Mario Meneghini *
Desde hace un tiempo se
ha extendido la preocupación por la supuesta pérdida o disminución de la
soberanía de los Estados nacionales[1].
Se parte de un error conceptual, pues la soberanía no es otra cosa que la
cualidad del poder estatal que consiste en ser supremo en un territorio
determinado y no depender de otra normatividad superior[2].
No es susceptible de grados; existe o no. Por lo tanto, carece de sentido
mencionar la “disminución” de soberanía de los Estados contemporáneos. Lo que
puede disminuir o incrementarse es el poder propiamente dicho, es decir, la
capacidad efectiva de hacer cosas, de resolver problemas e influir en la
realidad. Entonces, lo que nos debe interesar es si existe el Estado argentino,
pues, si no es así, obviamente resulta superfluo pretender “defender” o
“recuperar” la soberanía.
El Dr. Marcelo Sánchez
Sorondo ha estudiado el tema[3],
y conviene conocer su argumentación. Sostiene este autor, que todo Estado
incluye un gobierno, pero no todo gobierno implica que existe un Estado. El
Estado es una entidad jurídico-política, que surge recién en una etapa de la
civilización, como complejo de organismos, al servicio del bien común. Supone
una delimitación explícita del poder discrecional; si un gobernante puede afirmar “el Estado soy yo”,
queda demostrada la inexistencia de un Estado. Pues la hipertrofia del poder
personal, sin frenos, es un síntoma de la ausencia de un Estado.
En toda institución -y
el Estado es la de mayor envergadura en un territorio determinado-, el
dirigente se subordina a la finalidad perseguida y a las normas establecidas.
“No hay Estado si el contexto político y el orden jurídico que lo encuadran son
una ficción y por momentos una superchería. Cuando el poder no se emplaza en la
órbita de las instituciones sino que se adscribe a una tipología grupal o
meramente personal, entonces no se alcanza ese nivel de civilización política
que implica la existencia en plenitud, la plenipotencia del Estado”[4].
El gobierno no encuadrado en un Estado, es errático y caprichoso; sirve
únicamente para el enriquecimiento e influencia individual de los gobernantes,
que no pueden lograr el funcionamiento eficaz de la estructura gubernamental.
De allí la paradoja de culpar al Estado de todos los problemas, cuando el
origen de los problemas es la ausencia del Estado.
En síntesis, la Argentina no tiene
Estado, sólo gobiernos. Pero, para intentar demostrar esta tesis, es necesario
profundizar en las notas características que distinguen a un Estado
contemporáneo, más allá de las formalidades constitucionales y del tipo de
gobierno establecido. Para ello, utilizaremos el esquema del Profesor de Mahieu[5]
quien define al Estado como el órgano de síntesis, previsión y mando, de
una sociedad territorialmente
delimitada, que procura el bien común. Es decir, que sólo puede calificarse de
Estado, aquel que cumple las tres funciones básicas señaladas.[6]
1. La función de síntesis.
La unidad social es el resultado de la interacción de las diversas fuerzas
sociales constitutivas, síntesis en constante elaboración por los cambios que
se producen en los grupos y en el entorno. La superación de los antagonismos
internos no surge espontáneamente; es el resultado de un esfuerzo consciente
por afianzar la solidaridad sinérgica a cargo del Estado. A semejanza del
director de orquesta, es el Estado el que logra crear “una melodía social
unitaria y armoniosa”[7].
El poder estatal tendrá legitimidad en la medida en que cumpla dicha función,
garantizando la concordia política.
2. La función de planeamiento.
El Estado centraliza la información que le llega de los grupos sociales;
recopila sus problemas, necesidades y demandas. Los datos son procesados y
extrapolados en función de los fines comunes, fijados en la Constitución Nacional
y en otros documentos, que señalan los objetivos políticos y los valores que
identifican a un pueblo. Con mayor o menor intensidad, según el modelo
gubernamental elegido, es en el marco del Estado donde debe realizarse el
planeamiento global que establezca las metas y las prioridades en el proceso de
desarrollo integral de la sociedad, en procura del Bien Común. Por cierto que,
en una concepción jusnaturalista, el planeamiento estatal sólo será vinculante
para el propio Estado, y meramente indicativo para el sector privado. La
autoridad pública no debe realizar ni decidir por sí misma “lo que puedan hacer
y procurar las comunidades menores e inferiores”, en palabras de Pío XI. Pero,
debido a la complejidad de los problemas modernos, el principio de
subsidiariedad resulta insuficiente para resolverlos sin la orientación del
Estado, que mediante el planeamiento se dedique a “animar, estimular,
coordinar, suplir e integrar la acción de los individuos y de los cuerpos
intermedios”[8].
3. La función de conducción.
La esencia de la misión del Estado es el ejercicio de la autoridad pública. La
facultad de tomar decisiones definitivas e inapelables, está sustentada en el
monopolio del uso de la fuerza, y se condensa en el concepto de soberanía. El
gobernante posee una potestad suprema, en su orden, pero no indeterminada ni
absoluta. El poder se justifica en razón del fin para el que está establecido y
se define por este fin: el Bien Común temporal.
Si un Estado no posee,
en acto, estas tres funciones, ha dejado de existir como tal o ha efectuado una
transferencia de poder en beneficio de organismos supraestatales, o de actores
privados, o de otro Estado.
Esta es, precisamente,
la situación argentina, pudiendo citarse la opinión de tres intelectuales de
diferente posición:
* Dr. Jorge Vanossi (siendo Ministro
de Justicia): “La Argentina
es un Estado debilucho, que está al borde de la anomia...”(La Nación , 17/3/02).
* Dr. Manuel Mora y Araujo: “...el
Estado argentino no funciona. No cumple su papel, no brinda a la sociedad los
servicios que se esperan de él...”(La
Nación , 20/3/02).
* Dr. Natalio Botana: “...podemos
llegar a una conclusión provisoria muy preocupante: que tenemos una democracia
en un país sin Estado y sin moneda.” (Clarín, 28/4/02).
Como hipótesis, nos
animamos a decir que el Estado argentino dejó de funcionar como tal a partir de
junio de 1970, con la caída del Gral. Onganía. Aplicando, sintéticamente, el
esquema teórico expuesto, podemos advertir que en la fecha indicada resultaron afectadas las
tres funciones básicas:
Síntesis: a fines de la década del 60 comienzan enfrentamientos y
disturbios sociales graves, que culminan en una guerra civil. En mayo de 1969
se produce el Cordobazo, y un año más tarde, el secuestro y asesinato del Gral.
Aramburu. Del presente, baste citar: 900.000 jóvenes que no estudian ni
trabajan; 12 millones de pobres y 5 millones de indigentes; promedio de
condenas por delitos cometidos en la última década, 3,2%.
Planeamiento: En 1966 se aprobó el
Sistema Nacional de Planeamiento, que demostró su eficacia al fijar, por
primera vez en el país, las Políticas
Nacionales (Decreto 46/70). Desde el 8 de junio de 1970, con el
desplazamiento de Onganía, dejó de aplicarse el planeamiento como instrumento
de gobierno, hasta el presente.
Conducción: Al aceptarse la renuncia del Gral. Onganía, el 8 de junio
de 1970 asume el poder político la
Junta de Comandantes en Jefe. El Proceso de Reorganización
Nacional formalizó a la
Junta Militar como órgano supremo, con lo que, durante 7 años
la jefatura del Estado dejó de ser individual y se convirtió en triunvirato. De
estos antecedentes, en que el poder ejecutivo, pese a tratarse de gobiernos de
facto, no estaba centralizado -lo que
explica muchas de las situaciones vividas en esos años-, se pasó a una
creciente personalización del poder.
El actual gobierno nacional, ha debilitado
todas las instituciones, impedido el federalismo, y exacerbado la concentración
del poder en una sóla persona.
En conclusión, si es
correcto el análisis, la prioridad absoluta consiste en restaurar el Estado, y
procurar que actúe eficazmente al servicio del bien común. Ello no ocurrirá
como consecuencia necesaria de elaborar un buen diagnóstico. Por eso, decía Don
Ricardo Curutchet: “No basta con denunciar que se pierde la Argentina , es necesario
actuar para contribuir a salvarla”.
Es insensato confiar en
que, precisamente en el momento más difícil de la historia nacional, podrá
producirse espontáneamente un cambio positivo. Sólo podrá lograrse si un número
suficiente de argentinos con vocación patriótica, se decide a actuar en la vida
pública buscando la manera efectiva de influir en ella.
Un dirigente político
no puede limitarse a exponer los principios de un orden social abstracto. La doctrina tiene que estar
encarnada en hombres que cuenten con el apoyo de muchos, formando una corriente
de opinión favorable a la aplicación de la doctrina. Debe encararse con
seriedad la preparación de un Proyecto Nacional y la constitución de equipos
aptos para aplicarlo.
*Dr. en Ciencia
Política. Miembro de Esperanza Federal
[1] Toffler, Alvin y Heidi: La Soberanía ya no es lo
que era, La Nación ,
24/10/02, p. 17
[2] Bidart Campos, Germán:
Doctrina del Estado Democrático, Bs., As., Ed. Jurídicas Europa-América, 1961,
p. 55-66
[3] Sánchez Sorondo, Marcelo: La Argentina no tiene
Estado, sólo Gobiernos, Revista Militar Nº 728, 1993, p. 13-17
[4] Sánchez Sorondo, Marcelo:
op. cit., p. 14
[5] de Mahieu, José María: El
Estado Comunitario, Bs., As., Arayú, 1962
[6] Analizamos ya este tema
en: “El Estado Argentino en el Mundo Globalizado”, Boletín ACCION Nº 52, junio
2001
[7] de Mahieu: op. cit., p. 92
[8] Pablo VI: Enc. Populorum Progressio, 1967, § 33