Nos
interesa recordar en este breve escrito que el interés por los temas ecológicos
se acentuó desde junio de 1992, en que se realizó en Río de Janeiro (Brasil) la
ECO ’92 –Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio
Ambiente y Desarrollo- a la que asistieron un centenar de jefes de Estado. No
cabe duda de que dicho interés se justifica y que los problemas ambientales
existen realmente. Juan Pablo II denunció en su momento la “insensata
destrucción de los recursos naturales vitales”, al hablar ante un grupo de
hombres de ciencia, agregando que “nos encontramos con el riesgo de una especie
de holocausto ecológico” (La
Nación , 9-5-93). Pero el actual Pontífice Francisco, con
motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, agrega: “Estamos viviendo en una
época de crisis; lo vemos en el medio ambiente, pero sobre todo lo vemos en el
hombre. (…) de allí la urgencia de la ecología humana. Y el peligro es grave
porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es sólo una
cuestión de economía, sino de ética y de antropología” (5-6-2013).
Los
problemas del medio ambiente son el fruto de dos siglos de actividad económica,
desarrollada sin otra consideración que la del lucro, despreocupada por las
consecuencias, no queridas pero inevitables, de la propia forma de producción
capitalista. El industrialismo europeo, libre de toda traba, transformó en
verdaderas cloacas los ríos, debido a los desperdicios producidos por miles de
fábricas. Inventó y utilizó insecticidas –como el DDT- con elementos
inasimilables por la naturaleza; arrasó con los bosques, e hizo un infierno de
contaminación las grandes ciudades. La sumatoria de problemas alarmó con
fundamento a muchos científicos y dirigentes sociales, y motivó el incremento
de investigadores dedicados al estudio de la ecología, entendida como
disciplina científica que aborda los problemas ambientales. Pero,
paralelamente, fue surgiendo en las últimas décadas una verdadera ideología
ecológica que se ha extendido rápidamente, y cuya prédica constante penetra
profundamente, distorsionando la comprensión del problema ambiental y generando
una actitud y criterios que son necesarios esclarecer y combatir.
Uno
de los iniciadores de esta corriente –aunque luego haya criticado a otros
ecologistas- es el inglés James Lovelock, quien formuló una tesis audaz: el
planeta actuaría como un organismo vivo, gigantesco, en el que todos los seres
vivientes interactúan para conservar su estabilidad. Los individuos y las
especies desempeñarían un papel inconsciente, de la misma manera en que los
glóbulos rojos de la sangre de nuestro organismo, si bien tienen vida propia,
trabajan para conservarnos vivos [1]. A
esta teoría se la llamó Gea, en honor de la antigua diosa griega de la tierra.
Otros la llaman Gaia, por ejemplo, la Dra.
Antonia Nemeth, profesora de la Universidad de
Cambridge. Basada en la ciencia Gaia, explica que ésta es una nueva summa, que sostiene que “la tierra es un
organismo vivo, donde la humanidad es un subsistema más, encartado en el
multidimensional proceso evolutivo” (La Nación , 21-1-92).
Lovelock
y sus seguidores creen que “la Madre
Naturaleza actúa de acuerdo con la teoría darwiniana de la
evolución, sin ningún plan consciente”[2]. Uno
de los partidarios de esta teoría, es el príncipe Felipe de Edimburgo, esposo
de la reina Isabel II de Inglaterra, que visitó nuestro país, en su carácter de
presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza.
El príncipe expresó públicamente su deseo de reencarnar como
un “virus mortífero” que ayude a eliminar el exceso de población humana del
mundo. Profundizó su pensamiento, en un discurso en el Club nacional de Prensa
de Washington: “Ahora es patente que el pragmatismo ecológico de las llamadas
religiones paganas, como las de los indios americanos, los polinesios y los
aborígenes australianos, era mucho más realista en cuanto a la ética
conservacionista que las filosofías monoteístas más intelectuales de las
religiones reveladas”[3].
Que
sus declaraciones no fueron una improvisación, lo demuestra una frase de José
Lutzenberger, que ocupó el cargo de Secretario de Ambiente de Brasil: “la
ecología nunca ha sido una cuestión técnica, sino religiosa. Para el adorador
de la naturaleza, esta no es meramente el objeto de estudio y manipulación, es
mucho más. Es sagrada…es divina, y los humanos somos simplemente parte de ella…
En el cuerpo de Gaia, los individuos humanos somos simples células de uno de
sus tejidos, de un tejido que hoy parece canceroso…”[4].
Un
antecedente importante para desmitificar el ecologismo, es un documento
conocido como Llamamiento de Heidelberg,
suscripto por 264 científicos, de 29 países, incluidos 52 premios Nobel, con
ocasión de la ECO
’92. En el mismo se defiende una ecología basada en la consideración, control y
preservación de los recursos naturales, siempre que estén fundados en criterios
científicos y no en prejuicios irracionales. Se critica a los ambientalistas
que plantean una visión falsa y retrógrada de un estado natural, donde la Tierra no sufra el daño del
hombre. “Un estado natural no existe y probablemente nunca existió. La
humanidad ha progresado siempre aprovechando a la naturaleza y no a la
inversa”. La grave advertencia no es casual, sino que está motivada en el
surgimiento de absurdas tesis que se presentan como irrefutables y se difunden
en la sociedad contemporánea. Podemos resumirlas en dos principales: el agujero
de ozono y la sobrepoblación del mundo.
El
recalentamiento global del planeta por la supuesta disminución de la capa de
ozono, se atribuye especialmente a los clorofuorocarbonos (CFC). La médula de
la teoría es que la capa de ozono que protege al planeta del exceso de
radiación ultravioleta está disminuyendo y hasta agujereando, debido a que las
moléculas de cloro, que supuestamente, se desprenden en la estratosfera de los
CFC –fenómeno nunca verificado- descomponen las moléculas de ozono. Se olvida
detallar que la cantidad de cloro en los CFC es insignificante, comparada con
las fuentes naturales de cloro. La cantidad total de cloro contenida en todos los
CFC que se producen actualmente es de 705.000 toneladas, de las cuales sólo el
1 % llega a la estratosfera. En cambio, las fuentes naturales (océanos,
volcanes, etc.) arrojan más de 650 millones de toneladas de cloro en la
atmósfera, cada año.
El
tema más discutido en la conferencia de Río fue el control demográfico, con el viejo argumento malthusiano de la
creciente escasez de alimentos para abastecer las necesidades de la población. Debe
recordarse que tanto el Club de Roma, como Paul Erlich, autor de La bomba poblacional (1968), anunciaron
hambrunas masivas, como consecuencia de la superpoblación, que llevarían a una
reducción de la población de los 4.000 millones de entonces a 2.000 millones en
1977. Por cierto que no ocurrió lo previsto y hoy el mundo tiene 7.000 millones
de habitantes. En la actualidad se producen más alimentos que hace 50 años y
sólo el 16 % de la tierra está ocupada por seres humanos. Por otra parte, como
lo indican las proyecciones de la
ONU , la cantidad de población tiene a estabilizarse, pues al
mejorar las condiciones de vida, disminuye la tasa de natalidad.
Entonces,
como se expresó en la
Conferencia de Puebla –en respuesta tácita al enfoque de Río-:
“No se trata de reducir a toda costa el número de invitados al banquete de la
vida; lo que hace falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia
la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la
creación” (Discurso inaugural, 12-10-92).
Según
los líderes del ecologismo, los problemas del medio ambiente sólo podrán
superarse, en base al desarrollo
sustentable, concepto que se ha extendido rápidamente, y que se define como
la satisfacción de las necesidades de la
generación presente, sin sacrificar la capacidad de las futuras generaciones para
sus propias necesidades. Más allá de la contradicción en los términos que
implica este concepto –ya que desarrollo significa cambio, y sustentable,
mantener igual-, ocurre que “los límites de la propiedad privada y de la
soberanía de los Estados se tornan relativos por el simple hecho de que la
interacción biológica no respeta las fronteras”[5]. No
puede extrañar, entonces, que durante la
ECO ’92 se inaugurara en las afueras de Río un monumento a la
paz, con forma de reloj de arena –símbolo del poco tiempo que queda para lograr
la paz- construido por iniciativa de la Comunidad Internacional
Baha’í, donde puede leerse: “La
Tierra es un solo país y la humanidad sus ciudadanos”[6].
Puede
llamar la atención la convergencia práctica en postular el desarrollo sustentable,
entre los verdes que antes eran rojos, y los gobiernos de los países
desarrollados, pero no es más que una variante de la paradoja aparente de la
socialdemocracia. De lo que no pueden caber dudas es del surgimiento de esta
nueva ideología cuyos rasgos distintivos hemos tratado de esbozar, mostrando
que la preocupación por el medio ambiente “enmascara su verdadera agenda, la
cual consiste en un proyecto global de ingeniería social cuyo objetivo último
es el poder”[7].
Las organizaciones no gubernamentales más destacadas como Greenpeace, están ubicadas en la corriente cultural de la
Nueva Era , gnóstica y panteísta, y de allí
el reconocimiento en la ECO
’92 del Dalai Lama como el héroe
espiritual de la Cumbre
de la Tierra.
Más
cerca en el tiempo, en el discurso inaugural de la sesión especial de la ONU , llamada Beijing+5, el
entonces Secretario General, Kofi Aman, hizo suyo un lema de las eco-feministas
en la Conferencia
de Beijing en 1995: “Nosotros no somos huéspedes de este planeta. Nosotros le
pertenecemos”.
En
2009, la Asamblea General
de las Naciones Unidas resolvió que el día 22 de abril sea el Día
Internacional de la Madre Tierra ,
a propuesta del presidente de Bolivia, Evo Morales, quien expresó: “no
sólo seres humanos tienen derechos humanos, sino la Madre Tierra (Pachamama) debe
tener derechos, debemos apelar a nuestra razón y sensatez porque la vida humana
no es posible sin la Madre
Tierra ”. Por su parte, el presidente de la Asamblea General ,
Miguel D’Escoto, (sacerdote suspendido a divinis) afirmó: “Esta decisión es un
reconocimiento de que la Tierra
y sus ecosistemas sustentan nuestras vidas. También realza nuestras
responsabilidades de promover la armonía con la naturaleza”.
En
la Argentina
experimentamos un caso notable de irracionalidad provocado por la ideología
ecologista. Nos referimos al conflicto originado en la decisión de nuestro
vecino país, Uruguay, de autorizar una planta de fabricación de celulosa, que
un grupo de ambientalistas consideró que sería gravemente contaminante para la
ciudad argentina de Gualeguaychú. Greenpeace incentivó el reclamo, que generó
incluso el corte ilegal de un puente internacional durante tres años. Por
primera vez se esgrimió en estas tierras el concepto de licencia social, que
consiste en la autorización para operar que debe ser otorgada por las
comunidades que se van a ver afectadas por la construcción o instalación de una
industria o empresa determinada. Esto implica que un grupo de ciudadanos,
representados por las entidades ecologistas, pueden ejercer un derecho de veto
ante una obra que implique un presunto daño ambiental, al margen del
funcionamiento de los poderes del Estado y de la legislación vigente.
El
caso terminó, luego de un penoso conflicto diplomático, con el fallo de la Corte Internacional
de Justicia de La Haya ,
en abril de 2010, ante el reclamo efectuado por la Argentina contra
Uruguay. La Corte
reconoció que la planta cuestionada utiliza una tecnología adecuada para el
tratamiento de efluentes, y que no se ha probado que exista contaminación
ambiental.
En
conclusión, una correcta concepción del medio ambiente conlleva la utilización racional de la naturaleza, sin
absolutizarla. Como enseña el Magisterio de la Iglesia , debe rechazarse
“una noción del medio ambiente inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo,
porque ésta se propone eliminar la diferencia ontológica y axiológica entre el
hombre y los demás seres vivos, considerando la biosfera como una unidad
biótica de valor indiferenciado”. “Debe darse un mayor relieve a la profunda conexión
que existe entre ecología ambiental y ecología humana”[8].
Córdoba, Argentina, 7-6-2013.-
[1] Ponte, Lovell. “Gea, una
teoría audaz”; Selecciones del Reader`s
Digest, Enero de 1992, pg. 84.
[2] Idem, pg. 46.
[3] El Informador Público,
13-12-91, pg. 8.
[4] Idem, pg. 8.
[5] Gro Harlem Brundtland,
Primer Ministro de Noruega, citado por ECO ’92.
[6] Ecología y Unidad mundial,
Nº 1, noviembre/diciembre 1992, pg. 5.
[7] ECO ’92. Informe
alternativo, Sociedad de Estudios Medioambientales, Buenos Aires, 1992, p. 7.
[8] Pontificio Consejo
Justicia y paz. “Compendio de la Doctrina
Social de la
Iglesia ”; pp. 463 y 464.