enseñarse dichas técnicas en un Centro de Entrenamiento en Guerra Subversiva, creado por el ministro de Defensa, Jacques Chaban-Delmas. La difusión de esas experiencias se realizó desde la Escuela de Guerra de Francia, de donde egresó en 1957 el entonces Coronel Carlos Rosas, que asumió como Subdirector de la Escuela Superior de Guerra de la Argentina.
En 1959 suscriben un convenio los ejércitos de Francia y la Argentina, que comienza a cumplirse en febrero de 1960, con la instalación en Buenos Aires de una misión militar francesa, integrada por tres oficiales veteranos de Argelia. Uno de ellos, el Teniente Coronel Henri Grand d’ Esnon, pronuncia una conferencia en la Escuela de Guerra, el 26-5-1960, en la que describe la guerra subversiva. Cabe destacar que, en esa época, el Ejército argentino destinaba al mejor graduado de la Escuela de Guerra a realizar un curso de perfeccionamiento en París, incluyendo un mes de práctica en Argelia. Uno de los oficiales fue el entonces Teniente Coronel Alcides López Aufranc, quien dirigió en 1961 el primer Curso Interamericano de Guerra Contrarrevolucionaria, al que asistieron oficiales de catorce países.
En 1963 la influencia francesa se atenúa, pero en 1974 se reactiva la misión, quedando a cargo desde el 15-4-74, del Coronel Robert Servant, ex combatiente de Indochina y Argelia, quien se instala en el piso 12, donde funciona el Estado Mayor del Ejército cuyo jefe era el General Jorge Rafael Videla. Al año siguiente, comienza el combate a los grupos subversivos en la Provincia de Tucumán.

8. Evaluación de la metodología utilizada
Sobre la metodología empleada en la guerra antisubversiva argentina, caben dos tipos de consideraciones, referidas al resultado de la misma y a la caracterización ética. Previo a ello, debemos partir de definir lo ocurrido en la década de 1970 en la Argentina como una guerra, y no una acción represiva. En efecto, el Reglamento RV-136-1 “Terminología castrense de uso en las Fuerzas Terrestres”, que estaba vigente en la época estudiada, define a la represión militar en un sentido acotado a una zona de emergencia[50].
Por el contrario, el Decreto Nº 2772/75, en su Art. 1º, establece que: “Las Fuerzas Armadas bajo el Comando Superior del Presidente de la Nación, que será ejercido a través del Consejo de Defensa, procederán a ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país.”
El mismo Reglamento citado, define lo que se entiende por subversión: “Comprende las acciones de los grupos de insurrección clandestina destinados a reducir el potencial militar, económico, sicológico o político del enemigo mediante actividades destinadas a agitar a la población contra un gobierno establecido o contra una fuerza de ocupación.”
La Cámara que juzgó y condenó a los integrantes de las Juntas Militares, afirmó que había existido una guerra. Asimismo, el prólogo del informe oficial de la CONADEP -Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas-, comienza con la frase: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países.[51]
8.1. Las Fuerzas Armadas cumplieron la misión encomendada: aniquilaron el accionar de los grupos subversivos; es decir, lograron un éxito militar. Pero el método elegido para la guerra convirtió a los terroristas en víctimas. Así lo reconoce el General Harguindeguy, ministro del Interior del Proceso: “ganamos la guerra pero perdimos la paz”. Lo ocurrido queda bien reflejado en una frase de Jacobo Timerman: “La guerrilla...no pudo competir. Y sin embargo, no fue derrotada en el terreno ideológico, moral, porque sigue esgrimiendo la irracionalidad de la represión, el abuso de poder, la ilegalidad de los métodos. Y ésa es su carta de triunfo...[52]”.
Ni siguiera puede argumentarse que debieron utilizarse procedimientos especiales, propios de la situación de guerra, puesto que se eludió deliberadamente el encuadramiento del oponente como combatiente. Así queda de manifiesto en el RC-8-3: “El activista, el perturbador del orden, etc., no será considerado prisionero de guerra, y, por tal motivo, no tendrá derecho al tratamiento estipulado en las convenciones internacionales (pag. 93)”.
En el documental “Escuadrones de la muerte. Escuela Francesa”, realizado por la periodista Marie-Monique Robin, el General Díaz Bessone admitió los procedimientos clandestinos, y consideró que en la guerra contrarrevolucionaria los desaparecidos y las ejecuciones extralegales son daños colaterales[53].
La metodología empleada fue adoptada de la escuela francesa, cometiendo el error de seguir recetas que, en realidad, ya habían fracasado en Argelia y en Vietnam, países donde terminó triunfando políticamente el enemigo subversivo. Se desconoció que la estrategia de una guerra interna excede el plano militar, y debe apuntar al objetivo político de lograr la paz y asegurar la convivencia entre los ciudadanos.
Especialmente en el caso de una guerra revolucionaria, “lo importante no es tanto la derrota del enemigo como la restauración de la confianza de la población”, para lo cual deben evitarse “los excesos de violencia o reacciones incontroladas en la represión, que sólo sirven para impedir o dilatar la reconciliación y la concordia”[54]. Estas reflexiones pertenecen a un libro publicado en 1970 por el Círculo Militar, y lamentablemente no fueron tenidas en cuenta.
8.2. El hecho de que se haya procedido siguiendo directivas gubernamentales, y aplicando reglamentos que configuraban un derecho positivo, como alega el Dr. Florencio Varela, en el artículo citado, no altera la cuestión de fondo: la ley si es injusta, no parece que sea ley (San Agustín). “La justicia que no resiste la publicidad no es justicia, y entonces no limpia la ofensa al bien común, sino que lo ensucia con demostraciones de falta de autoridad, de responsabilidad, de razones y de coraje cívico”. “No conocemos un solo argumento válido, ni moral ni estratégicamente, para justificar ejecuciones clandestinas”[55].
No puede negarse que la violencia que enlutó al país, fue iniciada por grupos guerrilleros que, desde el 24-3-1976, asesinaron a 711 personas, y por lo tanto el Estado tenía la obligación de actuar contra dichos grupos con el máximo rigor. Por eso debe distinguirse entre la lucha contra la guerrilla, que estuvo legalmente ordenada y moralmente justificada, de los métodos empleados en esa lucha.
Las autoridades estatales aceptaron el argumento perverso de que en una guerra antisubversiva el fin justifica los medios, no pudiendo evitarse acciones que en tiempos normales constituyen delitos. Así lo expresa, con toda claridad, el General Díaz Bessone: “Si ante la agresión decimos que el fin no justifica los medios, preparémonos para ser santos o esclavos, pero no gastemos dinero en prepararnos para la guerra, y aceptemos que nos borren de entre las naciones libres de la tierra[56]”.
La doctrina clásica de la guerra, por el contrario, enseña que en la misma es posible ser eficaz y santo. Los principios contenidos en la escuela hispánica, que tuvo su mayor exponente en el P. Francisco de Vitoria, son aplicables a la realidad contemporánea. También la Iglesia Católica se ha pronunciado sobre la moralidad de los actos en este tipo de conflictos, señalando que el secuestro, la tortura y el homicidio, son siempre ilícitos, aunque la causa que se defiende sea justa[57]. “Si dichos crímenes son realizados por la autoridad encargada de tutelar el bien común, envilecen a quienes los practican, independientemente de las razones aducidas[58]”.

9. Conclusión
En momentos en que desde el Gobierno se pretende volver a juzgar conductas que ya fueron objeto de condena y luego de indultos, como vía de pacificación; es necesario esclarecer cuestiones, como la que hemos tratado en esta ponencia, para poder evaluar con objetividad, no adoptar decisiones injustas, teñidas de venganza, y tampoco reiterar errores cometidos, avalando metodologías inaceptables.

(*) Ponencia presentada en las III Jornadas “La Hispanidad Hoy”: Córdoba, 25-9- 2006.-

Anexo (Agregado el 31-12-09)
A lo señalado en los  puntos 6.2 y 6.3, se debe añadir lo que surge de actuaciones judiciales. La Nación (18-4-05) tuvo acceso a los reglamentos que la defensa del Gral. Cristino Nicolaides, ex jefe del Ejército, presentó en la Justicia. Además de algunos de los ya citados (6.3), se presentó el manual de “Operaciones contra los elementos subversivos”, conocido como RC 9-1, aprobado por el Gral. Roberto Viola el 17-12-1976.
El diario reproduce algunos párrafos de dicho reglamento:
“El concepto rector será que el delincuente subversivo que empuña armas debe ser aniquilado, dado que cuando las Fuerzas Armadas entran en operaciones contra estos delincuentes no deben interrumpir el combate ni aceptar rendiciones” (Inciso i del cap. II: “Aplicación del poder de combate con la máxima violencia”).
Comenta el diario: “Esa referencia a no aceptar rendiciones no se encuentra en el proyecto del manual Operaciones contra elementos subversivos, que fue aprobado en agosto de 1975. En rigor, este documento es prácticamente una copia textual del reglamento que entró en vigencia en diciembre de 1976. La comparación de los cambios de algunos contenidos entre los reglamentos, dicen los especialistas, tiene que ver con el estudio que los militares hicieron en 1976 de dos elementos bibliográficos empleados por la subversión: El cuerpo de manuales y reglamentos de la organización político-militar Montoneros y el Manual de Instrucción de las Milicias Montoneras”.
Otro párrafo reproducido es el siguiente: “El activista, el perturbador del orden, etc., no será considerado prisionero de guerra y, por tal motivo, no tendrá derecho al tratamiento estipulado en las convenciones internacionales. El enemigo interno que provoque el quebrantamiento del orden legal será considerado un delincuente común y sus delitos estarán encuadrados en las leyes civiles y/o militares vigentes”.
El reglamento RC 9-1, fue también agregado a la causa Guerreri-Amelong, según Página12/Rosario, del 20-9-09, aunque en este caso la copia que recibió la Fiscal Mabel Colalongo, fue entregada oficialmente por el Ministerio de Defensa. Allí se menciona una frase citada por La Nación, con una redacción algo diferente: “aplicar el poder de combate con la máxima violencia para aniquilar a los delincuentes subversivos donde se encuentren. La acción militar es siempre violenta y sangrienta. El delincuente que empuñe armas debe ser aniquilado, dado que cuando las FFAA entran en operaciones no deben interrumpir el combate ni aceptar rendición”.

Bibliografía consultada:
-Castro Castillo, Marcial. “Fuerzas Armadas, ética y represión”; Buenos Aires, Editorial Nuevo Orden, 1979.
-Contreras Sarmiento, Jorge. “Manual de ética para las Fuerzas Militares y de Policía”; Buenos Aires, Consejo Episcopal Latinoamericano-Ágape libros, 2005.
-Crawley, Eduardo. “Subversión y seguridad, la cuestión de la guerra de guerrillas en el contexto argentino”; Buenos Aires, Círculo Militar, 1970.
-Díaz Bessone, Ramón Genaro. “Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978)”; Buenos Aires, Círculo Militar, 1988.
-FORES (Foro de Estudios sobre la Administración de Justicia). “Definitivamente...nunca más (La otra cara del informe de la CONADEP); Buenos Aires, 1985.
-Verbitzky, Horacio.”Díaz Bessone admite miles de torturados y ejecutados en la clandestinidad”; (www.pagina12web.com.ar/diario/elpais/1-24949.html).





[1] Ratzinger, Joseph. “Verdad, valores, poder”; Rialp, 1998, pp. 84/92.
[2] Ezcurra, Alberto Ignacio. “Sermones patrióticos”; Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, 1995.
[3] El profesor Juan A. Widow cita cuatro ejemplos concretos de rebeliones en que se dieron todas las condiciones exigidas por la doctrina; incluso en dos que fracasaron (Alemania, 1944, y Hungría, 1956) existían probabilidades de éxito, por lo que estaban justificadas: El hombre, animal político, Buenos Aires, Nueva Hispanidad Académica, 2007, pp. 141/142.
[4] Homilía, 29-9-1979, en Irlanda del Norte (p. 14).
[5]  Carta Apostólica “Octogesima Adveniens”; p. 37.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 2240.
[7] Encíclica Au Millieu des Solicitudes, pp. 16/23.
[8] Constitución Apostólica Fidei Depositum, 11-10-1992, p. 4.
[9] “Sin embargo, es cosa de todos sabida que, en los campos social y económico –tanto nacional como internacional-, la decisión última corresponde al poder político” (Octogesima Adveniens, p. 46).
[10] Encíclica Pacem in terris, p. 162.
[11] “La gravedad de los peligros que el recurso a la violencia comporta hoy evidencia que es siempre preferible el camino de la resistencia pasiva, más conforme con los principios morales y no menos prometedor del éxito” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, p. 401).
[12]  Guardini, Romano. “El poder”; Guadarrama, 1963, pág. 22.
[13]  Gómez Pérez, Rafael. “Introducción a la política activa”; Editorial Magisterio Español, 1978, págs. 105/106.
[14] “…los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política”: Juan Pablo II. Exhortación apostólica Christifideles laici, p. 42.
[15] “Psicología de la política”; Buenos Aires, EUTHYMIA, 1991, pp. 69 y 74.
[16]  “Cristianismo y política”; Revista Internacional Communio, julio/agosto, 1995.
[17]  “Utopía”, Sopena Argentina, 1944, pág. 64.
[18] Iraburu, P. José María. “Los católicos y la Política, utopía y política”; El último Alcázar, 26-6-2006.
[19] “Política”; Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, p. 182.
[20]  Aguer, Héctor. “Sabiduría para un diálogo en la verdad que cierre heridas”; alocución televisiva, 5-7-08.
[21]  Widow, Juan Antonio. “La Revolución Francesa: sus antecedentes intelectuales”; Verbo, Nº 310-311, Marzo-Abril 1991, pág. 13.
[22] Terrera, Guillermo Alfredo. “El ser nacional”; Buenos Aires, Instituto de Ciencias del Hombre, 1974, págs. 41/43. Juan Pablo II: “Existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación”, discurso ante la UNESCO, 2-6-1980.
[23] V.  Sánchez Sorondo, Marcelo. “La Argentina no tiene Estado, sólo Gobiernos”; Buenos Aires, Revista Militar Nº 728, 1993, págs. 13/17.
[24]  V. Auel, Heriberto. “”La Argentina en sus posguerras”, en AA.VV.: “Geopolítica Tridimensional Argntina”; Buenos Aires, Eudeba, 1999, pág. 16.
[25]  Iglesias Grèzes, Daniel. “La acción política de los católicos”; Revista Arbil, nº 119.
[26]  Naciones Unidas. Índice de Desarrollo Humano, Informe 2013 (es.Wikipedia.org) 
[27]  “Por consiguiente, en las circunstancias actuales de la sociedad, tanto la constitución y forma de los Estados como el poder que tiene la autoridad pública en todas las naciones del mundo, deben considerarse insuficientes para promover el bien común de los pueblos”; Pacem in Terris, nº 135.
[28]  Bidart Campos, Germán. “Doctrina Social de la Iglesia y Derecho Constitucional”; Buenos Aires, EDIAR, 2003, págs. 109/111.
[29] Benedicto XVI. “Caritas in Veritate”: “Hoy, aprendiendo también la lección que proviene de la crisis económica actual, en la que los poderes públicos del Estado se ven llamados directamente a corregir errores y disfunciones, parece más realista una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que sean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con  nuevas modalidades de ejercerlos” (24); “La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado” (41).
[30]  “Para animar cristianamente el orden temporal -en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad- los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política...”; Christifideles Laici, 42.
[31]  Sánchez Sorondo, Marcelo.  “La clase dirigente y la crisis del régimen”; Buenos Aires, ADSUM, 1941, págs. 37/38.
[32]  V.: Monti, Ángel. “Proyecto nacional; razón y diseño”; Buenos Aires, Paidós, 1972, pág. 12. Moreno, Antonio Federico. “El planeamiento y nuestra Argentina”; Buenos Aires, Corregidor, 1978, pág. 47.
[33]  En este tema seguimos de cerca el artículo de Marinotti, Héctor Julio: “Prospectiva y planeamiento”; en: www.ucalp.edu.ar.
[34] Imaz, José Luis de. “Nosotros, mañana”; Buenos Aires, Eudeba, 1970: “el futuro es parcialmente controlable”, “el futuro de un pueblo, entendido como proyecto vital colectivo, puede en buena medida ser regulado desde el presente” (pág. 9).
[35]  Massé, Pierre. “El Plan o el antiazar”; Barcelona, Labor, 1968, pág. 37.
[36] Díaz Araujo…op. cit.: “En resumen, todas las prevenciones, todas las objeciones y cautelas que se oponen a un proyecto nacional no pueden descalificar los esfuerzos por hacer explícito lo que somos a fin de buscar lo que debemos ser; lo contrario sería abandonarse al futuro sin prudencia, de la mano de un empirismo más o menos ciego” (pág. 63).
[37]  Modelo Argentino, 1974, pág. 146.
[38]  Op. cit., pág. 147.
[39] DyN, 7-8-2003: “El presidente Néstor Kirchner condenó ayer la doctrina de seguridad nacional que imperó en la Argentina durante la dictadura militar y que le causó, dijo, un flagrante daño a la sociedad argentina”. Nilda Garré, entonces ministra de Defensa: “…no puede dejar de mencionarse el peligro de volver a comprometer a nuestras Fuerzas Armadas en proyectos agotados como el la seguridad nacional, que las llevaro  a protagonizar la etapa más negra de nuestra historia reciente”. (La Nación, 18-9-06, p. 19.
[40] Ballester, Horacio y otros. “Fuerzas Armadas Argentina: el cambio necesario. Bases políticas y técnicas para una reforma militar”; Buenos Aires, Editorial Galerna, 1978, p. 45.
[41] Villegas, Osiris. “La llamada doctrina de Seguridad Nacional”; Buenos Aires, Revista Militar, Nº 721, enero/julio 1989, pp. 22/26.
[42] Texto completo de las palabras pronunciadas por el CJE el 06 Ago 64 en Westo Point, EEUU, transcripto del Boletín Público de la Secretaría de Guerra del 10 Sep 64; Revista Militar Nº 721, enero/julio 1989, pp. 79/86.
[43] Decretos Nºs. 261/75 y 2772/75, del Poder Ejecutivo Nacional.
[44] Villegas…, op. cit., p. 25.
[45] CONADEP. “Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas: Nunca Más”; Buenos Aires, Eudeba, 1997, p. 8.
[46] Díaz Bessone, Ramón Genaro. “Guerra o represión”; Revista Militar, Nº 721, enero/julio 1989, p. 35.
[47] Díaz Bessone, Ramón Genaro. “Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978)”; Buenos Aires, Círculo Militar, 1988, pp. 237 y 243.
[48] Varela, Florencio. “Reconocimiento de la verdad”; www.politicaydesarrollo.com.ar, 23-9-2006. A los reglamentos indicados, se puede agregar el RC 9-1, aprobado el 17-12-76, titulado “Operaciones contra elementos subversivos”, de cuyo contenido se reproducen algunos párrafos en el Anexo.
[49] Trinquier, Roger. “La guerra moderna”; Buenos Aires, Ediciones Cuatro Espadas, 1981.
[50] “Represión militar: es la acción violenta que ejecutan fuerzas militares en una zona de emergencia para anular cualquier tipo de conmoción interior importante, originada por la acción de grupos de cierta magnitud, organizados y armados de manera tal que supere la capacidad policial y/o pongan en peligro a la seguridad local.”
[51] CONADEP, op. cit., p. 7.
[52] Timerman, Jacobo. “Preso sin nombre, celda sin número”; Buenos Aires, El Cid Editor, 2da. Edic., 1982, p. 51.
[53] “¿Cómo puede sacar información (a un detenido) si usted no lo aprieta, si usted no tortura? ¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar 7000? Al fusilar tres nomás, mire el lío que el Papa le armó a Franco con tres. Se nos viene el mundo encima. Usted no puede fusilar 7000 personas”. (http://200.61.159.98/diario/el pais/1-24901.html)
[54] Crawley, Eduardo. “Subversión y seguridad: la cuestión de la guerra de guerrillas en el contexto argentino”; Buenos Aires, Círculo Militar, 1970, pp. 107 y 110.
[55] Castro Castillo, Marcial. “Fuerzas Armadas, ética y represión”; Buenos Aires, Nuevo Orden, 1979, pp. 140/142.
[56] Díaz Bessone…, Guerra revolucionaria, op. cit., p. 17.
[57] Conferencia Episcopal Argentina, 16-3-1972.
[58] III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. “Documentos de Puebla”; 1979, p. 531.