Este 12 de agosto se cumplen 211 años de un hecho
histórico fundamental para el surgimiento de nuestra patria. Si se toma la
expresión Nación Argentina como equivalente a Estado Argentino, es necesario
decir que el mismo no quedó constituido el 25 de mayo de 1810, fecha en que se
formó un gobierno propio, pero provisorio; aquél sólo surgiría seis años
después, con la Declaración de Independencia. Por otra parte, si se toma la
expresión Nación Argentina en su sentido sociológico, como conjunto de personas
que conviven en un mismo territorio y poseen características comunes: étnicas,
lingüísticas, culturales, históricas y religiosas, y manifiestan el deseo de
continuar viviendo juntas; la nación ya existía antes del 25 de mayo.
Consideramos que en ocasión de las invasiones
inglesas, quedó en evidencia que la Argentina como nación estaba consolidada pues:
1) Existía ya en esta parte del territorio del
Virreinato del Río de la Plata, mayoría de criollos, algunos de los cuales,
como Belgrano, desempeñaban funciones públicas de importancia.
2) Existía, como lo afirma el sociólogo Guillermo
Terrera, una cultura criolla argentina que para el año 1750, tenía caracteres
propios y definidos.
3) No existían en número suficiente tropas
profesionales para repeler el ataque extranjero, de modo que la resistencia
estuvo a cargo de milicias criollas y de los vecinos que se sumaron voluntariamente
a la lucha. Sería impensable que esto ocurriera en una sociedad cuyos
integrantes se conformaran con ser una colonia. Precisamente, la decisión
masiva de combatir de los criollos, revela a un pueblo con identidad propia que
asume la defensa de su tierra, pese a la ausencia del Virrey. Las memorias de
Belgrano sintetizan bien la opinión general del momento: “me era muy doloroso
ver a mi patria bajo otra dominación, y sobre todo en tal estado de degradación
que hubiese sido subyugada por una empresa aventurera…”.
Las tropas fueron conducidas por Santiago de Liniers,
de quien dice el Dr. Cresto, que los
vecinos de Buenos Aires, “conducidos por un genuino caudillo militar, francés
de origen, español por su voluntad, valiente, bondadoso y desprolijo, estaban
dando origen a una nación, la nuestra”.
El
reconquistador decidió obsequiar dos
banderas inglesas al convento de Córdoba para que sirvan de trofeos a la augusta Madre de Dios Nuestra Sra. del Rosario,
en reconocimiento de la protección recibida. Ellas están en el camarín de
la Virgen de la Basílica de Santo Domingo; una de ellas es naval, con el Jack
azul en la esquina, y la otra roja, con la cruz de San Andrés en el centro y
dos cráneos de seda negra. El Virrey entregó además su bastón de mando; este
elemento es de carey, muy fino y con empuñadura de plata; se lo coloca en la mano de la imagen de la
Virgen, en el mes de octubre cuando sale en procesión por las calles de
Córdoba.
Lamentablemente, en nuestra provincia se produjo el injusto
fusilamiento del prócer, al negarse a reconocer el gobierno surgido en mayo,
pues se consideró obligado moralmente a mantener su juramento de fidelidad al
monarca español. Cuesta
entender, dice el P. Furlong, “que hombres que decían sostener los derechos de
Fernando VII fusilaran a otros precisamente porque sostenían los derechos de
Fernando VII”. Es probable que el prestigio que mantenía Liniers, hizo que se
tomara esta drástica decisión.
Pero
lo más escandaloso es que Castelli ejecutó la resolución de la junta
revolucionaria, utilizando un pelotón de fusileros ingleses que habían quedado
después de las invasiones, detalle previsto por Moreno para evitar eventuales
escenas de patetismo por parte de la tropa.
En momentos en que la nación argentina se está
desdibujando, por la pérdida de la concordia cívica, y el intento de suplantar
nuestra tradición cultural, deberíamos esforzarnos por ser dignos herederos de
quienes forjaron nuestra Nación,
emulando el espíritu de la Reconquista, y convocar a los patriotas
dispersos, a modo de retreta del desierto, para los arduos combates cívicos que
nos esperan, si queremos restaurar la Argentina.
(Boletín Acción, n°
157)