El artículo de Vargas Llosa publicado hoy -que se reproduce más abajo-, me recordó los comentarios que expresé el año pasado a unos amigos, que manifestaban la misma admiración por el grado de desarrollo económico y social logrado por Singapur:
*Destacar el nivel de vida logrado y la calidad de la
educación brindada en dicho país, es positivo.
*Cabe señalar que la educación primaria es
obligatoria, en escuelas estatales, a su vez administradas por el Partido
Acción del Pueblo (oficialista).
* Los habitantes practican diversas religiones: budistas, taoistas, musulmanes y cristianos.
*El 42 % de los habitantes son extranjeros.
*Estos dos parámetros permiten deducir que es un país
sin identidad nacional.
*Lee Kuan Yeu, gobernó -directamente, o desde un cargo de asesor- entre 1959 y 2004 (45 años), desde entonces lo sucede el hijo, Lee Hsien Loong.
*El régimen político ha sido considerado autoritario,
por la limitación de las libertades civiles y de expresión, y la frecuente
violación de derechos humanos.
En resumen, no creo que se trate de un modelo
institucional a recomendar.
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Singapur, el paraíso del capitalismo
Mario Vargas Llosa
La Nación, 14 DE NOVIEMBRE DE 2016
El viajero
chino que por primera vez dejó un testimonio escrito sobre esta isla en el
siglo XIV la llamó "La isla de los leones" (Singapura), pero se
equivocó de animal, porque aquí nunca hubo leones, sólo tigres, y en gran
cantidad; hasta muy avanzado el siglo XIX estas fieras se comían a los
campesinos que se extraviaban en sus selvas.
Aquel primitivismo quedó ya muy atrás y ahora Singapur
es uno de los países más prósperos, limpios, avanzados y seguros del mundo y el
primero que, en un plazo relativamente corto, consiguió acabar con dos de los
peores flagelos de la humanidad: la pobreza y el desempleo. En los seis días
que acabo de pasar aquí, a todas las personas con las que estuve les pedí que
me llevaran a ver el barrio más pobre de esta ciudad-Estado. Y aquella
maravilla, que he visto con mis propios ojos, es verdad: aquí no hay miseria,
ni hacinamiento ni chabolas, y sí, en cambio, un sistema de salud, una
educación y oportunidades de trabajo al alcance de todo el mundo, así como una
inmigración controlada que beneficia por igual al país y a los extranjeros que
vienen a trabajar en él.
Singapur ha demostrado, contra todas las teorías de
sociólogos y economistas, que razas, religiones, tradiciones y lenguas
distintas en vez de dificultar la coexistencia social y ser un obstáculo para
el desarrollo, pueden vivir perfectamente en paz, colaborando entre ellas, y
disfrutando por igual del progreso sin renunciar a sus creencias y costumbres.
Aunque la gran mayoría de la población es de origen chino (un 75%), los malayos
y los indios (tamiles, sobre todo), así como los euroasiáticos cristianos,
conviven sin problemas con aquellos en un clima de tolerancia y comprensión
recíprocas, lo que, sin duda, ha contribuido en gran parte a que este pequeño
país haya ido quemando etapas desde su independencia, en 1965, hasta
convertirse en el gigante que es ahora.
Este extraordinario logro se debe en gran parte a Lee
Kuan Yew, que fue primer ministro durante 31 años (de 1959 a 1990) y cuya
muerte, el año pasado, convocó a buena parte de la isla en un homenaje
multitudinario. Las ideas e iniciativas de este dirigente educado en
Inglaterra, en la Universidad de Cambridge, siguen orientando la vida del país
-un hijo suyo es el actual primer ministro- e incluso sus más severos críticos
reconocen que su energía y su inteligencia fueron decisivas para la notable
modernización de esta sociedad. El sistema que creó era autoritario, aunque
conservara la apariencia de una democracia, pero, a diferencia de otras
dictaduras, ni el autócrata ni sus colaboradores aprovecharon el poder para
enriquecerse, y el poder judicial parece haber funcionado todos estos años de
manera independiente, penalizando severamente los casos -nada frecuentes- de
corrupción que llegaban a sus manos.
El partido de Lee Kuan Yew ganaba todas
las elecciones sin necesidad de hacer trampas y siempre permitía que una
pequeña y decorativa oposición figurase en el Parlamento, costumbre que sigue
vigente pues los parlamentarios de la oposición en la actualidad son sólo
cinco. La prensa es a medias libre, lo que significa que puede hacer críticas a
las políticas del régimen, pero no defender ideologías revolucionaras, y hay leyes
muy estrictas que prohíben todo lo que sea ofensivo para las creencias,
costumbres y tradiciones de las cuatro culturas y religiones que conforman
Singapur. Al igual que en Londres, hay un Speaker's Corner en un parque adonde
se pueden convocar mitines y pronunciar discursos contra el gobierno con la
única condición de que quienes lo hagan sean ciudadanos del país.
El milagro singapurense no hubiera sido posible sin
dos medidas esenciales que Lee Kuan Yew, que en sus primeros años de vida
política se proclamaba socialista, aunque adversario de los comunistas, puso en
práctica desde que asumió el poder: una educación pública de altísimo nivel, a
la que durante muchos años se consagró la tercera parte del presupuesto
nacional, y una política habitacional que permitió a la inmensa mayoría de la
población ser propietaria de la casa donde vivía. Asimismo, se empeñó en pagar
elevados salarios a los funcionarios públicos para desalentar la corrupción en
la administración pública y atraer al servicio del Estado y a la vida política
a los jóvenes más capaces y mejor preparados.
Es verdad que Singapur tuvo siempre un puerto abierto
al resto del mundo que estimuló el comercio internacional, pero el gran
desarrollo económico que ha alcanzado no se debió a su privilegiada posición
geográfica, sino, principalmente, a la política de apertura económica y de
incentivos a la inversión extranjera. Mientras, siguiendo las nefastas
políticas de la Cepal de entonces, los países del Tercer Mundo
"defendían" sus economías de las transnacionales a las que mantenían
a distancia y propiciaban un desarrollo para adentro, Singapur se abría al
mundo y atraía a las grandes empresas ofreciéndoles una economía abierta de par
en par, un sistema bancario y financiero eficiente y moderno, y una administración
pública tecnificada y sin corruptelas.
Eso ha convertido a la ciudad-estado en "el
paraíso del capitalismo", un título del que sus ciudadanos no parecen
avergonzarse para nada. La primera vez que vine aquí, en 1978, me quedé
maravillado al ver que en este rinconcito del Asia había una avenida como
Orchard Street con tantas tiendas elegantes como las de la Quinta Avenida de
Nueva York, el Faubourg Saint-Honoré de París o el Mayfair de Londres. El
presidente de la Cámara de Comercio británico-singapurense, que estaba conmigo,
me dijo: "Cuando yo era niño, esta avenida que lo sorprende tanto estaba
llena de cabañas erigidas sobre pilotes y llena de fango y cocodrilos".
No todo es envidiable en Singapur, desde luego, aunque
sí lo son, por supuesto, su sistema de salud, al alcance de todo el mundo, y
sus colegios y universidades modélicos a los que tienen acceso los
singapurenses más humildes gracias a un sistema de becas y de préstamos muy
extendido. Pero es lamentable que exista todavía la pena de muerte y la bárbara
sentencia del cane (o latigazos) para los ladrones. Creyendo mitigar esta
barbarie, alguien me explicó que "sólo se infligían veinticuatro latigazos
como máximo". Yo le contesté que, impartidos por un verdugo bien entrenado,
veinticuatro latigazos bastaban para matar en el horror de la tortura a un ser
humano.
¿Se hubiera podido conseguir la formidable
transformación de Singapur sin el autoritarismo, respetando rigurosamente los
usos de la democracia? Yo estoy absolutamente convencido de que sí, a condición
de que haya una mayoría del electorado que lo crea también y dé su respaldo a
un plan de gobierno que pida un mandato claro para las reformas que hizo en su
país Lee Kuan Yew. Porque, probablemente por primera vez en la historia, en nuestra
época la prosperidad o la pobreza de un país no están determinadas por la
geografía, ni la fuerza, sino de las políticas que sigan los gobiernos.
Mientras tantos países del mundo subdesarrollado, enajenados por el populismo,
elegían lo peor, esta pequeña islita del Asia optó por la opción contraria y
hoy en ella nadie se muere de hambre, ni está en el paro forzoso, ni se ve
impedido de recibir ayuda médica si la necesita, casi todos son dueños de la
casa donde viven y, no importa a cuánto asciendan los ingresos de su familia,
cualquiera que se esfuerce puede recibir una formación profesional y técnica
del más alto nivel. Vale la pena que los países pobres y atrasados tengan en
cuenta esta lección.