ARQUETIPO DEL
OBJETOR DE CONCIENCIA (1)
El santoral de hoy, recuerda a este Santo; Patrono de los Gobernantes y de los políticos
La objeción de
conciencia constituye una forma de desobedecer al derecho positivo, motivada en
razones éticas o religiosas (2). Enseña el magisterio de la Iglesia: “En lo más
profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no
se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando
es necesario, en los oídos de su corazón, adviertiéndole que debe amar y
practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el
hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia
consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente” (3).
Precisamente por
el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de
la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo
imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente
entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura
es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin
supremo el servicio a la persona humana.
De profesión
abogado, a los 27 años ya gozaba de gran prestigio, en los ámbitos profesional
y cultural, cuando fue elegido para representar al condado de Londres en el
Parlamento, comenzando su actuación en la función pública. Posteriormente, y en
forma sucesiva, desempeña otros cargos: Sub-Sheriff de Londres, miembro del
Consejo Privado del Rey, embajador en cortes europeas, Sub-tesorero del Reino,
Canciller del Ducado de Lancaster y, finalmente, Canciller de Inglaterra. Este
era el cargo de mayor jerarquía –equivalente a un primer ministro de hoy-, y el
rey lo designa para ocuparlo, en un momento de crisis política y económica del
país.
Como primer laico
en ocupar este cargo –reservado habitualmente para obispos-, Tomás afrontó un
período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a
sus principios, se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo
de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532,
no queriendo dar su apoyo a la pretensión de Enrique VIII de que Roma anulara
su matrimonio, para volver a casarse, presentó su renuncia y se retiró de la
vida pública.
Constatada su gran
firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el rey,
en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a
diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó
prestar el juramento que se le pedía. Desde la prisión, le escribe a su hija
Margarita: “A nadie impedí prestar el juramento; ni siquiera persuadí a ninguno
para que lo resistiera. A nadie infundí escrúpulos por prestarlo, ni lo haré,
sino que dejo a cada uno librado a su conciencia. Y encontraría razonable que
se me permitiese seguir la mía” (4).
El hombre no se
puede separar de Dios, ni la política de la moral. Esta es la luz que iluminó
su conciencia. Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la
conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz.
La historia de
Santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética
política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas
injerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía
de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político. En
esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la
naturaleza del hombre.
Cuando Moro acepta
el sello de Canciller, en 1529, lo hace para intentar defender por medio de la
acción lo que no puede sostener ya con la pluma. La aceptación de ese cargo ha
sido considerado un error; pero, en realidad, no podía elegir. Antes de esa
fecha, había explicado al rey Enrique VIII que no transigiría en materia de
divorcio; sabiendo esto, el rey prometió darle libertad de conciencia y
emplearlo en otros asuntos. Por eso, no podía eludir la aceptación, pues como
enseña la Suma Teológica (5): “Si un hombre domina sobre los demás por su
ciencia y virtud, sería un mal que no emplease en provecho de los otros su
superioridad, según las palabras del Apóstol San Pedro: Cada uno debe emplear
en beneficio de los demás la gracia que recibiera”.
Moro lo explicaba
así: Desanimo y temor impiden a una persona realizar el bien para el que
estaría capacitado si sumergiese su ánimo en la confianza de la ayuda divina.
Muchas veces la cobardía se enmascara de humildad (6).
Moro creía que
podría detener algunos de los desastres que preveía. Era el deber que él mismo
había afirmado en su libro “Utopía”, en el diálogo con Rafael: Si no conseguís
realizar todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán por lo
menos la intensidad del mal (7).
Cumpliendo
funciones en la corte, era natural para Moro obedecer al Rey y a su superior
directo, el Cardenal Wolsey (8). Siempre actuó con lealtad, pero distinguía
entre opiniones, que pueden ser discutidas, y certezas, cosas que tenía por
seguras, por motivos de fe o de conciencia. La disconformidad parcial, no tenía
por qué llevarlo a la desobediencia ni a la necesidad de renunciar. Moro
consideraba que no tenía que justificarse ante Dios por la política de
Inglaterra, sino únicamente por el cumplimiento honrado de sus funciones.
En el Libro
Primero de la “Utopía”, sintetiza magistralmente su posición: Un buen actor
encarna sus personajes de la mejor manera posible, sea cual fuere la obra que
represente, pero no turba el conjunto con la mera finalidad de añadir un trozo
mejor de otra. En esa forma conviene proceder cuando se interviene en los
negocios del Estado y en los consejos de los príncipes. La imposibilidad de
suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale
como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave
en la tempestad porque no puede dominar los vientos (9).
Consideramos que
la posición indicada coincide con la doctrina tradicional del “mal menor”. Como
señala León XIII en la Encíclica Libertas: no pudiendo la autoridad humana
impedir todos los males, debe permitir y dejar impunes muchas cosas que son,
sin embargo, castigadas justamente por la divina Providencia (San Agustín, De
libero arbitrio) (10). El Papa agrega que la tolerancia al mal es un postulado
propio de la prudencia política.
Para alcanzar la
prudencia, es inteligente pedirla a Dios, ya que se trata de una virtud y,
según señala el P. Ribadeneira “así como el gusto estragado juzga mal de los
sabores, así la voluntad estragada con alguna pasión se ciega y juzga mal de
las cosas. Y por eso, dice Aristóteles que es imposible que sea prudente el que
no es virtuoso” (11).
Contrasta la
actitud de Moro con la de muchos hombres de hoy, inteligentes y honestos, que parecen
creer que la acción cívica sólo se justifica cuando existen garantías de
acceder al poder para aplicar íntegramente la sana doctrina. Como explicó Juan
Pablo II: Para el cristiano de hoy, no se trata de huir del mundo en el que le
ha puesto la llamada de Dios, sino más bien de dar testimonio de su propia fe y
de ser coherente con los principios, en las circunstancias difíciles y siempre
nuevas que caracterizan el ámbito político (Discurso, 4-11-2000).
El mismo
pontífice, 31 de octubre del año 2000, proclamó a Santo Tomás Moro “Patrono de
los Gobernantes y de los Políticos”, afirmando: Su vida nos enseña que el
gobierno es, antes que nada, ejercicio de las virtudes (Carta de Proclamación).
Al respecto,
debemos destacar que la Política debe ser regida por la virtud de la prudencia,
no por el arte, ya que pertenece al campo de lo agible, no de lo factible. Como
enseña Santo Tomás: el arte versa sobre las cosas factibles, es decir que están
constituídas en la materia exterior, como la casa, el cuchillo y semejantes; y
la prudencia, sobre las operables, a saber, las que están en el mismo operante
(12).
El juicio
prudencial debe evaluar la situación concreta del aquí y el ahora, y determinar
la decisión de lo que debe hacerse y cómo hacerlo. Por ello Moro conserva su
cargo de Canciller mientras parecía haber una mínima posibilidad de impedir el
divorcio del rey. Exactamente hasta el 15 de mayo de 1532, en que se sometieron
los obispos y el rey se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra en lugar del
Papa. A partir de entonces, continuar en el cargo hubiese significado
complicidad, por eso renuncia ese día y no otro. Pero se va en silencio, sin
criticar al rey; simplemente se abstiene de opinar. Varios años antes había
escrito sobre la orden de Cristo a sus discípulos de que, si los perseguían en
una ciudad huyeran a otra. Los cristianos, decía Moro, no deben perseguir el
martirio y ponerse en riesgo de negar a Cristo por no poder soportar alguna
tortura.
Con este sentido
de la prudencia, asume el martirio, recién cuando no puede evitar hablar,
porque para el rey y su nuevo canciller, sólo servía un Moro que callaba porque
estaba muerto, o que vivía porque asentía.
Finalizamos con
palabras de Juan Pablo II: Que por intercesión de Santo Tomás Moro todos los
hombres y mujeres comprometidas en la vida pública se preocupen por el bien
común y actúen siempre de acuerdo con la verdad y su conciencia (5-11-2000).
NOTAS
1) Tomamos la
expresión de Portela (ob. cit., p. 80).
2) Portela, ob.
cit., p. 30.
3) Constitución
pastoral Gaudium et Spes, 7-12-1965, nº 16.
4) Moro, Tomás.
“Palabras de animación”; Buenos Aires, Editorial Guadalupe, 1980, pp. 56/57.
5) Suma Teológica,
Ia. Iiae, c. XCVI, a. 4.
6) Moro,Tomás.
“Consuelo en la Tribulación, II.13; cit. en “Palabras…”, ob. cit., p. 80.
7) Utopía; Buenos
Aires, Sopena Argentina, 1944, p. 64.
8) No se priva
Moro, sin embargo, a decirle al Cardenal: “Yo creo que los hombres de estado
que renuncian a su propia conciencia en atención a sus deberes políticos, no
hacen más que llevar a su país al caos por el camino más corto”.
9) Ibid., p. 64.
10) Encíclica
Libertas; Nº 23.
11) Ribadeneira,
P. Pedro de. “El Príncipe Cristiano”; Buenos Aires, Sopena Argentina, 1942, p.
147.
12) Suma
Teológica; Cuestión XLVII, art. V.
Fuentes:
-Boletín Acción,
Nº 53 (julio 2001).
-Juan Pablo II.
Carta Apostólica en forma de Motu Propio, para la proclamación de Santo Tomás
Moro como Patrono de los Gobernantes y los Políticos, 31-10-
-Portela, Jorge
Guillermo. “La justificación iusnaturalista de la desobediencia civil y de la
objeción de conciencia”; Buenos Aires, EDUCA, 2005.
-Prévost, André.
“Tomás Moro y la crisis del pensamiento europeo”; Madrid, Ediciones Palabra,
1972.