La prioridad ética y técnica del sistema de mérito en una tesis del Dr. Mario Meneghini, titular del Centro de Estudios Cívicos
por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado
“-El gobierno moderno –afirma el autor-- es una actividad técnica, políticamente conducida. Por eso, la administración pública, como brazo civil del Estado, ha adquirido una gravitación innegable en la vida de los países, y, en particular, en el nuestro. Es que ya no basta la orientación general impresa a la labor gubernativa por el nivel político, ni la intuición genial de un caudillo. La complejidad de los problemas de la vida contemporánea requiere la experiencia y la competencia de los funcionarios de carrera, que poseen la información actualizada y el contacto directo con la realidad”. *
El Estado –sin perjuicio de sus intercambios con el ambiente internacional-- opera como el actor principal de la vida sociopolítica; aunque desde el final de segunda guerra viene siendo víctima de una maligna desrealización provocada por el especialismo, por un lado, y el naturalismo metódico, por el otro. La fragmentación cognoscitiva de la realidad estatal no pudo menos que disolver “la unidad del objeto” y de ahí, en sus efectos prácticos, el imperio de los enfoques unilaterales, tipo ojo de la cerradura, con que los responsables del gobierno (sobre todo los economistas) cometen el vicio profesional de la abstracción, y con ello el de aislar las funciones estatales, cada una con su compartimento, y sin compromiso con las otras.
El Dr. Meneghini reitera una afirmación de sus trabajos anteriores y que tuvo la suerte que en su momento también lo dijeran las Naciones Unidas, en cuanto a que “la deficiencia de los servicios de la administración pública pueden tener graves repercusiones sobre el aprovechamiento eficaz de los recursos y oportunidades nacionales para el desarrollo con que se cuente en determinado momento”•.
Nuestros políticos -sobre todo si se instalan en la presidencia de la nación o en los gobiernos provinciales- en sus hechos y decisiones exhiben, salvo excepciones, una notoria carencia de “cultura administrativa”; su idoneidad no suele pasar de nombrar amigotes, parientes y correligionarios. De modo relevante cuando están concentrados en la “reelección”, por cuya ruta todo lo conceden y a nadie le dicen que no, aumentan desmesuradamente la cantidad de empleados públicos, y convierten a los servicios civiles (sin excluir la justicia y las fuerzas armadas) en un medio espurio para construir lealtades personales y que de la nación se ocupe la Providencia. No por casualidad los diversos niveles de la burocracia están plagados de inservibles, ñoquis y corruptos.
Acaso por tales motivos, el sistema de servicios y gestiones que le da vida al Estado y, en lo que de ello depende, a la sociedad global, aparece como la víctima de más alto costo. Es que, como tenemos dicho en otro lugar, de todo lo que el Estado hace la masa principal (dinámica, ejecutiva e incluso creativa) cae bajo el rótulo de “administración”. Esta señala la ley incuestionable de toda organización, como lo prueba la experiencia de las empresas, las iglesias, los sindicatos, las fuerzas armadas y los partidos políticos cuando son tales y no meras agencias electorales. Toda misión directiva (y, más, de conducción) de un agrupamiento eficaz tiene en la administración su recurso más productivo.
A dicha problemática, y alertando sobre la gravedad que presenta en la situación argentina, el Dr. Meneghini, ubicado en las líneas más calificadas del tema, opone la necesidad de comprometer al Estado en una reforma profunda. Ante todo reemplazar el clientelismo politiquero (“spoil system” le llaman en el Norte) por un régimen --imprescindible para la eficacia estatal— que “permita disponer de un cuerpo de funcionarios permanentes”, y que “los candidatos sean cuidadosamente seleccionados a través de un examen de capacidad”. Lo que se llama un “sistema de méritos”.
Cuando esas ideas se realicen --como hace tiempo lo hicieron las naciones que hoy son potencias--, concluye nuestro autor, seguramente el país dará un “salto cualitativo”.En la acción, agrega, “lo primero es la intención, es decir, lo primero debe ser la formulación de objetivos claros”. Puesto que es un asunto de calidad institucional y no meramente del tamaño o la cantidad.-
* (cf. El sistema de mérito en la administración pública argentina: CEC, Córdoba. 2011).
por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado
“-El gobierno moderno –afirma el autor-- es una actividad técnica, políticamente conducida. Por eso, la administración pública, como brazo civil del Estado, ha adquirido una gravitación innegable en la vida de los países, y, en particular, en el nuestro. Es que ya no basta la orientación general impresa a la labor gubernativa por el nivel político, ni la intuición genial de un caudillo. La complejidad de los problemas de la vida contemporánea requiere la experiencia y la competencia de los funcionarios de carrera, que poseen la información actualizada y el contacto directo con la realidad”. *
El Estado –sin perjuicio de sus intercambios con el ambiente internacional-- opera como el actor principal de la vida sociopolítica; aunque desde el final de segunda guerra viene siendo víctima de una maligna desrealización provocada por el especialismo, por un lado, y el naturalismo metódico, por el otro. La fragmentación cognoscitiva de la realidad estatal no pudo menos que disolver “la unidad del objeto” y de ahí, en sus efectos prácticos, el imperio de los enfoques unilaterales, tipo ojo de la cerradura, con que los responsables del gobierno (sobre todo los economistas) cometen el vicio profesional de la abstracción, y con ello el de aislar las funciones estatales, cada una con su compartimento, y sin compromiso con las otras.
El Dr. Meneghini reitera una afirmación de sus trabajos anteriores y que tuvo la suerte que en su momento también lo dijeran las Naciones Unidas, en cuanto a que “la deficiencia de los servicios de la administración pública pueden tener graves repercusiones sobre el aprovechamiento eficaz de los recursos y oportunidades nacionales para el desarrollo con que se cuente en determinado momento”•.
Nuestros políticos -sobre todo si se instalan en la presidencia de la nación o en los gobiernos provinciales- en sus hechos y decisiones exhiben, salvo excepciones, una notoria carencia de “cultura administrativa”; su idoneidad no suele pasar de nombrar amigotes, parientes y correligionarios. De modo relevante cuando están concentrados en la “reelección”, por cuya ruta todo lo conceden y a nadie le dicen que no, aumentan desmesuradamente la cantidad de empleados públicos, y convierten a los servicios civiles (sin excluir la justicia y las fuerzas armadas) en un medio espurio para construir lealtades personales y que de la nación se ocupe la Providencia. No por casualidad los diversos niveles de la burocracia están plagados de inservibles, ñoquis y corruptos.
Acaso por tales motivos, el sistema de servicios y gestiones que le da vida al Estado y, en lo que de ello depende, a la sociedad global, aparece como la víctima de más alto costo. Es que, como tenemos dicho en otro lugar, de todo lo que el Estado hace la masa principal (dinámica, ejecutiva e incluso creativa) cae bajo el rótulo de “administración”. Esta señala la ley incuestionable de toda organización, como lo prueba la experiencia de las empresas, las iglesias, los sindicatos, las fuerzas armadas y los partidos políticos cuando son tales y no meras agencias electorales. Toda misión directiva (y, más, de conducción) de un agrupamiento eficaz tiene en la administración su recurso más productivo.
A dicha problemática, y alertando sobre la gravedad que presenta en la situación argentina, el Dr. Meneghini, ubicado en las líneas más calificadas del tema, opone la necesidad de comprometer al Estado en una reforma profunda. Ante todo reemplazar el clientelismo politiquero (“spoil system” le llaman en el Norte) por un régimen --imprescindible para la eficacia estatal— que “permita disponer de un cuerpo de funcionarios permanentes”, y que “los candidatos sean cuidadosamente seleccionados a través de un examen de capacidad”. Lo que se llama un “sistema de méritos”.
Cuando esas ideas se realicen --como hace tiempo lo hicieron las naciones que hoy son potencias--, concluye nuestro autor, seguramente el país dará un “salto cualitativo”.En la acción, agrega, “lo primero es la intención, es decir, lo primero debe ser la formulación de objetivos claros”. Puesto que es un asunto de calidad institucional y no meramente del tamaño o la cantidad.-
* (cf. El sistema de mérito en la administración pública argentina: CEC, Córdoba. 2011).