viernes, 31 de mayo de 2013

La participación ciudadana



Ante la gravedad de la crisis institucional que sufre la Argentina, parece oportuno reflexionar sobre la participación ciudadana en la vida pública. Ya Aristóteles señalaba que quien se niega a actuar en sociedad, o es un semidiós o es una bestia. Y como en toda sociedad existen personas que ejercen la autoridad y dictan las normas que regirán la misma; no es razonable desentenderse del proceso que determinará quienes sean esas personas. Puesto que, como advierte Toynbee, el mayor castigo para quienes no se interesan en la política, es que serán gobernados por personas que sí se interesan.

Un ejemplo reciente de las consecuencias de la indiferencia en esta materia, se advierte en el resultado de las elecciones municipales italianas. Hubo un crecimiento sin precedentes del ausentismo, que demuestra  el desánimo generalizado. Además,  el Movimiento 5 Estrellas, fundado por el comediante Beppe Grillo, perdió la mitad de los sufragios obtenidos hace pocos meses. Recordemos que este nuevo partido “antisistema” había logrado en los comicios nacionales el 25% de los votos, obteniendo  162 diputados y senadores. Finalizada la elección, Grillo se negó a cualquier acuerdo con otras fuerzas políticas, impidiendo la formación del gobierno durante dos meses, y desalentando a sus propios votantes.
Antecedente a tener en cuenta, pues no es razonable apoyar a dirigentes improvisados carentes de la formación y experiencia que requiere el manejo de la función pública; ni en Italia ni en la Argentina.

No está demás recordar las manifestaciones multitudinarias en países europeos de los indignados, movimiento espontáneo que se inspiró en un opúsculo de Stéphane Hessel (“Indignaos”), que, por cierto, no produjo ningún cambio en la difícil realidad. El mismo autor publicó otra obra (“Comprometeos”), reconociendo que la indignación y la resistencia no bastan: es necesario emprender una acción. En otras palabras, es necesario apoyar a quienes tienen vocación por la política, y la desarrollan en una actividad sistemática.

El aspecto más importante del funcionamiento de la sociedad política, es la selección de quienes ocuparán el gobierno del Estado. En el mundo contemporáneo, en todos los Estados democráticos, la selección mencionada se realiza a través de los partidos políticos. Éstos son agrupaciones de ciudadanos, que buscan apoyo social para competir por el poder y participar en la conducción del Estado. No podemos ignorar que el actual sistema de partidos merece fundadas críticas.  Lo más grave, en el caso argentino, es que la reforma de la Constitución Nacional, en 1994, les concedió a los partidos el monopolio de la representación política, lo que facilita la partidocracia: situación en que las decisiones estatales se subordinan a la conveniencia circunstancial de los dirigentes de los partidos más influyentes. Es preciso, entonces, perfeccionar el sistema para que sirva al bien común. Pero, dicho perfeccionamiento solo podrá ser logrado si existe una amplia y activa participación ciudadana.

La forma de participación en la vida cívica, que compete a todos los ciudadanos, es la de votar en las elecciones para determinar quienes serán los gobernantes. Pues bien, el voto es un derecho y un deber, que obliga en conciencia, Únicamente en casos muy graves y excepcionales, puede justificarse la abstención o el voto en blanco.
Debido a la cantidad de partidos existentes en la Argentina, es casi imposible que no se presente ningún partido, que tenga una plataforma compatible con los propios principios doctrinarios. Mucho más difícil aún es que no haya ningún candidato que reúna condiciones mínimas de capacidad y honestidad. Entonces, aunque no nos satisfaga el panorama de la política nacional, y aunque no encontremos ningún partido y ningún candidato que despierten nuestra adhesión plena, debemos practicar la antigua doctrina  del mal menor, vinculada al tópico de la tolerancia del mal. La doctrina enseña que, entre dos males, se puede elegir, o permitir, el menor.

La tolerancia al mal, es un postulado de la prudencia política. Por eso, no está de más recordar a Santo Tomás Moro,  “Patrono de los gobernantes y de los políticos”. Precisamente, en su libro “Utopía” nos ha dejado un consejo  que resume adecuadamente la doctrina del mal menor:
La imposibilidad de suprimir enseguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos.

31-5-2013