Boletín Acción, Nº 149
Córdoba, noviembre 20 de 2013
Conmemoramos hoy el combate de la Vuelta de Obligado, hecho
de armas que se ha tomado como símbolo de la Soberanía Nacional
(20-11-1845). Es oportuna la fecha para reflexionar sobre el problema de la
soberanía en la actualidad. Digamos, en primer lugar, que la soberanía es un
atributo exclusivo del Estado, consistente en el poder supremo en un territorio
determinado. Resulta curioso que al momento de librarse este combate, la Confederación
Argentina constituía un Estado embrionario, que carecía
incluso de constitución formal. Eso no impidió que ejerciera en plenitud la
soberanía, al enfrentarse, exitosamente, con las dos potencias más poderosas de
la época.
Nos
interesa ahora analizar cuál es la situación actual respecto del tema. Para
eso, debemos ir despejando conceptualmente los distintos aspectos involucrados en la
cuestión.
1. Comenzaremos por tratar el
fenómeno de la globalización, que ha sido descrita como “la creciente
interdependencia de todas las sociedades entre sí, promovida por el aumento de
los flujos económicos, financieros y comunicacionales y catapultada por la
tercera revolución industrial o tercera
ola, que facilita que estos flujos puedan ser realizados en tiempo real”[1].
Es preciso diferenciar la
globalización como proceso y como ideología. En el primer sentido, es el
resultado de cambios producidos en la economía contemporánea; como ideología,
pretende convencer que es el único camino posible. El proceso es un dato más de
la realidad, que no podemos ignorar ni eludir, lo que no significa que sea
inevitable, pues, en gran medida es el resultado querido por quienes son sus
beneficiarios. Pero además, se pueden y se deben corregir las consecuencias
negativas e injustas de la globalización.
2. El segundo tópico a considerar es
el peligro que creen advertir muchos de que el estado sufra una disminución o
pérdida total de su soberanía. Para ello, debemos precisar el concepto mismo de
soberanía, que es la cualidad del poder estatal que consiste en ser supremo en
un territorio determinado, y no depender de otra normatividad superior.[2]
No es susceptible de grados; existe o no. Por lo tanto, carece de sentido
mencionar la “disminución de soberanía” de los Estados contemporáneos. Lo que
puede disminuirse o incrementarse es el poder propiamente dicho, es decir, la
capacidad efectiva de hacer cosas, de resolver problemas e influir en la
realidad. El hecho de que un Estado acepte delegar atribuciones propias en un
organismo supraestatal - como el Mercosur-, no afecta su soberanía, pues,
precisamente, adopta dichas decisiones en virtud de su carácter de ente
soberano.
3. Habiendo analizado los aspectos
conceptuales de la cuestión, podemos ahora encararla con referencia a nuestro
Estado. No cabe duda que la globalización implica un riesgo muy concreto de que
disminuya en forma alarmante el grado de independencia que puede exhibir un
país en vías de desarrollo. Ningún país es hoy enteramente libre para definir
sus políticas, ni siquiera las de orden interno, a diferencia de otras épocas
históricas en que los países podían desenvolverse con un grado considerable de
independencia. Entendiendo por independencia la capacidad de un Estado de
decidir y obrar por sí mismo, sin subordinación a otro Estado o actor externo,
la posibilidad de dicha independencia variará según las características del
país respectivo y de la capacidad y energía que demuestre su gobierno. Pues,
más allá de las pretensiones de los ideólogos de la globalización, lo cierto es
que el Estado continúa manteniendo su rol en nuestros días. El politólogo Alain
Touraine recordó en Buenos Aires que en varios países europeos el Estado maneja
más de la mitad del gasto nacional, y no es consistente, por lo tanto, afirmar
que los políticos son simples agentes del mercado. Con referencia a nuestro
país, señaló que el problema es que “no hay política en la Argentina”.[3]
4. La situación internacional, vista
sin anteojeras ideológicas ofrece, - en especial desde 1989- posibilidades de
actuación autonómica aún a los países pequeños y medianos.[4]
Es claro que para poder aprovechar las circunstancias, es necesario que los
gobernantes sepan distinguir los factores condicionantes de la realidad, de los
“factores determinantes” de la política exterior. Estos últimos, son los
hombres concretos que deciden; en los Estados que procuran mantener su
independencia, ellos “aplican su voluntad política con entera libertad, aún
cuando los márgenes dentro de los cuales esa libertad pueda escoger sean muy
estrechos”.[5]
La primera decisión política a adoptar es la de fortalecer el rol del Estado
para procurar su máxima eficacia. Desde nuestra perspectiva no deben ser motivo
de preocupación los cambios de tamaño, forma y funciones del Estado, mientras
cumpla su finalidad esencial de gerente del Bien Común.
5. Consideramos, siguiendo al Prof.
de Mahieu[6],
que todo Estado contemporáneo debe cumplir tres funciones básicas:
1º) La función de síntesis.
La unidad social es el resultado de
la síntesis de las diversas fuerzas sociales constitutivas, síntesis en
constante elaboración por los cambios que se producen en los grupos y en el
entorno. La superación de los antagonismos internos no surge espontáneamente;
es el resultado de un esfuerzo consciente por afianzar la solidaridad
sinérgica, a cargo del Estado.
A semejanza del director de
orquesta, es el Estado el que logra crear “una melodía social unitaria y
armoniosa”.[7]
El poder estatal tendrá legitimidad en
la medida en que cumpla dicha función, garantizando la concordia política.
2º) La función de planeamiento.
El Estado centraliza la información
que le llega de los grupos sociales; recopila sus problemas, necesidades y
demandas. Los datos son procesados y extrapolados en función de los fines
comunes, fijados en la
Constitución Nacional y en otros documentos, que señalan los
objetivos políticos y los valores que identifican a un pueblo. Con mayor o
menor intensidad, según el modelo gubernamental elegido, es en el marco del
Estado donde debe realizarse el planeamiento global que establezca las metas y
las prioridades en el proceso de desarrollo integral de la sociedad, en procura
del Bien Común. Por cierto que, en una concepción jusnaturalista, el
planeamiento estatal sólo será vinculante para el propio Estado, y meramente
indicativo para el sector privado. La autoridad pública no debe realizar ni
decidir por sí misma “lo que puedan hacer y procurar comunidades menores e
inferiores”, en palabras de Pío XI. Pero, debido a la complejidad de los
problemas modernos, el principio de subsidiariedad resulta insuficiente para
resolverlos sin la orientación del Estado, que mediante el planeamiento se
dedique a “animar, estimular, coordinar, suplir e integrar la acción de los
individuos y de los cuerpos intermedios”.[8]
3º) La función de conducción.
La esencia de la misión del Estado
es el ejercicio de la autoridad pública. La facultad de tomar decisiones
definitivas e inapelables, está sustentada en el monopolio del uso de la
fuerza, y se condensa en el concepto de soberanía. El gobernante posee una
potestad suprema en su orden, pero no indeterminada ni absoluta. El poder se
justifica en razón del fin para el que está establecido y se define por este
fin: el Bien Común temporal.
Si un Estado no posee, en acto,
estas tres funciones, ha dejado de existir como tal o ha efectuado una
trasferencia de poder en beneficio de organismos supraestatales, o de actores
privados, o de otro Estado.
6. Resumiendo lo expresado,
consideramos que el mundo contemporáneo permite conservar cuotas significativas
de independencia, siempre que exista una estrategia que seleccione el método de
análisis y de elaboración de planes, apto para resolver los problemas
gubernamentales. Es la actitud de los integrantes del gobierno, cuando carecen
de patriotismo y/ o de eficiencia, la que conduce a renunciar a las
posibilidades de sostener un Estado independiente y someterse voluntariamente a
políticas ajenas.
Precisamente, en la Argentina contemporánea no existe soberanía, pues no
funciona el Estado. El Estado es el
órgano de síntesis, planeamiento y conducción de una sociedad determinada,
destinado a procurar el bien común de la misma. Las tres funciones señaladas
son indispensables; si dejan de cumplirse, el Estado desaparece como tal,
aunque conserve la formalidad constitucional.
Esto sucedió en el nuestro en 1970, es decir, hace 43 años.
Debemos ahora mostrar aunque sea en forma esquemática que
no se cumplen las tres funciones básicas indicadas.
1º) La función de síntesis.
Los 11 millones de pobres, los 2
millones de indigentes, y los 750 mil chicos desnutridos demuestran que no
existe el bien común. Pero, además de los aspectos materiales, es evidente
el clima de crispación y de enfrentamiento,
estimulados por el gobierno.
2º) La función de planeamiento.
En la actualidad, no se puede
realizar ni la primera etapa del proceso de planeamiento, que es el
diagnóstico, pues ha sido destruido el sistema estadístico. El experto Bodin ha
comentado que “es deplorable la situación de la estadística argentina”, opinión
compartida por el Fondo Monetario Internacional (Clarín, 31-10-10).
3º) La función de conducción.
Es notoria la anarquía social que se manifiesta en la
ocupación frecuente de calles, rutas y puentes, por grupos de piqueteros o
sindicalistas, que la policía tolera por expresas instrucciones superiores.
El Poder Ejecutivo impide el funcionamiento independiente
del Congreso y del Poder Judicial.
7. Al no funcionar el Estado, la Argentina contemporánea
no está en condiciones de enfrentar los graves problemas que plantea la
realidad actual. Citemos un solo tema, el crimen organizado.
El presidente de México, Calderón, explicó recientemente
(Clarín, 13-11-10), que debido a la guerra que están librando su país y
Colombia, algunos grupos están emigrando a otros países con Estados más
débiles: Perú, Guatemala y Honduras, a este fenómeno lo ha denominado efecto
cucaracha.
Lo más preocupante es que los grupos que están migrando
configuran lo que se llama narcoterrorismo
por sus métodos feroces y el armamento que utilizan. Una muestra de lo que
implica este peligro se ha podido observar estos últimos días en Río de
Janeiro, donde los delincuentes se han enfrentado con la policía militar y
hasta con tanques de la marina. En México se ha constituido una banda (los
Zetas) integrada por desertores de las tropas especiales de las fuerzas
armadas, que combaten con tácticas de comando a sus antiguos camaradas.
8. Al no funcionar el Estado argentino, nuestro país está
indefenso ante el problema descrito. Cientos de vuelos aterrizan diariamente
con droga en unas 1.500 pistas clandestinas, lo que resulta posible por la
carencia de radarización y la presumible complicidad de funcionarios. También
funcionan laboratorios donde se elabora el clorhidrato de cocaína, a partir de
la pasta base importada, destinándose los restos al paco consumido por los más pobres.
No puede dejar de mencionarse el fallo de la Corte Suprema de Justicia, que
consideró que el consumo de marihuana no constituye delito, a lo que debe
agregarse que ya existen proyectos en el Congreso para despenalizar el uso de
todo tipo de drogas. Mientras tanto, se puede comprar en los quioscos la
revista THC, que realiza la apología de la drogadicción, en abierta infracción
a la ley 23.737.
Desde hace una década los especialistas vienen alertando
sobre esta cuestión, que se agrava por las normas de las leyes de Defensa
Nacional (23.554) y de Seguridad Interior (24.059), que han debilitado
orgánicamente a las Fuerzas Armadas al impedir que actúen en el ámbito interno,
incluso en el rubro inteligencia. Sólo como excepción, previa declaración del
estado de sitio, podrían intervenir, pero sin la preparación adecuada. El
Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires, que dirige el general
Heriberto Auel, ha advertido con crudeza lo que señala como riesgo estratégico prioritario.
9. Frente a la decadencia actual de la Argentina , la peor
tentación, mucho peor que la derrota exterior, es la tentación de la derrota
interior; la tentación del desaliento, de la desesperació, de pensar que no hay
nada que hacer.
Nunca es más grande y fuerte un pueblo que cuando hunde sus
raíces en el pasado. Cuando recuerda y honra a sus antepasados. Por eso,
debemos mirar hacia ese pasado y recordar el ejemplo de los héroes nacionales,
para pensar después en el presente, sin desanimarnos, a pesar de todo.
Conviene, en primer lugar, no
proclamar apresuradamente la desaparición del Estado, que sigue siendo una
sociedad perfecta, por ser la única institución temporal que protege
adecuadamente el bien común de cada sociedad territorialmente delimitada. Como
enseña Benedicto XVI en su encíclica Caritas
in veritate: “parece más realista una renovada valoración de su papel y de
su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que
sean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con nuevas
modalidades de ejercerlos”.
10. Si es correcto el análisis, la prioridad absoluta
consiste en restaurar el Estado; ahora bien, la restauración del Estado
argentino no ocurrirá como consecuencia necesaria de elaborar un buen
diagnóstico. Es insensato confiar en que, precisamente en el momento más
difícil de la historia nacional, podrá producirse espontáneamente un cambio
positivo. Sólo podrá lograrse si un número suficiente de argentinos con
vocación patriótica, se decide a actuar en la vida pública buscando la manera
efectiva de influir en ella. La acción política no puede limitarse a exponer
los principios de un orden social abstracto. La doctrina tiene que encarnarse
en hombres que cuenten con el apoyo de muchos, formando una corriente de
opinión favorable a la aplicación de la doctrina.
11. En este punto, tropezamos con un generalizado
abstencionismo cívico. No puede extrañar que la política genere recelos, pues
es la función social más susceptible a la miseria humana, la que exacerba en
mayor medida las pasiones y debilidades. Pero la situación actual en nuestro
país es, y desde hace mucho tiempo, verdaderamente patológica; la mayoría de
los buenos ciudadanos, comenzando por los más inteligentes y preparados,
abandonan deliberadamente la acción política a los menos aptos y más corruptos
de la sociedad, salvo honrosas excepciones.
Explica Marcelo Sanchez Sorondo que: al ocurrir la vacancia del Estado por el ilegitimo divorcio entre el
poder y los mejores, en la confusión de la juerga aprovechan para colarse al
poder los reptiles inmundos que, denunciaba Platón, siempre andan por la
vecindad de la política, como andan los mercaderes junto al Templo. Se ha
llegado a esta situación por un progresivo y generalizado aburguesamiento de
los ciudadanos, de acuerdo a la definición hegeliana del burgués, como el
hombre que no quiere abandonar la esfera sin riesgos de la vida privada
apolítica.
Por eso, conviene recordar la advertencia del historiador
Toynbee: el mayor castigo para quienes no se interesan por la política, es que
serán gobernados por quienes sí se interesan.
[1] García Delgado, Daniel: Estado- Nación y Globalización, Bs.As.,
Ariel, 2000, p.26
[2] V. Bidart Campos, Germán
José: Doctrina del Estado Democrático, Bs. As., Jurídicas Europa- América,
1961, pp. 55-66
[3] Clarín, 13/ 5/ 01
[4] V. Gral. Auel, Heriberto: La Argentina en sus
Posguerras, en AA.VV.: Geopolítica Tridimensional Argentina, Bs. As., Eudeba,
1999, 23-24, 42 y Puig, op.cit., p. 229
[5] Peltzer, Enrique: Cómo se
juega el Poder Mundial, Bs. As., Abaco de Rodolfo Depalma, 1994, p. 324
[6] V. de Mahieu, Jaime: El Estado
Comunitario, Bs. As., Arayú, 1962, pp. 21, 24, 52, 87-92 y Auel, op. cit., p.
16
[7] de Mahieu, op. cit., p. 92
[8] Pablo VI: Enc. Populorum
Progressio, 1967, punto 33