Massot, Vicente. “El cielo por asalto”;
Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2013, 224 p.
Se presentó en Córdoba, el 10 de setiembre de 2013, este
nuevo libro del prestigioso intelectual y periodista. La obra que comentamos, consta
de un prólogo, cinco capítulos y un epílogo; el título está tomado de una carta
de Carlos Marx.
En el prólogo explica la intención de desentrañar las razones
que impulsaron a los grupos subversivos, en la década de los setenta, a iniciar
un enfrentamiento bélico. Adelanta la
conclusión del ensayo, afirmado que el sueño de los jefes guerrilleros era la Estación Finlandia ; célebre estación ferroviaria a dónde arribó
Lenin en 1917 para comenzar la revolución comunista. Por consiguiente, la
decisión adoptada resulta lógica: al socialismo revolucionario sólo podía
imponerlo por medio de la lucha armada. Puesto que su actividad no estaba
guiada por la socialdemocracia, sino por la revolución cubana y la figura
mítica del Ché Guevara.
Las agrupaciones militarizadas fueron a la guerra,
conformando ejércitos que –a semejanza del oficial- tenían estados mayores,
grados jerárquicos, insignias y uniformes; lo que muestra que estaban
plenamente conscientes de lo que hacían. No consideraban posible ningún
compromiso con el enemigo capitalista. Tanto ERP como Montoneros tenían el
estilo de una secta de iluminados, cuyas convicciones, inmunes a toda crítica
objetiva, ponían su acento en la política. Eran rebeldes deseosos de saldar
cuentas con una sociedad burguesa que odiaban y estaban dispuestos a eliminar.
Tanto Santucho como Firmenich, comprendían que el
triunfo de un bando significaba la destrucción del opuesto, pero no percibieron
que solo podían emprender una guerra de desgaste, mientras las Fuerzas Armadas
estaban en condiciones de eliminarlos. El enfoque revolucionario estaba
vinculado a la guerra de guerrillas de origen campesino, lideradas por un
hombre carismático, rodeado de un pequeño grupo de combatientes apoyado por el
pueblo. Confiaban más en la convicción ideológica de los militantes que en la
estructura de un partido. Asimilaron la prédica guevarista que sostenía que un
foco guerrillero podía vencer a cualquier ejército regular. Se trató de una
sobrevaloración del hecho bélico; concepción militarista que hasta la aparición
del castrismo no era el pivote de la estrategia comunista.
No advirtieron que la revolución cubana fue posible
por una situación inusual: enfrentaron a un ejército comandado por un ex
sargento taquígrafo –Batista- que encabezó un golpe de Estado atípico, pues
encabezó una rebelión de cabos y sargentos, autopromovidos a generales,
carentes de formación para enfrentar a un enemigo real dispuesto a combatir.
Fulgencio Batista era un mandón, que se regodeaba con el poder, siendo su
prioridad protegerse de una revuelta que originara otro jefe castrense. Debido
a ello, en la lucha contra Castro ordenó concentrar las tropas en La Habana , con los recursos
bélicos que hubieran sido más útiles en las zonas de combate con la guerrilla.
A su vez, el gobierno norteamericano evitó aparecer
ante la opinión pública mundial apoyando a un tirano, y le negó su apoyo desde
mediados de 1957. Las advertencias de Batista ante el Departamento de Estado,
de que se estaba enfrentando a un comunista no fueron escuchadas; no se creyó que
detrás de la figura romántica de Fidel hubiese una fracción marxista.
Cabe agregar el rol decisivo que cumplió la prensa
norteamericana, especialmente el diario más importante -New York Times-, con la
campaña efectuada por Herbert Matthews a favor de Castro. Sus notas relejaban
una pasión inusual en un periodista, pues había quedado fascinado por la
personalidad de Fidel, a quien presentó al público como una especie de Robin
Hood; al describir al líder de la insurrección como “un idealista con firmes convicciones
acerca de la libertad, la democracia, la justicia social y la necesidad de
restablecer la
Constitución y celebrar elecciones”, contribuyó al error de
apreciación sobre lo que en realidad estaba ocurriendo en Cuba.
Las Fuerzas Armadas tenían cincuenta mil efectivos, a
los que cabe sumar treinta mil de la policía, mientras el Movimiento 26 de
Julio, nunca contó con el diez por ciento de ese número; tampoco tenía aviones,
ni tanques ni ametralladoras pesadas. Sin embargo, Fidel al mando de trescientos
guerrilleros logró la rendición de la base militar de Santiago, donde había
cinco mil soldados. Un dirigente argentino de izquierda –Abelardo Ramos-
describió con acierto la situación: “La Revolución Cubana
no solo triunfó por la decisión revolucionaria y la heroica lucha de Sierra
Maestra, sino por la descomposición general de la sociedad semicolonial cubana,
la naturaleza policial de la fuerza armada de Batista y el apoyo masivo de la
prensa norteamericana”.
El antecedente cubano, mal interpretado, explica el
error cometido por los grupos subversivos argentinos, que creyeron sinceramente
que podían repetir en nuestro país lo realizado en el Caribe. Al conformarse la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), presidida por el
entonces senador Salvador Allende, se emitió una declaración que se convirtió
en la orientación para los movimientos de izquierda del tercer mundo:
La lucha
armada constituye la línea fundamental de la revolución en América Latina;
todas las demás formas de lucha deben servir y no retrasar el desarrollo de la
línea fundamental, que es la lucha armada.
La palabra revolución, obraba a modo de talismán; en
la imaginación de la generación que nutrió en la Argentina las filas de la
organización armadas, toda duda fue considerada contrarrevolucionaria. La
pulsión mesiánica y el creer que nadaban a favor de la corriente, despejaban
automáticamente cualquier vacilación. Al ejemplo cubano, se sumaban las
epopeyas de China y Vietnam.
El marxismo que, como toda ideología, desarrolla argumentos
para explicar la realidad; enseñaba que, para triunfar en una guerra
revolucionaria, era necesario tener en cuenta las condiciones objetivas y
subjetivas. En la versión castroguevarista, donde hubiese pobreza, explotación
de las masas por parte de las clases dominantes y marginación social, estarían
dadas las condiciones objetivas para que apareciese la guerrilla, actuando como
agente catalizador.
En cuanto a las condiciones subjetivas, se referían a la
conciencia y certidumbre de que la revolución resultaba posible y su triunfo
inevitable. Pese al fracaso de la aventura guevarista en Bolivia, el fenómeno
del Cordobazo, convenció a los grupos
insurgentes de que, desde mayo de 1969, había surgido una situación
revolucionaria: la movilización y participación de las masas en los hechos que
se sucedieron; la conmoción de la
Iglesia producida por centenares de sacerdotes que se
inclinaban por el socialismo; el control de las universidades por agrupaciones
izquierdistas; la impotencia de las Fuerzas Armadas para sostener el poder.
Había llegado el momento de disputarle a la burguesía el monopolio de la
violencia.
Desde los grupos de inspiración peronista, se
comenzaba a utilizar la metodología marxista de análisis:
“Nuestra tarea política fundamental en este momento
es tratar de incorporar a las luchas reivindicativas métodos similares a los de
la guerra revolucionaria”.
En el epílogo, el autor afirma que, una de las características
de la época analizada, fue la exageración manifiesta en la que incurrieron los
dos bandos enfrentados. Según los intelectuales marxistas, existía en el país
una miseria abrumadora, aprovechada por la oligarquía vernácula apoyada por el ejército de ocupación. Desde la
vereda opuesta, se calificaba a Frondizi y Frigerio de simpatizantes comunistas, y se acusaba de totalitario al peronismo. Ambas apreciaciones, que hoy se muestran
absurdas eran aseveradas con convicción religiosa.
Por parte de los grupos subversivos, se advierte un
desconocimiento de la esencia de la guerra que iban a enfrentar, y la confusión
de calificar de mercenario un contingente armado que se nutría de ciudadanos,
muchos de los cuales, siendo simples soldados conscriptos enfrentaron sin dudar
al enemigo que atacaba los cuarteles, en los que ellos representaban la patria.
Tanto el ERP como Montoneros pretendieron atacar a un capital que gozaba de una salud envidiable, cuando ellos lo daban
por agonizante. En síntesis, las condiciones objetivas se consideraban dadas
por que se exageraba el diagnóstico de los males sociales; con respecto a las
condiciones subjetivas, solo existían en grupos minoritarios dominados por el
mesianismo revolucionario.
El autor ha logrado describir magistralmente las
razones profundas que motivaron la lucha armada en la Argentina que, en aquél
momento, pareció carecer completamente de sentido lógico. El aporte efectuado
por este libro, debería servir para el esclarecimiento de quienes procuramos
hoy defender las instituciones de la República que, desde la década de los setenta,
han quedado seriamente debilitadas.