ACCIÓN
Año
XXXXI- Boletín Nº 170 Córdoba, agosto-2024
En
vísperas del aniversario de la Reconquista de Buenos Aires, conviene recordar
el pasado de nuestra patria, procurando
que la actuación de los próceres nos sirva de ejemplo y guía para el presente.
Y, para eso, es necesario ir más allá de los hechos, tratando de investigar la
causa de los hechos. Puesto que, “la historia es en esencia justicia
distributiva; discierne el mérito y la responsabilidad” (Font Ezcurra).
Debemos rastrear
como se fue configurando nuestra patria. Consideramos que, si se toma la
expresión nación argentina en su sentido sociológico -como conjunto de personas
que conviven en un mismo territorio, poseen características comunes y
manifiestan el deseo de continuar viviendo juntas- ya existía antes del 25 de
mayo. A partir del 29 de junio de 1550, con la fundación de la ciudad de Barco
-actual Santiago del Estero- comienza la lenta formación de nuestra nación.
Consideramos que, en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en evidencia que
la Argentina, como nación, estaba ya consolidada.
Por lo señalado,
si queremos fijar en una fecha la vigencia plena de la nacionalidad argentina,
la que corresponde es la del 12 de agosto de 1806, cuando se produce la
Reconquista de Buenos Aires, cuya conducción estuvo a cargo de Liniers.
Es oportuno
recordar a Santiago de Liniers, militar nacido en Francia, que se encontraba al
servicio de España, y se sintió identificado con la comunidad en la que vivía,
y cuya actuación fue decisiva para la consolidación de la nación Argentina. Su
relación con la patria, resulta evidente; se ha dicho incluso que: “sin la fe
de su alma, sin la entereza de su carácter, a esta hora hablaríamos inglés en
vez de español”.
Explica el Dr.
Cresto que los vecinos de Buenos Aires, “conducidos por un genuino caudillo
militar, francés de origen, español por su voluntad, valiente, bondadoso y
desprolijo, estaban dando origen a una nación, la nuestra”.
Pese a su
brillante actuación, Liniers fue separado de su cargo de Virrey el día 11 de
febrero de l809, asumiendo en su reemplazo Baltasar Hidalgo de Cisneros, el 20
de julio. Podría haber evitado el desplazamiento, que era, en gran medida,
resultado de intrigas y desconfianzas infundadas por su origen francés, pues
los jefes militares lo apoyaban y gran parte del pueblo también. Primó su
acendrado sentido del deber y de la disciplina. “Renunció a ser el conductor de
un pueblo cuya adoración iba hasta el delirio, de manera extraña, como si el alma
colectiva hubiese captado de improviso en toda su magnitud lo más íntimo de
aquella personalidad. Al olfato de la multitud no pasan inadvertidas ciertas
cualidades” (Ortega).
En base a lo
anterior, debemos reconocer que, desde antes del cabildo de Mayo, hubo –y se
mantienen hasta el presentes- dos enfoques o proyectos diferentes, en suma dos
Argentinas, como sostiene el historiador Víctor Sonego:
-El primer
enfoque, nace el 12-8-1806, con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos
llamarlo Federal-tradicionalista.
-El segundo
enfoque, surge en enero de 1809, con el tratado Apodaca-Canning, celebrado
entre España e Inglaterra, cuando este país que había sido derrotado
militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra
Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque
podemos llamarlo Unitario-colonial.
No caben dudas de
que San Martín, por ejemplo, se identifica con el enfoque tradicionalista, que
se manifiesta con el rechazo de las invasiones inglesas, se afirma con la
revolución de Mayo y la guerra de la independencia, y culmina con el combate de
la Vuelta de Obligado.
Quienes atacaron a San Martín y trabaron su
gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se encuadran en el enfoque
unitario. Son quienes consideraban más importante adoptar la civilización
europea, que lograr la independencia nacional, y por “un indigno espíritu de
partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al extranjero en la guerra
de Inglaterra y Francia contra la Confederación. Lo mismo hicieron en la
batalla de Caseros -cuando se aliaron con el Imperio de Brasil-, donde llegaron
a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó
a la conclusión de que “para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad
que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca” (carta a Guido, 1829).
Uno de las vías de difusión de la mentalidad
unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en algunos próceres. Rodríguez
Peña, por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en el Río de la Plata, que se
incorporaron a las dos logias masónicas instaladas durante las invasiones
inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram). Otros dos formaron parte de la
1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli (Memorias del Cap.
Gillespie).
Un personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez
Peña, que ayudó a escapar al General Beresford y otros oficiales ingleses, que
estaban internados en Luján, luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus
servicios al Imperio Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos
fuertes.
Por su parte, otro General argentino, Carlos de
Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias Unidas, firmó dos pliegos, en
1815, dirigidos a Lord Stranford y a Lord Castlereagh, en los que decía: “Estas
provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a
su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.” Estos documentos se conservan en
el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca existió en San Martín,
cuya conducta fue siempre transparente y sincera.
Los ejemplos mencionados de Alvear y de
Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado para tratar de entender el
motivo de sus actitudes.
El enfoque Unitario-colonial, está influenciado
por el iluminismo y el romanticismo, que se puede sintetizar en una frase de
Sarmiento: “los pueblos deben adaptarse a la forma de gobierno y no la forma de
gobierno a la aptitud de los pueblos”. Precisamente lo contrario sostenía San
Martín: “a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, sino las mejores
que sean apropiadas a su carácter”.
Podemos resumir las diferencias entre ambos
enfoques, en el enfrentamiento que tuvo San Martín con Rivadavia, desde que
volvió a Buenos Aires, en 1812, hasta su alejamiento definitivo (1824). El
mismo año de su llegada, le tocó a San Martín intervenir en el pronunciamiento
militar que desalojó al Triunvirato, integrado por Rivadavia. La decisión
obedeció a la incompetencia del gobierno que no acertaba a entender hasta donde
se extendía la patria, y actuaba como si se limitara a la ciudad de Buenos
Aires. Entre otros errores, ordenó el regreso del Ejercito del Norte que, de no
haber sido desacatada por Belgrano, habría permitido que el ejército realista
llegara al Paraná.
Con respecto al interior, Rivadavia, que se
ufanaba de no haber pasado nunca más allá de la plaza Miserere, insistía en
tratar a las provincias con altanería, considerando que la autoridad debía
estar concentrada en la capital. San Martín, no solo veía al interior como una
parte del país que debía complementarse con Buenos Aires, sino que ambos debían
integrar una unidad superior; primero, la unión de los virreinatos de Lima y el
Río de la Plata, más la Capitanía de Chile; luego, la América Española, como
una nación desprendida del imperio español.
Con respecto al exterior, Rivadavia aspiraba a
mejorar nuestra vida pública hasta ponerla en línea con los modelos europeos.
Pretendía captar el apoyo de Inglaterra y Francia, con el ofrecimiento de
buenas ganancias, y la disposición a acatar sus directivas. Veía el futuro
argentino en el presente de Europa.
San Martín, por el contrario, creía que Europa
estaba en el pasado, la España perdida se reencontraba en América, la Europa
caduca rescataba aquí su juventud.
En momentos de honda crisis en nuestra patria,
no podrá restaurarse la Argentina, mientras no se afiance en sus raíces
verdaderas; por eso consideramos que resulta necesaria una nueva reconquista.
Para ello no bastará con el llamado Pacto de Mayo, firmado en Tucumán el 9 de
julio. Acordar, formalmente, un decálogo de frases, no constituye un pacto, que
requiere una previa deliberación para constituir un verdadero compromiso. El
ejemplo, siempre citado, es el pacto de la Moncloa de 1977, que demandó arduas
negociaciones entre sectores diferentes, incluidas las centrales obreras y
empresarias, y ratificado por diputados y senadores. Un pacto institucional
requiere “el reconocimiento del adversario como tal, y no como un enemigo de la
patria” (*).
Creer que se puede superar la anomia que afecta
a la sociedad argentina, y la grieta profunda entre sectores políticos,
simplemente con desearlo, es incurrir nuevamente en la utopía (lugar que no
existe).
Ojalá el patriotismo, aún latente en muchos
ciudadanos, consiga movilizar iniciativas que conduzcan a rescatar y actualizar
lo mejor de nuestro pasado, para ser dignos de la herencia que nos dejaron
nuestros héroes.
(*) Sergio Crivelli. “Un pacto ornamental”; La
Prensa, 9-7-24.
Fuentes
Sánchez Sorondo, Marcelo. “La clase
dirigente y la crisis del régimen”; ADSUM, 1941, pp. 37/38.
Terrera, Guillermo Alfredo. “El ser
nacional”; Instituto de Ciencias del Hombre, 1974, pp. 41/43.
Widow, Juan Antonio. “La Revolución
Francesa: sus antecedentes”; Verbo, N° 310-.311, Marzo-Abril 1991, p. 13.
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