LAS CAUSAS INMEDIATAS DE LA GUERRA [1]
Mario
Meneghini
I.
Introducción
Agradezco la
presentación del Coronel Picciuolo, que me honra con su amistad, y la distinción que me ha efectuado la
Academia. Cuando tuve oportunidad de leer el libro San Martín en Córdoba,
de don Efraín Bischof, no podía imaginar que algún día tendría el honor de
compartir con este prestigioso historiador la representación de Córdoba ante
esta Academia. Hoy, al filo de los cien años, don Efraín mantiene sus
inquietudes, manifestadas en reportajes y crónicas periodísticas, para ejemplo
de las nuevas generaciones.
Es obvio que no soy
un historiador; no obstante, mi actividad de investigar la realidad política
argentina me obliga a escudriñar el pasado para entender mejor el presente. Al
hacerlo, debo esforzarme en lograr la mayor objetividad utilizando los
criterios de la disciplina histórica, que tiene, al decir de Menéndez Pelayo,
“en quien honradamente la profesa, cierto poder elevado y modelador que acalla
el tumulto de las pasiones hasta cuando son generosas y de noble raíz”, puesto
que “la materia de la historia está fuera del historiador, a quien con ningún pretexto es lícito deformarla”[2].
Me pareció oportuno
destinar esta comunicación al análisis de los motivos y circunstancias del
comienzo de la guerra de Malvinas en 1982. Con motivo de cumplirse este año el
trigésimo aniversario de la recuperación
de las islas, considero necesario procurar desentrañar la verdad de lo sucedido,
puesto que el tiempo transcurrido y la multiplicidad de opiniones discordantes
produce confusión y lleva al desaliento en la sociedad argentina; de allí la
necesidad de un análisis integral, a través de una investigación bibliografica
que permita llegar a conclusiones plausibles y fundamentadas[3]. Es
posible, afirmaba Ricardo Paz sobre el tema, “siguiendo estas huellas confusas,
llegar a conclusiones ciertas sobre lo esencial del conflicto”; puesto que “la
política, sobre todo la política exterior, tienen poco de esotérico”[4].
Ernesto Palacio reflexiona que “toda historia es una síntesis, y la labor de
quien la emprende se asemeja a la del minero empeñado en extraer de un material
turbio el precioso filón, siguiendo la dirección de la veta”[5] .
En esta exposición,
me ocuparé únicamente de rastrear los motivos que condujeron a que se produjera
el enfrentamiento bélico, describiendo los hechos ocurridos entre el 16 de
diciembre de 1981 y el 2 de abril de 1982.
Pese a la cantidad de
obras publicadas, una cierta proporción de las mismas no resulta confiable para
un análisis serio, en razón de no haber examinado todos los aspectos
involucrados, o estar teñidas de una posición ideológica. En esta categoría incluimos el llamado informe
Rattembach pese que abarca un total de diecisiete volúmenes. En efecto, la
propia Comisión creada por el Poder Ejecutivo Nacional este año, por Decreto Nº
200/12, para revisar el material antes de darlo a publicidad, luego de treinta
años de permanecer en secreto, afirma que parte de los documentos constituyen
“apreciaciones a título personal”, y “revelan de parte de sus autores
ignorancia o desconocimiento de elementos sustanciales de la controversia”. A
ello debe agregarse que el mismo presidente de la comisión, Teniente General
Benjamín Rattenbach, efectua esta
aclaración agregada a mano en el folio 291: “Firmo en disidencia, porque
estando de acuerdo con el contenido de este informe, inclusive la definición de
responsabilidades, no estoy de acuerdo con su orientación, su estructura, su
extensión y el tiempo invertido para su presentación”[6].
En cambio, resulta de
suma importancia el llamado Informe Franks, confeccionado por una
Comisión de Consejeros de la Corona presidida por Lord Franks, y publicada en
enero de 1983; citaré a menudo este antecedente británico[7].
II.
Derechos argentinos
1. Sobre los derechos
argentinos respecto a las islas Malvinas y archipiélagos adyacentes, nos
remitimos al dictamen redactado por el Dr. Ricardo Zorraquín Becú, y aprobado
por la Academia Nacional de la Historia en sesión del 11 de agosto de 1964,
ratificado en mayo de 1982. Resumiendo las conclusiones, el reclamo argentino
se funda históricamente en las siguientes razones:
a) Las soberanía
española de las islas, derivada de la concesión pontificia y de la ocupación de
territorios en el Atlántico Meridional. Inglaterra reconoció esa soberanía al
comprometerse a no navegar ni comerciar en los mares del Sud (tratados de 1670,
1713 y subsiguientes).
b) La continuidad
jurídica de la República Argentina con respecto a todos los derechos y
obligaciones heredados de España, que renunció por el tratado del 21 de
setiembre de 1863 a la soberanía, derechos y acciones que le correspondían.
c) La ocupación
pacífica y exclusiva del archipiélago por la Argentina desde 1820 hasta el 2 de
enero de 1833, en que sus autoridades fueron desalojadas por la fuerza.
III.
El concepto de guerra justa
La mayoría de las
críticas sobre lo ocurrido en 1982, no ponen en duda los derechos argentinos
sobre el territorio en disputa, sino que se refieren a la decisión misma de
recuperarlo por la fuerza, considerando que fue un acto irracional, que no
debió haber sucedido, por el riesgo que implicaba enfrentar a una potencia.
Esto nos lleva a
analizar, en primer lugar, las condiciones para que una guerra pueda justificarse.
La doctrina clásica, compendiada por Santo Tomás de Aquino, enseña que a veces
puede ser justa cuando se cumplen ciertos requisitos. La misma razón que puede
justificar la legítima defensa individual mediante el uso de la fuerza contra
el agresor, puede justificar la defensa de la comunidad política mediante el
uso de la fuerza, cuando sea injustamente atacado por el gobierno de otro
Estado. A pesar de las consecuencias graves de toda contienda bélica, “la
guerra justa da al Estado el derecho de tomar todas las medidas necesarias para
rechazar la agresión del enemigo”.
Sto. Tomás fija las
condiciones básicas para que sea admisible una guerra: autoridad competente
para declarar la guerra e iniciar las hostilidades, recta intención de
tal autoridad, medios legítimos, y causa justa[8].
El Catecismo de la
Iglesia Católica (Nº 2309), siguiendo la doctrina clásica, actualiza y completa
los requisitos para que exista legítima defensa mediante la fuerza militar; es
preciso a la vez:
1. Que el daño
causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea
duradero, grave y cierto.
2. Que todos los
demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o
ineficaces.
3. Que se reúnan las
condiciones serias de éxito.
4. Que el empleo de
las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende
eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia
extrema en la apreciación de esta condición.
Después de analizar
los hechos concretos que condujeron a la contienda, se podrá evaluar si la
decisión argentina se encuadró en el concepto de guerra justa.
IV.
Los hechos: el incidente de las islas Georgias
El conflicto bélico
de 1982 se origina, no en las Malvinas, sino en el archipiélago de las Georgias
del Sur. De manera casi simultánea con la asunción del General Galtieri, como
Presidente de la República Argentina, el embajador británico autorizó el viaje
a las Georgias de Sur del empresario argentino Constantino Davidoff, que
contrató con la Compañía escocesa Salvensen para desguazar estaciones balleneras abandonadas en esas
islas. El contrato quedó formalizado por el escribano Ian Roger Frame, el 19 de
setiembre de 1979, con vigencia hasta el 31 de marzo de 1983. Por su parte, las
autoridades de Georgias del Sur, fueron informadas por la empresa Christian
Salvensen, de Edimburgo, que Davidoff había comprado el material de esa
compañía en Puerto Leith, Stromness y Husvik, solicitando le facilitaran la
operación.
El contrato molestó
al gobernador inglés Hunt, vinculado al Comité de las Islas Malvinas (lobby),
pues:
-el único buque de la
marina, el rompehielos Endurance, dejaría el área en mayo de 1982.
-en junio, la Oficina
Investigaciones Antárticas británica abandonaría las Georgias (Gritviken).
-los obreros
argentinos, con contrato hasta 1983, serían la única presencia en las islas.
Davidoff, comunicó a la embajada británica en
Buenos Aires, por nota del 11-12-81, que viajaría a las islas con algunos
colaboradores para efectuar un relevamiento fotográfico e inventarios. Inició
el viaje el 16-12-81 en el rompehielos Almirante Irizar, llegando a
puerto Leith -en la isla San Pedro, del
grupo de las Georgias- el 20-12. Allí inspeccionó el material que había
adquirido: 30 tanques de almacenamiento de combustible, planta de cocción,
planta diésel eléctrica de 1.500 kw, calderas y máquinarias, en Leith; otras
instalaciones en Husvik y Stromnes, más dos diques flotantes de 700 y 1.000
toneladas en este último puerto.
El negocio era
apetecible; se estimaba –según The Sunday Times- que por esas 35.000 toneladas
de metal Davidoff había pagado 115.000 libras, cuando en 1979 la tonelada de
chatarra se vendía a 214 libras, lo que representaba un beneficio de 7 millones
de libras[9].
Es poco razonable
pensar que un comerciante como Davidoff arriesgaría la oportunidad de su vida,
por cometer un acto de provocación, sin embargo, el día 31 Hunt recomendó
iniciar un procedimiento contra él; la cancillería (Foreing Office) respondió
que no iniciara un procedimiento “con lo que se correría el riesgo de provocar
un incidente sumamente grave que empeoraría la situación y los resultados serían
imprevisibles” (F, 164).
En febrero, hubo un
segundo viaje de los trabajadores argentinos, que estuvieron entre el 16 y el
28 en Leith y Grytviken, sin que se produjera ningún incidente. Por el
contrario, según el diario de la British Antartic Survey encontrado por los
militares argentinos en abril, los técnicos ingleses de la base de Grytviken
mantuvieron relaciones cordiales con los empleados de Davidoff[10].
El embajador informó
el 23 de febrero de 1982, que Davidoff se había comunicado telefónicamente con
la embajada informando que volvería a las Georgias, para comenzar el desguaze,
solicitando instrucciones acerca de cómo proceder; el embajador consultó al
gobernador sobre este tema, sin recibir respuesta (Informe Franks, 167), lo
que, estima el almirante Busser, introducía “el germen de la crisis”[11].
El 9 de marzo,
Davidoff notificó a la embajada que 41 trabajadores partirían dos días después
–en realidad, viajaron 39-, en el Bahía
Buen Suceso, que era un transporte de la Marina, dedicado a operaciones
comerciales, y en el que no había personal militar ni armas de guerra; este
buque era conocido por los ingleses pues solía llevar turistas y provisiones a
las Malvinas. Consta en el Informe Franks (168) que el empresario ofreció
llevar provisiones para la base británica, así como los servicios de un médico
y una enfermera que viajaban con el grupo. El embajador informó sobre esto al
Gobernador y al Foreing Office; a su vez Salvensen había informado a la
cancillería británica y al gobernador sobre el viaje, y que había concedido a
Davidoff una ampliación del contrato hasta el 31 de marzo de 1984.
No obstante de
conocerse este viaje, cuando el día 19 el grupo de chatarreros desembarcó en
Leith: el gobernador de las Malvinas aseguró que los ingleses de la base
científica se enteraron de la presencia argentina al escuchar disparos de armas
de fuego, utilizadas para cazar renos, y que habían izado una bandera
argentina.
Sobre la bandera,
Davidoff negó que hubiera sido colocada por sus empleados, manifestando que cuando bajaron a tierra ya
ondeaba el pabellón nacional en el lugar[12].
Conviene aclarar este punto, pues ocurre que Davidoff no viajó en esa
oportunidad[13];
además, el coordinador general del operativo de la firma Georgias del Sur,
Ricardo Cacace, admitió que la bandera argentina la colocaron los miembros del
grupo: “Fue una cosa natural y espontánea, dado que para nosotros estábamos en
la Argentina y, además, éramos un grupo de argentinos”[14] .
Sobre los renos, en
el diario de la agencia británica, capturado el 3 de abril en Grytviken, figura
esta frase,asentada el 17 de marzo: “Al fin se va el Isatis (yate francés) que
volvió ayer puesto que los helicópteros del Endurance lo sobrevolaron para
chequearlo. Los otros franceses se están convirtiendo en una peste, ya están
disparando sus rifles en Grytviken y matando ciervos. Estamos disgustados y no
podemos expresar la animadversión general que provocan sin recurrir a malas
palabras. Digamos que no están actuando con propiedad”[15].
Queda en evidencia, entonces, que fueron dichos franceses los que dispararon y
no los argentinos.
Cabe acotar con
respecto a los renos, que se trata de animales salvajes que fueron introducidos
por los balleneros a principios del siglo XX, y que, actualmente, las
autoridades británicas prevén exterminarlos –Vgr. con disparos desde el aire-,
debido a que constituyen una población de 3.000 animales que están devastando
la vegetación local (Clarín, 17-6-12).
El gobernador
manifestó al Foreing Office su opinión de que la Marina estaba utilizando al
Davidoff como cobertura; la cancillería aclaró al embajador que el Bahía Buen
Suceso era un buque de transporte no de guerra, y que no llevaba personal
militar. El comandante de la Base de Grytviken confirmó que los hombres
desembarcados no llevaban armas de fuego (F, 170). El Informe Franks revela
que, según un informe de inteligencia británico, el gobierno argentino no
planificó este incidente: “A pesar de los estrechos contactos que el Sr.
Davidoff mantenía con algunos oficiales superiores de la Armada Argentina, no
se considera que el desembarco no autorizado formara parte de los planes de la
Armada” (F, 230).
Mientras tanto, el 21
zarpó de Malvinas el Endurance, embarcando 21 infantes de marina, quedando
anclado en Grytviken a las espera de órdenes; el mismo dia en Puerto Stanley se
forzó la puerta de LADE, la empresa argentina que brindaba servicio aéreo a las
islas, colocándose una bandera inglesa.
Simultáneamente, el comandante de la base
británica informó a los trabajadores que su presencia era ilegal, pues no
habían sellado las llamadas tarjetas blancas de identificación. El
Canciller argentino, Dr. Costa Méndez, pidió que la expulsión se revocara si
Davidoff ordenaba a sus empleados completar la formalidad de ir hasta Gritviken
y hacer sellar las tarjetas. El embajador estuvo de acuerdo, pero Hunt sostuvo
que las Georgias no estaban incluidas en el acuerdo de 1971 y que debían
sellarse los pasaportes.
Costa Méndez
respondió al embajador el 28 que los trabajadores deben permanecer en Georgias
pues se les ha otorgado la documentación idónea; en efecto, en el Acuerdo de
Comunicaciones, firmado el 1-7-1971, se había establecido que la tarjeta blanca
“será el único documento requerido a los residentes del territorio continental
argentino para viajar a las Islas Malvinas”. También insistió el canciller en
que las Georgias estaban explícitamente comprendidas en el Acuerdo de 1971,
cosa que los británicos habían reconocido en la reunión de Nueva York celebrada
un mes atrás, los días 26 y 27 de febrero[16].
Cabe destacar que la
presencia de estos argentinos no representaba ninguna amenaza: primero, porque
no eran militares, y la segunda porque en Georgias no había población, sólo
estaba el personal de investigaciones antárticas y en otra zona. Recordemos, de
paso, que aquél convenio de 1971, constituyó –como lo expresara Ricardo Paz-
“un sistema único en los anales diplomáticos, de usurpación subsidiada a cargo
de la nación usurpada”[17]. No
cabía, entonces, una nueva concesión por parte de nuestro país.
Mientras tanto, el 30
de marzo el encargado de negocios argentino en Londres, informó que la
televisión inglesa dio la noticia del envío de 2 submarinos nucleares clase
Hunter Killer; uno de ellos había zarpado el 25 desde Gibraltar (noticia
confirmada por el New York Times), y que interpretaba que el gobierno había
optado por un endurecimiento frente al caso Georgias. El punto 213 del Informe Franks reconoce que
el día 29 la Primer Ministra dispuso el envio de un submarino nuclear en apoyo
del Endurance, y que se prepararía un segundo submarino.
En la Argentina, existieron
proyectos de ocupar las Malvinas, ya desde 1955, que se reactivaron desde que
el Almirante Anaya asumió como comandante en jefe de la Marina, pero recién en
la primera semana de enero, el Comité Militar resolvió que se planificara
preventivamente una operación de ocupación de las Malvinas, para el caso de que
fracasaran las negociaciones diplomáticas en curso. Ese plan no tenía fecha de
ejecución, pues la intención era negociar durante todo el año. Recién el día
23, ante el cariz que tomaba el incidente advirtió al embajador Williams que si
no se aplazaba la amenaza de retiro forzado de los obreros, se tomaría como un
ultimátum que originaría una reacción por parte de nuestro país. Ante la
situación planteada, en reunión del día 26, el Comité dispuso que la operación
estuviera lista para ser ejecutada entre el 1 y el 3 de abril. Por su parte, el
gobierno inglés tomó la decisión de enviar la Task Force antes de que el
gobierno argentino resolviera preparar el posible ataque. El libro de memorias
del Almirante Woodward, se tituló “Los cien días”, pues ese tiempo había durado
para él la guerra: “…cien días desde que dije adiós … en el puerto de Gibraltar
la noche del 26 de marzo”[18].
El 28 zarparon los
buques argentinos que llevaban la fuerza de desembarco preparada para ocupar
Malvinas, si no se recibía una respuesta satisfactoria. El Informe Franks (230)
comenta que el día 31 el Grupo de Inteligencia estimaba que el objetivo del
gobierno argentino era persuadir al británico para que reanudara las
conversaciones sobre la soberanía y que no deseaba ser el primero en adoptar
medidas drásticas. Sin embargo, el riesgo era que recurriera al uso de la
fuerza si los civiles que estaban en las Georgias eran arrestados o evacuados.
Recién el 1 de abril
el gobierno británico, al conocer la inminencia del desembarco, solicitó al
presidente Reagan que intercediera ante el presidente Galtieri; la comunicación
telefónica se concretó a las 22 horas, manifestando el mandatario argentino que
ya era tarde, pues no se podía detener la operación, pero que si Gran Bretaña
admitía negociar la crisis terminaría. Puesto que el objetivo fijado era
realizar una ocupación incruenta, y que quedara en las islas una pequeña
guarnición, para forzar de inmediato al adversario a entablar una negociación
seria.
El objetivo se cumplió:
no se produjeron bajas entre los soldados ingleses, y el único fallecido en el
enfrentamiento del día 2 de abril fue el Capitán de Corbeta Pedro Giachino que
encabezaba el grupo de ataque. Asimismo, el día 3 la Fuerza de Desembarco
completó el repliegue de las tropas argentinas[19].
Una cuestión a
dilucidar: se ha afirmado que la Marina argentina preparó un operativo Alfa, con la intención de
promover un incidente que llevara a la guerra. Existió, efectivamente, una Operación
Alfa, generada en mayo de 1981 por iniciativa del Alte. Lombardo,
Comandante de la Flota de Mar, con conocimiento de la Cancillería. El objetivo
consistía en instalar una estación científica en las Islas Georgias del Sur,
similar a la que existía desde 1976 en la Isla Thule del Sur, del grupo de las
Sandwich del Sur, y con el mismo propósito de mantener una presencia en la zona
en litigio. A tal efecto, se formó un grupo de 15 hombres, al mando del Tte.
Astiz, que fue adiestrado en la zona de San Fernando, y se embarcó en el buque Bahía
Paraíso, en el mes de enero, en el marco de la campaña antártica. Se
preveía concretar esa operación en los meses de mayo o junio, cuando las
unidades británicas que realizaban tareas de apoyo antártico se hubieran
alejado definitivamente de la zona.
Algunos[20] han
confundido este viaje de Astiz, con el de Davidoff que viajó en el buque Bahía
Buen Suceso, no en el Bahía Paraíso. De todos modos, la Junta
Militar en reunión del 2 de febrero, resolvió suspender la operación alfa, para
“evitar un hecho que fuera negativo para el desarrollo de las futuras
negociaciones”[21]
. Según declaración testimonial del Contraalmirante Edgardo Otero,
posteriormente –y antes del desembarco de Davidoff- se dispone anular
totalmente esa operación[22].
Por lo tanto, el
incidente de las Georgias, que comienza el 19 de marzo, no tuvo nada que ver
con la Operación Alfa, que nunca fue ejecutada.
V.
Análisis de la decisión
El gobierno argentino
no podía aceptar las exigencias de desalojar a los obreros de Davidoff que
estaban cumpliendo un contrato legalmente formulado, incluso había ofrecido que
se sellaran las tarjetas blancas, siendo que ninguna norma había previsto que
dicho documento debía ser visado[23].
Además, el personal británico en las Georgias tenía funciones científicas, no
consulares que lo habilitara para revisar documentación.
En resúmen, los
argentinos:
-estaban en un
territorio en disputa;
-se habían cumplido
todas las formalidades establecidas;
-admitir el uso de
pasaportes era aceptar la pretensión británica de soberanía sobre las islas
Georgias.
El entonces embajador
británico, Anthony Williams, reconoció posteriormente[24] que:
“En Londres se incurrió en un grave error de apreciación durante el episodio de
las Georgias”.
Si nuestro país
hubiera tolerado el desalojo por la fuerza, o hubiera accedido a evacuar a los
obreros bajo amenaza, o hubiera aceptado el visado de pasaportes, ello habría
significado una verdadera abdicación del derecho de soberanía sobre el
Atlántico sur, por aplicación de la doctrina conocida como “stopell”
(reconocimiento tácito de derechos).
La decisión argentina
de recuperar las Malvinas, se originó en el procedimiento incorrecto utilizado
por Gran Bretaña ante una crisis en Georgias, desatada por sus autoridades. El
envío de un buque de guerra constituía un acto de fuerza, sin haberse agotado
los recursos diplomáticos[25]. De
acuerdo a las Naciones Unidas: “El primer uso de la fuerza armada por un Estado
en contravención de la Carta constituirá prueba prima facie de un acto
de agresión…”[26].
Entonces, ya no había
alternativa válida para la Argentina, que se vio obligada a ejercer el derecho
previsto en la Carta de las NU, art. 51:
“Ninguna disposición
de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual
o colectiva, en caso de ataque armado contra un miembro de las Naciones Unidas,
hasta tanto que el Consejo de Seguridad hayatomado las medidas necesarias para
mantener la paz y la seguridad internacionales”.
El Fiscal de la
Cámara Federal, que juzgó a los Comandantes en Jefe, afirmó que: “La Argentina,
pues, no agredió, fue agredida”; concepto ratificado por la Cámara en su
pronunciamiento.
También la embajadora
norteamericana ante las Naciones Unidas, Jane Kirkpatrik, manifestó: “Yo no
creo que a la Argentina, dado el hecho de su permanente reclamo de soberanía
sobre las Malvinas, se le pueda decir que por ocuparlas estaba cometiendo
agresión”[27].
La doctrina de la
guerra justa, resumida al comienzo, nos
sirve de guía para evaluar esta contienda bélica concreta, desde la ética. El
filósofo cordobés Alberto Caturelli, ha sostenido que “La Argentina ha reunido
y puede invocar todos los títulos legítimos de una guerra justa”[28].
Resumo su argumentación:
-cuando Inglaterra, en 1833, agredió
nuestro derecho efectivamente ejercido sobre las Malvinas…usurpando la posesión
de las mismas, cometió un acto de tal naturaleza que siguió agrediendo a la
Argentina todo el tiempo… durante casi un siglo y medio;
-Por eso,
Inglaterra puso entonces (no en 1982) la causa de guerra justa de parte de la
Argentina;
-La Argentina,
dadas ciertas circunstancias concretas y ante los signos inequívocos del
usurpador de no tener voluntad de restituir las islas, decidió retomar lo que
siempre fue suyo.
También el Catecismo
aclara que: mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad
internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez
agotados todos los medios de acuerdo pacifico, no se podrá negar a los
gobiernos el derecho a la legitima defensa (2308).
Es que la paz -según
la clásica definición de San Agustín- es la tranquilidad en el orden; y no
puede haber orden sin justicia. Por eso afirmaba Juan Pablo II: “No somos
pacifistas, queremos la paz, pero una paz justa y no a cualquier precio”
(18-2-1991). Y, en otra oportunidad el Santo Padre aclaró: “Los pueblos tienen
el derecho y aún el deber de proteger, con medios adecuados, su existencia y su
libertad contra el injusto agresor” (1-1-1982).
VI.
Previsibilidad del resultado[29]
Podría alguien alegar
que lo antedicho satisface únicamente los dos primeros requisitos exigidos por
la doctrina: que haya un daño persistente recibido de un agresor, y que se
hayan agotado las vías pacíficas. Conviene, entonces, revisar los otros dos
requisitos: que haya razonable posibilidad de éxito, y que el uso de la fuerza
no cause daños más graves.
El plan no fue
irracional; el propósito de ocupar las islas no era el de iniciar una escalada
bélica, por el contrario, se buscaba forzar a una negociación seria, y en caso
de surgir un gesto de buena voluntad antes de la ocupación se anularía la
operación. La misma debía ser incruenta, y una vez finalizada, quedaría en las
islas una pequeña guarnición.
Se preveía que las
negociaciones tendrían el apoyo de las Naciones Unidas y de Estados Unidos;
esto último no era una suposición ingenua: en la noche misma del 2 de abril hubo una cena en la embajada argentina en
Washington, a la que asistieron la embajadora Kirkpatrich, la plana mayor de la
secretaría de Estado, y jefes militares, a tal punto que el embajador británico
dijo que era un agravio para su país.
Con respecto a la
posibilidad de que las NU exigieran un acuerdo, había varios antecedentes; el
más relevante fue la ocupación por Egipto del Canal de Suez, en 1956,
presionando el organismo internacional para que Gran Bretaña y Francia no
atacaran a Egipto, que desde entonces quedó con el canal.
Otro antecedente
destacable es que en diciembre de 1976, solo 6 años antes de la guerra, la Marina
argentina instaló un observatorio en las islas Thule (Sandwich), y Gran Bretaña
sólo envió una nota de protesta, sin
tomar ninguna otra medida.
Tampoco era
inevitable la derrota. Según el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres,
hasta el 13 abril, la argentina tuvo posibilidad de triunfo. Cambia el
panorama, por la ayuda de EEUU. Aun así, los ingleses sufrieron las pérdidas
más grandes desde la 2da. Guerra. Debe entenderse que el conflicto era
político, y no se pretendía una confrontación total, por eso era posible para
la Argentina lograr el objetivo que se había fijado. Además, era una obligación
patriótica actuar en defensa de los intereses nacionales.
En el fallo de la
Cámara Federal que juzgó a los Comandantes, en noviembre de 1988, se reconoce
que: “Asiste razón a las defensas cuando sostienen lo mezquino que puede
resultar vincular la decisión de participar en un combate evaluando previamente
la entidad del contrincante. La necesidad política de responder a las
agresiones que afectan la subsistencia del Estado, pasa por el imperioso deber
de asegurar la respuesta al avance del enemigo.”
Por cierto que la
Argentina no podría ganar una guerra total a un país como Gran Bretaña; pero
desde la última guerra mundial, ya no existen conflictos bélicos integrales. Además,
el objetivo de ocupar Malvinas era concreto y factible: ocupar las islas para
negociar. Con respecto a la posibilidad de ganar la guerra localizada en esta
zona, ello no era imposible, puesto que Gran Bretaña no empeñó todos sus
recursos militares, y dependía de numeros factores para actuar a mucha
distancia de su territorio.
Con motivo del
fallecimiento del General británico Jeremy Moore, comandante de las tropas
inglesas en Malvinas, se supo que este militar recordó en una entrevista la
preocupación que sintió el 14 de junio de 1982, de que la Argentina no firmara
la rendición, y que, por eso, le permitió al Gobernador argentino, General
Menéndez, tachar la palabra incondicional, antes de firmar[30]. La
preocupación de Moore se fundaba en que el Alte. Woodward, jefe de la flota, le
había dicho que si no llegaba a Puerto Argentino para el día 14, lo iban a
sacar de la isla; por eso, fue a conversar con Menéndez, “como quien va a jugar
al póker con una mano pobre de naipes” (La Prensa, 1-4-86).
Con referencia a los
daños que ocasionó la guerra, no es exacto que la misma haya perjudicado los
derechos argentinos a reclamar la soberanía sobre Malvinas. La mejor evidencia
es que la Asamblea General de las Naciones Unidas sancionó, desde el fin de la
guerra, siete resoluciones favorables a nuestro país, siendo la primera de
ellas, la Nº 37, de noviembre de 1982 -apenas cinco meses después de finalizada
la contienda-, aprobada con el voto positivo de Estados Unidos, inclusive. En
la misma se reitera que la situación colonial en las Malvinas es incompatible
con los ideales de las UN y pide la reanudación de negociaciones por la
soberanía.
Debe citarse,
asimismo, el informe Kershaw, elaborado por iniciativa del Parlamento
británico, en 1983, donde se reconoce que “problemas sustanciales diplomáticos,
militares, financieros y económicos, seguirán enfrentando a Gran Bretaña y las
islas Falklands a menos o hasta que se logre un acuerdo negociado de la disputa
con la República Argentina” (p. 1.3). También admite el informe que, con
relación a la historia del conflicto, “el peso de la evidencia es más favorable
al título argentino” (p. 2.15)[31].
VII.
Conclusiones
Decía don Ernesto
Palacio que quien investiga el pasado debe hacerlo con objetividad, pero que
una vez que tiene la certeza de conocer la verdad, no puede ser neutral en la
evaluación de los hechos. Por eso, sin perjuicio de los errores estratégicos y
tácticos que algunos especialistas han señalado al analizar esta guerra, debe
resaltarse que ninguno de los autores que hemos citado considera que pueda ser
calificada de aventura, ni se ha verificado que los responsables, civiles y
militares, hayan actuado por intereses espurios, o con una incompetencia profesional
generalizada. Considero que fue una guerra justa, que no pudo ser evitada sin
afectar profundamente el honor nacional. No puede adjudicarse al hecho bélico
el debilitamiento posterior de la posición argentina, que obedece a otras
causas que exceden el marco de esta exposición.
Es lamentable que a
30 años de la guerra, y siendo que la misma es estudiada en los institutos
militares de todo el mundo, por la valentía y eficiencia que demostraron
nuestros soldados en el campo de batalla, los argentinos caigamos en la autodenigración.
Hasta surgió este año un grupo de intelectuales que propuso celebrar el 14 de
junio, día de la rendición. “Es –como escribió Abel Posse- la Argentina
pequeña, incapaz de reconocer sus pasiones y su euforia, incapaz de concederles
la palabra gloria a sus muertos por la patria”[32].
Los errores y
debilidades propias deben ser reconocidos, pero no debe permitirse la diatriba
ni la calumnia sobre las reales motivaciones de una guerra, que la Argentina no
provocó imprudentemente, y que una vez desatada supo afrontar con entereza.
[1]
Conferencia pronunciada el día 12 de setiembre de 2012, en la Academia
Argentina de Historia, al recibir el diploma de Miembro Correspondiente.
[2] Menéndez Palayo,
Marcelino. “Historia de los heterodoxos españoles”; Buenos Aires, Espasa-Calpe
Argentina, 1951, Tomo I, p. 3.
[3] Al
final del trabajo se detallan los antecedentes utilizados (Bibliografía
seleccionada), por considerar que
son los mejor documentados y más confiables en el análisis de los hechos. En
las referencias a pié de página, se indicará únicamente: el apellido del autor,
año de la edición, y número de página citada; en la Bibliografía figuran
los datos restantes de cada obra.
[4] Paz, 1983, p. 7).
[5] Palacio, Ernesto.
“Historia de la Argentina”; Buenos Aires, Peña Lillo, 1965, T. I, pp. XI y XII.
[6] Versión oficial en
Internet: www.casarosada.gov.ar
[7] Utilizaré como abreviatura
“F”, seguida del número de párrafo respectivo.
[8] Rodríguez de Yurre, pp.
469/476.
[9] Mayorga, p. 35.
[10] Gamba, 1985, pp. 197/198.
[11] Büsser, 1987, p. 51.
[12] Costa, p. 62.
[13] “y ni siquiera viajé con
mis obreros¨”: Davidoff, p. 8.
[14] Clarín, 16-5-1982, p. 4.
[15] Gamba, 1984, p. 133.
[16] Costa Méndez, pp. 109 y
110.
[17] Paz, Ricardo. “Por otro 3
de abril”; en: Revista Militar, Nº 742, Enero/Marzo 1998, p. 73.
[18] Cit. por: Díaz Araujo, p.
25.
[19] Busser, pp. 101/105.
[20] Costa, pp. 58 y 59.
[21] De Vita, pp. 44/48.
[22] De Vita, p. 47.
[23] Costa Méndez, p. 110.
[24] Cit. en: Revista Militar,
Nº 742, Enero/Marzo 1988, p. 20.
[25] Bartolomé, pp. 129/131.
[26] Naciones Unidas.
“Definición de la agresión”; Res. 3314 (XXIX), Art. 2, de la Asamblea General,
de 1974.
[27] Oliveri López, p. 179.
[28] Caturelli, 9/13.
[29] Meneghini, pp. 25/27.
[30] La Mañana de Córdoba,
18-9-2007.
[31] Gamba, 1984, p. 185.
[32]
Posse, Abel. “Las Malvinas y la enfermedad argentina”; en Revista Militar Nº
742, Enero/Marzo 1998, p. 32.