miércoles, 11 de septiembre de 2013

RECENSIÓN



Reato, Ceferino. “¡Viva la sangre!; Buenos Aires, Sudamericana, 2013, 430 páginas.

Este nuevo libro del autor de obras que han merecido críticas elogiosas, como Operación traviata, y Operación primicia, consta de 16 capítulos, y toma el nombre de la famosa frase del general español Astray, viva la muerte. Procura reflejar lo ocurrido en la ciudad de Córdoba, entre agosto y octubre de 1975, época dura que un editorial del diario La Voz del Interior describió así: vivir se ha transformado en la aspiración más elemental de los cordobeses (15-3-75). 

Busca recordar esa glorificación de la violencia como medio para lograr fines políticos que sedujo a tantos en la Argentina de los setenta, y que para buena parte de la sociedad era aceptable como recurso lógico. Está ambientado en una ciudad, que desde el Cordobazo era la punta de lanza del socialismo, pues las cúpulas de Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo se mudaron a Córdoba y allí vivieron durante muchos meses.
Sobre la formación de la guerrilla de origen peronista, señala tres matrices: la Iglesia católica, el nacionalismo, y el Ejército (Liceo militar General Paz). Afirma que la Iglesia estuvo en los dos lados del mostrador, veló las armas militares y de Montoneros, lo que explicaría la demora en efectuar una autocrítica sobre su actuación en este período de la historia nacional.

Arriesga la hipótesis (p. 25) de que Córdoba, en 1973, fue el centro estratégico donde se definió la disputa entre Perón y los Montoneros, y que estos guerrilleros tomaron el Cordobazo como su propio 17 de octubre, que, de algún modo, los decidió a considerar que tendrían apoyo popular para su empresa bélica. Recoge la interpretación del abogado Garzón Maceda, respecto a la demora del Ejército en ingresar a la ciudad para reprimir las acciones violentas del Cordobazo: evitar el baño de sangre que hubiese existido si se actuaba durante el día, habiendo mucha gente inocente en las calles, y por eso habrían actuado recién al caer la noche del 29 de mayo de 1969. 

Esto se contradice con lo sostenido en página 365, que muestra al general Carcagno –jefe de las tropas que actuaron en el Cordobazo- como uno de los líderes militares peruanistas que intentaron una alianza entre el Ejército y Montoneros, que culminaría en el llamado Operativo Dorrego, donde incluso 800 militantes de la JP desfilaron frente a las autoridades militares, siendo el mismo Carcagno Comandante en Jefe del Ejército.

Los sindicatos en Córdoba habían hecho un giro a la izquierda que se interrumpe con el regreso al país de Perón. Transcribe la opinión de Agustín Tosco, secretario general del gremio Luz y Fuerza, que Perón no era más que un reformista, y que los sindicatos debían ser el eje de una transformación revolucionaria para instaurar la patria socialista.
Resume con una anécdota, en página 357, la extensión que había alcanzado la influencia izquierdista en el peronismo; en una audiencia con el gobernador de Córdoba, Obregón Cano, Perón le aconseja tener cuidado con la infiltración, a lo que responde el gobernador que tenía controlados a los izquierdistas. No, lo que yo le digo –replica el general- es que no sea que se le infiltre algún peronista.

Nos resulta difícil hacer una evaluación de este libro, en el que el autor utiliza un estilo diferente al de los dos indicados al comienzo, pudiendo decirse que ha compilado una serie de episodios, en base a reportajes con los protagonistas de la época,  careciendo de un capítulo de conclusiones. Tal vez por haber vivido en el lugar y en el tiempo del relato, no encontramos revelaciones novedosas ni concluyentes para definir con precisión lo ocurrido en ese momento trágico de la historia argentina. 

Además, consideramos que el panorama no se describe con suficiente objetividad. Por ejemplo, se exalta la influencia sindical de Tosco (marxista) y de Atilio López (peronista de izquierda, vicegobernador de Obregón Cano), ocultando la figura de Elpidio Torres, peronista ortodoxo, que respondía a la conducción nacional de Augusto Vandor.

Tampoco podemos aceptar la injusta afirmación de que la Iglesia no se pronunció oportunamente sobre la violencia en los años setenta, y disimulara los excesos de las fuerzas militares. Podemos citar algunos párrafos de documentos emitidos por la Conferencia Episcopal Argentina:

*”Nadie duda que ni la fuerza ni el terror puedan imponer legítimamente una opción política o asegurar algún tipo de orden” (30-11-74).
*”Hay hechos que son más que error; son pecado y los condenamos sin matices, sea quien fuere su autor: es el asesinar –con secuestro previo o sin él- y cualquiera sea el bando del asesinado” (15-5-76).

Mario Meneghini
Centro de Estudios Cívicos