En la fecha se
publicó un artículo (*) con motivo del aniversario de la rendición argentina, que
nos interesa analizar brevemente.
Pese a indentificarse
el autor como analista internacional y profesor universitario, solo menciona
como fundamento de sus conclusiones, el Informe
Ratenbach, que los especialistas no consideran confiable para un análisis
serio, pese a que abarca un total de diecisiete volúmenes. En efecto, la propia
Comisión creada por el Poder Ejecutivo Nacional, por Decreto Nº 200/12, para
revisar el material antes de darlo a publicidad, luego de treinta años de
permanecer en secreto, afirma que parte de los documentos constituyen
“apreciaciones a título personal”, y “revelan de parte de sus autores
ignorancia o desconocimiento de elementos sustanciales de la controversia”.
A ello debe
agregarse que el mismo presidente de la comisión, Teniente General Benjamín
Rattenbach, efectúa esta aclaración, agregada a mano en el folio 291: “Firmo en
disidencia, porque estando de acuerdo con el contenido de este informe,
inclusive la definición de responsabilidades, no estoy de acuerdo con su orientación, su estructura, su extensión y
el tiempo invertido para su presentación”.
El artículo que
estamos comentando comienza afirmando: “El 14 de junio de 1982, la Argentina
vivió uno de los días más sombríos de su historia reciente: la rendición del
general Mario Benjamín Menéndez ante el general Jeremy Moore en la guerra de
Malvinas.” Omite mencionar que Moore, comandante de las tropas inglesas en ese
conflicto bélico, recordó en una
entrevista el miedo que sintió el 14 de junio de 1982, de que la Argentina no
firmara la rendición, y que, por eso, le permitió al Gobernador argentino,
General Menéndez, tachar la palabra incondicional, antes de firmar. Manifestó
que: “Era muy consciente de que los argentinos son un pueblo orgulloso y que el
honor militar tiene mucha importancia para ellos, por lo que temía que ese
término hiciera que se rehusaran a firmar el documento”.
La preocupación de
Moore se fundaba en que el Alte. Woodward, jefe de la flota, le había dicho
que, si no llegaba a Puerto Argentino para el día 14 de junio, lo iban a sacar
de la isla; por eso, fue a conversar con Menéndez “como quien va a jugar al
póker con una mano pobre de naipes” (La Prensa, 1-4-86).
Conociendo estos
detalles, resulta difícil aceptar que algunos argentinos descalifiquen
tajantemente el hecho en sí de haber aceptado la guerra.
En realidad, la
documentación es abundante, comenzando con el Informe Franks, elaborado por
disposición del Parlamento británico, al finalizar la guerra. Esa documentación
permite reconstruir lo sucedido, y es una obligación moral hacerlo, con la
mayor objetividad posible. Si así se lo hace, podemos verificar que, como en
toda acción humana, hubo errores, pero no una incompetencia generalizada, y
también, como expresó la Sra. de Giachino: “nos deja la certidumbre de que la
guerra no fue buscada, de que la incomprensión, la soberbia, la tozudez del
enemigo nos arrastraron a ella; de que la Argentina la necesitaba para
redescubrirse en esta heroica gesta, continuación de la hazaña sanmartiniana…”.
La decisión de
combatir no fue irracional, se adoptó pues la Argentina fue agredida, como lo
reconoció la Cámara Federal que juzgó a los jefes militares. La Argentina
negoció de buena fe, con paciencia, durante muchos años en el marco de las
Naciones Unidas. Por eso, cuando se produjo el incidente de las Georgias, la
Argentina se vio obligada a ejercer el derecho a la legítima defensa, previsto
en la Carta de las Naciones Unidas (Art. 51) en caso de ataque armado.
En el fallo de la
Cámara Federal, en noviembre de 1988, se afirma: La necesidad política de responder a las agresiones que afectan la
subsistencia del Estado, pasa por el imperioso deber de asegurar la respuesta
al avance del enemigo. La misma representante permanente de EEUU en las
Naciones Unidas, Jane Kirkpatrick declaró ante la televisión: Yo no creo que, a la Argentina, dado el
hecho de su permanente reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas, se le
pueda decir que por ocuparlas estaba cometiendo agresión. Tengamos en
cuenta que recién el 30-3-82, ante el ataque inminente, el gobierno argentino
fijó el 2 de abril como Día D; mientras que para los ingleses la guerra comenzó
antes.
En efecto, el
Alte. Woodward, cuenta en sus Memorias: “Mi guerra había durado exactamente
cien días…desde que dije adiós…en el puerto de Gibraltar la noche del 26 de
marzo”. Dada la situación planteada, la única forma de evitar la guerra hubiera
sido el sometimiento completo ante Inglaterra. Por eso, el Dr. Alberto
Caturelli, demuestra que en Malvinas la Argentina ha reunido y puede invocar
todos los títulos legítimos de una guerra justa.
No es exacto que
la guerra haya perjudicado los derechos argentinos a reclamar la soberanía
sobre Malvinas. La mejor evidencia es que la Asamblea General de las Naciones
Unidas, sancionó, desde el fin de la guerra, siete resoluciones favorables a la
Argentina, siendo la primera de ellas, la Nº 37/9 de noviembre de 1982,
aprobada con el voto de Estados Unidos, inclusive. En la misma se reitera que
la situación colonial en las Malvinas es incompatible con los ideales de las
NU. También el informe Kershaw, elaborado por iniciativa del Parlamento
británico reconoce que el peso de la evidencia es más favorable al título
argentino. Asimismo, el informe advierte que el conflicto continuará hasta que
se logre un acuerdo negociado de la disputa con la República Argentina.
De manera que el
debilitamiento de la posición argentina no es consecuencia de la guerra, sino
de una actitud política y cultural de una parte considerable de la dirigencia
argentina, que no ha vacilado, incluso, en efectuar propuestas de solución
incompatibles con la Constitución Nacional. Recordemos que, en la reforma de
1994, la ley fundamental, en su Primera Disposición Transitoria, ratifica para
la Argentina su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas, y que la
recuperación de las mismas es un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo
argentino.
La verdadera
rendición incondicional, como la calificó el profesor Baquero Lazcano, se
concretó en dos tratados celebrados con Gran Bretaña: el de Madrid (febrero de
1990) y el de Nueva York (setiembre de 1995). Ninguno de ellos fue aprobado por
el Congreso, mediante el ardid de denominarlos Declaraciones, pese a que
contienen todos los elementos de un tratado, y en ellos se efectuaron
concesiones inconcebibles.
Para concluir,
recordamos una reflexión poética de la Sra. de Giachino, madre del primer caído
en la recuperación de las islas: “La Guerra de las Malvinas tan discutida, tan
amada, tan vapuleada, tan elevada, tan cruel, tan santa, tan triste, tan dulce,
es el exponente histórico más acabado de cómo la justicia de la causa puede
transformar a los hombres. Hacer de casi niños, verdaderos varones. De
cobardes, valientes, y de valientes, héroes y de héroes, mártires. Cómo la
justicia de la causa basta para asombrar al mundo, para mover flotas
invencibles, para suscitar odios y venganzas, para descubrir traidores”.
*Iván Ambroggio. “Cicatrices
de la rendición argentina en Malvinas”; La Voz del Interior, 13-6-2025, p. 10.
Bibliografía
consultada:
Caturelli,
Alberto. “Recuperación de las Malvinas Argentinas, noción de guerra justa”;
Secretaría General del Ejército, 1982.
Díaz Araujo, Enrique.
“Malvinas 1982, lo que no fue”; Ediciones El Testigo, 2001, p. 25.
Franks, Honorable
Lord. “El servicio secreto británico y la guerra de las Malvinas”; Mar Dulce,
1985.
Giachino, María
Delicia Rearte de. En prólogo a: Seineldín, Mohamed Alí. “Malvinas, un
sentimiento”; Sudamericana, 1999, p. 9, 10.