Reato, Ceferino. “¡Viva la
sangre!; Buenos Aires, Sudamericana, 2013, 430 páginas.
Este nuevo libro del autor de obras que han merecido
críticas elogiosas, como Operación
traviata, y Operación primicia,
consta de 16 capítulos, y toma el nombre de la famosa frase del general español
Astray, viva la muerte. Procura
reflejar lo ocurrido en la ciudad de Córdoba, entre agosto y octubre de 1975,
época dura que un editorial del diario La Voz del Interior describió así: vivir se ha transformado en la aspiración
más elemental de los cordobeses (15-3-75).
Busca recordar esa glorificación
de la violencia como medio para lograr fines políticos que sedujo a tantos en la Argentina de los
setenta, y que para buena parte de la sociedad era aceptable como recurso
lógico. Está ambientado en una ciudad, que desde el Cordobazo era la punta de lanza del socialismo, pues las cúpulas de
Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo se mudaron a Córdoba y allí
vivieron durante muchos meses.
Sobre la formación de la guerrilla de origen
peronista, señala tres matrices: la
Iglesia católica, el nacionalismo, y el Ejército (Liceo
militar General Paz). Afirma que la
Iglesia estuvo en los dos lados del mostrador, veló las armas
militares y de Montoneros, lo que explicaría la demora en efectuar una
autocrítica sobre su actuación en este período de la historia nacional.
Arriesga la hipótesis (p. 25) de que Córdoba, en
1973, fue el centro estratégico donde se definió la disputa entre Perón y los
Montoneros, y que estos guerrilleros tomaron el Cordobazo como su propio 17 de
octubre, que, de algún modo, los decidió a considerar que tendrían apoyo
popular para su empresa bélica. Recoge la interpretación del abogado Garzón
Maceda, respecto a la demora del Ejército en ingresar a la ciudad para reprimir
las acciones violentas del Cordobazo: evitar el baño de sangre que hubiese
existido si se actuaba durante el día, habiendo mucha gente inocente en las
calles, y por eso habrían actuado recién al caer la noche del 29 de mayo de
1969.
Esto se contradice con lo sostenido en página 365, que muestra al general
Carcagno –jefe de las tropas que actuaron en el Cordobazo- como uno de los
líderes militares peruanistas que intentaron una alianza entre el Ejército y
Montoneros, que culminaría en el llamado Operativo Dorrego, donde incluso 800
militantes de la JP
desfilaron frente a las autoridades militares, siendo el mismo Carcagno
Comandante en Jefe del Ejército.
Los sindicatos en Córdoba habían hecho un giro a la
izquierda que se interrumpe con el regreso al país de Perón. Transcribe la
opinión de Agustín Tosco, secretario general del gremio Luz y Fuerza, que Perón
no era más que un reformista, y que los sindicatos debían ser el eje de una
transformación revolucionaria para instaurar la patria socialista.
Resume con una anécdota, en página 357, la extensión
que había alcanzado la influencia izquierdista en el peronismo; en una
audiencia con el gobernador de Córdoba, Obregón Cano, Perón le aconseja tener
cuidado con la infiltración, a lo que responde el gobernador que tenía
controlados a los izquierdistas. No, lo que yo le digo –replica el general- es
que no sea que se le infiltre algún peronista.
Nos resulta difícil hacer una evaluación de este
libro, en el que el autor utiliza un estilo diferente al de los dos indicados
al comienzo, pudiendo decirse que ha compilado una serie de episodios, en base
a reportajes con los protagonistas de la época,
careciendo de un capítulo de conclusiones. Tal vez por haber vivido en
el lugar y en el tiempo del relato, no encontramos revelaciones novedosas ni
concluyentes para definir con precisión lo ocurrido en ese momento trágico de
la historia argentina.
Además, consideramos que el panorama no se describe con
suficiente objetividad. Por ejemplo, se exalta la influencia sindical de Tosco
(marxista) y de Atilio López (peronista de izquierda, vicegobernador de Obregón
Cano), ocultando la figura de Elpidio Torres, peronista ortodoxo, que respondía
a la conducción nacional de Augusto Vandor.
Tampoco podemos aceptar la injusta afirmación de que la Iglesia no se pronunció
oportunamente sobre la violencia en los años setenta, y disimulara los excesos
de las fuerzas militares. Podemos citar algunos párrafos de documentos emitidos
por la Conferencia Episcopal
Argentina:
*”Nadie duda que ni la fuerza ni el terror puedan
imponer legítimamente una opción política o asegurar algún tipo de orden”
(30-11-74).
*”Hay hechos que son más que error; son pecado y los
condenamos sin matices, sea quien fuere su autor: es el asesinar –con secuestro
previo o sin él- y cualquiera sea el bando del asesinado” (15-5-76).
Mario Meneghini
Centro de Estudios Cívicos