martes, 11 de mayo de 2010

Catolicismo y Política


1ra. Charla (borrador)

VIVIR Y PENSAR COMO CATOLICOS

El título de esta breve reflexión se refiere al conocido refrán: “quien no vive de acuerdo a lo que piensa, termina por pensar según como vive”. Alude, por lo tanto, a la incoherencia entre la forma en que se vive y la Fe que se proclama. Esto se produce, en parte, por desconocimiento de los principios de la religión profesada. En ese aspecto, debemos recordar un párrafo del reciente documento “Navega mar adentro”, de la Conferencia Episcopal Argentina (3l-5-2003):
“38. En un país constituido mayoritariamente por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y, por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente frente a los bienes materiales y a los contratos sociales de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan en compromisos cotidianos.”

Lamentablemente, luego de tan duro diagnóstico, cuando, al final del documento, se formulan “Acciones destacadas”, sólo se expresa:
“97 c)....Existen, pero es necesario renovar los esfuerzos para multiplicar la organización de cursos, jornadas, publicaciones de diversos niveles, grupos de estudio y otras iniciativas prácticas, tendientes a la divulgación y conocimiento de la doctrina social.”
Es previsible que tan suave recomendación no produzca ningún cambio en la situación. Hubiera sido necesario una disposición expresa, como la siguiente:
En toda institución educativa católica, así como en todas las Parroquias del país, deberá dictarse, antes de Diciembre de 2004, por lo menos un Curso de Doctrina Social de la Iglesia, que será obligatorio para los alumnos, catequistas, ministros de la Eucaristía, voluntarios de Caritas, y para todos aquellos que desempeñen cargos directivos en cualquier organismo o movimiento laical.

Al señalado desconocimiento de la doctrina, se suma la actitud de quienes consideran que, en determinadas materias, la enseñanza de la Iglesia resulta optativa o sujeta a revisión crítica por los fieles. Podemos citar como ejemplo, lo ocurrido con otro documento reciente, en este caso emitido en el Vaticano, “Jesucristo, portador de agua viva”, dedicado a analizar la “Nueva Era”, corriente cultural de moda, que representa una especie de compendio de posturas que la Iglesia ha identificado como heterodoxas. En este documento se expresa:
“En la cultura occidental en particular, es muy fuerte el atractivo de los enfoques “alternativos” a la espiritualidad. Por otra parte, entre los católicos mismos, incluso en casas de retiro, seminarios y centros de formación para religiosos, se han popularizado nuevas formas de afirmación psicológica del individuo”. (...) Un ejemplo de esto puede verse en el eneagrama, -un instrumento para el análisis caracterial según nueve tipos- que, cuando se utiliza como medio de desarrollo personal, introduce ambigüedad en la doctrina y en la vivencia de la fe cristiana.” (2003, p. l.4)
Después de publicado este documento, en la Argentina siguieron dictándose cursos de Eneagrama en instituciones católicas. En Córdoba, se lo hace en el Centro Manresa (Compañía de Jesús) y en el Seminario Arquidiocesano de Catequesis. Cuando preguntamos a qué se debía esta actitud, se nos contestó que lo afirmado en el documento era la opinión de sus autores. Ahora bien, los autores son: el Pontificio Consejo para la Cultura, y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, por lo que una grave advertencia como la señalada, al menos debería provocar una suspensión de dichos cursos hasta clarificar la situación.

A lo anterior, debe agregarse la conducta de algunos sacerdotes, que provocan confusión entre los fieles, con sus declaraciones públicas. En nuestra provincia, podemos citar a quien reveló que no cumple con su voto de celibato (P. Aguirre), y a quien en un artículo periodístico, con referencia la sucesión papal, sostuvo: “se nos ocurre que el Espíritu Santo ha renunciado a acompañar a la iglesia institucional y prefiere dedicarse a la iglesia comunidad cristiana...” (Pbro. José Guillermo Mariani, La Voz del Interior, l7-l0-03)

En el plano de la política también es posible advertir la incoherencia de muchos católicos. Como en nuestra provincia hemos tenido este año tres elecciones sucesivas, analizando los resultados, y habida cuenta de que el padrón electoral está integrado en más de un 80% por bautizados, es fácil deducir que algunos católicos han apoyado a partidos y plataformas incompatibles con la religión que profesan. Recordemos una vez más la enseñanza pontificia:
“El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política, concebida como servicio, tampoco puede adherirse sin contradicción a sistemas ideológicos que se oponen radicalmente o en los puntos substanciales a su fe y a su concepción del hombre: ni a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y colectiva; ni a la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales y no ya como un fin y un criterio más elevado del valor de la organización social.” (Pablo VI, Carta apostólica “Octogesima Adveniens”, p. 26)

Consideramos que hay una cuestión de fondo, que influye indirectamente en las cuestiones ya abordadas. Se trata de creer que la conciencia es la norma suprema que el hombre ha de seguir, incluso contra la autoridad de la Iglesia. El tema es motivo de polémica, incluso entre teólogos; algunos utilizan la fórmula: la conciencia es infalible. Sabemos que la conciencia es la operación de la inteligencia que juzga la bondad o maldad de las acciones. Toda persona puede conocer intuitivamente los principios del orden moral, pues Dios inscribió en el corazón del hombre la ley natural. Pero la conciencia no es infalible, puede estar obscurecida por el error o corrompida por el vicio. Más aún, en nuestra época, dentro de la misma comunidad cristiana, se difunden muchas dudas y objeciones sobre la enseñanza moral de la Iglesia, a tal punto que Juan Pablo II estimó necesario dedicar al tema la Encíclica Veritatis Splendor, para contribuir al discernimiento de los fieles.

Ya el apóstol Pablo exhortaba a Timoteo (2 Tim, 4, l-5): “Proclama la palabra, insiste...Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una multitud de maestros por el prurito de oír novedades, apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.” Uno de esos pruritos consiste en exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto. Desaparece la exigencia de verdad, sustituida por la sinceridad, la autenticidad, el estar de acuerdo con uno mismo, de tal forma que se ha llegado a una concepción subjetivista del juicio moral. Algunas tendencias teológicas llegan a negar la dependencia de la libertad con respecto a la verdad, olvidando las palabras de Cristo: Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8,32).

La libertad reniega de sí misma, cuando no reconoce su vínculo constitutivo con la verdad. Al respecto, los cristianos tienen en la Iglesia y su Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia. Pero, la misma psicología muestra que el sentimiento de culpa es una señal tan necesaria para el hombre como el dolor corporal, que permite conocer la alteración de las funciones vitales normales. Quien no es capaz de sentir culpa está espiritualmente enfermo. Este concepto ya estaba en las Escrituras. Citemos el Salmo l9,l3: Quién es el que conoce todos sus yerros? Purifícame de los míos ocultos.
Esto queda reflejado en la parábola del publicano y el fariseo, orando en el templo (Lc l8, 9-l4); el publicano, con todos sus pecados aparece ante Dios como más justo que el fariseo, pese a todas sus buenas obras. Pues el fariseo no sabe que él también tiene pecados; el silencio de su conciencia lo hace impermeable para Dios, oculto tras el biombo de su conciencia errónea, mientras el grito de la conciencia del publicano lo hace capaz de la conversión.

Lo que muestra la conciencia puede ser un mero reflejo del entorno social y de las opiniones difundidas en él. Es lo que se ha advertido en la Europa del Este, luego de la caída del muro de Berlín: un embotamiento del sentido moral. Como señaló el nuevo Patriarca de Moscú en l990: las facultades perceptivas de hombres que viven en un sistema de engaño se nublan inevitablemente; una generación entera estaría perdida para el bien.

Estos conceptos se proyectan al orden social -aquí seguimos de cerca al Cardenal Ratzinger. La defensa de la Verdad, se considera hoy una muestra de intolerancia y de actitud antidemocrática. La idea moderna de democracia parece estar unida al relativismo, que se presenta como la garantía de la libertad, especialmente de la libertad religiosa y de conciencia.
Hoy se prefiere hablar de valores y no de verdad, para no entrar en conflicto con la exigencia de tolerancia y de relativismo democrático. Pero en qué se fundamentan los valores sino en una Verdad indiscutible? Simplificando el análisis, podemos decir que sobre ésto hay dos posiciones enfrentadas:

l. De un lado, la posición relativista, que quiere separar de la política -por considerarlos peligrosos para la libertad- los conceptos de bien y de verdad. Se rechaza la posibilidad de una Ley Natural. Toda la actividad política y social debe estar sometida a la decisión de la mayoría, que se equipara a la verdad. El derecho depende de la política. Es justo, lo que la ley positiva dispone que es justo. La democracia no se define por el contenido, sino como conjunto de reglas que garantizan el poder para quien gane la elección y cumpla esas reglas.

2. La segunda posición -donde se ubica el catolicismo-, sostiene que la verdad y la justicia no son productos de la política, sino que las preceden e iluminan. La política es justa y promueve la libertad, cuando sirve a la verdad y a la dignidad del hombre.

Estas dos posiciones se pueden observar en el proceso contra Jesús. Cuando Jesús le dice a Pilato: ...para ésto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad, todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz, Pilato contesta: Qué es la verdad? (Jn l8,38)
Uno de los más famosos exponentes del positivismo jurídico, Hans Kelsen, considera que la pregunta de Pilato refleja exactamente el necesario escepticismo del político. Por eso también hay una respuesta tácita: la verdad es inalcanzable, y por eso Pilato se retira sin esperar la respuesta de Jesús, dirigiéndose a la multitud. De ese modo, dice Kelsen, somete la decisión del litigio al voto popular. Pilato actúa como un perfecto demócrata. Como no sabe lo que es justo, confía el problema a la mayoría, para que decida con su voto.

Según este enfoque relativista, la democracia no se apoya ni en los valores ni en la verdad, sino en los procedimientos. No hay más verdad que la de la mayoría. No es éste, por cierto, el concepto de democracia que acepta la Iglesia. En la Encíclica “Centesimus Annus”, Juan Pablo II aclara que: “Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales.(...) Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.” (p. 46)

Ahora bien, de los mismos hechos del relato evangélico, puede hacerse otra interpretación, diferente a la de Kelsen. Jesús reconoció, sin reservas, en el proceso al que fue sometido, el poder judicial del Estado romano, que representaba Pilato. No obstante, cuando Pilato le recrimina: “A mí no me hablas, pues no sabes que está en mi mano el crucificarte, y en mi mano está el soltarte?” Jesús le responde: No tendrías poder alguno sobre mí, si no te fuera dado de lo alto. Con lo que queda en evidencia que Pilato extralimita su poder y el del Estado, en el momento en que deja de percibirlos como administración fiduciaria de un orden más alto, del que depende la verdad. El gobernador de Judea se desentiende de la verdad y ejerce su cargo público como puro poder.

Resumiendo, -tanto en la faz pública como en la privada- cuando el hombre se aparta de la recta doctrina, la conciencia se degrada a la condición de mecanismo exculpatorio en lugar de representar la transparencia para reflejar lo divino. La reducción de la conciencia a seguridad subjetiva, significa la supresión de la verdad. Es inaceptable la actitud de quien hace de su propia debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, de manera que se puede sentir justificado por sí mismo.
Son muchos hoy los que juzgan que la doctrina de la Iglesia representa una intransigencia intolerable, y, por lo tanto, debería ser actualizada. Pero ya el Concilio de Trento enseñaba que nadie puede sentirse desligado de observar los mandamientos: Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.” (Veritatis Splendor, p. l02)

MAGISTERIO DE LA IGLESIA


El Magisterio de la Iglesia siempre ha sido motivo de polémica, como lo fue la Iglesia misma, y el propio Cristo, mientras vivió en el mundo. Pero en la actualidad, se acentúa este problema por la crisis general de la era moderna, en la que se rechaza toda manifestación de una autoridad que no se haya elegido.
Puede agregarse el desconocimiento habitual del contenido del Magisterio, otra característica de la época. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que del nuevo Catecismo se han publicado diez millones de ejemplares, cantidad que impresiona, pero que representa el uno por ciento (l %) del total de católicos existentes en la actualidad. Es decir, que el 99 % de los católicos del mundo, nunca han tenido ni siquiera un Catecismo en sus manos.

El Concilio Vaticano II definió a la Iglesia “como un sacramento”; esta frase no pretende afirmar que se añade a los siete sacramentos conocidos uno más. Se trata de argumentar que, así como los sacramentos son instrumentos de Cristo para distribuir su gracia entre los hombres, la Iglesia es una institución que sirve a Cristo de instrumento para realizar la salvación de los hombres. Es claro que siempre son gratos a Dios quienes le temen y practican la justicia, pero no es menos cierto que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, y que Él instituyó a la Iglesia como instrumento necesario de salvación.
“Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.” (Lumen Gentium, p. l4)

Cristo no dio a su Iglesia sólo los sacramentos, sino que le dio su Palabra, o sea el conjunto de su mensaje, para que lo transmitiera fielmente a todos los hombres de todas las generaciones. Esto significa que la Palabra de Dios nos llega necesariamente canalizada por el conducto de instrumentos humanos. Cuando Rousseau exclamaba: ¡Cuántos hombres entre Dios y yo!, mostraba que no había captado la profunda dimensión de la sacramentalidad de la Iglesia, es decir, lo divino operante por medio de instrumentos humanos. Ya los gnósticos, en el siglo II, distinguían la Iglesia institucional de la Iglesia carismática e invisible. También la Reforma Protestante postula la fe sin intermediarios y la Escritura sin intérpretes.

Lo más grave es que actualmente se nota un neoprotestantismo en ámbitos católicos, que se traduce en la desconfianza y la crítica permanentes a la Iglesia "oficial" -la jerarquía. El Magisterio advierte con claridad: “...la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino.” (Lumen Gentium, p. 8)

Debe aceptarse, asimismo, que el Magisterio eclesiástico no es científico. Pío XII lo explica así: “El Magisterio de la Iglesia no es científico, sino testimoniante. Es decir, no se funda en las razones intrínsecas que se dan, sino en la autoridad del testimonio. (...) De aquí que, aún cuando a alguien, en una ordenación de la Iglesia, no parezcan convencerle las razones alegadas, sin embargo, permanece la obligación de la obediencia.” (Acta Apostolicæ Sedis 46 [l954] 67l/672) Esto explica la importancia que los evangelistas atribuyeron a los milagros como signos de la autoridad de Jesús: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed a las obras (aunque no me creáis a mí), para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mi y yo en el Padre” (Jn l0,37-38).
El proceso es resumido por San Agustín: por sus milagros se conquistó la autoridad, por su autoridad mereció la fe, por la fe congregó la multitud.

Autenticidad del Magisterio

En nuestra época se ha generalizado la convicción de que la humanidad ha llegado a su mayoría de edad, lo que fundamenta la resistencia a toda heteronomía -normas que provienen de afuera- y a todo dogmatismo doctrinal. Por eso es necesario insistir en que fue Cristo quien envió a sus apóstoles con la misión de predicar el Evangelio. De allí surge la autenticidad del Magisterio, tanto de los apóstoles como de sus sucesores, los obispos, a quienes entregaron la antorcha viva de la misión recibida, mediante el rito de imposición manos. Entonces, la regla segura para conocer la verdadera doctrina de los apóstoles es el consenso de los obispos, que descienden de ellos. San Ireneo y otros, componen las listas de los obispos, que se suceden unos a otros hasta entroncar con un apóstol.

La misión de los apóstoles y de sus sucesores es la de enseñar todo y solo el Evangelio. La predicación de la Iglesia se basa en la conservación íntegra del depósito de la revelación cristiana. De allí el término jurídico “depósito” que utiliza San Pablo al exhortar a Timoteo a custodiarlo fielmente. Ni los apóstoles, ni los obispos, ni la Iglesia, son dueños de él; lo han recibido para transmitirlo fielmente, hasta la consumación de los siglos y para devolverlo intacto al final de los tiempos. Y esto, de tal forma, que ni un ángel del cielo podrá quitar ni añadir cosa alguna (Gál l,8).

La autoridad del Magisterio eclesiástico no es otra cosa sino un carisma al servicio de la fiel transmisión y de la mayor eficacia de la Palabra de Dios. Por eso, cuando la Iglesia define un dogma de fe, en realidad no está imponiendo nada. Lo que hace es testificar, constatar con certeza que una verdad está contenida en la revelación cristiana. El acto de fe en un dogma definido no es fe a la Iglesia, sino fe a la Palabra de Dios, que nos llega por medio del testimonio de la Iglesia. Entonces, incluso a nivel histórico, dejando de lado lo sobrenatural, debe admitirse que en el Magisterio de la Iglesia existe una credibilidad en la transmisión del mensaje que difícilmente puede superar otra institución humana. Pues cualquier otra institución normalmente cambia a través del tiempo. La Iglesia, por el contrario, depende de la fidelidad al mensaje primitivo, sin adulteraciones ni agregados que pongan en peligro su contenido original.

Un problema a dilucidar es el de los libros inspirados. Los apóstoles escribieron o supervisaron la redacción de estos libros, que, por ser inspirados por Dios, son verdaderamente Palabra de Dios. Por lo tanto, los protestantes sostienen que no es necesario el Magisterio, para quienes es suficiente la Escritura sola. Es que el Magisterio no está sobre la Sagrada Escritura; está para garantizar su correcta interpretación, por “aquellos que en la Iglesia poseen la sucesión desde los apóstoles y que han conservado la Palabra sin adulterar e incorruptible” (San Ireneo).

La historia muestra que todas las herejías se han basado en alguna expresión bíblica separada de su contexto vital. Los libros inspirados no pueden entenderse sino dentro de la fe de la Iglesia, en la que han nacido. Este es un principio de hermenéutica sensato y natural; San Agustín exclamaba: “Yo no creería en el Evangelio si no me impeliera a ello la autoridad de la Iglesia”. La credibilidad del Magisterio se funda en tres razones:

a) “recibieron del Señor la misión de enseñar a todas las gentes”. El apóstol es un delegado el maestro, un embajador que lo representa con plenos poderes.

b) Cristo prometió “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Los hombres tienen que creer en él porque fuera de él no hay salvación posible. Pero el único acceso para llegar a él es el testimonio de los apóstoles y de sus sucesores. Sería indigno de Dios no ofrecer las garantías necesarias de que ese testimonio es confiable.

c) “Para el desempeño de su misión, Cristo Señor prometió a sus apóstoles el Espíritu Santo” (Lumen Gentium, 24). De aquí se sigue que los fieles deben aceptar la doctrina de su obispo en materia de fe y costumbres y “adherirse a ella con religiosa sumisión de voluntad y entendimiento” (Id, 25).

Interpretación del Magisterio

En 1993, en un discurso dirigido a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica, Juan Pablo II se refirió al problema de la interpretación de la Palabra de Dios:

“La docilidad al Espíritu Santo produce y refuerza otra disposición, necesaria para la orientación correcta de la exégesis: la fidelidad a la Iglesia. El exegeta católico no alimenta el equívoco individualista de creer que, fuera de la comunidad de los creyentes, se pueden comprender mejor los textos bíblicos. Lo que es verdad es todo lo contrario, pues esos textos no han sido dados a investigadores individuales para satisfacer su curiosidad o proporcionarles temas de estudio e investigación (Divino Afflante Spiritu; Enchiridion biblicum, 566); han sido confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar su fe y guiar su vida de caridad. Respetar esta finalidad es condición para la validez de la interpretación.” (p. 10)

“ También el Concilio Vaticano II lo ha afirmado: Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios (Dei Verbum, l2).”(p. 10)

“No habían transcurrido cinco años de la publicación de la Divino Afflante Spiritu, cuando el descubrimiento de los manuscritos de Qumram arrojaron nueva luz sobre un gran número de problemas bíblicos y abrieron otros campos de investigación.”(p. 12)

“La Biblia ejerce su influencia a lo largo de los siglos. Un proceso constante de actualización adapta la interpretación a la mentalidad y al lenguaje contemporáneos. El carácter concreto e inmediato del lenguaje bíblico facilita en gran medida esa adaptación, pero su arraigo en una cultura antigua suscita algunas dificultades. Por tanto, es preciso volver a traducir constantemente el pensamiento bíblico al lenguaje contemporáneo, para que se exprese de una manera adaptada a sus oyentes. En cualquier caso, esta traducción debe ser fiel al original, y no puede forzar los textos para acomodarlos a una lectura o a un enfoque que esté de moda en un momento determinado.” (p. 15)[1].

La Congregación para la Doctrina de la Fe, ha indicado los límites que deben respetar los teólogos en la tarea de investigación:

“Aunque la doctrina de la fe no esté en tela de juicio, el teólogo no debe presentar sus opiniones o sus hipótesis divergentes como si se tratara de conclusiones indiscutibles. Esta discreción está exigida por el respeto al pueblo de Dios (cfr. Rom. l4, l-l5; l Col. 8, l0. 23-33). Por esos mismos motivos ha de renunciar a una intempestiva expresión pública de ellas.”

“De igual manera no sería suficiente el juicio de la conciencia subjetiva del teólogo, porque ésta no constituye una instancia autónoma y exclusiva para juzgar la verdad de una doctrina.”

“En diversas ocasiones el Magisterio ha llamado la atención sobre los graves inconvenientes que acarrean a la comunión de la Iglesia aquellas actitudes de oposición sistemática, que llegan incluso a constituirse en grupos organizados. En la Exhortación apostólica Paterna cum benevolentia, Pablo VI ha presentado un diagnóstico que conserva toda su actualidad. Ahora se quiere hablar en particular de aquella actitud pública de oposición al magisterio de la Iglesia, llamada también disenso, que es necesario distinguir de la situación de dificultad personal, de la que se ha tratado más arriba. El fenómeno del disenso puede tener diversas formas y sus causas remotas o próximas son múltiples.
Entre los factores que directa o indirectamente pueden ejercer su influjo hay que tener en cuenta la ideología del liberalismo filosófico que impregna la mentalidad de nuestra época.”[2]


LA POLITICA COMO OBLIGACION MORAL DEL CRISTIANO

Como señala el P. Bartolomeo Sorge, los cristianos de hoy enfrentan tres tentaciones en su relación con el mundo:

1. La tentación reduccionista. Sabiendo que el cristiano es sal de la tierra, algunos, para hacer más aceptable el cristianismo, diluyen la sal evangélica, que se vuelve insípida. A esto alude Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Missio:
“La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una gradual secularización de la salvación, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal”. (§ 11)
“En esta perspectiva el reino tiende a convertirse en una realidad plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y luchas por la liberación socioeconómica, política y también cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente”. (§ 17)

2. La tentación fundamentalista. Es la presunción de transformar la tierra en sal. Paulo VI, en la Encíclica Ecclesiam Suam, advertía el peligro de “acercarse a la sociedad profana para intentar obtener influjo preponderante o incluso ejercitar en ella un dominio teocrático”. (§ 72) Es la pretensión de imponer a los demás la propia fe. En la Encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II expresa: “La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad” (§ 46)

3. La fuga mundi, apartarse del mundo. Consiste en guardar la sal en el salero, para evitar que se corrompa al contacto con el mudo. Por ese motivo, algunos antiguos cristianos preferían retirarse al desierto. Sobre esto enseña la Constitución Gaudium et Spes: “Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno”. (§ 43)

El laico recibe la llamada al compromiso social y político, no por delegación del obispo o del párroco, sino directamente de Cristo en el bautismo. Pero, además, “si la falta de compromiso ha sido siempre inaceptable, el tiempo que vivimos la hace todavía más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso”. (Juan Pablo II, Chistifideles Laici, § 3)

Presencia de los católicos en la política

Si bien las tres tentaciones descriptas deben rechazarse con igual fuerza, nos interesa profundizar el análisis en la última -la fuga mundi-, pues es la que afecta a la mayoría de los fieles de buena voluntad, que ignoran la recta doctrina, o, lo que es más grave, no la aplican, pese a conocerla. Nunca como hoy la Iglesia ha insistido tanto en el deber cristiano de actuar en la vida social y política. Llama la atención la precisión y severidad con que Su Santidad advierte que: “...los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política.” (...) Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública”. (Chistifedelis Laici,§ 42). ¿A qué se debe esa insistencia? La experiencia de los dos últimos siglos, con el fracaso de todas las ideologías, demuestra que sólo será posible un mundo mejor con una transformación de base religiosa. Pablo VI, en la Encíclica Populorum Progressio, reconoce que “ciertamente, el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos que organizarla contra el hombre”.(§ 42)

La Iglesia ofrece su contribución a la humanización del mundo, en dos formas distintas y complementarias: la opción sociopolítica, propia de los laicos; la opción religiosa, propia de la comunidad eclesial, en la acción evangelizadora.

La política tiene una importancia determinante en la vida del hombre y de la sociedad, porque influyen sus decisiones en la existencia humana y afecta todos los ambientes. También influyen las opciones políticas en las generaciones futuras. Sin embargo, la política no lo es todo, y actúa en el terreno de lo relativo; sólo la fe ilumina la totalidad de la persona y de su vida. Por eso la coherencia entre fe y vida es fundamental; es obligación de los laicos dedicados a la política procurar que la promoción humana y la evangelización estén estrechamente vinculadas. Si los políticos actúan como cristianos, seguramente cambiará y mejorará la política. La Iglesia exhorta a los fieles a comprometerse en la política, porque estima el servicio social y político una de las formas más altas de testimonio y de caridad cristiana. (Constitución Gaudium et Spes § 75)). Los cristianos comprometidos en política tienen el deber y la posibilidad de alcanzar la perfección, no a pesar de su actividad temporal, sino gracias a ella.

Concepción correcta de la política y el poder

A diferencia de la Babel del relato bíblico, en la moderna babel es la confusión de ideas la que impide entenderse, aún usando las mismas palabras. En vez de la política como actividad subordinada a la ética, se alude a la política como un orden autónomo, a partir de Maquiavelo, y por eso crece el desprecio a esta actividad, juzgada como algo malo en sí mismo. Muchos católicos repiten el conocido lema de Lord Acton: “todo poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Frase atractiva que expresa un falso concepto; reyes que gobernaron en épocas de monarquías no parlamentarias, fueron canonizados por la Iglesia (San Luis, Rey de Francia; San Esteban, Rey de Hungría). Pues el poder no es otra cosa que la facultad de mover la realidad. No es bueno ni malo; adquiere un sentido por la decisión de quien lo usa, no existe un poder que tenga de antemano un sentido. La intensidad en el uso del poder, no está relacionada con la legitimidad de su utilización. Es obvio que será necesariamente diferente la intensidad del poder que debe ejercer el director de una cárcel, que el aplicado por la superiora del convento. Lo determinante es el concepto que de la política y del poder, posea el gobernante respectivo. El Cardenal Ratzinger lo explica con referencia al proceso contra Jesús. La pregunta de Pilato: “¿Qué es la verdad?”, expresa según Kelsen, el escepticismo del político, puesto que Pilato no espera la respuesta, considerando, tácitamente, que la verdad es inalcanzable. “Como no sabe lo que es justo, confía el problema a la mayoría para que decida con su voto”. De este modo, acota Kelsen, Pilato actúa como un perfecto demócrata.
Pero el mismo pasaje evangélico ha merecido otra interpretación al exegeta Schlier. Jesús se somete al proceso, por la autoridad que representa Pilato, pero lo limita al decirle: “no tendrías poder sobre mí, si no te hubiese sido dado de lo alto”.

Debemos hacer una digresión para entender que la política no es el arte de lo posible. Podemos clasificar las acciones humanas en dos grandes categorías. Lo factible, se refiere al hacer del hombre, aquello que realiza y queda fuera de él. Este tipo de acciones se rigen por la virtud del arte. Por otra parte, tenemos lo agible, el obrar del hombre, aquello que realiza y queda en sí mismo. Este tipo de acciones se rigen por la virtud de la prudencia. Como la política no produce cosas exteriores, sino que actúa en el orden de la conducta, y su principal actividad es el mando, no cabe duda que pertenece a lo agible. Por lo tanto, la virtud que debe regirla es la prudencia. La definición, reformulada, es: actividad prudencial, que consiste en hacer posible lo necesario.

Tampoco, al hablar de política, la circunscribimos al ámbito del Estado moderno que, al decir de Bertrand de Jouvenel es un “monstruo concebido en el Renacimiento, parido por la Revolución, desarrollado en el napoleonismo, congestionado en el hitlerismo”. El sentido cristiano del Estado es aquel que actúa para mantener la convivencia humana en orden. Le compete al Estado la función de gobernar, entendiendo ésta, no como simple ejercicio del poder, sino como protección del derecho de los ciudadanos y garante del Bien Común. Dice Ratzinger[6] que no le compete al Estado “convertir el mundo en un paraíso y, además tampoco es capaz de hacerlo. Por eso, cuando lo intenta, se absolutiza y traspasa sus límites. Se comporta como si fuera Dios...” Compara, al respecto, el cardenal citado, dos textos bíblicos: Rom 13, 1-7 y Ap 13. La Epístola a los Romanos describe la forma correcta del Estado; San Pablo se refiere al Estado como agente fiduciario del orden que ayuda al hombre a vivir comunitariamente. Es un deber moral obedecer al Estado que actúa de ese modo. En cambio, el Apocalipsis trata del Estado que actúa como Dios y, al hacerlo, destruye al hombre y carece del derecho a exigir obediencia. Agrega Ratzinger que resulta llamativo que tanto el nacionalsocialismo como el marxismo desconfiaran del Estado, “declararan esclavitud el vínculo del derecho y pretendieran poner en su lugar algo más alto: la llamada voluntad del pueblo o la sociedad sin clases”.

Actitud frente a la política

No querer arriesgarse con los conflictos de la polis, es una actitud burguesa, no cristiana, que recuerda la pregunta de Caín: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?. Cuando los gentiles acusaban a los primeros cristianos de desinterés, Tertuliano respondía: “¿Nosotros inútiles? ¿Nosotros ociosos? No podéis decirlo de quienes comen y visten y se mantienen como vosotros y entre vosotros. No somos brahmanes o fakires, que vivamos en la selva, lejos de la vida social” (Apologeticon, 42). Por su parte, San Agustín agrega: “los que dicen que la doctrina de Cristo es contraria al bien del Estado, que nos den un ejército de soldados tales como los hace la doctrina de Cristo, que nos den tales gobernantes de provincias, tales maridos, tales esposas, tales padres, tales hijos, tales patronos, tales obreros, tales reyes y jueces, tales contribuyentes y exactores del fisco, cuales los quiere la doctrina cristiana”.

León XIII, en la Encíclica Inmortale Dei, señalaba que no es lícito cruzase de brazos ante las contiendas políticas. Y Pío XII (24/12/48) afirmaba que: “un cristiano convencido no puede encerrarse en un cómodo y egoísta aislacionismo cuando es testigo de las necesidades y miserias de sus hermanos”. También es incorrecto consolarnos con la posible intervención divina en los asuntos temporales. Que el infierno no prevalecerá contra la Iglesia está garantizado en el Evangelio, pero en ninguno de sus pasajes figura que la Argentina no desaparecerá en el siglo XXI. Limitarse a confiar en un futuro mejor, es confundir la virtud teologal de la esperanza, con un optimismo suicida. De allí la enseñanza de San Ignacio: hay que confiar en los medios divinos como si no existieran los humanos; y usar éstos como si no contásemos con los primeros.

Sobre la justificación de la Política podemos mencionar dos fundamentos:
a) Moral: si la jerarquía de las ciencias está relacionada con la perfección del objeto, tiene razón Santo Tomás en que la Política es la principal de todas las ciencias prácticas y la que las dirige a todas, en cuanto considera el fin perfecto y último de las cosas humanas.
b) Teológico: La política es una forma privilegiada de apostolado, porque, como enseñaba Pío XI: “cuando más vasto e importante es el campo en el cual se puede trabajar, tanto más imperioso es el deber. Tal es, pues, el dominio de la política que mira los intereses de la sociedad entera, y que bajo este aspecto es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la que podemos decir que ninguna otra le supera, salvo la de la religión”.

León XIII, en la Encíclica Inmortale Dei advierte: “no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al Bien Común” (§ 22). El mismo Papa, en la Encíclica Libertas, añade que: “ es bueno participar en política, a menos que en algunos lugares por especiales circunstancias de tiempo y situación se imponga otra conducta. Más todavía, la Iglesia aprueba la colaboración personal de todos con su trabajo al bien común y que cada uno en la medida de sus fuerzas procure la defensa, la conservación y la prosperidad del Estado” (§ 33).

Desde la filosofía, reflexionaba Ortega que el hombre que sólo se ocupa de la política y todo lo ve políticamente, es un majadero, pero el hombre que no se ocupa de la política, es un hombre inmoral. Es que la vida pública y la privada son interdependientes; si la primera se corrompe, la segunda no puede alcanzar sus fines. Por ello, los hombres se organizan en torno a instituciones, que pueden favorecer su perfección personal o perjudicarla. Las estructuras son parte integrante de la polis. A tal punto que, según Santo Tomás, hay que decir que la ciudad es la misma mirando a la organización política, de modo que si ésta cambia, aunque permanezcan el mismo lugar y los mismos hombres, no es la misma ciudad.

CRISTIANISMO Y PATRIOTISMO

En un nuevo aniversario de la batalla de la Vuelta de Obligado (20-11-1845), que en la Argentina se conmemora como símbolo de la Soberanía Nacional, nos parece oportuno dedicar este Boletín a analizar la relación entre cristianismo y patriotismo. Nos limitaremos a recordar conceptos aprendidos de uno de nuestros maestros, el P. Alberto Ezcurra, difundidos en sus Sermones Patrióticos .
Pensar en la patria es un deber, que nos corresponde como argentinos y también como católicos. Es parte del mandamiento que nos manda amar a nuestro prójimo. Y, entre el prójimo, tenemos que querer con mayor predilección a aquellos que están más próximos. Es decir, a aquellos que están unidos a nosotros por lazos de sangre, de lengua, de religión, de cultura, de tradición, de historia.
Y es un deber, también como hijos: el mismo cuarto Mandamiento que nos manda amar a nuestros padres, nos manda también amar a nuestra patria, porque de los padres y de la patria recibimos la vida. Y como estamos obligados a amar a nuestros padres, tenemos que amar también a nuestra patria.
Se podría decir que alguien que no quiera a su familia, que no se preocupe por ella, no es un buen católico. Exactamente lo mismo podemos expresar de quien se dice católico, pero no es capaz de querer esta tierra en la que Dios lo hizo nacer. A este rincón del planeta que se llama Argentina. Porque no nacimos aquí por casualidad, sino que fue la Providencia quien quiso que viniéramos a la vida en este lugar y en este momento histórico.

Ese deber de los católicos para con la patria, es algo que nos enseña toda la historia de la Iglesia, y el magisterio pontificio. El Papa León XIII, el gran pontífice de la Rerum Novarum, documento donde manifestó su preocupación por los trabajadores, amaba también a la patria y nos enseña a quererla. Dice que: “el amor sobrenatural de la Iglesia y el amor natural a la patria, son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, porque la Causa y el Autor de la Iglesia y de la Patria es el mismo Dios. De lo cual se sigue que no puede darse contradicción entre estas dos obligaciones.”

Por su parte, el Papa San Pío X, manifestó a un grupo de peregrinos en Roma: “Sí, es digna no sólo de amor sino de predilección la Patria, cuyo nombre sagrado despierta en nuestro espíritu los más queridos recuerdos y hace estremecerse todas las fibras de nuestra alma”. “Si el catolicismo fuera enemigo de la Patria, no sería una religión divina.”

Cuando Juan Pablo II visitó la Argentina, en un momento difícil, les dijo a los Obispos: “La universalidad, dimensión esencial en el pueblo de Dios, no se opone al patriotismo ni entra en conflicto con él. Al contrario, lo integra, reforzando en el mismo los valores que tiene, sobre todo el amor a la propia Patria, llevado si es necesario hasta el sacrificio.”
El sacrificio de quienes entregaron su vida por la patria, nos obliga moralmente a recordarlos y no olvidar nunca a quienes nos precedieron. Pues la Argentina tiene un pasado; tiene una historia particular. Nosotros recibimos la cultura que venía de Grecia y de Roma, a través de España, y, junto con ella, el cristianismo. La fidelidad a esos valores estaba presente en los hombres que nos legaron la patria. Incluso cuando fue necesario proclamar la independencia de España, no se hizo como ruptura con ese pasado, con aquella tradición recibida. Y, especialmente, no se renegó de la tradición cristiana.

La herencia que recibimos implica una responsabilidad. No podemos ignorar que la Argentina contemporánea se ha desviado de la ruta que le señala su tradición. Debemos reconocer que está gravemente enferma; y su dolencia es, principalmente, espiritual. Nuestra patria nació cristiana; los próceres se preocuparon de darle, no solamente un cuerpo, es decir un territorio, sino que quisieron darle también un alma y un alma cristiana. Eso es algo que no podemos olvidar, es algo de lo que no podemos renegar, sin traicionar el sueño de nuestros ancestros.
Quien es considerado, con justicia, el Padre de la Patria, San Martín, fue combatido y obligado al exilio por aquellos que no aceptaban que el alma de la patria fuese cristiana. Que renegaban de la tradición hispánica, pues preferían los postulados masónicos de la Revolución Francesa. Aún desde Europa, San Martín continuó hasta su muerte preocupándose por el cuerpo y el alma de la Argentina.

La importancia de conocer la historia nacional, fue destacada por el actual pontífice, siendo todavía Arzobispo de Cracovia: “No nos desarraiguemos de nuestro pasado, no dejemos que éste nos sea arrancado del alma, es éste el contenido de nuestra identidad de hoy.” “No puede construirse el futuro más que sobre este fundamento.” Es que la patria es la tierra de los padres. No es solamente un concepto geográfico; incluye un patrimonio cultural y una historia. Los argentinos que vivimos hoy en esta patria, la recibimos como herencia del pasado y debemos transmitirla a las generaciones futuras. Es algo que tenemos en custodia, no nos pertenece. No la podemos vender, ni mucho menos regalar.
Nunca es más grande y fuerte un pueblo que cuando hunde sus raíces en el pasado. Cuando recuerda y honra a sus antepasados. Por eso, debemos mirar hacia ese pasado y recordar el ejemplo de los héroes nacionales, para pensar después en el presente; para pensar en el presente sin desanimarnos, a pesar de todo. Para que, aunque parezcamos una patria y un pueblo de vencidos, no seamos vencidos en nuestra alma, no seamos vencidos en nuestro espíritu, en nuestra manera de pensar, en nuestro compromiso de argentinos y de cristianos.
Frente a la decadencia actual de la Argentina, la peor tentación, mucho peor que la derrota exterior, es la tentación de la derrota interior. La tentación del desaliento, la tentación de la desesperación, la tentación de pensar que no hay nada que hacer. La tentación de rendirnos; la de olvidarnos lo que nos enseñaba el P. Castellani: de que la pelea vale la pena pelearla, y de que Dios no nos exige que venzamos, porque a vences el triunfo no depende de nosotros, pero Dios sí nos exige que no seamos vencidos.


Conclusiones

Todo lo expuesto, podemos sintetizarlo en la opinión de quien fue elegido por el Papa Juan Pablo II como Patrono de los Gobernantes y Políticos: Santo Tomás Moro. En efecto, además de su testimonio que demuestra que se puede actuar en política sin perder el alma, nos dejó su reflexiones, que sirven como guía para la aplicación de la prudencia política.

“Si no conseguís todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán al menos la intensidad del mal”.
“La imposibilidad de suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad porque no puede dominar los vientos”.











[1] Sorge, Bartolmeo: “La Propuesta Social de la Iglesia”; Madrid, BAC, 1999, págs. 94-96.
[2] Op.cit., págs. 185-186
[3] Ratzinger, Joseph: “Verdad, Valores, Poder”, Madrid, Rialp, 1998, págs. 87-89
[4] Palacios, Leopoldo-Eulogio: “La Prudencia Política”, Madrid, Gredos, 1978
[5] cit.por Ayuso Torres, Miguel: “La Política Como Deber: Sentido y Misión de la Caridad Política”, pág.354, EN: AAVV: “Los Católicos y la Acción Política”, Madrid, Speiro, 1982
[6] Ratzinger, Joseph: op.cit., pág 90
[7] op.cit., pág 91
[8] cit. por Ayuso Torres, op. cit., pág. 361
[9] Comentario a la Política de Aristóteles, prólogo.
[10] Pío XI: Discurso , 1927
[11] III Politicorum, lec.2, nº 364
[12] Moro, Tomás: “Utopía”, Libro Primero.
[i] Exposición en la Jornada “Familia Católica y los desafíos actuales”, organizada por el Encuentro de Laicos, y realizada en la Parroquia Santísima Trinidad, de la ciudad de Córdoba, el l8-l0-03.
[ii] Cfr. Ratzinger, Joseph. “Verdad, valores, poder”; Rialp, l998.
[iii] op. cit., pgs. 84/92.