miércoles, 13 de mayo de 2009

Doctrina social católica

Comentario sobre un artículo del P. Saravia

El P. Horacio Saravia, en su artículo "Confrontación esperada" (La Voz del Interior, 9-10-08), insiste en criticar la actuación de España en América, con argumentos que son rebatidos en la misma edición por el Prof. Tejerina Carreras. Otros historiadores lo han hecho en el pasado. Pero, como se trata de un sacerdote católico, es conveniente recordar la opinión oficial de la Iglesia al respecto. Baste citar dos antecedentes:

1) El documento del Episcopado Argentino "Iglesia y comunidad nacional", 4/9-5-1981, afirma:

"Desde los orígenes de la América española, la Iglesia, con la predicación y el bautismo y los demás sacramentos, contribuyó a comunicar un espíritu cristiano y evangélico que penetró la raíz misma de la cultura en gestación. Cooperó así a humanizarla en la medida de las limitaciones de toda obra humana" (p. 4).

"La Iglesia, en efecto, al predicar la fe e impartir el bautismo al indígena, reconocía su carácter racional y humano. Procediendo así, cultivaba en él la conciencia de la propia dignidad del hombre, hijo de Dios, e impulsaba al europeo al reconocimiento de esa dignidad. Por eso, la fe y el bautismo recibidos por la mayoría, fueron semilla de una básica conciencia de igualdad y de la posesión de derechos humanos comunes al blanco y al indio" (p. 6).



2) El Papa Juan Pablo II, expresó con claridad a los Obispos de América, el 12-10-1984:

"Una cierta leyenda negra, que marcó durante un tiempo no pocos estudios historiográficos, concentró prevalentemente la atención sobre aspectos de violencia y explotación que se dieron en la sociedad civil durante la fase sucesiva al descubrimiento. Prejuicios políticos, ideológicos y aun religiosos, han querido también presentar sólo negativamente la historia de la Iglesia en este continente" (p. 3).

"La Carta del Papa León XIII, al concluir el IV Centenario de la gesta colombina, habla de los designios de la Divina Providencia que han guiado el hecho de por sí más grande y maravilloso entre los hechos humanos, y que con la predicación de la fe hicieron pasar una inmensa multitud a las esperanzas de la vida eterna (Carta del 15 de julio 1892)" (p. 2).



[El artículo del P. Saravia puede leerse en: www.foroazulyblanco.blogspot.com (etiqueta "Indigenismo"]



CRISTIANISMO Y PATRIOTISMO



Nos limitaremos a recordar conceptos aprendidos de uno de nuestros maestros, el P. Alberto Ezcurra, difundidos en sus Sermones Patrióticos, como modesto homenaje a los 15 años de su fallecimiento.

Pensar en la patria es un deber, que nos corresponde como argentinos y también como católicos. Es parte del mandamiento que nos manda amar a nuestro prójimo. Y, entre el prójimo, tenemos que querer con mayor predilección a aquellos que están más próximos. Es decir, a aquellos que están unidos a nosotros por lazos de sangre, de lengua, de religión, de cultura, de tradición, de historia.

Y es un deber, también como hijos: el mismo cuarto Mandamiento que nos manda amar a nuestros padres, nos manda también amar a nuestra patria, porque de los padres y de la patria recibimos la vida. Y como estamos obligados a amar a nuestros padres, tenemos que amar también a nuestra patria.

Se podría decir que alguien que no quiera a su familia, que no se preocupe por ella, no es un buen católico. Exactamente lo mismo podemos expresar de quien se dice católico, pero no es capaz de querer esta tierra en la que Dios lo hizo nacer. A este rincón del planeta que se llama Argentina. Porque no nacimos aquí por casualidad, sino que fue la Providencia quien quiso que viniéramos a la vida en este lugar y en este momento histórico.

Ese deber de los católicos para con la patria, es algo que nos enseña toda la historia de la Iglesia, y el magisterio pontificio. El Papa León XIII, el gran pontífice de la Rerum Novarum, documento donde manifestó su preocupación por los trabajadores, amaba también a la patria y nos enseña a quererla. Dice que: “el amor sobrenatural de la Iglesia y el amor natural a la patria, son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, porque la Causa y el Autor de la Iglesia y de la Patria es el mismo Dios. De lo cual se sigue que no puede darse contradicción entre estas dos obligaciones.”

Por su parte, el Papa San Pío X, manifestó a un grupo de peregrinos en Roma: “Sí, es digna no sólo de amor sino de predilección la Patria, cuyo nombre sagrado despierta en nuestro espíritu los más queridos recuerdos y hace estremecerse todas las fibras de nuestra alma”. “Si el catolicismo fuera enemigo de la Patria, no sería una religión divina.”

Cuando Juan Pablo II visitó la Argentina, en un momento difícil, les dijo a los Obispos: “La universalidad, dimensión esencial en el pueblo de Dios, no se opone al patriotismo ni entra en conflicto con él. Al contrario, lo integra, reforzando en el mismo los valores que tiene, sobre todo el amor a la propia Patria, llevado si es necesario hasta el sacrificio.”

El sacrificio de quienes entregaron su vida por la patria, nos obliga moralmente a recordarlos y no olvidar nunca a quienes nos precedieron. Pues la Argentina tiene un pasado; tiene una historia particular. Nosotros recibimos la cultura que venía de Grecia y de Roma, a través de España, y, junto con ella, el cristianismo. La fidelidad a esos valores estaba presente en los hombres que nos legaron la patria. Incluso cuando fue necesario proclamar la independencia de España, no se hizo como ruptura con ese pasado, con aquella tradición recibida. Y, especialmente, no se renegó de la tradición cristiana.

La herencia que recibimos implica una responsabilidad. No podemos ignorar que la Argentina contemporánea se ha desviado de la ruta que le señala su tradición. Debemos reconocer que está gravemente enferma; y su dolencia es, principalmente, espiritual. Nuestra patria nació cristiana; los próceres se preocuparon de darle, no solamente un cuerpo, es decir un territorio, sino que quisieron darle también un alma y un alma cristiana. Eso es algo que no podemos olvidar, es algo de lo que no podemos renegar, sin traicionar el sueño de nuestros ancestros.

Quien es considerado, con justicia, el Padre de la Patria, San Martín, fue combatido y obligado al exilio por aquellos que no aceptaban que el alma de la patria fuese cristiana. Que renegaban de la tradición hispánica, pues preferían los postulados masónicos de la Revolución Francesa. Aún desde Europa, San Martín continuó hasta su muerte preocupándose por el cuerpo y el alma de la Argentina. En varias de sus cartas aboga por una mano firme que ponga orden en la patria. Cuando esa mano firme enfrenta al invasor extranjero, en la Vuelta de Obligado, San Martín redacta su testamento, disponiendo:

“El sable que me ha acompañado en la independencia de América del Sur, le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que como argentino he tenido de ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla.”



La importancia de conocer la historia nacional, fue destacada por el actual pontífice, siendo todavía Arzobispo de Cracovia: “No nos desarraiguemos de nuestro pasado, no dejemos que éste nos sea arrancado del alma, es éste el contenido de nuestra identidad de hoy.” “Una nación vive de la verdad sobre sí misma.” “No puede construirse el futuro más que sobre este fundamento.” “Que nadie se atreva a poner en tela de juicio nuestro amor a la Patria. Que nadie se atreva.”

Es que la patria es la tierra de los padres. No es solamente un concepto geográfico; incluye un patrimonio cultural y una historia. Los argentinos que vivimos hoy en esta patria, la recibimos como herencia del pasado y debemos transmitirla a las generaciones futuras. Es algo que tenemos en custodia, no nos pertenece. No la podemos vender, ni mucho menos regalar.

Nunca es más grande y fuerte un pueblo que cuando hunde sus raíces en el pasado. Cuando recuerda y honra a sus antepasados. Por eso, debemos mirar hacia ese pasado y recordar el ejemplo de los héroes nacionales, para pensar después en el presente; para pensar en el presente sin desanimarnos, a pesar de todo. Para que, aunque parezcamos una patria y un pueblo de vencidos, no seamos vencidos en nuestra alma, no seamos vencidos en nuestro espíritu, en nuestra manera de pensar, en nuestro compromiso de argentinos y de cristianos.

Frente a la decadencia actual de la Argentina, la peor tentación, mucho peor que la derrota exterior, es la tentación de la derrota interior. La tentación del desaliento, la tentación de la desesperación, la tentación de pensar que no hay nada que hacer. La tentación de rendirnos; la de olvidarnos lo que nos enseñaba el P. Castellani: de que la pelea vale la pena pelearla, y de que Dios no nos exige que venzamos, porque a vences el triunfo no depende de nosotros, pero Dios sí nos exige que no seamos vencidos.

Queremos terminar recordando la última parte de la Oración rezada por el P. Ezcurra, con motivo de la repatriación de los restos de Rosas:



“Te rogamos Señor, que le des a Don Juan Manuel de Rosas el descanso eterno; y que a nosotros nos niegues el descanso, nos niegues la tranquilidad, la comodidad y la paz, hasta que, con los escombros de esta Patria en ruinas, sepamos edificar la Argentina grande que Juan Manuel amó, en la cual soñó y por la cual entregó su vida”. Así sea.



Córdoba, 26-5-08





(Fuente: “Sermones patrióticos”; Cruz y Fierro Editores, 1995)

Documento de
APARECIDA: DOCUMENTO CONCLUSIVO

(Síntesis)

PÁRRAFOS DEL DISCURSO INAUGURAL DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Domingo 13 de mayo de 2007

La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas.

Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio.

En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.

La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado. La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían.

DOCUMENTO CONCLUSIVO

LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover. Lo bendecimos por el don de la fe que nos permite vivir en alianza con Él hasta compartir la vida eterna. Lo bendecimos por hacernos hijas e hijos suyos en Cristo, por habernos redimido con el precio de su sangre y por la relación permanente que establece con nosotros, que es fuente de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable.

Si el pecado ha deteriorado la imagen de Dios en el hombre y ha herido su condición, la buena nueva, que es Cristo, lo ha redimido y restablecido en la gracia (cf. Rm 5,2-21). Bendecimos al Padre porque todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, puede llegar a descubrir, en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15), el valor sagrado de la vida humana, desde su inicio hasta su término natural, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho, se fundamenta “la convivencia humana y la misma comunidad política”.

Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla, porque “quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo. Ante el individualismo, Jesús convoca a vivir y caminar juntos. La vida cristiana sólo se profundiza y se desarrolla en la comunión fraterna. Jesús nos dice “uno es su maestro, y todos ustedes son hermanos” (Mt 23, 8). Ante la despersonalización, Jesús ayuda a construir identidades integradas.

Ante la exclusión, Jesús defiende los derechos de los débiles y la vida digna de todo ser humano. De su Maestro, el discípulo ha aprendido a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona humana. Sólo el Señor es autor y dueño de la vida. El ser humano, su imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción hasta su muerte natural; en todas las circunstancias y condiciones de su vida.

Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida plena. “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). Por ello, sana a los enfermos, expulsa los demonios y compromete a los discípulos en la promoción de la dignidad humana y de relaciones sociales fundadas en la justicia.

Afirma el Papa Benedicto XVI que la familia patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanosy caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente…La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos. Bendecimos a Dios por haber creado al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera confundir esta verdad: “Creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el uno en el otro su reciprocidad y complementariedad. El amor conyugal es la donación recíproca entre un varón y una mujer, los esposos: es fiel y exclusivo hasta la muerte y fecundo, abierto a la vida y a la educación de los hijos, asemejándose al amor fecundo de la Santísima Trinidad. El amor conyugal es asumido en el Sacramento del Matrimonio para significar la unión de Cristo con su Iglesia, por eso, en la gracia de Jesucristo, encuentra su purificación, alimento y plenitud (cf. Ef 5, 25-33).

EL TRABAJO

Jesús, el carpintero (cf. Mc 6, 3), dignificó el trabajo y al trabajador y recuerda que el trabajo no es un mero apéndice de la vida, sino que “constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra”, por la cual el hombre y la mujer se realizan a sí mismos como seres humanos. El trabajo garantiza la dignidad y la libertad del hombre, es probablemente “la clave esencial de toda ‘la cuestión social’”. El desempleo, la injusta remuneración del trabajo y el vivir sin querer trabajar son contrarios al designio de Dios.

La actividad empresarial es buena y necesaria cuando respeta la dignidad del trabajador, el cuidado del medio ambiente y se ordena al bien común. Se pervierte cuando, buscando solo el lucro, atenta contra los derechos de los trabajadores y la justicia. Alabamos a Dios por quienes cultivan las ciencias y la tecnología, ofreciendo una inmensa cantidad de bienes y valores culturales que han contribuido, entre otras cosas, a prolongar la expectativa de vida y su calidad. Sin embargo, la ciencia y la tecnología notienen las respuestas a los grandes interrogantes de la vida humana.La respuesta última a las cuestiones fundamentales del hombre sólo puede venir de una razón y ética integrales iluminadas por la revelación de Dios.

Cuando la verdad, el bien y la belleza se separan; cuando la persona humana y sus exigencias fundamentales no constituyen el criterio ético, la ciencia y la tecnología se vuelven contra el hombre que las ha creado. Aunque hoy se ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuántas maneras el hombre amenaza y aun destruye su ‘hábitat’. Desatender las mutuas relaciones y el equilibrio que Dios mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa al Creador, y, en definitiva, contra la vida. El discípulo misionero, a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden que le dio el Creador. La mejor forma de respetar la naturaleza es promover una ecología humana abierta a la trascendencia que respetando la persona y la familia, los ambientes y las ciudades. El Señor ha entregado el mundo para todos, para los de las generaciones presentes y futuras. El destino universal de los bienes exige la solidaridad con la generación presente y las futuras. Ya que los recursos son cada vez más limitados, su uso debe estar regulado según un principio de justicia distributiva respetando el desarrollo sostenible.

COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE

En la experiencia eclesial de algunas iglesias de América, las Comunidades Eclesiales de Base han sido escuelas que han ayudado a formar cristianos comprometidos con su fe. Ellas recogen la experiencia de las primeras comunidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2, 42-47). Medellín reconoció en ellas una célula inicial de estructuración eclesial y foco de fe y evangelización. Puebla constató que las pequeñas comunidades, sobre todo las comunidades eclesiales de base, permitieron al pueblo acceder a un conocimiento mayor de la Palabra de Dios, al compromiso social en nombre del Evangelio, al surgimiento de nuevos servicios laicales y a la educación de la fe de los adultos.

Sin embargo, también constató “que no han faltado miembros de comunidad o comunidades enteras que, atraídas por instituciones puramente laicas o radicalizadas ideológicamente, fueron perdiendo el sentido eclesial”. Manteniéndose en comunión con su obispo e insertándose al proyecto de pastoral diocesana, las CEBs se convierten en un signo de vitalidad en la Iglesia particular y pueden contribuir a revitalizar las parroquias haciendo de las mismas una comunidad de comunidades. En su esfuerzo de corresponder a los desafíos de los tiempos actuales, las comunidades eclesiales de base cuidarán de no alterar el tesoro precioso de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.

LAICOS

Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación.Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta. Para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica,política y cultural. Hoy, toda la Iglesia en América Latina y El Caribe quiere ponerse en estado de misión.

La evangelización del Continente, nos decía el papa Juan Pablo II, no puede realizarse hoy sin la colaboración de los fieles laicos. Ellos han de ser parte activa y creativa en la elaboración y ejecución de proyectos pastorales a favor de la comunidad. Esto exige, de parte de los pastores, una mayor apertura de mentalidad para que entiendan y acojan el “ser” y el “hacer” del laico en la Iglesia, quien, por su bautismo y su confirmación, es discípulo y misionero de Jesucristo. En otras palabras, es necesario que el laico sea tenido muy en cuenta con un espíritu de comunión y participación.

FORMACIÓN

La formación obedece a un proceso integral, es decir, que comprende variadas dimensiones, todas armonizadas entre sí en unidad vital. En la base de estas dimensiones, está la fuerza del anuncio kerygmático. El anuncio se fundamenta en el hecho de la presencia de Cristo Resucitado hoy en la Iglesia, y es el factor imprescindible del proceso de formación de discípulos y misioneros. Al mismo tiempo, la formación es permanente y dinámica, de acuerdo con el desarrollo de las personas y al servicio que están llamadas a prestar, en medio de las exigencias de la historia.

La formación abarca diversas dimensiones que deberán ser integradas armónicamente a lo largo de todo el proceso formativo.

a) La Dimensión Humana y Comunitaria. Tiende a acompañar procesos de formación que lleven a asumir la propia historia y a sanarla, en orden a volverse capaces de vivir como cristianos en un mundo plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad interior. Se trata de desarrollar personalidades que maduren en el contacto con la realidad y abiertas al Misterio.

b) La Dimensión Espiritual. Es la dimensión formativa que funda el ser cristiano en la experiencia de Dios, manifestado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos de una maduración profunda. Por medio de los diversos carismas, se arraiga la persona en el camino de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un estilo personal. Permite adherirse de corazón por la fe, como la Virgen María, a los caminos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su Maestro y Señor.

c) La Dimensión Intelectual. El encuentro con Cristo, Palabra hecha Carne, potencia el dinamismo de la razón que busca el significado de la realidad y se abre al Misterio. Se expresa en una reflexión seria, puesta constantemente al día a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz de la fe, a la verdad.También capacita para el discernimiento, el juicio crítico y el diálogo sobre la realidad y la cultura. Asegura de una manera especial el conocimiento bíblico teológico y de las ciencias humanas para adquirir la necesaria competencia en vista de los servicios eclesiales que se requieran y para la adecuada presencia en la vida secular.

d) La Dimensión Pastoral y Misionera. Proyecta hacia la misión de formar discípulos misioneros al servicio del mundo. Incentiva la responsabilidad de los laicos en el mundo para construir el Reino de Dios. Despierta una inquietud constante por los alejados y por los que ignoran al Señor en sus vidas.

En la diócesis, el eje central deberá ser un proyecto orgánico de formación, aprobado por el Obispo y elaborado con los organismos diocesanos competentes, teniendo en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia particular: asociaciones, servicios y movimientos, comunidades religiosas, pequeñas comunidades, comisiones de pastoral social, y diversos organismos eclesiales que ofrezcan la visión de conjunto y la convergencia de las diversas iniciativas. Se requieren, también, equipos de formación convenientemente preparados que aseguren la eficacia del proceso mismo y que acompañen a las personas con pedagogías dinámicas, activas y abiertas. La presencia y contribución de laicos y laicas en los equipos de formación aporta una riqueza original, pues, desde sus experiencias y competencias, ofrecen criterios, contenidos y testimonios valiosos para quienes se están formando.

Es urgente una formación específica para que puedan tener una incidencia significativa en los diferentes campos, sobre todo en el mundo vasto de la política, de la realidad social y de la economía, como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios y de otras realidades abiertas a la evangelización.

La parroquia ha de ser el lugar donde se asegure la iniciación cristiana.Sin embargo, a pesar de la buena voluntad, la formación teológica y pedagógica de los catequistas no suele ser la deseable. Los materiales y subsidios son con frecuencia muy variados y no se integran en una pastoral de conjunto; y no siempre son portadoresde métodos pedagógicos actualizados. Los párrocos y demás responsables no asumen con mayor empeño la función que les corresponde como primeros catequistas. La catequesis no debe ser sólo ocasional, reducida a los momentos previos a los sacramentos o a la iniciación cristiana, sino más bien “un itinerario catequético permanente” .Por esto, compete a cada Iglesia particular, con la ayuda de las Conferencias Episcopales, establecer un proceso catequético orgánico y progresivo que se extienda por todo el arco de la vida, desde la infancia hasta la ancianidad, teniendo en cuenta que el Directorio General de Catequesis considera la catequesis de adultos comola forma fundamental de la educación en la fe. La catequesis no puede limitarse a una formación meramente doctrinal sino que ha de ser una verdadera escuela de formación integral. Por tanto, se ha de cultivar la oración, el aprecio por la celebración litúrgica, la vivencia comunitaria, el compromiso apostólico mediante un permanente servicio a los demás. Para ello, resultarían útiles algunos subsidios catequéticos elaborados a partir del Catecismo de la Iglesia Católica y del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, estableciendo cursos y escuelas de formación permanente para catequistas.

PROMOCIÓN

El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos.

Igualmente, se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales. La misericordia siempre será necesaria, pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia estén acompañas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos comos sujetos de su propio desarrollo.

En su Encíclica Deus Caritas est, el Papa Benedicto XVI ha tratado con claridad inspiradora la compleja relación entre justicia y caridad. Allí nos dice que “elorden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política” y no de la Iglesia. Pero la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. Ella colabora purificando la razón de todos aquellos elementos que la ofuscan e impiden la realización de una liberación integral. También es tarea de la Iglesia ayudar con la predicación, la catequesis, la denuncia, y el testimonio del amor y de justicia, para que se despierten en la sociedad las fuerzas espirituales necesarias y se desarrollen los valores sociales. Sólo así las estructuras serán realmente más justas, podrán ser eficaces y sostenerse en el tiempo. Sin valores no hay futuro, y no habrá estructuras salvadoras, ya que en ellas siempre subyace la fragilidad humana.Los discípulos misioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas.

.Decía san Alberto Hurtado: “En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor”.

LA DIGNIDAD HUMANA

La cultura actual tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano. El impacto dominante de los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímero se han transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social. Ante esta realidad, anunciamos, una vez más, el valor supremo de cada hombre y de cada mujer. El Creador, en efecto, al poner todo lo creado al servicio del ser humano, manifiesta la dignidad de la persona humana e invita a respetarla (cf. Gn 1,26-30).

LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES Y EXCLUIDOS

La opción preferencial por los pobres es uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia. De hecho, Juan Pablo II, dirigiéndose a nuestro continente, sostuvo que convertirse al Evangelio para el pueblo cristiano que vive en América, significa revisar todos los ambientes y dimensiones de su vida, especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común. De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos.

El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres “es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral”. El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” ante “intolerables desigualdades sociales y económicas”, que “claman al cielo”. Tenemos mucho que ofrecer, ya que no cabe duda de que la Doctrina Social de la Iglesia es capaz de suscitar esperanza en medio de las situaciones más difíciles, porque, si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni siquiera para los llamados ricos.

La opción preferencial por los pobres exige que prestemos especial atención a aquellos profesionales católicos que son responsables de las finanzas de las naciones, a quienes fomentan el empleo, y a los políticos que deben crear las condiciones para el desarrollo económico de los países, a fin de darles orientaciones éticas coherentes con su fe. En esta época, suele suceder que defendemos demasiado nuestros espacios de privacidad y disfrute, y nos dejamos contagiar fácilmente por el consumismo individualista. Por eso, nuestra opción por los pobres corre el riesgo de quedarse en un plano teórico o meramente emotivo, sin verdadera incidencia en nuestros comportamientos y en nuestras decisiones.

Es necesaria una actitud permanente que se manifieste en opciones y gestos concretos, y evite toda actitud paternalista. No podemos olvidar que el mismo Jesús lo propuso con su modo de actuar y con sus palabras: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos” (Lc 14, 13). Queremos, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, promover caminos eclesiales más efectivos, con la preparación y compromiso de los laicos para intervenir en los asuntos sociales. Es esperanzador lo que decía Juan Pablo II:Aunque imperfecto y provisional, nada de lo que se pueda realizar para hacer más humana la vida de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido en vano. Las Conferencias Episcopales y las Iglesias locales tienen la misión de promover renovados esfuerzos para fortalecer una Pastoral Social estructurada, orgánica e integral que, con la asistencia, la promoción humana, se haga presente en las nuevas realidadesde exclusión y marginación que viven los grupos más vulnerables, donde la vida está más amenazada.

La globalización hace emerger, en nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, etc.; La Iglesia, con su Pastoral Social, debe dar acogida y acompañar a estas personas excluidas en los ámbitos que correspondan. De esta manera, tendrá elementos concretos para exigir que aquellos que tienen la responsabilidad de diseñar y aprobar las políticas que afectan a nuestros pueblos, lo hagan desde una perspectiva ética, solidaria y auténticamente humanista. En ello juegan un papel fundamental los laicos y las laicas, asumiendo tareas pertinentes en la sociedad.

DROGADEPENDENCIA

El problema de la droga es como una mancha de aceite que invade todo. No reconoce fronteras, ni geográficas ni humanas. Ataca por igual a países ricos y pobres, a niños, jóvenes, adultos y ancianos, a hombres y mujeres. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones. Su labor se dirige especialmente en tres direcciones: prevención, acompañamiento y sostén de las políticas gubernamentales para reprimir esta pandemia.

En la prevención, insiste en la educación en los valores que deben conducir a las nuevas generaciones, especialmente el valor de la vida y del amor, la propia responsabilidad y la dignidad humana de los hijos de Dios.

En el acompañamiento, la Iglesia está al lado del drogadicto para ayudarle a recuperar su dignidad y vencer esta enfermedad.

En el apoyo a la erradicación de la droga, no deja de denunciar la criminalidad sin nombre de los narcotraficantes que comercian con tantas vidas humanas, teniendo como meta el lucro y la fuerza en sus más bajas expresiones. En América Latina y El Caribe, la Iglesia debe promover una lucha frontal contra el consumo y tráfico de drogas, insistiendo en el valor de la acción preventiva y reeducativa, así como apoyando a los gobiernos y entidades civiles que trabajan en este sentido, urgiendo al Estado en su responsabilidad de combatir el narcotráfico y prevenir el uso de todo tipo de droga. La ciencia ha indicado la religiosidad como un factor de protección y recuperación importante para el usuario de drogas.

Es responsabilidad del Estado combatir, con firmeza y con base legal, la comercialización indiscriminada de la droga y el consumo ilegal de la misma. Lamentablemente, la corrupción también se hace presente en este ámbito, y quienes deberían estar a la defensa de una vida más digna, a veces, hacen un uso ilegítimo de sus funciones para beneficiarse económicamente. La Iglesia Católica tiene muchas obras que responden a esta problemática desde nuestro ser discípulos y misioneros de Jesús, aunque todavía no de manera suficiente ante la magnitud del problema; son experiencias que reconcilian a los adictos con la tierra, el trabajo, la familia y con Dios.

LA CULTURA DE LA VIDA: SU PROCLAMACIÓN Y SU DEFENSA

El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, también posee una altísima dignidad que no podemos pisotear y que estamos llamados a respetar y a promover. La vida es regalo gratuito de Dios, don y tarea que debemos cuidar desde la concepción, entodas sus etapas, y hasta la muerte natural, sin relativismos. El niño que está creciendo en el seno materno y las personas que se encuentran en el ocaso de sus vidas, son un reclamo de vida digna que grita al cielo y que no puede dejar de estremecernos. La liberalización y banalización de las prácticas abortivas son crímenes abominables, al igual que la eutanasia, la manipulación genética y embrionaria, ensayos médicos contrarios a la ética, y tantas otras maneras de atentar contra la dignidad y la vida del ser humano. Si queremos sostener un fundamento sólido e inviolable para los derechos humanos, es indispensable reconocer que la vida humana debe ser defendida siempre, desde el momento mismo de la fecundación. De otra manera, las circunstancias y conveniencias de los poderosos siempre encontrarán excusas para maltratar a las personas.

ACCIONES PROPUESTAS

c) Promover foros, paneles, seminarios y congresos que estudien, reflexionen y analicen temas concretos de actualidad acerca de la vida en sus diversas manifestaciones, y, sobre todo, en el ser humano, especialmente en lo referente al respeto a la vida desde la concepción hasta su muerte natural.

f) Ofrecer a los matrimonios programas de formación en paternidad responsable y sobre el uso de los métodos naturales de regulación de la natalidad, como pedagogía exigente de vida y amor.

g) Apoyar y acompañar pastoralmente y con especial ternura y solidaridad a las mujeres que han decidido no abortar, y acoger con misericordia a aquéllas que han abortado, para ayudarlas a sanar sus graves heridas e invitarlas a ser defensoras de la vida. El aborto hace dos víctimas: por cierto, el niño, pero, también, la madre.

h) Promover la formación y acción de laicos competentes, animarlos a organizarse para defender la vida y la familia, y alentarlos a participar en organismos nacionales einternacionales.

i) Asegurar que la objeción de conciencia se integre en las legislaciones y velar para que sea respetada por las administraciones públicas.

EL CUIDADO DEL MEDIO AMBIENTE

Ante esta situación ofrecemos algunas propuestas y orientaciones:

a) Evangelizar a nuestros pueblos para ejercitar responsablemente el señorío humano sobre la tierra y los recursos, para que pueda rendir todos sus frutos en su destinación universal, educando para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias.

c) Buscar un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una auténtica ecología natural y humana, que se fundamenta en el evangelio de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes, y que supere la lógica utilitarista e individualista, que no somete a criterios éticos los poderes económicos y tecnológicos.

DISCÍPULOS Y MISIONEROS EN LA VIDA PÚBLICA

Los cristianos deben iluminar con la luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social. La opción preferencial por los pobres, de raíz evangélica, exige una atención pastoral atenta a los constructores de la sociedad. Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza, en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales.

La realidad actual de nuestro continente pone de manifiesto que hay una notable ausencia en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Son los laicos de nuestro continente, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina social de la Iglesia. Para una adecuada formación en la misma, será de mucha utilidad el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

La V Conferencia se compromete a llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque “la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas”. Pensemos cuán necesaria es la integridad moral en los políticos.Muchos de los países latinoamericanos y caribeños, pero también en otros continentes, viven en la miseria por problemas endémicos de corrupción. Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante.

Los obispos reunidos en la V Conferencia llaman al sentido de responsabilidad de los laicos para que estén presentes en la vida pública, y más en concreto “en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias”.

CONCLUSIÓN

Guiados por María, fijamos los ojos en Jesucristo, autor y consumador de la fe, y le decimos con el Sucesor de Pedro:

“Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24, 29).

(Resumen preparado para la Escuela de Dirigentes “Santo Tomás Moro)

09/02/2008

DESCUBRIMIENTO Y EVANGELIZACION DE AMÉRICA

Con motivo de un nuevo aniversario del descubrimiento de América, han surgido expresiones críticas sobre el significado de la fecha. Por ejemplo, el ministro de Educación de la Nación, Daniel Filmus, anunció que: “Salvo el feriado, no existe hoy ninguna otra indicación acerca de la recordación de este día (...) no debe llamarse más Día de la Raza” (Clarín, 12-10-04).

Recordemos la fundamentación del decreto del Presidente Yrigoyen, al instituir el Día de la Raza: “La España descubridora y conquistadora, volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, la labores de sus menestrales; y con la aleación de todos esos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con jubiloso reconocimiento”.

Otro Presidente argentino explicó, en la Academia Argentina de Letras, el sentido de recordar el día de la raza: “Para nosotros, la raza no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ella es la que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra, pero a las que con cristiana caridad aspiramos a comprender y respetamos. Para nosotros, la raza constituye nuestro sello personal indefinible e inconfundible.Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad.” (Juan Domingo Perón, 12-10-1947).

Un tercer Presidente de la República, el Dr. Arturo Illía, con motivo del decreto Nº 7.786/64, afirma: “Hoy que hablamos de la integración de América como una necesidad impostergable e imperiosa, debemos tener presente que, precisamente, aquello que los pueblos americanos tenemos en común, es nuestro común origen hispánico. Son precisamente esos dos siglos y medio vividos al amparo del imperio más grande de la tierra, lo que nos hace hermanos, a pesar de las diferencias que unos y otros hay.”

Nos interesa especialmente destacar la enseñanza de la Iglesia sobre el tema analizado, puesto que dos sacerdotes de Córdoba -el P. Horacio Saravia y el P. Osvaldo Pol S.J.- se han pronunciado públicamente de una manera que no coincide con la doctrina oficial del catolicismo, pudiendo generar confusión entre los fieles.

El Episcopado Argentino, en “Iglesia y comunidad nacional”, señaló: “4. Desde los orígenes de la América española, la Iglesia, con la predicación y el bautismo y los demás sacramentos, contribuyó a comunicar un espíritu cristiano y evangélico que penetró la raíz misma de la cultura en gestación. Cooperó así a humanizarla en la medida de las limitaciones de toda obra humana. Fue el aporte de la fe cristiana a la naciente cultura. La misma Iglesia estuvo entonces presente adoptando un modo de estrecha unión con el Estado español, que tuvo su luces y sus sombras.”

“6. La Iglesia, en efecto, al predicar la fe e impartir el bautismo al indígena, reconocía su carácter racional y humano. Procediendo así, cultivaba en él la conciencia de la propia dignidad del hombre, hijo de Dios, e impulsaba al europeo al reconocimiento de esa dignidad. Por eso, la fe y el bautismo recibidos por la mayoría, fueron semilla de una básica conciencia de igualdad y de la posesión de derechos comunes al blanco y al indio. Ello coadyuvó a fortalecer una tendencia integradora de culturas a través del mestizaje, que se manifiesta claramente en estos territorios desde los inicios de la conquista. Prácticamente en el término de un siglo nace una nueva cultura, fruto de la integración del indígena, el negro y el conquistador hispano-lusitano que desemboca en un hondo e integrador mestizaje cultural” (8-5-1981).

Juan Pablo II, al hablar a los Obispos del CELAM, en Santo Domingo, el 12-10-1984, les expresó: “La Carta del Papa León XIII, al concluir el IV Centenario de la gesta colombina, habla de los designios de la Divina Providencia que ha guiado el hecho de por sí más grande y maravilloso entre los hechos humanos, y que con la predicación de la fe hicieron pasar una inmensa multitud a las esperanzas de la vida eterna” (Carta del 15-7-1982).

En el aspecto humano, la llegada de los descubridores a Guanahani significaba una fantástica ampliación de las fronteras de la humanidad, el mutuo hallazgo de dos mundos, la aparición de la Ecumene entera ante los ojos del hombre, el principio de la historia universal en su proceso de interacción, con todos los beneficios y contradicciones, sus luces y sombras” (p. 2).

“Una cierta leyenda negra, que marcó durante un tiempo no pocos estudios historiográficos, concentró prevalentemente la atención sobre aspectos de violencia y explotación que se dieron en la sociedad civil durante la fase sucesiva al descubrimiento. Prejuicios políticos, ideológicos y aún religiosos, han querido también presentar sólo negativamente la historia de la Iglesia en este continente.”

“¡Cuántos no fueron los misioneros y obispos que lucharon por la justicia y contra los abusos de conquistadores y encomenderos!” (p. 3). “Pero la labor evangelizadora, en su incidencia social, no se limitó a la denuncia del pecado de los hombres. Ella suscitó asimismo un vasto debate teológico-jurídico, que con Francisco de Vitoria y su escuela de Salamanca analizó a fondo los aspectos éticos de la conquista y colonización. Esto provocó la publicación de leyes de tutela de los indios e hizo nacer los grandes principios del derecho internacional de gentes.

Por su parte, en la labor cotidiana de inmediato contacto con la población evangelizada, los misioneros formaban pueblos, construían casas e iglesias, llevaban el agua, enseñaban a cultivar la tierra, introducían nuevos cultivos, distribuían animales y herramientas de trabajo, abrían hospitales, difundían las artes como la escultura, pintura, orfebrería, enseñaban nuevos oficios, etc. Cerca de cada Iglesia, como preocupación prioritaria, surgía la escuela para formar a los niños.”

“Testimonio parcial de esa actividad son -en el sólo período de 1524 a 1572- las 109 obras de bibliografía indígena que se conservan, además de otras muchas perdidas o no impresas: se trata de vocabularios, sermones, catecismos, libros de piedad y de otro tipo. Son valiosísimos aportes culturales de los misioneros, que testimonian su dominio de numerosas lenguas indígenas, sus conocimientos etnológicos e históricos, botánicos y geográficos, biológicos y astronómicos, adquiridos en función de su misión. Testimonio también de que, después del choque inicial de culturas, la evangelización supo asumir e inspirar las culturas indígenas” (p. 4)

No podemos terminar sin destacar, que la recopilación de los documentos sociales del Magisterio Pontificio, editada por la Biblioteca de Autores Cristianos, se inicia con una Bula del Papa Benedicto XIV, dedicado al tema de los indios americanos. En efecto, en “Immensa Pastorum”, de 20-12-1741, la Santa Sede ratifica la enseñanza ya impartida sobre la materia, desde 1537: “...recomendamos y mandamos a cada uno de vosotros...la protección de una eficaz defensa a los referidos indios tanto en las provincias del Paraguay, del Brasil y del Río llamado de la Plata cuanto en cualquier otro lugar de las Indias occidentales y meridionales, prohiba enérgicamente a todas y cada una de las personas, así seglares, incluidas las eclesiásticas...bajo pena de excomunión latae sententiae...que en lo sucesivo esclavicen a los referidos indios, los vendan, compren, cambien o den, los separen de sus mujeres e hijos, los despojen de sus cosas y bienes, los lleven de un lugar a otro o los trasladen, o de cualquier otro modo los priven de su libertad o los retengan en servidumbre” (p. 5).

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------



EL ANUNCIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA[1]

La enseñanza y la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia, forman parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. Juan Pablo II, en la “Centesimus Annus”, habla del anuncio de la Doctrina Social de la Iglesia. Es una expresión llamativa, porque implica analogarla al anuncio del Evangelio, y es que, según afirma el Papa, la nueva Evangelización debe incluir, entre sus elementos esenciales, el anuncio de la DSI que sigue siendo idónea para indicar el recto camino a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea.

Es que, como enseña la “Gaudium et Spes”: “La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina.” (GS, 42)

Ahora bien, debemos reflexionar sobre a quién corresponde este anuncio y la aplicación respectiva. Mons. Quarracino, siendo Secretario General del CELAM, destacó en un libro [2] que la Iglesia fijó una teología del laicado, en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, en su Cap. IV. Allí se aclara que: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento.” (LG, 3l)

Considera Mons. Quarracino que, en nuestra época, con problemas cada vez más complejos, con un sentido religioso desleído, con una desesperante escasez de sacerdotes, si la Iglesia quiere llegar a las estructuras del mundo, “lo hará por el laicado o no lo hará”.“Normalmente, un clérigo no puede aceptar un cargo político, ni ejercer un oficio que cuente en la economía. (...) El sacerdote no está por consiguiente, dentro de lo temporal, que hay que orientar según Dios y hacia Dios. ¿Quién podrá hacer esto, en el plano de la acción efectiva, sino el laico cristiano, verdadero mediador entre Dios y el mundo?” [3]

Aunque no podemos aquí profundizar en este análisis, si lo expresado anteriormente es correcto, debemos reconocer que no hemos ni siquiera empezado la tarea, puesto que la DSI es ignorada por la mayoría de los fieles. Así lo manifiestan los Obispos argentinos en el documento “Navega mar adentro” (CEA, 2003): “En un país constituido mayoritariamente por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y, por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente frente a los bienes materiales y a los contratos sociales de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan en compromisos cotidianos.” (p. 38)

En realidad, este descuido en la tarea de difusión de la enseñanza social, comienza en la década del 70, del siglo XX; las anteriores generaciones de católicos argentinos, conocieron al menos los rudimentos de la doctrina social. Recordemos que en febrero de l892, el P. Grote fundó en Buenos Aires, el primer Círculo Católico de Obreros, a los ocho meses de publicada la “Rerum Novarum”, y en su sede se dictaban semanalmente conferencias sobre el pensamiento social católico. [4]

En l945, la Federación de estos Círculos, que ya agrupaban a 48.000 miembros, tenía en funcionamiento el centro de estudios Cardenal Pacelli, de nivel superior, que durante todo el año impartía formación en doctrina social. [5]

En l922, comienza la obra intelectual más sólida que conoció el catolicismo argentino: los Cursos de Cultura Católica, que influyeron en varias generaciones, y donde se impartían cursos sobre Filosofía, Teología, Historia de la Iglesia, Latín, y otras materias, entre las cuales destacaba la Doctrina Social. Luego de l947, estos cursos darían origen a la actual Universidad Católica Argentina. [6]

Por su parte, la Acción Católica Argentina, además de impartir cursos sobre la doctrina social, promovió la publicación de libros de divulgación, como los escritos por Marta Ezcurra y Alfredo Villegas Oromí, ambos publicados en l937 [7] .

En la década del 50, circularon en el país los llamados Códigos de Malinas, compendios de doctrina social, preparados por la Unión Internacional de Estudios Sociales, fundada por el Cardenal Mercier, en Bélgica. [8]

De la escasa bibliografía posterior a esa fecha, podemos citar:

· El “Compendio Social”, del Ing. Cesar Belaunde, de l976.[9]

· El Compendio del P. Colom, S.J., de l982. [10]

Mención especial merece la publicación que realizó el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, en l972, con el título “La Iglesia y lo Social”, recopilación de 50 notas escritas por el Dr. Carlos Sacheri, de cuyo martirio se cumplen 30 años.[11]

La Universidad Católica Argentina, publicó en l987, la obra en tres tomos del Dr. Carmelo Palumbo, en la que ofrece una guía sistemática para el estudio de la doctrina.[12]

En l992, se publica el “Catecismo de la Iglesia Católica”, que en su Tercera Parte, dedica varios artículos a la enseñanza social, constituyendo el compendio oficial más resumido del tema, pues en total suma 22 páginas. El compendio más extenso, que consta de 200 páginas, es la “Agenda Social”, dada a conocer en el año 2000, por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. La Editorial Guadalupe acaba de publicar la versión castellana de dicha obra.[13]

Este Consejo anunció que en el mes de abril será publicado el “Catecismo Social”, pedido por el Papa en “Iglesia en América”, al insistir en que la difusión de esta doctrina constituye una verdadera prioridad pastoral. (EA, p. 54)

El Compendio que hoy presentamos [14] ha procurado abarcar todos los temas principales, y servir como introducción a quienes se asoman por primera vez a la doctrina social, y una ayuda memoria actualizada para quienes han leído ya libros de texto sobre el tema. Sabemos que la lectura de todas las encíclicas no basta para un conocimiento adecuado de la doctrina; a su vez, suele faltar el tiempo o el dinero para la lectura de los libros de texto. Por eso, estimamos que al colocar este Compendio en Internet, en donde puede ser consultado libremente, podíamos contribuir con el anuncio de la DSI.

Para finalizar estas reflexiones, recordamos una frase de Juan Pablo II, en ocasión del Jubileo de los Políticos: “Para el cristiano de hoy, no se trata de huir del mundo en el que le ha puesto la llamada de Dios, sino más bien de dar testimonio de su propia fe y de ser coherente con los propios principios, en las circunstancias difíciles y siempre nuevas que caracterizan el ámbito político”.[15]




--------------------------------------------------------------------------------

[1] Tema expuesto el 5-3-2004, en la Parroquia Santísima Trinidad, de la ciudad de Córdoba, como motivo de cumplirse 23 años del Centro de Estudios Cívicos y la presentación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

[2] Quarracino, Antonio. “Seguir a Cristo, en la enseñanza social de la Iglesia”; Buenos Aires, Claretiana, l980, p. l0.

[3] Idem, pgs. l0/l2.

[4] Auza, Néstor. “Aciertos y fracasos sociales del catolicismo argentino”; Buenos Aires, Docencia-Don Bosco-Guadalupe, l987, Tomo l, p. 36.

[5] Auza, Néstor. “Los católicos argentinos, su experiencia política y social”; Buenos Aires, Claretiana, l984, p. ll2.

[6] Sanchez Sorondo, Marcelo. “Memorias”; Buenos Aires, Sudamericana, 200l, pgs. 54/58.

[7] Ezcurra, Marta. “Primeras nociones de Doctrina Social Católica”; Buenos Aires, Junta Central de la Acción Católica Argentina, 2da. edición, l939. Villegas Oromí, Alfredo. “Directivas sociales, a la luz de las Encíclicas”; Buenos Aires, Restauración, l937.

[8] Unión Internacional de Estudios Sociales (Malinas). “Código de Moral Política”, Santander, Sal Terrae, l959.

[9] Belaunde, Cesar H. “Compendio Social”; Buenos Aires, l976, 2da. Edición.

[10] Colom, S.J., Antonio. “Breve compendio de la Doctrina Social Católica, a base de textos pontificios”; Corrientes, Fundación “Carlos Sacheri”, 3ra. edición, l982.

[11] El Dr. Sacheri fue asesinado por la subversión, en l974.

[12] Palumbo, Carmelo. “Guía para un estudio sistemático de la Doctrina Social de la Iglesia”; Buenos Aires, EDUCA, l987.

[13] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. “Agenda Social”; Buenos Aires, Guadalupe, 2003.

[14] Escuela de Dirigentes Santo Tomás Moro. “Compendio de Doctrina Social de la Iglesia”; Córdoba, 2004. Puede consultarse en: http://ar.geocities.com/cecivicos

[15] Juan Pablo II. “Discurso en el Jubileo de los políticos”, 4-11-2000.

Vivir y pensar como católicos[1]

El título de esta breve reflexión se refiere al conocido refrán: “quien no vive de acuerdo a lo que piensa, termina por pensar según como vive”. Alude, por lo tanto, a la incoherencia entre la forma en que se vive y la Fe que se proclama. Esto se produce, en parte, por desconocimiento de los principios de la religión profesada. En ese aspecto, debemos recordar un párrafo del reciente documento “Navega mar adentro”, de la Conferencia Episcopal Argentina (3l-5-2003):

“38. En un país constituido mayoritariamente por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y, por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente frente a los bienes materiales y a los contratos sociales de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan en compromisos cotidianos.”

Lamentablemente, luego de tan duro diagnóstico, cuando, al final del documento, se formulan “Acciones destacadas”, sólo se expresa: “97 c)....Existen, pero es necesario renovar los esfuerzos para multiplicar la organización de cursos, jornadas, publicaciones de diversos niveles, grupos de estudio y otras iniciativas prácticas, tendientes a la divulgación y conocimiento de la doctrina social.”

Es previsible que tan suave recomendación no produzca ningún cambio en la situación. Hubiera sido necesario una disposición expresa, como la siguiente: En toda institución educativa católica, así como en todas las Parroquias del país, deberá dictarse, antes de Diciembre de 2004, por lo menos un Curso de Doctrina Social de la Iglesia, que será obligatorio para los alumnos, catequistas, ministros de la Eucaristía, voluntarios de Caritas, y para todos aquellos que desempeñen cargos directivos en cualquier organismo o movimiento laical.

Al señalado desconocimiento de la doctrina, se suma la actitud de quienes consideran que, en determinadas materias, la enseñanza de la Iglesia resulta optativa o sujeta a revisión crítica por los fieles. Podemos citar como ejemplo, lo ocurrido con otro documento reciente, en este caso emitido en el Vaticano, “Jesucristo, portador de agua viva”, dedicado a analizar la “Nueva Era”, corriente cultural de moda, que representa una especie de compendio de posturas que la Iglesia ha identificado como heterodoxas. En este documento se expresa: “En la cultura occidental en particular, es muy fuerte el atractivo de los enfoques “alternativos” a la espiritualidad. Por otra parte, entre los católicos mismos, incluso en casas de retiro, seminarios y centros de formación para religiosos, se han popularizado nuevas formas de afirmación psicológica del individuo”. (...) Un ejemplo de esto puede verse en el eneagrama, -un instrumento para el análisis caracterial según nueve tipos- que, cuando se utiliza como medio de desarrollo personal, introduce ambigüedad en la doctrina y en la vivencia de la fe cristiana.” (2003, p. l.4)

Después de publicado este documento, en la Argentina siguieron dictándose cursos de Eneagrama en instituciones católicas. En Córdoba, se lo hace en el Centro Manresa (Compañía de Jesús) y en el Seminario Arquidiocesano de Catequesis. Cuando preguntamos a qué se debía esta actitud, se nos contestó que lo afirmado en el documento era la opinión de sus autores. Ahora bien, los autores son: el Pontificio Consejo para la Cultura, y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, por lo que una grave advertencia como la señalada, al menos debería provocar una suspensión de dichos cursos hasta clarificar la situación.

A lo anterior, debe agregarse la conducta de algunos sacerdotes, que provocan confusión entre los fieles, con sus declaraciones públicas. En nuestra provincia, podemos citar a quien reveló que no cumple con su voto de celibato (P. Aguirre), y a quien en un artículo periodístico, con referencia la sucesión papal, sostuvo: “se nos ocurre que el Espíritu Santo ha renunciado a acompañar a la iglesia institucional y prefiere dedicarse a la iglesia comunidad cristiana...” (Pbro. José Guillermo Mariani, La Voz del Interior, l7-l0-03)

En el plano de la política también es posible advertir la incoherencia de muchos católicos. Como en nuestra provincia hemos tenido este año tres elecciones sucesivas, analizando los resultados, y habida cuenta de que el padrón electoral está integrado en más de un 80% por bautizados, es fácil deducir que algunos católicos han apoyado a partidos y plataformas incompatibles con la religión que profesan.

Recordemos una vez más la enseñanza pontificia:“El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política, concebida como servicio, tampoco puede adherirse sin contradicción a sistemas ideológicos que se oponen radicalmente o en los puntos substanciales a su fe y a su concepción del hombre: ni a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y colectiva; ni a la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales y no ya como un fin y un criterio más elevado del valor de la organización social.” (Pablo VI, Carta apostólica “Octogesima Adveniens”, p. 26)

Consideramos que hay una cuestión de fondo, que influye indirectamente en las cuestiones ya abordadas. Se trata de creer que la conciencia es la norma suprema que el hombre ha de seguir, incluso contra la autoridad de la Iglesia. El tema es motivo de polémica, incluso entre teólogos; algunos utilizan la fórmula: la conciencia es infalible[2].

Sabemos que la conciencia es la operación de la inteligencia que juzga la bondad o maldad de las acciones. Toda persona puede conocer intuitivamente los principios del orden moral, pues Dios inscribió en el corazón del hombre la ley natural. Pero la conciencia no es infalible, puede estar obscurecida por el error o corrompida por el vicio. Más aún, en nuestra época, dentro de la misma comunidad cristiana, se difunden muchas dudas y objeciones sobre la enseñanza moral de la Iglesia, a tal punto que Juan Pablo II estimó necesario dedicar al tema la Encíclica Veritatis Splendor, para contribuir al discernimiento de los fieles.

Ya el apóstol Pablo exhortaba a Timoteo (2 Tim, 4, l-5): “Proclama la palabra, insiste...Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una multitud de maestros por el prurito de oír novedades, apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.” Uno de esos pruritos consiste en exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto. Desaparece la exigencia de verdad, sustituida por la sinceridad, la autenticidad, el estar de acuerdo con uno mismo, de tal forma que se ha llegado a una concepción subjetivista del juicio moral.

Algunas tendencias teológicas llegan a negar la dependencia de la libertad con respecto a la verdad, olvidando las palabras de Cristo: Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8,32). La libertad reniega de sí misma, cuando no reconoce su vínculo constitutivo con la verdad. Al respecto, los cristianos tienen en la Iglesia y su Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia. Pero, la misma psicología muestra que el sentimiento de culpa es una señal tan necesaria para el hombre como el dolor corporal, que permite conocer la alteración de las funciones vitales normales.

Quien no es capaz de sentir culpa está espiritualmente enfermo. Este concepto ya estaba en las Escrituras. Citemos el Salmo l9,l3: Quién es el que conoce todos sus yerros? Purifícame de los míos ocultos. Esto queda reflejado en la parábola del publicano y el fariseo, orando en el templo (Lc l8, 9-l4); el publicano, con todos sus pecados aparece ante Dios como más justo que el fariseo, pese a todas sus buenas obras. Pues el fariseo no sabe que él también tiene pecados; el silencio de su conciencia lo hace impermeable para Dios, oculto tras el biombo de su conciencia errónea, mientras el grito de la conciencia del publicano lo hace capaz de la conversión.

Lo que muestra la conciencia puede ser un mero reflejo del entorno social y de las opiniones difundidas en él. Es lo que se ha advertido en la Europa del Este, luego de la caída del muro de Berlín: un embotamiento del sentido moral. Como señaló el nuevo Patriarca de Moscú en l990: las facultades perceptivas de hombres que viven en un sistema de engaño se nublan inevitablemente; una generación entera estaría perdida para el bien.

Estos conceptos se proyectan al orden social -aquí seguimos de cerca al Cardenal Ratzinger[3]. La defensa de la Verdad, se considera hoy una muestra de intolerancia y de actitud antidemocrática. La idea moderna de democracia parece estar unida al relativismo, que se presenta como la garantía de la libertad, especialmente de la libertad religiosa y de conciencia. Hoy se prefiere hablar de valores y no de verdad, para no entrar en conflicto con la exigencia de tolerancia y de relativismo democrático. Pero en qué se fundamentan los valores sino en una Verdad indiscutible?

Simplificando el análisis, podemos decir que sobre ésto hay dos posiciones enfrentadas:

l. De un lado, la posición relativista, que quiere separar de la política -por considerarlos peligrosos para la libertad- los conceptos de bien y de verdad. Se rechaza la posibilidad de una Ley Natural. Toda la actividad política y social debe estar sometida a la decisión de la mayoría, que se equipara a la verdad. El derecho depende de la política. Es justo, lo que la ley positiva dispone que es justo. La democracia no se define por el contenido, sino como conjunto de reglas que garantizan el poder para quien gane la elección y cumpla esas reglas.

2. La segunda posición -donde se ubica el catolicismo-, sostiene que la verdad y la justicia no son productos de la política, sino que las preceden e iluminan. La política es justa y promueve la libertad, cuando sirve a la verdad y a la dignidad del hombre. Estas dos posiciones se pueden observar en el proceso contra Jesús. Cuando Jesús le dice a Pilato: ...para ésto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad, todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz, Pilato contesta: Qué es la verdad? (Jn l8,38)

Uno de los más famosos exponentes del positivismo jurídico, Hans Kelsen, considera que la pregunta de Pilato refleja exactamente el necesario escepticismo del político. Por eso también hay una respuesta tácita: la verdad es inalcanzable, y por eso Pilato se retira sin esperar la respuesta de Jesús, dirigiéndose a la multitud. De ese modo, dice Kelsen, somete la decisión del litigio al voto popular. Pilato actúa como un perfecto demócrata. Como no sabe lo que es justo, confía el problema a la mayoría, para que decida con su voto. Según este enfoque relativista, la democracia no se apoya ni en los valores ni en la verdad, sino en los procedimientos. No hay más verdad que la de la mayoría.

No es éste, por cierto, el concepto de democracia que acepta la Iglesia. En la Encíclica “Centesimus Annus”, Juan Pablo II aclara que: “Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales.(...) Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.” (p. 46)

Ahora bien, de los mismos hechos del relato evangélico, puede hacerse otra interpretación, diferente a la de Kelsen. Jesús reconoció, sin reservas, en el proceso al que fue sometido, el poder judicial del Estado romano, que representaba Pilato. No obstante, cuando Pilato le recrimina: “A mí no me hablas, pues no sabes que está en mi mano el crucificarte, y en mi mano está el soltarte?” Jesús le responde: No tendrías poder alguno sobre mí, si no te fuera dado de lo alto. Con lo que queda en evidencia que Pilato extralimita su poder y el del Estado, en el momento en que deja de percibirlos como administración fiduciaria de un orden más alto, del que depende la verdad. El gobernador de Judea se desentiende de la verdad y ejerce su cargo público como puro poder.

Resumiendo, -tanto en la faz pública como en la privada- cuando el hombre se aparta de la recta doctrina, la conciencia se degrada a la condición de mecanismo exculpatorio en lugar de representar la transparencia para reflejar lo divino. La reducción de la conciencia a seguridad subjetiva, significa la supresión de la verdad. Es inaceptable la actitud de quien hace de su propia debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, de manera que se puede sentir justificado por sí mismo.S

Son muchos hoy los que juzgan que la doctrina de la Iglesia representa una intransigencia intolerable, y, por lo tanto, debería ser actualizada. Pero ya el Concilio de Trento enseñaba que nadie puede sentirse desligado de observar los mandamientos: Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.” (Veritatis Splendor, p. l02)




--------------------------------------------------------------------------------

[1] Exposición en la Jornada “Familia Católica y los desafíos actuales”, organizada por el Encuentro de Laicos, y realizada en la Parroquia Santísima Trinidad, de la ciudad de Córdoba, el l8-l0-03.

[2] Cfr. Ratzinger, Joseph. “Verdad, valores, poder”; Rialp, l998.

[3] op. cit., pgs. 84/92.


ESCUELA DE DIRIGENTES

SANTO TOMÁS MORO

COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Con motivo de haberse publicado en la Argentina[i], el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontifico Consejo “Justicia y Paz”, ofrecemos una recensión del mismo, que puede servir, asimismo, como un esquema sintético para iniciarse en el estudio de la doctrina, o actualizar su conocimiento.

Este documento se publica en una época de crisis de la Iglesia, que podemos resumir en palabras de Benedicto XVI, pronunciadas días antes de su proclamación, cuando en la meditación del Vía Crucis del Viernes Santo, en Roma, expresó: “¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo.”

---------------------------------------------------------------------------------------------------------

Recensión del Compendio

Este documento presenta, de una manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza social de la Iglesia. Constituye un cuadro de conjunto sobre el cuerpo doctrinal, con un método orgánico, para la búsqueda de soluciones a los problemas del orden temporal. Pretende responder a los desafíos de hoy:

-la verdad misma del ser-hombre

-el pluralismo

-la globalización

La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios. El hombre no está sólo; lo acompaña la Iglesia, servidora de la Salvación, en el contexto del mundo en que vive el hombre. La Iglesia, con su doctrina social, quiere anunciar el Evangelio para fecundar yfermentar la sociedad, pues no es indiferente a la vida social. La doctrina social quiere evangelizar el ámbito social: promover una sociedad a medida del hombre, y construir una ciudad más humana, más conforme al Reino de Dios. Con su doctrina social, la Iglesia no se aleja de su misión; es estrictamente fiel a ella, puesto que lo sobrenatural no debe ser concebido como un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste.

Nada de lo humano le es extraño a la Iglesia. La doctrina social no es algo marginal, que se añade a su mision, está en el corazon mismo de su ministerio. Es cierto que la mision que Cristo le confió es de orden religioso, pero de esa misma mision derivan luces y energias para consolidar la comunidad segun la Ley Divina.

La DSI no pertenece al ámbito de la ideologia sino al de la teologia, más precisamente, a la teología moral. No es una tercera vía entre el liberalismo y el marxismo. Tiene una categoría propia, y su objetivo es orientar la conducta humana en sociedad.Refleja los tres niveles de la enseñanza teologico-moral:

Nivel Fundante: de las motivaciones

Nivel Directivo: de las normas de la vida social

Nivel Deliberativo: de la conciencia, para aplicar las normas a las situaciones concretas.

Conjuga fides et ratio, la fe y la razón son las dos vías cognoscitivas de la DSI Las dos fuentes que la nutren son la Revelacion y la Naturaleza humana. Recuerda el Compendio el pasaje evangélico, en que Jesús le recomienda al joven rico (Mt 19, 18) que cumpla los mandamientos. Es que los diez mandamientos constituyen las reglas primordiales de toda vida social (Veritatis splendor, 97).

Pero, además utiliza los conocimientos aportados por las ciencias humanas, que le permiten tener actualizado un diagnóstico preciso de la realidad. Participa en la elaboración de la doctrina social toda la comunidad eclesial: sacerdotes-religiosos-laicos; siendo expuesta por quienes tienen la autoridad para enseñar, conferida por Cristo: el Papa y los Obispos en comunion con él.

Pio XII explicó que la DSI:

a) es obligatoria para todo católico, y b) está fijada definitivamente, de manera unívoca, en sus principios fundamentales, pero es sufivientemente amplia para adaptarse y aplicarse a las situaciones cambiantes de la realidad (Alocución, 29-4-1945).

Ninguna encíclica aislada, puede pretender ser indiscutiva, pero,cuando hay continuidad en varios documentos y en sucesivos papas, no puede dudarse de la autenticidad de la doctrina (LG, 25).

Conviene tener en cuenta algunas reglas para la correcta interpretación de los documentos[ii]:

a) utilizar el texto oficial, que se publica en el Osservatore Romano. Un ejemplo típico de deformación del texto, ocurrió con la encíclica Mater et Magistra, de Juan XXIII; el concepto de socialización -entendido como incremento de las relaciones sociales- fue traducido en algunas ediciones por socialismo.

b) comparar textos sobre el mismo tema - por ejemplo la. propiedad-, en distintos documentos, para verificar la continuidad de la doctrina.

c) distinguir lo doctrinal de lo prudencial, que sólo puede aplicarse a una situación o país determinado. La doctrina social realiza una tarea de anuncio y de denuncia. Anuncio de lo que la Iglesia posee como propio: una vision global del hombre y de la humanidad. Denuncia de los pecados de injusticia y de violencia que se cometen en la sociedad.

Abarca:

1) Una síntesis teorica sobre todos los temas de la vida social.

2) Posee un alcance práctico, ya que la teoría es elaborada para ser aplicada. Una teoría para la acción de los católicos.

3) Como ya dijimos, es obligatoria para los católicos, pero está abierta a los hombres de buena voluntad, frase que se coloca en la portada de las encíclicas, desde 1963, con la encíclica Pacem in terris, de Juan XXIII.

Su contenido, incluye:

-Principios de reflexion, sobre valores permanentes.

-Criterios de juicio, para evaluar las situaciones, las estructuras y los sistemas, vigentes en la sociedad.

-Directrices para la accion, puesto que los medios deben ser coherentes con los fines. La Iglesia no tiene soluciones técnicas para ofrecer, pero es experta en humanidad.

Los Principios de la Doctrina Social de la Iglesia

Estos principios brotan del encuentro del mensaje evangélico con los problemas de la vida en sociedad. La Iglesia, en el curso de la historia, ha podido dar a tales principios una fundamentación y configuración cada vez más exactas. La DSI se caracteriza por la continuidad y por la renovación. La continuidad de una enseñanza que se fundamenta en los valores universales que derivan de la Revelación y de la naturaleza humana. La doctrina social recorre la historia sin sufrir sus condicionamientos, ni correr el riesgo de la disolución. Pero, la firmeza en los principios no la convierte en un sistema rígido de enseñanza, sino sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las condiciones históricas.

El Compendio incluye una sección denominada “apuntes históricos”, para recordar algunas de las principales encíclicas, desde la Rerum novarum, de León XIII, de 1891, que comienza un desarrollo orgánico de la enseñanza en el campo social. La Iglesia ha considerado tan importante dicho documento, que periódicamente se lo recuerda y actualiza.

-Al cumplirse los 40 años, Pío XI, aprueba la Quadragesimo Anno (1931).

-A los 50 años, Pío XII, produce el Radiomensaje La Solemnità (1941).

-A los 70 años, Juan XXIII, promulga la Mater et Magistra (1961).

-A los 80 años, Pablo VI, alumbra la Octogesima adveniens (1971).

-A los 90 años, Juan Pablo II, dedica al trabajo humano la Laborem Exercens (1981).

-Finalmente, a los 100 años, el mismo Papa, aprueba la última encíclica social, la Centesimus annus (1991). En la introducción a éste documento, señala su deseo de mostrar “como la rica savia, que sube desde aquella raíz no se ha agotado con el paso de los años, sino que por el contrario, se ha hecho más fecunda”.

Analiza a continuación el Compendio, cada uno de los principios.

1. DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, lo que fundamenta la dignidad de la persona humana, y el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo. La persona es un ser dotado de cuerpo y alma, con facultades únicas entre los seres corpóreos: inteligencia, libertad y voluntad. En la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios.

El hombre es un ser social por naturaleza, que necesita la relación con otros, lo que da origen a un pluralismo social. Existen grupos necesarios: la familia, el Estado, la Iglesia. Y otros formados por libre iniciativa: empresas, sindicatos, asociaciones de todo tipo, que contribuyen a una vida más plena.

2. BIEN COMUN

Es el conjunto de condiciones sociales que hacen posible a cada hombre y a cada grupo, el logro de la propia perfeccion. No es la suma de los bienes particulares, constituye un nuevo valor.

El bien común es la misión del Estado y base de la legitimidad política. Por eso, según Sto. Tomás, el bien común debe cumplir tres condiciones:

1) Que asegure la paz en la comunidad. La paz, como definió San Agustín, es la tranquilidad en el orden, sin injusticias ni desigualdades irritantes.

2) Que permita una convivencia virtuosa; pues la ciudad existe para vivir bien (Aristóteles).

3) Que todos los miembros de la comunidad tengan bienes materiales y espirituales, en el más alto grado que permita la realidad.

3. DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

Dios dió la tierra al género humano, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno, puestodo hombre necesita bienes materiales. De la apropiación por medio del trabajo, nace la propiedad privada, que es un derecho natural secundario, pues está subordininado al derecho natural primario que es el destino universal de los bienes. De modo que nunca puede admitirse la propiedad como un derecho absoluto; por el contrario, como afirmó Juan Pablo II: sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social .

La doctrina exige un recto uso de los bienes, lo que fundamenta el sentido auténtico de la bienabenturanza de los pobres: el desapego de los bienes y la obligación moral de ayudar a los necesitados.

4. SUBSIDIARIEDAD

Es imposible la dignidad personal o de los grupos, si todo queda sujeto a la decision de una instancia única, por ejemplo, el Estado. Por eso, al definir este principio, la Quadragesimo Anno, de Pio XI, enseñaba que no es lícito quitar a las personas ni a los grupos menores lo que pueden hacer por si mismos, asi como absorberlos o destruirlos. Con este principio, la Iglesia se opone a todo colectivismo.

Puede entenderse mejor el concepto, si lo contraponemos al sistema totalitario, que responde al enfoque que precisó Musolini para el Estado Fascista:“Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado”. Una sociedad sana está integrada por un conjunto de grupos intermedios, que se denominan así, por encontrarse entre la familia y el Estado. Esos grupos actuan con autonomia de acuerdo a sus propias normas. La subsidiariedad opera de dos formas:

Negativa: implica abstenerse de interferir en la vida interna de los grupos. Un ejemplo clásico de lo que debe evitarse es la Ley Le Chapelier, promulgada durante la Revolución Francesa, que prohibió la existencia de cualquier asociación que pretendiera representar a un grupo de ciudadanos.

Positiva: es la ayuda brindada desde el Estado, para auxiliar a determinadas personas -jubilados, indigentes- y a determinados sectores o grupos sociales -desgravaciones impositivas, tarifas de fomento.

5. PARTICIPACION

El hombre, sólo o asociado con otros, contribuye a la vida cultura, económica, pólitica, de la sociedad en que vive. La participación comunitaria es una aspiración legítima y una exigencia necesaria para el logro del bien común. En el plano político, la Centesimus Annus afirma que la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en cuanto los ciudadanos participan en la elección de los gobernantes, en su control y su sustitución por vías pacíficas. Es claro que, para la Iglesia, la democracia se entiende como régimen político o forma de Estado opuesta al totalitarismo, y por lo tanto es compatible con cualquier forma de gobierno. Apunta más al tipo de relaciones entre los gobernantes y los ciudadanos, que a una forma determinada de organización jurídica.

6. SOLIDARIDAD

La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de las personas, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. El proceso de aceleración de la interdependencia entre las personas y los pueblos debe estar acompañado por un crecimiento en el plano ético-social igualmente intenso, para así evitar las nefastas consecuencias de una situación de injusticia de dimensiones planetarias, con repercusiones negativas incluso en los mismos países actualmente más favorecidos.

La fuente de este principio es el vínculo filial entre todos los hombres, que tenemos el mismo Padre. Es, a la vez:

-principio social, ordenador de la convivencia en paz, que favorece la concordia.

-virtud moral: consistente en la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, lo que hace a todos responsables de todos.

Evitando el individualismo y el sectarismo, implica el reconocimiento de la deuda que tenemos con la sociedad: cultura, bienes colectivos, que facilitan la existencia humana. En el mensaje de Cristo encontramos un nexo de solidaridad y caridad, que nos enseña a mar al prójimo, hasta el extremo de dar la vida por los hermanos.

DOCTRINA SOCIAL Y ACCIÓN ECLESIAL

“Es absolutamente indispensable -sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político- un conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia” (Christifideles laici, 60). Este patrimonio doctrinal no se enseña ni se conoce adecuadamente: esta es una de las razones por las que no se traduce pertinentemente en un comportamiento concreto.

Es importante, sobre todo en el contexto de la catequesis, que la enseñanza de la doctrina social se oriente a motivar la acción para evangelizar y humanizar las realidades temporales. La doctrina social ha de estar a la base de una intensa y constante obra de formación, sobre todo de aquella dirigida a los cristianos laicos. Esta formación debe tener en cuenta su compromiso en la vida civil; “A los seglares les corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven” (Populorum progresio, 81).

El primer nivel de la obra formativa dirigida a los cristianos laicos debe capacitarlos para encauzar eficazmente las tareas cotidianas en los ámbitos culturales, sociales, económicos y políticos, desarrollando en ellos el sentido del deber practicado al servicio del bien común.

El segundo nivel se refiere a la formación de la conciencia política para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del poder político: “Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal” (Gaudium et spes, 75).

Con especial referencia a la realidad local, el Obispo tiene la responsabilidad de promover la enseñanza y difusión de la doctrina social, a la que provee mediante instituciones apropiadas. Con la programación de oportunos itinerarios formativos, el presbítero debe dar a conocer la doctrina social y promover en los miembros de su comunidad la conciencia del derecho y el deber de ser sujetos activos de esta doctrina.

Un ámbito especial de discernimiento para los fieles laicos concierne a la elección de los instrumentos políticos, o la adhesión a un partido y a las demás expresiones de la participación política. Es necesario efectuar una opción coherente con los valores, teniendo en cuenta las circunstancias reales. El cristiano no puede encontrar un partido político que responda plenamente a las exigencias éticas que nacen de la fe y de la pertenencia a la Iglesia: su adhesión a una formación política no será nunca ideológica, sino siempre crítica, a fin de que el partido y su proyecto político resulten estimulados a realizar formas cada vez más atentas a lograr el bien común, incluido el fin espiritual del hombre.

Conclusiones

1) El Compendio constituye un aporte a los fieles, comparable al Catecismo, y está estructurado en una forma similar, con un Índice Analítico de 158 páginas, que facilita la búsqueda de los temas.

2) Se aclara que: “Las aportaciones múltiples y multiformes -que son también expresión del sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo- son asumidas, interpretadas y unificadas por el Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia” (79).

No han faltado, hasta ahora, fieles -laicos y religiosos- que estimaban que no existía una doctrina social, sino que cada Pontífice expresaba en los documentos su propia opinión. Si bien era una tesis sin fundamento, a partir del Compendio queda ratificada la validez y obligatoriedad de la Doctrina Social de la Iglesia. “Es Magisterio auténtico, que exige la aceptación y adhesión de los fieles” (80).

3) “El peso doctrinal de las diversas enseñanzas y el asenso que requieren depende de su naturaleza, de su grado de independencia respecto a elementos contingentes y variables, y de la frecuencia con la cual son invocadas” (80). Esta regla interpretativa nos lleva a considerar necesario distinguir en cada artículo del Compendio:

a) Frases que están avaladas por un documento pontificio, citado a pié de página.

b) Frases que comentan o amplían una referencia doctrinaria, del tipo anterior, o son colocadas como epígrafe, al comenzar un artículo.Estimamos que las frases del segundo tipo (“b”) pueden suscitar dudas y hasta objeciones lícitas, si tienen una sintáxis confusa o contienen un concepto contradictorio con la doctrina tradicional.

4) Nos permitimos señalar un ejemplo concreto: el epígrafe al artículo 395:

“El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad, como titular de la soberanía”.

Esta frase no está avalada por ninguna referencia, y contradice explícitamente varios textos pontificios:

-León XIII, Inmortale Dei, 2: ”Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho si no es de Dios, Príncipe supremo de todos. No hay autoridad sino por Dios (Rom, 13,1)”

-León XIII, Diuturnum illud,: “Muchos de nuestros contemporáneos, siguiendo las huellas de aquellos que en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nombre de filósofos, afirman que todo poder viene del pueblo. Por lo cual, los que ejercen el poder no lo ejercen como cosa propia, sino como mandato o delegación del pueblo y de tal manera que tiene rango de ley la afirmación de que la misma voluntad popular que entregó el poder puede revocarlo a su antojo. Muy diferente es en este punto la doctrina católica, que pone en Dios, como en principio natural y necesario, el origen del poder político”. (3)

“Es importante advertir en este punto que los que han de gobernar los Estados pueden ser elegidos, en determinadas circunstancias, por la voluntad y juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa el gobernante, pero no se confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de ejercer” (4).

“De aquella herejía [Reforma] nacieron en el siglo pasado una filosofía falsa, el llamado derecho nuevo, la soberanía popular y una descontrolada licencia, que muchos consideran como la única libertad” (17).

-San Pío X alertó en Notre Charge apostolique, que la Iglesia:“Ha condenado una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo” (9).

5) Llama la atención que el Compendio no haya incluido un capítulo para analizar la doctrina sobre la educación.

6) Asimismo, en el Índice Analítico no se han incluido temas importantes, como: liberalismo, marxismo, socialismo, comunismo, secularismo y teología de la liberación. En la Agenda Social, que fue una primera versión del Compendio, publicada en 2002, figuraron en el Índice Temático: socialismo, marxismo y comunismo.

Da la impresión que se ha preferido hablar de individualismo, en lugar de liberalismo, y de colectivismo, en lugar de marxismo, socialismo o comunismo. Esto deja un vacío conceptual y puede confundir a quienes lean el Compendio sin preparación previa.

Por eso, es importante recordar el peligro de las ideologías, y afirmar como lo hizo Pablo VI, en la Octogesima adveniens:

“El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista....Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal...” (26).“¿Es necesario subrayar las posibles ambigüedades de toda ideología social? (27).

Córdoba, Mayo de 2005.-




--------------------------------------------------------------------------------

[i] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”; Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2005, 570 pgs.

[ii] Sacheri, Carlos. “La Iglesia y lo social”; Bahía Blanca, La Nueva Provincia, 1972, pgs. 11/14.

27/12/2006 15:37 Autor: utopia. Enlace permanente. Tema: Doctrina social católica No hay comentarios. Comentar.
Niño por nacer
DIA DEL NIÑO POR NACER

Con motivo de celebrarse en el país el 25 de marzo, el “Día del Niño por Nacer”, resulta oportuno analizar los riesgos inminentes que corren el derecho a la vida y otros aspectos de un sano orden natural.

Concepto de Persona[1]

La persona es un ser singular, por lo tanto, mucho más que un individuo, que es parte de un todo y es substituible. Un perro mascota que muere, es reemplazado por otro perro; si muere un hijo, nunca será reemplazado por otro hijo. La persona necesita un hogar, no sólo físico, sino espiritual: la familia. Santo Tomás afirmaba la necesidad para el desarrollo de la persona, no sólo del útero físico de la madre, sino de un útero espiritual, la comunión conyugal de los padres, que se expande a la comunidad familiar. De allí el sufrimiento de los niños obligados a convivir con uno de los padres, únicamente, al faltar la complementación del padre y de la madre.

Ideología de género

Esta ideología sostiene que la relación entre mujeres y hombres, está basada en simples roles sociales. Hombres y mujeres no siente atracción por el sexo opuesto, por una cuestión natural, sino por condicionamientos impuestos por la sociedad. Existirían cinco géneros: heterosexual, homosexual masculino, homosexual femenino, bisexual y transexual. Cada uno tiene el derecho de elegir su orientación sexual, derecho ya reconocido por la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, y que, a su vez, fundamenta la reciente ley de “uniones civiles”. Pues la perspectiva de género considera perimida la familia tradicional -constituida sobre la unión estable de un hombre y una mujer-, y sostiene que existen otras opciones.

Esta tesis que parece tan peregrina, ya fue adoptada por las Naciones Unidas, desde l995, en que se realizó en Pekín, la Conferencia sobre la Mujer. Aunque la realidad indique que sólo existen dos sexos, la ideología de género pretende superar la naturaleza, aunque con ello consiga caer en lo antinatural y aberrante. Sin embargo, en l993, la Organización Mundial de la Salud estableció la siguiente definición: “La identidad de género es la convicción personal, íntima y profunda, de que se pertenece a uno u otro sexo, en un sentido que va más allá de las características cromosómicas y somáticas propias.”[2]

Respeto a la vida

La vida humana comienza con la fecundación, y no, como se pretende imponer, con la implantación del óvulo fecundado en el endometrio del útero femenino. El prestigioso genetista Lejeune describe sintéticamente, que los niños están unidos a sus padres mediante una larga molécula de ADN, en la que está escrita, con un lenguaje en miniatura, toda la información genética. En la cabeza de un espermatozoide hay un metro de ADN, dividido en 23 trozos, los cromosomas XY. Apenas se unen los 23 cromosomas paternos y los 23 cromosomas maternos (XX), se encuentra ya reunida toda la información necesaria y suficiente para determinar la constitución genética del nuevo ser humano.[3]

La afirmación científica ha sido convalidada jurídicamente, por la Corte Suprema de Justicia, en el caso “Portal de Belén” (5-3-2002). La cuestión llevada a la última instancia judicial, consistía en determinar si el fármaco “Inmediat”, denominado “anticoncepción de emergencia” -popularmente, “píldora del día después”-, posee efectos abortivos, al impedir el anidamiento del embrión en el endometrio. Define la Corte que con la fecundación, es decir con la unión de los dos gametos, comienza la vida humana. “Que el niño deba después desarrollarse durante nueve meses en el vientre de la madre no cambia estos hechos, la fecundación extracorpórea demuestra que el ser humano comienza con la fecundación.” Recuerda luego, que en forma coincidente con este criterio, se expidió la Comisión Nacional de Etica Biomédica.

En conclusión, afirma la Corte, “todo método que impida el anidamiento debería ser considerado como abortivo”.

Genocidio

Lo opuesto al respeto a la vida, es el genocidio: asesinato en masa de un determinado sector de la población. En este caso, estamos hablando de los embriones, que son destruidos o manipulados por millones cada año. El primer paso, es la incorrecta definición del comienzo de la vida humana, para permitir el aborto químico (“Inmediat”), o mecánico (“DIU”). En un segundo paso, se pide la legalización del aborto (quirúrgico), en cualquier etapa del embarazo.

El argumento, es que el aborto clandestino mata a muchas mujeres, mientras el aborto legal es seguro, y por ello debe ser reconocido. Se sostiene que en el país se realizan aproximadamente medio millón de abortos clandestinos, de los cuales alrededor de 500 provocan la muerte de la mujer por infección generalizada[4]. Aunque las cifras sean verídicas, de ningún modo se justificaría sacrificar 500.000 niños para evitar la muerte de 500 mujeres.

El Estado, al que se acude en estos casos, puede ofrecer distintas alternativas a las mujeres necesitadas de ayuda por un embarazo “no deseado”, que no impliquen asesinar al hijo ya gestado. Se trata de un tema de estricta actualidad, pues el presidente de la República ha propuesto para integrar la Corte Suprema a dos mujeres, partidarias del aborto:

La Dra. Argibay, que reivindica el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.

La Dra. Highton, que considera que la mujer puede interpretar y satisfacer “el derecho del niño a no nacer”.

Presiones de las Naciones Unidas

Una de las convenciones internacionales que se han incorporado a la Constitución Nacional, según lo dispuesto por el Art. 75, inc. 22, es la “Convención para la eliminación de toda forma de discriminación contra la mujer”, que fue aprobada por el Congreso Argentino en l980 (Ley 23.l79), pero sin aceptar el Protocolo Opcional que concede facultades a un Comité de expertos (CEDAW) para hacer recomendaciones. Dichas recomendaciones deben ser acatadas por los Estados, modificando sus propias leyes internas.

Por ejemplo, la Observación Nº 24 (l999), establece que: “debería enmendarse la legislación que castigue el aborto a fin de abolir las medidas punitivas impuestas a mujeres”. “es obligación de los Estados Partes garantizar el derecho de la mujer...a servicios obstétricos de emergencia.”

Panorama actual

Varias ONGs argentinas también presionan para que el Congreso ratifique el Protocolo Opcional, que ya se suscribió en el año 2000. El Canciller, pese a que acaba de afirmar en el Vaticano que el gobierno no promueve despenalizar el aborto, se comprometió en el Senado, el día 3 de marzo, a enviar para su ratificación dicho Protocolo. Quienes promueven esta iniciativa saben que es una cuestión política y cultural. Como lo expresa la feminista citada: “El derecho a decidir sobre la propia sexualidad y maternidad es en Argentina uno de los más brutalmente afectados entre los derechos de las mujeres, una consecuencia de la cruzada antiabortista iniciada por Juan Pablo II desde su acceso al Vaticano en l978, que se ha hecho sentir con especial fuerza en América Latina.”[5]

Es que, como lo ha reconocido el ex-presidente Alfonsín (Clarín, 26-2-04), frente a este tema no caben medias tintas. Por eso, tanto él como el actual presidente, optaron por reconocer a la mujer el derecho a matar a su propio hijo.




--------------------------------------------------------------------------------

[1] Mons. Caffarra, Carlo. “La familia como ambiente de desarrollo humano”; Revista Universitas, Nº 5, 2003, pgs. 38/46.

[2] Cit. p. Sanahuja, Juan Claudio. “El desarrollo sustentable”; Buenos Aires, Vórtice, 2003, p. 44.

[3] Cit. p. Cardenal Ratzinger, Joseph. “La sacralidad de la vida humana”; Revista Universitas, Nº 5, 2003, p. 96.

[4] Vassallo, Marta. En “Mujeres, entre la globalización y la guerra santa”; Buenos Aires, Capital Intelectual, 2003, p. l4.

[5] Idem, p. 6.

24/12/2006 16:06 Autor: utopia. Enlace permanente. Tema: Doctrina social católica No hay comentarios. Comentar.
Pobreza
POBREZA Y SOLIDARIDAD [1]

(Desde una perspectiva cristiana)

El tema de esta exposición es el eje central del documento del Episcopado Argentino, “Denle ustedes de comer” [2]. El título hace referencia a la orden que Jesús dio a sus discípulos, cuando se encontró frente a una multitud desprovista de alimentos (Mc 6,35-36). Los apóstoles le habían sugerido que despidiera a la gente para que fuera a comprar comida a los poblados, lo que contrasta con la actitud del Maestro: Denles ustedes mismos de comer. Acotan los Obispos que, “en esa actitud se puede ver reflejado el desinterés por el bien común de buena parte de la dirigencia argentina, que sólo se apacienta a sí misma”.

En aquella ocasión, que relata el Evangelio, se produjo el conocido milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, que se transformaron en suficiente alimento para saciar el hambre de todos los presentes. Incluso, con lo que sobró se llenaron doce canastas, número simbólico que parece indicar que cada uno de los apóstoles poseerá este pan inagotable, con el que se puede seguir alimentando a todas las personas, de todas las generaciones.

Los Obispos señalan: “Para reencontrarnos como Nación debemos atender a los que más sufren: los mayores sin salud, los adultos sin trabajo, los jóvenes sin educación y sin futuro, y los niños sin alimento”. Debemos recordar que, siempre, las comunidades cristianas se ocuparon de los pobres. El responsable de ello era el Obispo; a tal punto, que la Didascalia (ordenanza eclesiástica), en el siglo III advertía que con las limosnas privadas se agravia al Obispo. Los pobres que recibían ayuda regular eran denominados matriculari, pues estaban inscriptos en el canon de la Iglesia. Por ejemplo, en el 251, la Iglesia romana tenía 1.500 matriculari, y los recursos alcanzaban para todos. El principio que se aplicaba era: a los capaces de trabajar, procúreseles trabajo; caridad, sólo a aquel que ya no puede trabajar.

Realidad de la pobreza

En la actualidad, el fenómeno de la pobreza adquiere otras características, que debemos indagar para conocer sus rasgos pavorosos e inéditos en la historia del mundo. Nada menos que el Presidente del Banco Mundial, Wolfensohn, en un discurso el 26-9-2000, insistió en que “algo está mal”. Algo está mal cuando el 20 % más rico de la población mundial recibe el 80 % del ingreso global. Algo está mal, cuando 35.000 chicos mueren de hambre cada día. Algo está mal, cuando l.800 millones de personas viven con menos de dos dólares por día, y l.200 millones, con menos de un dólar por día. Frente a esta realidad, Wolfensohn afirma que “ha llegado el tiempo de cambiar nuestra forma de pensar.

El tiempo para darse cuenta de que vivimos juntos en un mismo mundo, no en dos: esta pobreza se encuentra en nuestra propia comunidad, dondequiera que vivimos. Es nuestra responsabilidad”. Si enfocamos la lente a la realidad argentina, nos encontramos, también aquí con un panorama desolador: l8 millones de pobres -la mitad de la población total-, y 7,5 millones de indigentes. Y en ambos casos -el mundo y el país- el origen de la situación obedece a las mismas causas. Juan Pablo II, en la Sollicitudo rei socialis, aclara que dicha situación no es responsabilidad de los pueblos, ni mucho menos atribuible a una fatalidad. Sino que hay decisiones concretas, que provocan estos consecuencias.

Por ejemplo, acotamos nosotros, la competencia desleal denunciada recientemente en la Organización Mundial de Comercio (Clarín, l8-5-04). Estados Unidos gastó en 2003, 20.000 millones de dólares en subsidios a sus productores agrícolas. Por su parte, la Unión Europea invirtió 40.000 millones de euros en similares subsidios; perjudicándose, en ambos casos a los países más pobres. Esta situación ya había sido señalada por el Pontificio Consejo “Cor Unum”, en l996 (“El hambre en el mundo”): “Numerosos países que gozan de un amplio potencial agrícola, como Zaire y Zambia, se han vuelto por primera vez importadores netos”.

Con respecto a la economía en general, los Obispos argentinos precisaron las causas de lo que ocurre hoy en el mundo: “La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza, tienen sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto por las personas y los pueblos”.[3]

Solidaridad

Formulado el diagnóstico, debemos saber cuál es la respuesta de catolicismo a este problema. Recordemos, por ejemplo, a Juan Pablo II explicando el principio de solidaridad[4], uno de los tres que fundamentan el orden social cristiano -con los de bien común y de subsidiariedad. La interdependencia, dice el Papa, debe convertirse en solidaridad, fundada en el principio de que los bienes de la creación están destinados a todos. Esto no significa que las sociedades no puedan determinar, por medio del derecho, un cierto grado de apropiación de los bienes por parte de los pueblos y de los individuos, para que los bienes no sean poseídos de modo anárquico. Pero siempre serán derechos relativos y revisables, pues el principal es el destino universal de los bienes. La solidaridad, entonces, nos ayuda a ver al prójimo -persona, pueblo o nación- no como un instrumento a ser aprovechado, sino como un semejante nuestro, para hacerlo partícipe, con nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. Sería un error afirmar que este enfoque impide la libertad en materia económica. Juan Pablo se queja, en el documento citado, de la represión frecuente del derecho a la iniciativa económica, lo que ocurría entonces en la órbita comunista y que culminó con la caída de la Unión Soviética.

El liberalismo - ya había reflexionado Pablo VI- se apoya en el argumento de la eficiencia económica, y la necesidad de enfrentar las tendencias totalitarias de los poderes políticos [5]. Pero advertía que los cristianos que se comprometen con esta corriente tienden a idealizar el liberalismo, “olvidando fácilmente que en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su libertad”.

En otro párrafo, fulmina el Papa toda posible duda o ambigüedad en materia ideológica:

“No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista...y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y colectiva.”

“Pero tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social.” (OA, p. 26)

En el último párrafo, se alude al mito liberal de la “mano invisible”, creado por Adam Smith: si cada uno persigue su interés particular, se consigue también el interés general. En la realidad, la mano invisible es la mano del ladrón en el bolsillo ajeno.Santo Tomás, afirmaba que el hombre es libre para el bien, es decir, que toda elección de un mal se hace sub specie boni, de lo contrario se caería en una contradicción metafísica, pues el hombre no puede querer el mal para sí mismo. Además, la libertad se revela como un bien de cada uno y de todos, por eso la libertad es más bien un vínculo de comunión. Por eso, libertad y ley no se oponen sino que se apoyan mutuamente.

Fue la modernidad, la que contrapuso ambas realidades. Para Santo Tomás, la ley tiene un sentido comunitario. La auténtica libertad se vive en comunión, es decir, en el reconocimiento del otro como otro yo; la comunidad no ahoga la libertad, sino que es un ámbito de crecimiento y desarrollo. Pío XII adoptó como concepto clave el de la unidad del género humano, en su encíclica “Summi Pontificatus”, donde hace referencia al vínculo recíproco y la solidaridad entre todos los seres humanos. Juan XIII y Pablo VI utilizaron el concepto, y el Concilio Vaticano II lo asumió como concepto teológico. Luego, Juan Pablo II lo difundió, especialmente en la encíclica Sollicitudo rei socialis, y más tarde en la Centesimus Annus.

Le atribuye a la solidaridad un carácter fundamental, pues inspira una sana organización política en la que la preocupación por los más pobres ocupe un lugar preferencial. La solidaridad es la capacidad de reconocer y valorar la dignidad compartida, y por ello, es un estar con el otro, compartiendo el mismo destino. La solidaridad como virtud implica una lógica que ha de cultivarse y desarrollarse en confrontación con la lógica del individualismo. Es decir, la solidaridad no es algo que conviene, en sentido utilitarista, sino en sentido moral. La solidaridad se asienta en el principio de que todo individuo vive en deuda con la sociedad, pues, en cierto modo, ha sido “gestado” por la comunidad. Reconocer su deuda, es una cuestión de justicia.

Por eso, la solidaridad como virtud tiene su propio fin, que es el bien de la sociedad, el bien común, que ha de ser buscado y realizado entre todos. Juan Pablo afirma que la solidaridad es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común. Es un fin inmanente, que no se cierra al fin trascendente de la sociedad como comunidad llamada a la salvación, sino que se implican ambos fines mutuamente. El aporte del Papa ayuda a superar la tendencia individualista del personalismo y la asfixia del sujeto del socialismo autocrático. La solidaridad es posible en Cristo, puesto que en Él Dios ha reconciliado a los seres humanos. La actitud filial para con Dios es inseparable de la actitud fraterna para con todo ser humano -especialmente con los más débiles.

En el Catecismo de la Iglesia Católica se comprende la solidaridad como una ley (p. 36l), un principio (p. l939), un deber (p. 2439) y una virtud (p. l942). “Esta no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común: es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”.[6]

Buscando la solución

Teniendo ya esbozado el diagnóstico de la realidad y la doctrina que corresponde aplicar, debemos reflexionar sobre las posibles soluciones al problema de la pobreza. Algunos piensan que todo pasa por disminuir la tasa de desempleo, puesto que, teniendo empleo, cada persona puede encarar por sí mismo el problema. Pero ocurre que, en la actualidad, las empresas no toman mano de obra, o la expulsan, sencillamente porque no la necesitan. En efecto, el aumento de la productividad -que se incrementa continuamente, con el avance de la tecnología- hace que disminuya la cantidad de trabajadores estables requeridos. Lo que hace aún más perversa esta situación, es que todo el sistema educativo apunta a brindar a los jóvenes una salida laboral, eliminándose las asignaturas que se consideren teóricas y por lo tanto prescindibles en un plan de estudios.

Si se hiciera hincapié en una formación integral, al menos recibirían los estudiantes una preparación que les facilite entender mejor la realidad, y no los lleve a sentirse fracasados por no poder insertarse en el ámbito laboral. Es necesario destacar que el avance de la pobreza no es consecuencia de un retroceso de la economía global. Por el contrario, el Producto Bruto sigue creciendo, aunque sus beneficios se concentran cada vez más en pocas manos. Ya Pío XI sostenía que los pueblos labran su fortuna por medio del inmenso trabajo acumulado por todos los ciudadanos, y no es correcto atribuir sólo al capital o sólo al trabajo lo que resulta de la eficaz colaboración de ambos. Por lo tanto, “es totalmente injusto que el uno o el otro, desconociendo la eficacia de la otra parte, se alce con todo el fruto”.[7]

En la actualidad, incluso, es difícil mensurar la exacta contribución de cada sector, siendo el Producto Bruto un verdadero bien colectivo; entonces, la distribución de la riqueza no puede estar regida por la justicia conmutativa, sino por la justicia distributiva. Para entender esta cuestión es necesario repasar los conceptos básicos de la economía, que surge de una relación del hombre con las cosas. Pero únicamente con las cosas escasas y útiles, que son los requisitos para que las cosas tengan un valor económico. De esta relación nace la ley de la oferta y la demanda. En la medida en que una cosa es más necesaria o más escasa, tiende a aumentar su valor, y tiende a disminuirlo en la medida en que es más abundante o menos necesaria.

Esta ley se aplica, desde la Revolución Francesa, al precio del trabajo, que pasa a ser considerado una mercancía, de modo que cuando se aumenta la oferta de trabajo -que es cuando la gente está más necesitada- el valor del salario baja. Pero lo criticable en el liberalismo no es la defensa de ley, que es natural y espontánea en las relaciones económicos, sino pretender que la tendencia actúe fuera de todo encuadramiento y subordinación a leyes superiores. Pues existe una segunda ley fundamental de la economía que es llamada de reciprocidad en los cambios, a la que corresponde ordenar las tendencias espontáneas del mercado al bien común. Según esta ley, cuando después de haberse producido una cierta riqueza, se realiza el intercambio, este debe ser hecho de tal forma que no produzca ni adelantos ni retrasos económicos en los diferentes sectores de la sociedad. Aristóteles, quien formuló esta ley (Ética a Nicómano, libro V) razonaba: si alguien da más y recibe menos, desaparece todo incentivo para permanecer en la comunidad. La concepción aristotélica fue profundizada por los teólogos, bajo el nombre de justo precio de los bienes.

Puede, tal vez, ser mejor entendida esta cuestión con un ejemplo actual. Durante décadas, en la Argentina, el Producto Bruto -total de riqueza acumulada en un año- se distribuía equitativamente; el sector laboral asalariado recibía entre el 40 y el 50 % del total, y el resto correspondía al capital. Actualmente, el sector laboral no recibe más del 20 %. Esto se traduce en estadísticas concretas: en l983 los pobres eran el l6 % de la población, en 2003 fueron el 48 %, lo que significa que no se cumplido la ley de reciprocidad en los cambios, y lo que perdió un sector fue aprovechado por el otro.

La economía es principalmente intercambio y existen cuatro sectores: el productor de materias primas, el industrializador, el distribuidor y el financiero, que constituyen cuatro piezas diferentes y complementarias. Es imprescindible, para que la economía funcione bien, que las cuatro piezas estén proporcionadas. Cualquier crecimiento de un sector que no sea seguido del crecimiento proporcional de los otros, deforma y frena el aparato económico, además de la injusticia que conlleva al perjudicar a unos en beneficio de otros de los miembros de la comunidad. Por ello, Pío XI, al denunciar el imperialismo internacional del dinero, en l931, afirmaba:“...las riquezas incesantemente aumentadas por el incremento económico-social deben distribuirse entre las personas y las clases, de manera que quede a salvo lo que León XIII llama la utilidad común de todos, o con otras palabras, de suerte que no padezca el bien común de toda la sociedad”. (Quadragesimo anno)

En el siglo XX se intentó mejorar la distribución de la riqueza mediante la política impositiva y la seguridad social. Ambos instrumentos son válidos y pueden contribuir a la solución, pero los frutos demoran en lograrse, los procedimientos son complejos y se corre el peligro de centralizar demasiado las acciones en el Estado. Por eso, desde hace un tiempo ha surgido el concepto de Ingreso Básico o Ciudadano, que tiende a garantizar a todos los habitantes de un país -a partir de una edad determinada- una suma mínima de dinero disponible mensualmente.

El promotor de esta iniciativa fue James Meade, premio Nobel de Economía, y parte del supuesto de que todos contribuyen a generar la riqueza creada en el país, por lo que merecen ser retribuidos con parte de dicha riqueza. El Ingreso Ciudadano reemplazaría los actuales subsidios y ayudas sociales -del tipo de Jefes de Hogar-, evitando el asistencialismo. Pero también evitaría la discriminación y humillación de los pobres, pues el ingreso sería un derecho de todo ciudadano, al margen de su situación económica y laboral. No fomentaría la ociosidad, puesto que, al ser un ingreso mínimo -sólo suficiente para asegurar el consumo de la canasta básica de alimentos y servicios- continuaría siendo atractivo disponer de otro ingreso, que sería compatible con el primero. Además, toda la sociedad estaría interesada en incrementar el desarrollo del país, pues el monto del Ingreso Ciudadano, dependerá del Producto Bruto.

Este instrumento no es una simple construcción teórica, sino que ya se está aplicando en varios países de Europa, con distintos nombres y modalidades.[8]

Aportes de los católicos

Las soluciones globales al problema de la pobreza y de la injusta distribución de los bienes, son posibles, como hemos visto, pero dependen del poder político. Esta circunstancia abona la exhortación de Juan Pablo II a que los católicos intervengan activamente la vida cívica:“Para animar cristianamente el orden temporal -en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad- los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común.” (Christifideles laici, p. 42)

De todos modos, mientras se procura que mejore la acción cívica y el funcionamiento del Estado como garante del bien común, los católicos no pueden permanecer indiferentes ante la gravedad de la situación descripta. En el orden personal, debería fomentarse la aplicación de un instrumento de la tradición cristiana, que existió durante muchos siglos: el diezmo, es decir, la entrega voluntaria del diez por ciento de los ingresos individuales, para ayuda comunitaria.El fundamento de esta institución, lo expresa San Agustín (Sermón 85): “Quédate con lo que te sea suficiente o con más de lo suficiente. De todo, demos una cierta parte. ¿Cuál? La décima parte. Los escribas y fariseos daban el diezmo. Avergonzémonos hermanos: aquellos por los que Cristo aún no había derramado su sangre daban el diezmo. (...) no callaré lo que dijo el que vive y murió por nosotros. Si vuestra justicia no fuese superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.

Desde hace una década, en varios países americanos existe la Pastoral del Diezmo. En Perú, por ejemplo, en la Diócesis del Callao se ha logrado comprometer a l.500 diezmistas, con cuyo aporte las parroquias involucradas aumentaron sus ingresos y pueden desarrollar más proyectos para la misión evangelizadora y de promoción humana.[9]

Otra iniciativa de inspiración católica, en este caso de índole grupal, es la impulsada por el Movimiento de los Focolares, denominada “Economía de Comunión”. La fundadora, Chiara Lubich, indicó la base: “Como una planta creada por Dios, que sólo absorbe del terreno el agua que necesita, así también nosotros tenemos que tratar de tener sólo aquello que nos es necesario. Mejor si cada tanto vemos que nos falta algo. Mejor ser un poco pobres, que un poco ricos.”[10]

La Economía de Comunión, consiste en empresas constituidas por personas que se asocian, invirtiendo sus ahorros en empresas, con la finalidad declarada de que las eventuales utilidades serán destinadas a acciones solidarias. Ya se han formado unas 700 empresas en el mundo, y alrededor de cuarenta en la Argentina.

Para finalizar, recordaremos un pensamiento de Pablo VI, que resume la perspectiva cristiana ante la pobreza y la solidaridad: “No se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza. (...) Se trata de construir un mundo donde todo hombre...pueda vivir una vida plenamente humana...y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico.”

Bibliografía utilizada:


Sacheri, Carlos. “La Iglesia y lo social”; Bahía Blanca, La Nueva Provincia, l972.

Yañez, Humberto Miguel (Comp.). “La solidaridad como excelencia”; Buenos Aires, San Benito, 2003.




--------------------------------------------------------------------------------

[1] Conferencia dictada en la Parroquia “Santísima Trinidad” (Córdoba), el 3-6-04.

[2] Conferencia Episcopal Argentina, 3l-5-03.

[3] CEA, “Navega mar adentro”, 3l-5-03, p. 34.

[4] “Sollicitudo rei socialis”, l987.

[5] “Octogésima adveniens”, l97l.

[6] “Sollicitudo rei socialis”, p. 38.

[7] “Cuadragésimo anno”, l93l, p. 53.

[8] Lo Vuolo, Rubén (Comp.). “Contra la exclusión; la propuesta del ingreso ciudadano”; Buenos Aires, Ciepp/Miño y Dávila editores, l995.

[9] Cristo hoy, 2l/27-9-2000.

[10] Araújo, Vera. “Compartir: el uso cristiano de los bienes”; Buenos Aires, Ciudad Nueva editorial, l99l, p. 57.

Doctrina Política
DOCTRINA POLÍTICA DE LA IGLESIA[1]

El Papa recientemente electo, Benedicto XVI, expresó en una homilía, poco antes de su proclamación[2]: “La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.”

Por eso, parece oportuno indagar si la Iglesia Católica posee una doctrina política, y en qué consiste. Pueden dudar algunos sobre la necesidad de que la Iglesia tenga una doctrina política, puesto que la misión que Cristo le confió es de orden religioso. Pero, precisamente, de esa misión se desprenden luces que sirven para ayudar al mejor funcionamiento de la comunidad humana, de una forma coherente con la fe. Como afirma el Concilio Vaticano II: “Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno” (Gaudium et Spes, 43).

I) La política

En primer lugar, debemos dilucidar en qué consiste la política. Siguiendo a Santo Tomás, Keraly define a la política como “la ciencia encargada no solamente de estudiar sino también de conducir y de mantener a la ciudad en su finalidad específica”[3]. La política, así entendida, pertenece a las ciencias prácticas, porque -señala Sto. Tomás- “la ciudad es una cierta entidad respecto de la cual la razón humana no sólo es cognoscitiva, sino también operativa”[4], debiendo incluirse entre las ciencias morales y no entre las ciencias productivas porque “la ciencia política tiene por objeto el ordenamiento de los hombres”[5].

Y es la ciencia arquitectónica respecto de todas las demás ciencias prácticas, de allí que Aristóteles diga que la filosofía de las cosas humanas culmina con la política. De acuerdo a la definición de Keraly, la política abarca dos aspectos complementarios: a) un cuerpo de conocimientos teóricos y normativos fundado en una labor científica cuyo modo es especulativo y cuyo procedimiento es analítico (obra de la razón); b) un conjunto de aptitudes y de disposiciones activamente ordenadas al bien común de la ciudad, especie de saber hacer moral, cuyo modo es práctico y cuyo procedimiento es sintético (obra de la prudencia). Entonces, la política es ciencia y prudencia.[6]

II) Doctrina política de la Iglesia

La observación de la realidad nos muestra un Orden Natural, del que se desprenden principios inmutables de validez universal, conforme a los cuales tiene que organizarse y desarrollarse la vida política y social. Orden natural que no es fruto de la creación humana sino que el hombre descubre con su razón, sin poder crearlo conforme a su voluntad. La doctrina de la Iglesia defiende la existencia de esos principios normativos de la ciencia política, no como algo que la Revelación enseña, sino como principios que nos muestra el orden de la naturaleza.

Por eso, los principios políticos no son exclusivos de la doctrina católica; pero no es incorrecto decir que existe una doctrina política católica, puesto que la Iglesia sostiene que el orden de la naturaleza es obra de Dios, y al derivarse de este orden los principios de esa doctrina, tales principios forman parte integrante de la doctrina católica. Lo que añade la Revelación, es que existe un bien común trascendente, distinto y superior al bien común inmanente. Por ello, como las verdades procedentes de la Revelación, en cuanto que reveladas son patrimonio exclusivo de la doctrina católica, la doctrina política confirmada por la Revelación resulta ser una doctrina política católica.

Como dijimos que la política es ciencia y prudencia, debemos determinar si este segundo aspecto también está incluido en la doctrina política católica. Para la convivencia en paz de la sociedad, y la procuración del bien común, es preciso respetar los principios inmutables de la ciencia política. Pero, como el hombre es libre, el cumplimiento de esos principios no está asegurado, y, además, la organización de la sociedad debe tener en cuenta las circunstancias concretas de la comunidad respectiva, de la historia, de las costumbres, de los recursos disponibles, etcétera. Sobre la determinación de los medios para lograr el bien común, la Iglesia señala que eso corresponde al poder civil, al Estado. No obstante, ningún acto humano es moralmente indiferente, ni puede juzgarse solamente por los resultados.

El bien común temporal es un bien perfectivo del hombre, que comprende bienes externos, bienes del cuerpo y bienes del alma. Así, la política está sujeta a la moral. Tanto por el fin que se pretende alcanzar con la acción política, como por la propia actuación ejecutada para ello. Y si bien la Iglesia no determina qué medios hay que utilizar, en cambio señala de modo concreto que la actuación de los hombres en política -como en cualquier otra cuestión- tiene que estar sujeta a las normas de la moral y que los medios utilizados han de ser moralmente lícitos. Pío XII afirmaba que “como faro resplandeciente, la ley moral debe con los rayos de sus principios dirigir la ruta de la actividad de los hombres y de los Estados...” (Radiom. “Nell Alba”, 1942).

En conclusión, la doctrina política católica “es el conjunto ordenado de principios generales, que permanecen por encima de los acontecimientos, cualquiera que ellos sean” (Jean Ousset).

III) Contenido de la doctrina

La concepción católica de la política está formulada especialmente en las Encíclicas:-de León XIII, Diuturnum illud; Inmortale Dei; Libertas; Au millieu des sollicitudes;-de Pío XII, Summi Pontificatus; Benignitas et humanitas. Los Papas posteriores agregaron otros documentos, hasta culminar con la Centesimus Annus, de Juan Pablo II. Pero para esta exposición nos puede convenir detenernos en la Pacem in Terris, de Juan XXIII, pues en ella se advierte una evolución en la doctrina.

Evolución que es progreso de la doctrina misma, perfección y desarrollo de sus principios, en cuanto estos, fundados en la Revelación, se apoyan al mismo tiempo en la razón natural del hombre. Entonces, la doctrina se desenvuelve descubriendo nuevos principios o dando nuevas formulaciones a los ya conocidos.Además, los principios doctrinarios deben aplicarse a la realidad, en función de una situación y de una circunstancia concretas. Claro que, el principio no se funda en la situación -como pretenden algunos teólogos- sino que se proyecta y se adecua a ella, porque no es el principio el que es relativo, sino las circunstancias y el tiempo en que se realiza. El condicionamiento de una realidad histórica no sólo gravita sobre la interpretación de los principios, sino que afecta incluso a la enunciación histórica de los principios mismos. Así, por ejemplo, cuando Pío XI enunció el principio de subsidiariedad, la existencia de regímenes totalitarios en varios países europeos, hizo que se entendiera como la afirmación de un límite del poder estatal.

La doctrina política pontificia, aunque tenga un fundamento universal, es histórica. Por eso, debe evaluarse la doctrina política de cada pontificado en razón de los problemas dominantes en su época. León XIII, en el apogeo del liberalismo y de la persecución a la Iglesia, fue el papa de la autoridad y del bien común, de la distinción entre el orden natural y sobrenatural, como propios del Estado y de la Iglesia.Pío XI, frente al auge del estatismo, y del capitalismo avanzando sobre el poder, enunció los derechos de la sociedad y de los grupos sociales intermedios, y denunció el imperialismo internacional del dinero.

Pío XII, con la realidad de países totalitarios en guerra, afirmó la dignidad de la persona humana como principio y fin de la vida social. Juan XXIII, en una época de interdependencia creciente, y ante la amenaza de una guerra atómica, resalta la comunidad universal como constante del pensamiento cristiano y de la necesidad de una autoridad internacional.

La doctrina política integra la Doctrina Social de la Iglesia, y para ella rigen entonces las dos notas señaladas por Pío XII[7]:

-”Es obligatoria; nadie puede apartarse de ella sin peligro para la fe y el orden moral”.

-”...esta doctrina está fijada definitivamente y de manera unívoca en sus puntos fundamentales, ella es con todo lo suficientemente amplia como para adaptarse y aplicarse a las vicisitudes variables de los tiempos, con tal que no sea en detrimento de sus principios inmutables y permanentes.”

Por eso es necesario distinguir en los documentos: lo doctrinal y lo prudencial. Únicamente integran la doctrina los principios sobre los que existe continuidad en los documentos, pues esa convergencia excluye toda posible duda.

IV) Síntesis de la Doctrina Política de la Iglesia (según la Enc. Pacem in Terris)

1. La dignidad de la persona como principio de la concepción cristiana del orden político

La encíclica afirma de una forma inequívoca y radical desde sus primeros párrafos, como fundamento de la convivencia, la dignidad de la persona humana. Este es, sin duda un principio tradicional del pensamiento cristiano, que había sido revalidado, cada vez con mayor firmeza, por los papas Pío XI y Pío XII. Este principio se define afirmando que todo ser humano es persona, es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libre. Y subrayando la universalidad del principio, Juan XXIII aclara que en esta encíclica enuncia principios doctrinales que pueden ser conocidos por todos los hombres, en cuanto se basan en la naturaleza misma de las cosas, y, por consiguiente, están al alcance incluso de aquellos que no están iluminados por la fe cristiana, pero poseen la luz de la razón y la rectitud moral (nº 157).

El Papa subraya que la persona humana es el sujeto humano individual, para salir al paso de todas aquellas concepciones que, o bien diluyen la libertad del hombre en sus condicionamientos sociales, o bien interpretan la naturaleza social del hombre con tal amplitud que lo reducen a ser una función o parte de la sociedad. Puede decirse que la comunidad está en la persona misma, en el hombre, sociable por naturaleza.

2. La dignidad de la persona como fundamento del derecho natural

Juan XXIII se basa claramente en una concepción del derecho natural que halla su fundamento en lo que es adecuado a la propia naturaleza humana, como un contenido universal; es decir, lo que es adecuado al hombre como persona inteligente y libre. La tesis está enunciada en esta manera en la encíclica: las leyes que regulan “las relaciones de los individuos con sus respectivas comunidades políticas...hay que buscarlas solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del hombre” (nº 6).

El Papa no utiliza la expresión derecho natural, aunque sí reiteradamente alude a derechos naturales de la persona. Así, por ejemplo, en el párrafo 28 resume los derechos enunciados, llamándolos derechos naturales, añadiendo que están unidos en el hombre que los posee con otros tantos deberes. Aunque se haya eludido la expresión derecho natural, está aceptado en las líneas generales con que lo definió Pío XII en el discurso Il programa (1955): como la afirmación de que el juicio sereno de la razón puede reconocer en la naturaleza el fundamento del orden, pero con la limitación o el condicionamiento de que ese juicio sólo descubre las líneas directrices que contienen los elementos esenciales del orden sujetos a una adaptación en el decurso histórico.

Juan XXIII, previo a detallar una amplia declaración de derechos, aclara: “el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto” (nº 9).

3. La autoridad

Luego encontramos la doctrina del poder. Siguiendo a León XIII, Juan XXIII lo funda en la naturaleza social del hombre y en la natural necesidad de un principio directivo del orden social, para concluir: “la autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor” (nº 46). Agrega que esa doctrina de la autoridad es coherente con la dignidad personal del hombre.

La autoridad fundada en Dios se manifiesta como una fuerza moral, como un llamamiento que se dirige a seres racionales y libres. Queda a salvo la dignidad personal de los ciudadanos, ya que su obediencia no es sujeción de hombre a hombre, sino un homenaje a Dios mismo. En ello se funda una flexible armonía entre la necesidad de la autoridad como una exigencia de la sociedad misma, y la libertad humana, ya que esa doctrina no se opone a la plena responsabilidad con que los hombres pueden elegir a las personas investidas de la función de autoridad o decidir libremente sobre las formas de gobierno o los ámbitos o métodos según los cuales la autoridad se ha de ejercer.

Cabe señalar que una de las pocas condenaciones expresas que contiene la encíclica, está dirigida a la ideología liberal que afirma “que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano, proviene la fuerza obligatoria de la constitución política y nace, finalmente, el poder de los gobernantes del Estado para mandar” (nº 78).

El Papa opone a esta concepción voluntarista el principio del origen divino del poder, que no sólo define la naturaleza del poder como extrínseca a la voluntad del hombre, sino que condiciona sus fines (nº 46).

4. El bien común

El Papa reelabora una definición de Pío XII al establecer que el bien común abarca “un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección” (nº 58). Lo que añade esta encíclica al concepto, son tres precisiones fundadas en el principio de la dignidad personal (nºs. 55/57):

-Que el bien común debe cifrarse en el bien del hombre;

-Que es un bien del que deben participar todos los miembros de una comunidad política, saliendo así al paso de interpretaciones que lo cifran en el bien de la mayoría o del mayor número posible;

-Que es un bien del hombre en su plenitud, que atiende tanto a las necesidades del cuerpo como a las del espíritu.

5. La organización jurídica del poder

Constituye un aporte doctrinario el considerar conveniente la separación de los órganos del gobierno. Aunque no se pueda determinar de una vez para siempre la estructura según la cual deben organizarse los poderes públicos, pues esta estructura está condicionada por la situación histórica de las diversas comunidades, sostiene el Papa que la separación de los órganos del poder es un elemento de garantía y protección en favor de los ciudadanos (nº 68).

El principio de que el poder debe estar limitado para someterse a un régimen jurídico, es un principio de moral social, que aparece reforzado por la exigencia de que los ciudadanos y las entidades intermedias, en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus deberes, gocen de una tutela jurídica eficaz, lo mismo en sus relaciones mutuas que frente a los funcionarios públicos. Es decir, la sujeción del poder al derecho.

6. La participación de los ciudadanos

La participación de los ciudadanos en la vida pública está también enunciada como una exigencia de la dignidad personal de los seres humanos. La preocupación esencial de Pío XII, cuando concebía la democracia como un régimen en que los ciudadanos participaban en el poder, era el nivel o la madurez moral de los ciudadanos sobre la que trazaba la distinción entre la masa y el pueblo. También Juan XXIII matiza esta exigencia a su realización en una variedad de formas que correspondan al grado de madurez alcanzado por las comunidades políticas (nº 73). No obstante, insiste en las conveniencias personas y políticas que derivan de esta participación: nuevas perspectivas para los hombres de obrar el bien, contactos entre los ciudadanos y los funcionarios públicos, renovación de la autoridad (nº 74).

En la misma sintonía, tres décadas más tarde, Juan Pablo II sostendría que la Iglesia “aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (Centesimus Annus, 46).

Es claro que, para la Iglesia, la democracia no está limitada a una forma de gobierno, sino que puede realizarse tanto en las monarquías como en las repúblicas, puesto que se pone el acento en las estructuras de las que dependen las relaciones entre el pueblo y el poder (Benignitas et humanitas, nº 12).

7. La comunidad universal

La encíclica Pacem in Terris ha sistematizado varias enseñanzas que estaban enunciadas fragmentariamente en anteriores documentos pontificios y los desarrolló en algunos puntos parciales. Es, en gran parte, una síntesis deliberada del pensamiento de Pío XII, a quien hacen referencia 32 de las 73 citas que contiene el texto. Pero lo nuevo es la valoración del mundo contemporáneo, y la conciencia de la necesidad de una organización de la comunidad internacional, asentada sobre los derechos del hombre.

Juan XXIII presenta la imagen de una comunidad universal organizada, con todas sus consecuencias en el orden político, económico y cultural, como una verdadera comunidad política perfecta para todos los fines de la vida humana, con un bien común universal propio. El contenido de ese bien común proyecta, en un ámbito más amplio, el mismo contenido del bien común de las comunidades singulares de un pluriverso político: crear el conjunto de condiciones sociales que favorezcan y permitan el desarrollo integral de la persona.

El bien común del Estado, en cuanto el Estado es el órgano de conducción de la comunidad política singular en un pluriverso de pueblos, está visto como una forma de transición histórica, que representa hoy un bien común deficiente que no puede satisfacer la plenitud de las necesidades temporales del hombre, esencialmente en lo que afecta a la seguridad y la paz internacionales (nº 135).

Las partes tercera y cuarta de la encíclica trazan las grandes líneas de una comunidad política internacional, sobre el mismo fundamento de la convivencia: la dignidad personal de los seres humanos. Con un deliberado paralelismo, el Papa enuncia los valores personales y sociales del orden moral universal: verdad, justicia, solidaridad y libertad. Estos valores, que constituyen el bien común de la familia humana, se supraordinan a los intereses singulares de cada pueblo.

Pío XII ya había proclamado la existencia de una solidaridad entre los hombres fundada en su unidad de origen y de naturaleza, considerando laudables los esfuerzos por lograr una comunidad política mundial. Juan XXIII sienta una tesis más ambiciosa: la constitución de una autoridad pública mundial al servicio de un bien común universal (nº 137). Esta autoridad se ha de establecer con el consentimiento de todos los Estados y no imponerse por la fuerza, para que pueda desempeñar eficazmente su función en la que debe ser imparcial y estar dirigida al bien común de todos los pueblos (nº 138).

Resalta el pontífice la convicción de que las diferencias que surjan entre los pueblos deben resolverse no por la fuerza de las armas, sino por las normas de la recta razón. Siempre el catolicismo consideró que los gobernantes deben buscar la solución a los conflictos por vías pacíficas, siendo la guerra el último recurso, que sólo puede ser aceptado cuando la causa sea justa. Sin embargo, como lo establece el Catecismo: “mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa” (CIC, 2308).

V. Temas polémicos

Analizaremos ahora algunos de los temas que se prestan frecuentemente a la polémica o a la duda.

1. Origen de la autoridad

A la luz de lo ya expresado, podemos resumir la doctrina cristiana del poder político, con la frase de San Pablo: “no hay autoridad sino bajo Dios” (Rom 13,1), puesto que Dios es el autor del orden natural, en virtud del cual todo ser humano tiende a la convivencia social como un medio necesario para su perfección. En consecuencia, Dios ha dispuesto las cosas de tal modo que la autoridad forma parte esencial de su plan providencial y, en tal medida, ha de afirmarse que Dios es el origen de toda autoridad humana.

Otra cosa diferente es determinar cuál es el modo adecuado para la designación de los hombres que han de ejercer la autoridad. En la doctrina hay unanimidad con respecto a que la autoridad política tiene su origen en Dios; pero con respecto a la cuestión de la forma en que se atribuye el poder estatal al que lo ejerce, se han divido las opiniones.

Recordemos, primero, la teoría del derecho divino de los reyes, de raíz protestante, defendida por Jacobo I, rey de Inglaterra (1603/1625). Sostiene esta tesis que el poder real es de derecho divino, lo mismo que la autoridad del Papa. El poder es conferido a una persona determinada por un acto especial de Dios, por consiguiente el gobernante obtiene su autoridad como una propiedad y puede disponer de ella por su propia decisión arbitraria.[8] Los teólogos católicos sostuvieron dos tesis diferentes:

a) La teoría de la traslación: sostenida por el P. Suárez, que afirmó, contra la tesis de Jacobo I, que la autoridad venía directamente de Dios a la comunidad o pueblo, de tal manera que éste era el sujeto natural primigenio de la autoridad; a su vez, como toda la comunidad no puede ejercer la autoridad, habrá de determinar las personas a quienes se le transferirá. Esta traslación se hace mediante el consentimiento del pueblo, expreso o tácito. No debe confundirse la teoría de la traslación con la de Rousseau, según la cual, el pueblo o voluntad general es el sujeto de la autoridad y por un contrato la delega en mandatarios.

b) La teoría de la colación inmediata: sostenida por el P. Vitoria, afirma que la comunidad sólo designa la persona que ha de ejercer el poder estatal, mientras que el poder mismo pasa inmediatamente de Dios a la persona que lo ha de ejercer. Es decir que, según esta tesis, Dios le comunica los atributos del poder a aquel designado por la comunidad, la que cumple esa función designación y de determinación, pero no es la comunidad la que previamente recibe esos atributos, poseyéndolos como propios, y luego los transfiere a los gobernantes.

Análisis del tema:

El P. Meinvielle acotaba que el pueblo no puede realizar las funciones complejas que implica el ejercicio de la autoridad. Entonces, no tiene sentido que se le atribuya el papel de intermediario en la transmisión de la autoridad, ya que no puede transferir lo que no posee, y no posee lo que no puede ejercer. Precisamente, el criterio para establecer los derechos naturales es la necesidad que de su uso o ejercicio se tiene. Si la comunidad o pueblo jamás puede ejercer la autoridad, no se justifica transferirsela, aunque fuera transitoriamente.

El Magisterio de la Iglesia nunca se pronunció expresamente sobre esta cuestión, pues le basta con sentar el principio del origen divino de la autoridad, dejando en libertad a los fieles para sostener una u otro posición. No obstante, existe un pasaje que nos brinda orientación al respecto, en la Encíclica Diuturnum Illud, de León XIII: “Es importante advertir en este punto que los que han de gobernar los Estados pueden ser elegidos, en determinadas circunstancias, por la voluntad y juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa al gobernante, pero no se confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de ejercer” (nº 4).

Nuevo enfoque:

Algunos teólogos contemporáneos, como Leclercq y Desqueyrat[9], consideran que ninguno de los sistemas expuestos soluciona los problemas de orden práctico que plantean la legitimidad de un gobierno determinado. Sostienen que el poder político viene de Dios, pero no por una intervención especial de la Providencia, sino simplemente por vía de consecuencia de la ley natural. No ven la necesidad lógica de hacer intervenir la investidura divina del poder concreto, directa o indirecta, a los gobernantes.

Estos teólogos conciben a la autoridad como un deber o una función y no un derecho personal. Por eso, la manera de acceder al poder no tiene relación directa con el derecho a gobernar. “Si el poder fuese una especie de propiedad, su legitimidad dependería siempre de sus orígenes. Adquirido injustamente, se poseería injustamente: el usurpador tendría que devolverlo, estaría obligado a restituirlo. Pero la autoridad no es un bien de este tipo: es una función...”[10].

San Pablo dice que el príncipe es un ministro de Dios (Rom 13,4). Entonces, el derecho del gobierno a conducir la sociedad, no es un derecho subjetivo del gobernante mismo que pueda emplear en provecho propio. El poder público, como toda autoridad o cualquier función, está destinado a servir.[11]De allí que el poder público se justificará cuando en su ejercicio tienda al fin para el cual existe. Tal es la llamada legitimidad de ejercicio: el procurar el bien común legitima o hace legítimo al poder en su ejercicio, aunque el gobernante haya accedido al cargo, por vía de un golpe de Estado, o como resultado de una guerra. Normalmente, el consenso social prolongado, en un clima de relativa tranquilidad pública, revela tácitamente la legitimación de un gobernante.

A la inversa, ejercer el poder injustamente, en violación al derecho, en contra de la comunidad, etc., hace decaer esa legitimidad aunque el gobernante haya accedido al poder de acuerdo al procedimiento previsto en las normas vigentes. Si tal ilegitimidad se torna permanente, grave y dañina para la comunidad, ésta tiene derecho a defenderse, resistiendo al gobernante que ha desviado el ejercicio del poder, y, eventualmente, deponerlo[12].

2. Soberanía

Vinculado al punto anterior, debemos analizar ahora uno de los aspectos más confusos del vocabulario político: soberanía. Como concepto de la teoría política, lo encontramos en Bodin el cual formula una teoría de la soberanía. Para justificar el carácter absolutista del poder monárquico de su tiempo, Bodin recurre a éste concepto, asignándolo en primer lugar a Cristo como señor absoluto; de ahí lo deriva al monarca, como representante de Cristo mismo. El autor añade que la soberanía implica tres notas: es absoluta, es inalienable y es indivisible.

Posteriormente, el alemán Althusius y, más tarde, Rousseau, sustituyeron la soberanía del príncipe por la soberanía del pueblo, fórmula que subsiste hasta nuestros días, con el mismo contenido básico que Rousseau le asignara.

Teoría liberal: sobre la base de tales fuentes históricas, quedó asentada la teoría liberal de la soberanía popular. Rousseau vincula este concepto con otro de su creación: la voluntad general, que es la voluntad del pueblo, de la mayoría. Según este autor, el pueblo pasa a ser la fuente y raíz de todo poder político, de toda autoridad, una vez establecido el pacto social, irrevocable, mediante el cual se constituye la sociedad política.Las cláusulas del pacto implican esencialmente: la enajenación total de cada asociado, con todos sus derechos, a toda la comunidad; porque, en primer lugar, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los demás (El Contrato Social).

Sobre la base del igualitarismo, así instaurado, el pueblo se erige, a través del mito de la voluntad general, en el legislador supremo. El gobierno no es sino el delegado o mandatario destinado a aplicar las decisiones de aquél. En tal carácter, el pueblo es fuente de todo derecho y de toda norma moral; en consecuencia, puede revocar en cualquier momento la delegación otorgada al gobernante de turno.

Crítica: la concepción liberal de la soberanía es utópica, contradictoria y nefasta.

Es utópica, por cuanto se basa en una quimera de pacto originario, históricamente inexistente.

Contradictoria, ya que supone que los individuos se asocian libremente, pero a partir de ese momento no pueden revocar lo aprobado.

Es nefasta, por sus consecuencias: a) porque disuelve el fundamento de la autoridad; b) porque desemboca en el despotismo ilimitado del Estado y de la mayoría; c) porque elimina toda referencia a Dios y al orden natural como origen de la autoridad; d) porque coloca a la multitud amorfa como base de todo derecho y de la moral; e) porque favorece la demagogia de quienes aspiran a perpetuarse en el poder.

Orden natural: La doctrina social de la Iglesia nos brinda una orientación muy diferente respecto de la soberanía política, en plena conformidad con la experiencia histórica. La soberanía es un atributo de la autoridad. Una cualidad del poder estatal que lo hace irresistible y supremo en una jurisdicción determinada; no puede estar subordinado a ningún otro poder. Es la facultad por la cual la autoridad pública impone, mediante la ley, determinadas obligaciones a los ciudadanos.

El poder soberano se ejerce sobre los miembros de un mismo Estado; no se aplica correctamente a las relaciones entre Estados. En el segundo caso debe hablarse de independencia. La soberanía no implica, de ningún modo, la idea de autonomía absoluta como pretendía Bodin.

La soberanía del pueblo: o autogobierno del pueblo, es una tesis falsa, científicamente[13], en sus tres supuestos:

a) el pueblo no puede gobernar: pues el ejercicio del gobierno exige la toma de decisiones que no se pueden hacer multitudinariamente, y tampoco, ejecutarlas, lo que sólo puede hacer quien está preparado especialmente para ello. Ni siquiera en Atenas, donde solían reunirse en la plaza pública 5 o 6 mil ciudadanos para deliberar y aprobar las leyes. Esa cantidad representaba un veinte por ciento del total de ciudadanos, sin contar a las mujeres, y los esclavos, que no eran ciudadanos. De todos modos, esa participación limitada se daba con respecto a una de las funciones clásicas de la autoridad, según Aristóteles -la legislativa-, pero no en las otras dos -ejecutiva y judicial- que estaba en manos de un número menor de funcionarios, generalmente elegidos al azar. Empíricamente, jamás el pueblo ha gobernado en ninguna parte, ni en ninguna época. El pueblo no puede gobernarse a sí mismo; las funciones del poder no admiten el ejercicio multitudinario por parte de todo el pueblo.

b) el pueblo no es soberano: pues, de acuerdo a lo ya explicado, la soberanía no es otra cosa que una cualidad del poder estatal. Es un atributo inherente al Estado, por lo tanto no reside en nadie, ni en el gobernante, ni mucho menos en el conjunto del pueblo.

c) el gobierno no representa a todo el pueblo: porque para que un sujeto pueda ser representado, es imprescindible una cierta unidad en el mismo sujeto representado. Se puede representar a un hombre, a una familia, a una institución. Hasta una multitud de hombres puede ser representada, siempre que tengan un interés concreto y común en el que la pluralidad se unifique; por ejemplo, los ahorristas defraudados por un banco. Pero no se puede representar un conglomerado heterogéneo y con intereses distintos y hasta contrapuestos, como es el pueblo. Pueblo es un nombre colectivo que designa a la totalidad de personas que forman la población de un Estado; no es persona moral ni jurídica, luego no es susceptible de representación.

A la crítica científica, debemos agregar la doctrina pontificia; León XIII, en la Encíclica Inmortale Dei, afirma: “La soberanía del pueblo...carece de todo fundamento sólido y de eficacia sustantiva para garantizar la seguridad pública y mantener el orden en la sociedad” (nº 13).

3. Estado: sociedad perfecta

Es clásico el concepto de sociedad perfecta atribuido al Estado. Se entiende por perfecta una sociedad que posee en sí todos los medios para alcanzar su propio fin; en el caso del Estado significa que dispone de capacidad propia para lograr el bien común público. La doctrina social de la Iglesia, reconoce dos sociedades perfectas: el Estado en lo temporal, y la Iglesia en lo espiritual. Recordamos antes un párrafo (nº 135) de la Encíclica Pacem in Terris que advierte sobre la dificultad actual para que el Estado pueda lograr, en forma aislada, el bien común.

No cabe duda que la globalización limita y condiciona el accionar del Estado, no sólo en el plano internacional, sino dentro de sus propias fronteras. Pero, como ha señalado el Prof. Bidart Campos[14], el carácter de sociedad perfecta equivale a tener en sí la posibilidad de buscar los medios necesarios para procurar el bien común, lo que a veces puede realizar dentro de sí mismo, y otras veces fuera de sí mismo. A pesar de la capitis diminutio que experimenta, sigue siendo el Estado sociedad perfecta, y es el único órgano que se ocupa de procurar el bien común de una población determinada, en un territorio determinado.

4. Crítica de la democracia como forma de gobierno

Ya mostramos que la Iglesia no tiene objeción que hacer a la democracia, como régimen político o forma de Estado. Pero la forma democrática de gobierno, tal como la pensaron sus promotores en el mundo moderno -Rousseau, Stuart Mill, Montesquieu- está basada en el mito de la soberanía del pueblo. Más arriba expusimos la crítica científica a dicha concepción, así como la posición negativa de León XIII. Recordemos la enseñanza de otros pontífices, para observar la continuidad de la doctrina. San Pío X, en Notre charge apostolique, nos alerta que la Iglesia:“Ha condenado una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo” (nº 9).

En cambio, la forma republicana de gobierno no merece ninguna objeción, ni desde el punto de vista científico, ni desde el enfoque doctrinario. La caracterización de esta forma de gobierno se describe habitualmente por los siguientes elementos: a) división de funciones; b) elección de los gobernantes; c) periodicidad en el ejercicio del gobierno; d) publicidad de los actos de gobierno; e) responsabilidad por dichos actos; f) igualdad de los ciudadanos ante la ley.

Por el contrario, el concepto de democracia es ambiguo, pues existen diversidad de opiniones entre los autores, sumado a la confusión en que suele incurrirse entre los conceptos de democracia como forma de Estado, república y forma democrático de gobierno. No obstante, la Iglesia prefiere no rechazar de plano una denominación, que es utilizada habitualmente con sentido positivo, como una tendencia contraria al monopolio del poder. Por eso, Pío XII, en Benignitas et humanitas, detallaba los derechos del ciudadano que caracterizan a una sana democracia (nº 14):a) manifestar su propio parecer sobre los deberes y los sacrificios que le son impuestos;b) no estar obligado a obedecer sin haber sido escuchado.

Medio siglo después, Juan Pablo II, actualizó estas condiciones, como ya lo consignamos. Pero además, advierte que una auténtica democracia es posible solamente sobre la base de una recta concepción de la persona humana, pues una democracia sin valores, degenera fácilmente en un totalitarismo visible o encubierto (Centesimus Annus, nº 46).

5. Doctrina del mal menor

La forma de participación en la vida cívica, que compete a todos los ciudadanos, es la de votar en las elecciones para determinar quienes serán los gobernantes. Pues bien, para los católicos, el voto es un derecho y un deber, que obliga en conciencia, como lo señalan el Catecismo (nº 2240) y la Constitución Gaudium et Spes (nº 75). Únicamente en casos muy graves y excepcionales, puede justificarse la abstención o el voto en blanco.Debido a la cantidad de partidos existentes en la Argentina, es casi imposible que no se presente ningún partido, que tenga una plataforma compatible con los principios doctrinarios.

Mucho más difícil aún es que no haya ningún candidato que reúna condiciones mínimas de capacidad y honestidad. Entonces, aunque no nos satisfaga el panorama de la política nacional, y aunque no encontremos ningún partido y ningún candidato que despierten nuestra adhesión plena, debemos practicar la antigua doctrina cristiana del mal menor, vinculada al tópico de la tolerancia del mal. La doctrina enseña que, entre dos males, se puede elegir, o permitir, el menor. No quiere decir esto que alguna vez sea lícito hacer un mal, considerado menor frente a otro. Quiere decir, que frente a determinadas circunstancias, es lícito permitir que otros hagan un mal pues éste se considera menor al que se seguiría con una actitud intolerante (Enc. Libertas, nº 23).

En el caso concreto de una elección presidencial, por ejemplo, al votarse a un candidato considerado mal menor, no se está haciendo un mal menor, sino permitiendo el acceso a la Presidencia de alguien que, posiblemente, según sus antecedentes y los antecedentes de sus competidores, realizará una gestión menos perjudicial para el bien común. La tolerancia al mal, es un postulado de la prudencia política. Por eso, no está demás recordar al Patrono de los políticos y de los gobernantes: Santo Tomás Moro, ejemplo de político prudente. En su libro Utopía nos ha dejado dos consejos a los políticos, que resumen adecuadamente la doctrina del mal menor:

-”Si no conseguís todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán por lo menos la intensidad del mal”.

-”La imposibilidad de suprimir enseguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos.”

Fuentes:

Cantero Núñez, Estanislao. “¿Existe una doctrina política católica”?; en: AAVV. “Los católicos y la acción política”; Madrid, Speiro, 1982, pgs. 7/48.

Sánchez Agesta, Luis. “La Pacem in Terris en el contexto general de la doctrina política de la Iglesia”; en: Instituto Social León XIII. “Comentarios a la Pacen in Terris”; Madrid, BAC, 1963, pgs. 72/98.

“Doctrina Pontificia”, II, Documentos Políticos; Madrid, BAC, 1958, 1073 pg




--------------------------------------------------------------------------------

[1] Conferencia dictada el 29-4-05, en la Biblioteca Córdoba (Córdoba-Argentina).

[2] Homilía en la misa “por la elección del romano pontífice”, el 18-4-05.

[3] Keraly, Hugues; en: Santo Tomás de Aquino; “Prefacio a la política”, México, Editorial Tradición, 1982, pg. 107.

[4] Santo Tomás, op. cit., pg. 17.

[5] Ibídem.

[6] Keraly, op. cit., pg. 137.

[7] Pío XII, Alocución, 29-4-1945.

[8] Rommen, Heinrich. “El Estado en el pensamiento católico”; Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1956, pgs. 494 y 623.

[9] Desqueyrat, A. “Doctrina política de la Iglesia”; Bilbao, Desclée de Brouwer, 1966, T. I, pgs. 125/141.

[10] Mersh, E. “La fonction de l autorité”; cit. por Desqueyrat, op. cit., pg. 130.

[11] Unión Internacional de Estudios Sociales (Malinas). “Código de Moral Política”; Santander, Sal Terrae, 1959, p. 29.

[12] Meneghini, Mario. “Sumario de Doctrina Social”; Córdoba, Escuela de Dirigentes “Santo Tomás Moro”, 2005, Mód. 7, p. 5.

[13] Bidart Campos, Germán. “Doctrina del Estado democrático”; Buenos Aires, AJEA, 1961, Cap. 4.

[14] Bidart Campos, Germán. “Doctrina Social de la Iglesia y Derecho Constitucional”; Buenos Aires, EDIAR, 2003, pgs. 109/111.

DOCTRINA CATÓLICA SOBRE LA GUERRA

Exposición en Homenaje a la Encíclica Pacem in Terris

Parroquia Santísima Trinidad

Córdoba, 11 de abril de 2003

La Pacem in Terris no trata directamente sobre la guerra, pues su finalidad es analizar lo referido a la paz, pero, por eso mismo, no puede dejar de condenar el fenómeno bélico. “En realidad, como todos saben, o deberían saber, las relaciones internacionales, como las relaciones individuales, han de regirse no por la fuerza de las armas, sino por las normas de la recta razón, es decir, las normas de la verdad, de la justicia y de una activa solidaridad”. (Nº ll4)

Procuraremos resumir la doctrina católica sobre la guerra[1] aunque algunos, como Proudhon, consideren que esta actividad no necesita definición, pues todos saben de qué se trata, por haberla experimentado, o por haber sido testigos. Pero, un análisis serio exige precisar los conceptos y reflexionar sobre las consecuencias de las acciones humanas. En primer lugar, hace falta distinguir la guerra de otros conceptos relacionados como conflicto y lucha.

El conflicto manifiesta una oposición, que no necesariamente deriva en agresión violenta, y la lucha hace referencia a un esfuerzo por superar obstáculos -así se habla de lucha contra el hambre, etc.-; ni la lucha ni el conflicto pueden analogarse con la guerra. Otra aclaración necesaria, es que la guerra es un fenómeno colectivo, y, por lo tanto, difiere de la riña y el duelo, que son enfrentamientos violentos entre dos o pocas personas. La guerra es una lucha armada entre dos bandos humanos rivales, que tratan de imponer al adversario un objetivo por el medio violento de la fuerza militar. Las causas de la misma, pueden ser de distinto tipo: ambición de dominio, motivos dinásticos, motivos económicos, motivos religiosos, entre los más comunes. Aunque en la actualidad, lo normal es que se dé una sumatoria de causas. Esto y las consecuencias dolorosas de todo enfrentamiento bélico, explican que la guerra sea un fenómeno social complejo, que se puede estudiar desde distintas perspectivas. A nosotros nos interesa un doble enfoque, moral y jurídico.

Podemos reducir las actitudes ante la guerra, a dos principales: la belicista y la cristiana. El belicismo es una actitud extrema, favorable a la guerra, de la que hace una apología, llegando, en algunos casos, a una exaltación mística. Los criterios en los que se fundamenta esta posición, son los siguientes:

· la guerra es una ley universal y necesaria de la naturaleza;

· por lo anterior, no es un asunto regido por la moral, sino que pertenece al orden físico o biológico;

· favorece el progreso de la humanidad. Así entendido, el belicismo es un fenómeno típico de la modernidad. Por cierto que siempre ha habido guerras, pero en la antigüedad no existió la actitud belicista. Por ejemplo, Platón sostenía que la república virtuosa vive en paz, y la guerra es un medio para lograr una paz justa. Por el contrario, el belicismo es propio de la tiranía. Cuando surge con fuerza el belicismo es en el Renacimiento. Maquiavelo considera a la guerra como algo normal, puesto que el Estado, según él, tiene por finalidad el poder y la hegemonía, entonces, necesita de la guerra para imponerse en el plano internacional. Es una ley física, como la gravedad.

Hegel, por su parte, consideraba que el Estado se sitúa en un plano superior al orden moral, pues es un Dios entre los hombres, y no puede someterse a normas morales. A su vez, los Estados más fuertes están llamados a dirigir el mundo, lo que hace inevitable la guerra. Nietzche, maldijo la promoción cristiana de la fraternidad universal, y sostenía: “Debéis querer la paz como medio para nuevas guerras. Y una paz corta, más bien que una paz larga. ¿No decís que una buena causa santifica la guerra? Pues yo os digo que la guerra , una buena guerra, es la que santifica la causa.” Para Hitler, el temor es el arma política más poderosa, y Mussolini confesaba “yo he hecho la apología de la violencia casi toda la vida”.

Marx también aceptaba la guerra mientras subsistiera el capitalismo: “Sólo hay un medio de abreviar, de simplificar, de concentrar los dolores mortales del fin de la antigua sociedad y los dolores sangrientos del parto de la sociedad nueva, un solo medio: el terrorismo revolucionario.”

Crítica del belicismo

l. La tesis de que la guerra es una ley necesaria, es una superstición. La universalidad de un fenómeno social no prueba su necesidad, como ocurre con lacras como el crimen y el robo. La aceptación de esta tesis, implica adoptar alguna de las siguientes fundamentaciones:

· El fatalismo, que supone la existencia de una causa trascendente -un Dios, o un hado- que impone al hombre el fenómeno social.

· El determinismo, que alude a una causalidad inmanente, como las leyes físicas, imposibles de rechazar para el hombre. Como el hombre es un ser racional y libre, no puede aceptarse que esté dominado por el fatalismo o por el determinismo. Es responsable de sus actos, en función de la voluntad, facultad que lo diferencia de los animales, sujetos a su instinto.

2. Es inadmisible la idea de que la guerra constituya un bien para la humanidad. La experiencia demuestra que es fuente de males, materiales y espirituales. Decía Pío XII: “Después de los horrores de dos conflictos mundiales, Nos no tenemos necesidad de recordar que toda apoteosis de la guerra, debe ser considerado como una aberración del espíritu y del corazón.”

3. Es también inadmisible el principio político de que el poder es el fin del Estado. El poder es sólo un medio para el Bien Común, que es el verdadero fin del Estado. Y para lograr el Bien Común, es necesario limitar el poder del Estado, y del gobernante, para evitar abusos, en el plano interno y en el plano internacional. El Estado no está ubicado en un plano metamoral, y necesita de la ética para lograr la justicia.

4. El determinismo económico es una suposición indemostrable. Las crisis cíclicas, de las que se hacía referencia en los libros de los autores liberales se ha comprobado que no surgen necesariamente; los gobiernos pueden evitarlas. Un ejemplo, que vale citarse, es que cuando desapareció el sistema colonial, las metrópolis no se empobrecieron, como se había pronosticado.

5. El belicismo obra a modo de profecía autocumplida, pues es una de las causas que conducen a la guerra. En efecto, al caer los frenos morales, los gobiernos creen que no son responsables de la guerra, al considerarla un fenómeno natural.

Cristianismo

La actitud cristiana ante la guerra, se fundamenta en otros argumentos:

· La guerra es una cuestión moral y jurídica, no un fenómeno natural. Siempre la decisión bélica es una decisión humana. “Pero una opinión equivocada induce con frecuencia a muchos al error de pensar que las relaciones de los individuos con sus respectivas comunidades políticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas y los elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del hombre.” (PT, nº 6)

· Todo gobierno debe procurar la paz. La guerra es el último recurso para resolver un conflicto grave. En el cristianismo no hay exaltación ni apología de la guerra. Pero, cuando a San Juan Bautista le consultaban los soldados del Imperio que se convertían, no les exigía abandonar su profesión, sólo les recomendaba: “No hagáis extorsión a nadie, ni uséis de fraude, y contentaos con vuestras pagas”. (Lc, 3,l4) La doctrina cristiana de la guerra nace con San Agustín, y es Santo Tomás quien compendia la tradición sobre esta materia, fijando cuatro condiciones para que sea admisible una guerra:

l. Autoridad competente. Esto significa que la decisión de emprender una guerra no la pueden tomar los particulares, es una decisión pública. Se vincula con el concepto de soberanía; los particulares pueden recurrir a una autoridad que dirima los conflictos que surjan entre ellos, el Estado no tiene superior. La soberanía implica la autoridad suprema sobre un territorio determinado, por ello un ente soberano no tiene a quien acudir para que se restablezca la justicia.

2. Recta intención. La decisión de ir a la guerra debe ser honesta, no impulsada por el odio ni la ambición de los gobernantes. Y, por ser tan delicada esta decisión, Francisco de Vitoria sostenía que no debía quedar a merced del Príncipe, de modo exclusivo. Por el contrario, requería el refrendo de sus consejeros; además, recomendaba que se consultara con los sabios. De esa forma, se reduce el riesgo de actitudes pasionales.

3. Medios lícitos. Expresa la Convención de La Haya que las partes beligerantes no tienen un derecho ilimitado en la elección de los medios para combatir al enemigo. También el cristianismo sostiene que el fin no justifica los medios. Para determinar los medios lícitos, el Derecho Natural aporta orientaciones:

· Principio de finalidad: el fin de la guerra es vencer al enemigo para lograr imponerle una paz justa. Pero, entonces, no puede justificarse la violencia inútil, que no contribuye al resultado, como el ataque a civiles no combatientes, a mujeres y niños.

· Principio de humanidad: la guerra no suspende la vigencia de los derechos humanos. Por ello, aún en situación de guerra, no pueden justificarse actos de crueldad como la tortura o el asesinato de prisioneros.

· Principio de fidelidad: para que sea posible una guerra exenta de crueldades y se pueda lograr una paz justa, es imprescindible el respeto a las normas internacionales y a los compromisos que se contraigan entre los países combatientes. “Pacta sunt servanda”, es una frase utilizada en el derecho internacional que significa que los pactos deben ser cumplidos.

4. Causa justa. En primer lugar, se requiere que el adversario haya cometido injusticia, es decir que haya violado algún derecho. Violación del derecho, sobre la que debe haber certeza, ya que la suposición no es suficiente. Además, la violación debe ser obstinada: una ofensa que el adversario no esté dispuesto a reparar por vía pacífica. En segundo lugar, se requiere que la violación o injuria sea grave. Vitoria lo expresa así: “No es lícito castigar con la guerra por injurias leves a sus autores, porque la calidad de la guerra debe ser proporcional a la gravedad del delito.” “Porque las guerras deben hacerse para el bien común, y si para recobrar una ciudad es necesario que se sigan mayores males a la República(...), en este caso no cabe duda que están obligados los príncipes a ceder su derecho y a abstenerse de hacer la guerra.”

La doctrina resumida nos sirve de guía para evaluar contiendas bélicas concretas. Podemos afirmar, sin temor a errar, que la reciente guerra contra Irak fue manifiestamente injusta. En cambio, como lo ha demostrado el Prof. Alberto Caturelli[2], la guerra de Malvinas cumple todos los requisitos que fija la doctrina para ser considerada una guerra justa.

Dijimos que para el cristianismo la guerra es admisible en determinadas situaciones, lo que lo diferencia del pacifismo, exaltación de la paz a cualquier precio. El cristianismo no es pacifista, puesto que admite la licitud de la profesión militar y la contribución ciudadana a las fuerzas armadas, como lo reconoce el Catecismo de la Iglesia Católica (nºs. 2308 y 23l0). Resulta llamativo que un alto dignatario del Vaticano, el Card. Mejía, haya sostenido recientemente en Buenos Aires, que “la paz tiene un valor absoluto” (ACI, 3-4-2003). Ese concepto no responde a la recta doctrina, sintetizada en el Catecismo: “La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave” (nº 2265).

Es que la paz -según la clásica definición de San Agustín- es la tranquilidad en el orden; y no puede haber orden sin justicia. Por eso afirmaba Juan Pablo II: “No somos pacifistas, queremos la paz, pero una paz justa y no a cualquier precio” (l8-2-l99l). Y, en otra oportunidad el Santo Padre aclaró: “Los pueblos tienen el derecho y aún el deber de proteger, con medios adecuados, su existencia y su libertad contra el injusto agresor”. (l-l-l982) Otra cuestión a considerar, es que hoy el Estado ya no es una comunidad perfecta, como lo calificaba la escolástica, pues no puede adquirir plenamente su perfección, independientemente de los demás entes estatales. Así lo explica la Pacem in Terris: “En tales circunstancias es evidente que ningún país puede, separado de los otros, atender como es debido a su provecho y alcanzar de manera completa su perfeccionamiento. Porque la prosperidad o el progreso de cada país son en parte efecto y en parte causa de la prosperidad y del progreso de los demás pueblos.” (nº l3l)

Esta nueva realidad, agrega una nueva exigencia a cumplir, antes de iniciar una acción bélica, que es consultar a la comunidad internacional buscando su mediación, para solucionar por vía diplomática los conflictos. “Y como hoy el bien común de todos los pueblos plantea problemas que afectan a todas las naciones, y como semejantes problemas solamente pueden afrontarlos una autoridad pública cuyo poder, estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga un alcance mundial, resulta, en consecuencia, que por imposición del mismo orden moral, es preciso constituir una autoridad pública mundial.” (nº l37)

En conclusión, el fenómeno de la guerra no podrá ser superado, mientras el hombre y los pueblos actúen con actitudes egoístas. “Pidamos, pues, con insistentes súplicas al divino Redentor esta paz que El mismo nos trajo. Que El borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno.” (nº l7l)




--------------------------------------------------------------------------------

[1] Utilizaremos como fuente principal: Rodríguez de Yurre, Gregorio, “Actitud Cristiana ante la Guerra”; Instituto Social León XIII: “Comentarios a la Pacem in Terris; Madrid, BAC, 1963, pgs. 448/485.

[2] “La Noción de Guerra Justa y la Recuperación de las Malvinas, Buenos Aires, Fundación Arché, s/f.

24/12/2006 15:05 Autor: utopia. Enlace permanente. Tema: Doctrina social católica No hay comentarios. Comentar.
Política: obligación moral
LA POLITICA COMO OBLIGACION MORAL DEL CRISTIANO

Como señala el P. Bartolomeo Sorge[1], los cristianos de hoy enfrentan tres tentaciones en su relación con el mundo:

1. La tentación reduccionista. Sabiendo que el cristiano es sal de la tierra, algunos, para hacer más aceptable el cristianismo, diluyen la sal evangélica, que se vuelve insípida. A esto alude Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Missio: “La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una gradual secularización de la salvación, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal”. (§ 11)

“En esta perspectiva el reino tiende a convertirse en una realidad plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y luchas por la liberación socioeconómica, política y también cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente”. (§ 17)

2. La tentación fundamentalista. Es la presunción de transformar la tierra en sal. Paulo VI, en la Encíclica Ecclesiam Suam, advertía el peligro de “acercarse a la sociedad profana para intentar obtener influjo preponderante o incluso ejercitar en ella un dominio teocrático”. (§ 72)

Es la pretensión de imponer a los demás la propia fe. En la Encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II expresa: “La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad” (§ 46)

3. La fuga mundi, apartarse del mundo. Consiste en guardar la sal en el salero, para evitar que se corrompa al contacto con el mudo. Por ese motivo, algunos antiguos cristianos preferían retirarse al desierto. Sobre esto enseña la Constitución Gaudium et Spes: “Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno”. (§ 43)

El laico recibe la llamada al compromiso social y político, no por delegación del obispo o del párroco, sino directamente de Cristo en el bautismo. Pero, además, “si la falta de compromiso ha sido siempre inaceptable, el tiempo que vivimos la hace todavía más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso”. (Juan Pablo II, Chistifideles Laici, § 3)

Presencia de los católicos en la política

Si bien las tres tentaciones descriptas deben rechazarse con igual fuerza, nos interesa profundizar el análisis en la última -la fuga mundi-, pues es la que afecta a la mayoría de los fieles de buena voluntad, que ignoran la recta doctrina, o, lo que es más grave, no la aplican, pese a conocerla. Nunca como hoy la Iglesia ha insistido tanto en el deber cristiano de actuar en la vida social y política. Llama la atención la precisión y severidad con que Su Santidad advierte que: “...los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política.” (...) Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública”. (Chistifedelis Laici,§ 42).

¿A qué se debe esa insistencia? La experiencia de los dos últimos siglos, con el fracaso de todas las ideologías, demuestra que sólo será posible un mundo mejor con una transformación de base religiosa. Pablo VI, en la Encíclica Populorum Progressio, reconoce que “ciertamente, el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos que organizarla contra el hombre”.(§ 42)

La Iglesia ofrece su contribución a la humanización del mundo, en dos formas distintas y complementarias[2]: la opción sociopolítica, propia de los laicos; la opción religiosa, propia de la comunidad eclesial, en la acción evangelizadora. La política tiene una importancia determinante en la vida del hombre y de la sociedad, porque influyen sus decisiones en la existencia humana y afecta todos los ambientes. También influyen las opciones políticas en las generaciones futuras.

Sin embargo, la política no lo es todo, y actúa en el terreno de lo relativo; sólo la fe ilumina la totalidad de la persona y de su vida. Por eso la coherencia entre fe y vida es fundamental; es obligación de los laicos dedicados a la política procurar que la promoción humana y la evangelización estén estrechamente vinculadas. Si los políticos actúan como cristianos, seguramente cambiará y mejorará la política. La Iglesia exhorta a los fieles a comprometerse en la política, porque estima el servicio social y político una de las formas más altas de testimonio y de caridad cristiana. (Constitución Gaudium et Spes § 75)).

Los cristianos comprometidos en política tienen el deber y la posibilidad de alcanzar la perfección, no a pesar de su actividad temporal, sino gracias a ella.

Hacer política como cristianos[3]

Una de las consecuencias de la caída del muro de Berlín, que provoca el aparente fin de las ideologías, es el riesgo de un pragmatismo sin ideales. Mientras en toda ideología hay “semillas de verdad”, y los errores pueden corregirse, la política sin ideales se traduce inevitablemente en la búsqueda del poder por sí mismo. Entonces quien quiera hacer política como cristiano, debe ser fiel a criterios marcados por el magisterio social de la Iglesia:

A) Coherencia con los valores del Evangelio, que ha revelado al hombre valores de una antropología sobre la que puede fundarse una sociedad justa y fraterna. La coherencia no debe ser sólo en la teoría sino vivida en el plano personal, y testimoniada en la esfera pública.

B) La coherencia debe ser subjetiva y objetiva.

La subjetiva, está basada en la legitimidad del pluralismo político de los cristianos, lo que no equivale a una diáspora cultural. Dondequiera actúen los católicos deben estar unidos en defensa de los valores éticos fundamentales. La coherencia objetiva, consiste en el deber de discernir si los elementos objetivos de una opción política son aceptables según el magisterio. El cristiano no puede - enseña Juan Pablo II- aceptar que toda idea o visión del mundo es compatible con la fe, ni aceptar una fácil adhesión a fuerzas políticas y sociales que se oponen, o que no prestan la suficiente atención a los principios de la Doctrina Social de la Iglesia[4]. El juicio sobre la coherencia objetiva corresponde tanto al fiel individual como a la Iglesia.

C) El método de hacer política debe procurar la concordia y rechazar el totalitarismo.

Recordemos que una de las ideologías condenadas por la Iglesia fue el fascismo, mediante la Encíclica Non abbiamo bisogno, de Pío XI. Precisamente, la definición de Mussolini de su ideología, sirve para encuadrar el concepto de totalitarismo: “Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado”.

D) Laicidad de la política. La realidad temporal tiene su propia consistencia ontológica. No se puede deducir de la fe un modelo político; el Evangelio señala los valores que inspiran la acción política, pero no indica los programas. Tampoco es lícito poner la política al servicio de la jerarquía (clericalismo), ni dirigirla al apostolado o a la evangelización (confesionalismo).

E) Autonomía de las opciones políticas. Los laicos no son meros ejecutores de disposiciones de la jerarquía en el campo social; son ellos los que deben buscar soluciones a los problemas concretos. Además, pueden ayudar en la elaboración de la misma Doctrina Social de la Iglesia, con sus conocimientos y experiencia de la realidad.

F) Espiritualidad y profesionalidad. La opción política del cristiano es fruto de una doble fidelidad: a los valores morales, y a las reglas propias de la actividad política, que no surgen de la Revelación, sino que pertenecen al plano de la razón, y deben estudiarse científicamente. No basta pues, ser buenos cristianos para ser buenos políticos. Se necesitan hombres que vivan la política con vocación y que se preparen conscientemente. Sabiendo, no obstante, que el tiempo reservado para la oración no es tiempo perdido. En frase de San Juan Crisóstomo: “el hombre que ora tiene las manos en el timón de la historia”.

Concepción correcta de la política y el poder

A diferencia de la Babel del relato bíblico, en la moderna babel es la confusión de ideas la que impide entenderse, aún usando las mismas palabras. En vez de la política como actividad subordinada a la ética, se alude a la política como un orden autónomo, a partir de Maquiavelo, y por eso crece el desprecio a esta actividad, juzgada como algo malo en sí mismo. Muchos católicos repiten el conocido lema de Lord Acton: “todo poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Frase atractiva que expresa un falso concepto; reyes que gobernaron en épocas de monarquías no parlamentarias, fueron canonizados por la Iglesia (San Luis, Rey de Francia; San Esteban, Rey de Hungría).

Pues el poder no es otra cosa que la facultad de mover la realidad. No es bueno ni malo; adquiere un sentido por la decisión de quien lo usa, no existe un poder que tenga de antemano un sentido. La intensidad en el uso del poder, no está relacionada con la legitimidad de su utilización. Es obvio que será necesariamente diferente la intensidad del poder que debe ejercer el director de una cárcel, que el aplicado por la superiora del convento. Lo determinante es el concepto que de la política y del poder, posea el gobernante respectivo. El Cardenal Ratzinger lo explica con referencia al proceso contra Jesús[5].

La pregunta de Pilato: “¿Qué es la verdad?”, expresa según Kelsen, el escepticismo del político, puesto que Pilato no espera la respuesta, considerando, tácitamente, que la verdad es inalcanzable. “Como no sabe lo que es justo, confía el problema a la mayoría para que decida con su voto”. De este modo, acota Kelsen, Pilato actúa como un perfecto demócrata.

Pero el mismo pasaje evangélico ha merecido otra interpretación al exegeta Schlier. Jesús se somete al proceso, por la autoridad que representa Pilato, pero lo limita al decirle: “no tendrías poder sobre mí, si no te hubiese sido dado de lo alto”.

Debemos hacer una digresión para entender que la política no es el arte de lo posible. Podemos clasificar las acciones humanas en dos grandes categorías. Lo factible, se refiere al hacer del hombre, aquello que realiza y queda fuera de él. Este tipo de acciones se rigen por la virtud del arte. Por otra parte, tenemos lo agible, el obrar del hombre, aquello que realiza y queda en sí mismo. Este tipo de acciones se rigen por la virtud de la prudencia. Como la política no produce cosas exteriores, sino que actúa en el orden de la conducta, y su principal actividad es el mando, no cabe duda que pertenece a lo agible. Por lo tanto, la virtud que debe regirla es la prudencia[6].

La definición, reformulada, es: actividad prudencial, que consiste en hacer posible lo necesario. Tampoco, al hablar de política, la circunscribimos al ámbito del Estado moderno que, al decir de Bertrand de Jouvenel[7] es un “monstruo concebido en el Renacimiento, parido por la Revolución, desarrollado en el napoleonismo, congestionado en el hitlerismo”.

El sentido cristiano del Estado es aquel que actúa para mantener la convivencia humana en orden. Le compete al Estado la función de gobernar, entendiendo ésta, no como simple ejercicio del poder, sino como protección del derecho de los ciudadanos y garante del Bien Común. Dice Ratzinger[8] que no le compete al Estado “convertir el mundo en un paraíso y, además tampoco es capaz de hacerlo. Por eso, cuando lo intenta, se absolutiza y traspasa sus límites. Se comporta como si fuera Dios...”.

Compara, al respecto, el cardenal citado, dos textos bíblicos: Rom 13, 1-7 y Ap 13. La Epístola a los Romanos describe la forma correcta del Estado; San Pablo se refiere al Estado como agente fiduciario del orden que ayuda al hombre a vivir comunitariamente. Es un deber moral obedecer al Estado que actúa de ese modo. En cambio, el Apocalipsis trata del Estado que actúa como Dios y, al hacerlo, destruye al hombre y carece del derecho a exigir obediencia. Agrega Ratzinger que resulta llamativo que tanto el nacionalsocialismo como el marxismo desconfiaran del Estado, “declararan esclavitud el vínculo del derecho y pretendieran poner en su lugar algo más alto: la llamada voluntad del pueblo o la sociedad sin clases”.[9]

Actitud frente a la política

No querer arriesgarse con los conflictos de la polis, es una actitud burguesa, no cristiana, que recuerda la pregunta de Caín: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?. Cuando los gentiles acusaban a los primeros cristianos de desinterés, Tertuliano respondía: “¿Nosotros inútiles? ¿Nosotros ociosos? No podéis decirlo de quienes comen y visten y se mantienen como vosotros y entre vosotros. No somos brahmanes o fakires, que vivamos en la selva, lejos de la vida social” (Apologeticon, 42).

Por su parte, San Agustín agrega: “los que dicen que la doctrina de Cristo es contraria al bien del Estado, que nos den un ejército de soldados tales como los hace la doctrina de Cristo, que nos den tales gobernantes de provincias, tales maridos, tales esposas, tales padres, tales hijos, tales patronos, tales obreros, tales reyes y jueces, tales contribuyentes y exactores del fisco, cuales los quiere la doctrina cristiana”[10].

León XIII, en la Encíclica Inmortale Dei, señalaba que no es lícito cruzase de brazos ante las contiendas políticas. Y Pío XII (24/12/48) afirmaba que: “un cristiano convencido no puede encerrarse en un cómodo y egoísta aislacionismo cuando es testigo de las necesidades y miserias de sus hermanos”.

También es incorrecto consolarnos con la posible intervención divina en los asuntos temporales. Que el infierno no prevalecerá contra la Iglesia está garantizado en el Evangelio, pero en ninguno de sus pasajes figura que la Argentina no desaparecerá en el siglo XXI. Limitarse a confiar en un futuro mejor, es confundir la virtud teologal de la esperanza, con un optimismo suicida. De allí la enseñanza de San Ignacio: hay que confiar en los medios divinos como si no existieran los humanos; y usar éstos como si no contásemos con los primeros.

Sobre la justificación de la Política podemos mencionar dos fundamentos:

a) Moral: si la jerarquía de las ciencias está relacionada con la perfección del objeto, tiene razón Santo Tomás en que la Política es la principal de todas las ciencias prácticas y la que las dirige a todas, en cuanto considera el fin perfecto y último de las cosas humanas[11].

b) Teológico: La política es una forma privilegiada de apostolado, porque, como enseñaba Pío XI: “cuando más vasto e importante es el campo en el cual se puede trabajar, tanto más imperioso es el deber. Tal es, pues, el dominio de la política que mira los intereses de la sociedad entera, y que bajo este aspecto es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la que podemos decir que ninguna otra le supera, salvo la de la religión”[12]

León XIII, en la Encíclica Inmortale Dei advierte: “no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al Bien Común” (§ 22). El mismo Papa, en la Encíclica Libertas, añade que: “ es bueno participar en política, a menos que en algunos lugares por especiales circunstancias de tiempo y situación se imponga otra conducta.

Más todavía, la Iglesia aprueba la colaboración personal de todos con su trabajo al bien común y que cada uno en la medida de sus fuerzas procure la defensa, la conservación y la prosperidad del Estado” (§ 33). Desde la filosofía, reflexionaba Ortega que el hombre que sólo se ocupa de la política y todo lo ve políticamente, es un majadero, pero el hombre que no se ocupa de la política, es un hombre inmoral. Es que la vida pública y la privada son interdependientes; si la primera se corrompe, la segunda no puede alcanzar sus fines.

Por ello, los hombres se organizan en torno a instituciones, que pueden favorecer su perfección personal o perjudicarla. Las estructuras son parte integrante de la polis. A tal punto que, según Santo Tomás, hay que decir que la ciudad es la misma mirando a la organización política, de modo que si ésta cambia, aunque permanezcan el mismo lugar y los mismos hombres, no es la misma ciudad[13].

La doctrina del mal menor

En momentos como el actual, de acentuado descrédito de la actividad política, es imprescindible tener como guía la antigua doctrina cristiana del “mal menor” o de la “tolerancia”. La misma enseña que es lícita la simple cooperación material con los pecados ajenos, cuando con ella se defiende algún bien superior o se impide un mal mayor. Por eso, entre dos males, se puede elegir, o permitir, el menor. No quiere decirse que sea lícito hacer un mal, considerado menor, frente a otro, sino que, frente a determinadas circunstancias es lícito permitir que otros hagan un mal, considerado menor al que surgiría con una actitud intolerante.

Sostiene el P. Häring: “Una actitud rigorista respecto de la cooperación material, a la manera de Tertuliano, haría imposible a los laicos el cumplimiento de sus deberes en el mundo. El que establece como norma de conducta no hacer nunca nada de que el prójimo se sirva o pueda servirse para el mal, excluye, desde un principio, toda acción apostólica de muchos campos de la vida, por ejemplo, de la política”[14].

Es especialmente aplicable esta doctrina al momento de elegir a los gobernantes, puesto que, como recuerda la Constitución Gaudium et Spes, los fieles tienen el deber de votar (§ 75). Por cierto, si se diera el caso de que todos los partidos presentan programas que afectan gravemente la moral y la fe, habría que abstenerse. Pero, fuera de esos casos poco frecuentes, y suponiendo que ninguno de los candidatos satisfagan plenamente nuestras aspiraciones, debe votarse por el candidato considerado un mal menor. Con esta elección, no se está haciendo un mal menor, sino permitiendo el acceso de alguien que, según sus antecedentes, será menos malo como gobernante[15].

El P. Häring expresa de este modo la obligación del católico: “dar su voto al partido que entienda ser menos opuesto a las buenas costumbres, a la fe. Tal proceder no significa que apruebe los objetivos inmorales del partido, sino, simplemente, que escoge el mal menor”[16].

Conclusiones

Todo lo expuesto, podemos sintetizarlo en la opinión de quien fue elegido por el Papa Juan Pablo II como Patrono de los Gobernantes y Políticos: Santo Tomás Moro. En efecto, además de su testimonio que demuestra que se puede actuar en política sin perder el alma, nos dejó su reflexiones, que sirven como guía para la aplicación de la prudencia política.

“Si no conseguís todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán al menos la intensidad del mal”.

“La imposibilidad de suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad porque no puede dominar los vientos”[17].




--------------------------------------------------------------------------------

[1] Sorge, Bartolmeo: “La Propuesta Social de la Iglesia”; Madrid, BAC, 1999, págs. 94-96.

[2] Op.cit., págs. 185-186

[3] Op.cit., págs. 193-207

[4] Discurso 23/11/95

[5] Ratzinger, Joseph: “Verdad, Valores, Poder”, Madrid, Rialp, 1998, págs. 87-89

[6] Palacios, Leopoldo-Eulogio: “La Prudencia Política”, Madrid, Gredos, 1978

[7] cit.por Ayuso Torres, Miguel: “La Política Como Deber: Sentido y Misión de la Caridad Política”, pág.354, EN: AAVV: “Los Católicos y la Acción Política”, Madrid, Speiro, 1982

[8] Ratzinger, Joseph: op.cit., pág 90

[9] op.cit., pág 91

[10] cit. por Ayuso Torres, op. cit., pág. 361

[11] Comentario a la Política de Aristóteles, prólogo.

[12] Pío XI: Discurso , 1927

[13] III Politicorum, lec.2, nº 364

[14] Häring: “La Ley de Cristo. La Teología Moral Expuesta a Sacerdotes y Seglares”, t. II, Herder, 1965, pág. 125

[15] Palumbo, Carmelo: “Guía Para un Estudio Sistemático de la Doctrina Social de la Iglesia”, EDUCA, 1987

[16] Häring: op.cit., pág. 134

[17] Moro, Tomás: “Utopía”, Libro Primero.