Ante
la gravedad de la crisis institucional que sufre la Argentina , parece
oportuno reflexionar sobre la participación ciudadana en la vida pública. Ya
Aristóteles señalaba que quien se niega a actuar en sociedad, o es un semidiós
o es una bestia. Y como en toda sociedad existen personas que ejercen la
autoridad y dictan las normas que regirán la misma; no es razonable
desentenderse del proceso que determinará quienes sean esas personas. Puesto
que, como advierte Toynbee, el mayor castigo para quienes no se interesan en
la política, es que serán gobernados por personas que sí se interesan.
Un ejemplo reciente de las consecuencias de la indiferencia en esta
materia, se advierte en el resultado de las elecciones municipales italianas. Hubo un crecimiento sin precedentes del ausentismo,
que demuestra el desánimo generalizado.
Además, el Movimiento 5 Estrellas,
fundado por el comediante Beppe Grillo, perdió la mitad de los sufragios
obtenidos hace pocos meses. Recordemos que este nuevo partido “antisistema”
había logrado en los comicios nacionales el 25% de los votos, obteniendo 162 diputados y senadores. Finalizada la
elección, Grillo se negó a cualquier acuerdo con otras fuerzas políticas,
impidiendo la formación del gobierno durante dos meses, y desalentando a sus
propios votantes.
Antecedente a tener
en cuenta, pues no es razonable apoyar a dirigentes improvisados carentes de la
formación y experiencia que requiere el manejo de la función pública; ni en
Italia ni en la Argentina.
No está demás
recordar las manifestaciones multitudinarias en países europeos de los indignados, movimiento espontáneo que se
inspiró en un opúsculo de Stéphane Hessel (“Indignaos”), que, por cierto, no
produjo ningún cambio en la difícil realidad. El mismo autor publicó otra obra
(“Comprometeos”), reconociendo que la indignación y la resistencia no bastan: es necesario emprender una acción. En
otras palabras, es necesario apoyar a quienes tienen vocación por la política,
y la desarrollan en una actividad sistemática.
El aspecto más
importante del funcionamiento de la sociedad política, es la selección de
quienes ocuparán el gobierno del Estado. En el mundo contemporáneo, en todos
los Estados democráticos, la selección mencionada se realiza a través de los
partidos políticos. Éstos son agrupaciones de ciudadanos, que buscan apoyo
social para competir por el poder y participar en la conducción del Estado. No
podemos ignorar que el actual sistema de partidos merece fundadas críticas. Lo más grave, en el caso argentino, es que la
reforma de la
Constitución Nacional , en 1994, les concedió a los partidos
el monopolio de la representación política, lo que facilita la partidocracia:
situación en que las decisiones estatales se subordinan a la conveniencia
circunstancial de los dirigentes de los partidos más influyentes. Es preciso,
entonces, perfeccionar el sistema para que sirva al bien común. Pero, dicho
perfeccionamiento solo podrá ser logrado si existe una amplia y activa
participación ciudadana.
La forma de
participación en la vida cívica, que compete a todos los ciudadanos, es la de
votar en las elecciones para determinar quienes serán los gobernantes. Pues
bien, el voto es un derecho y un deber, que obliga en conciencia, Únicamente en
casos muy graves y excepcionales, puede justificarse la abstención o el voto en
blanco.
Debido a la cantidad
de partidos existentes en la
Argentina , es casi imposible que no se presente ningún
partido, que tenga una plataforma compatible con los propios principios
doctrinarios. Mucho más difícil aún es que no haya ningún candidato que reúna
condiciones mínimas de capacidad y honestidad. Entonces, aunque no nos
satisfaga el panorama de la política nacional, y aunque no encontremos ningún
partido y ningún candidato que despierten nuestra adhesión plena, debemos
practicar la antigua doctrina del mal
menor, vinculada al tópico de la tolerancia del mal. La doctrina enseña que,
entre dos males, se puede elegir, o permitir, el menor.
La tolerancia al mal,
es un postulado de la prudencia política. Por eso, no está de más recordar a Santo
Tomás Moro, “Patrono de los gobernantes
y de los políticos”. Precisamente, en su libro “Utopía” nos ha dejado un
consejo que resume adecuadamente la
doctrina del mal menor:
La imposibilidad de suprimir enseguida prácticas
inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a
la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no
puede dominar los vientos.
31-5-2013