viernes, 28 de enero de 2022

¿SÓLO UN DIOS RELATIVISTA NOS PUEDE SALVAR?

 


Carlos Daniel Lasa


Infocatólica, 27/01/22

 

La Iglesia católica está siendo sacudida por remezones que traen aparejados una profunda transformación. Quizás, la última consista en el abandono del Dios revelado en el Antiguo y Nuevo Testamento (el Dios Creador y Redentor). El nuevo Dios que se predica permite a todos los hombres del planeta una auténtica y definitiva salvación.

 

Este nuevo Dios quiere preservar al hombre de un terrible mal llamado «verdad». Este Dios, que la Iglesia de nuestros días propone, nos enseña que ya no es posible estar sosteniendo el cuentito de un mundo objetivo.

 

La verdad, como adecuación del intelecto con el orden objetivo del ser, es un delirio de filósofos y teólogos carcamanes y desactualizados. Es necesario dejar de pensar y sostener la existencia de una región de la realidad permanente, estable, y por eso, fuente de las normas.

 

Desde esta perspectiva puede entenderse la aceitada sintonía existente entre la Iglesia actual y la cultura dominante.

 

Ahora bien, ¿por qué molesta tanto la verdad? Pasa que la verdad, tal como la conocíamos, divide, genera la discordia e impide la fraternidad universal. Atenas y Jerusalén, el maridaje entre la metafísica griega y la fe cristiana, debe ser definitivamente disuelto. Solo este abandono de la verdad nos permitirá la unidad entre todos los hombres. De lo contrario, existirán disputas, exclusiones.

 

Esta alianza entre Atenas y Jerusalén, obviamente, generó la exclusión de algunos hombres, es decir, de todos aquellos que no adherían a la aludida visión. Y de esta exclusión se pasó a la rivalidad, a la violencia. En este sentido, es preciso olvidar la sentencia de Jesucristo que se consigna en Mt. 10, 34-36.

 

La religión, en consecuencia, debe ser planteada como una religión de la caridad, que albergue a todos y a todas, y no como una cuestión que atañe a la verdad. Caridad y verdad son términos incompatibles. Jesús, nos dice Gianni Vattimo, no vino al mundo para mostrar el orden natural sino a destruirlo en nombre de la caridad.

 

Conviene aclarar que cuando hablamos de Dios no nos estamos refiriendo al Ipsum Esse subsistens del cual hablara Tomás de Aquino. Eso ya habrá quedado claro en este punto del escrito. Desde la nueva visión anti-metafísica, el contenido de aquello que sea Dios va a ser determinado por cada hombre, a partir de su propia condición histórica.

 

En este nuevo escenario, no existe un Ser que, más allá de la diversidad de los seres, los funde y los unifique. Todo es pluralidad. Y si todo es multiplicidad, no queda resquicio alguno para la existencia de una Verdad absoluta.

 

Estamos hablando, como lo refiere Vattimo, de un Dios diferente del ser metafísico, es decir, un Dios reñido con la verdad definitiva y absoluta, un Dios que no admite los remilgos doctrinales. Este nuevo Dios va a ser garante de la unidad del género humano, y esa unidad va a fundarse sobre la ausencia de unidad.

 

Por eso digo que solo este Dios relativista podrá salvarnos al mostrarnos que todo punto de vista es solo una cuestión de perspectiva y, como tal, es contingente y perecedero.

 

Al ser desterrada la verdad de la conciencia de los hombres, este Dios relativista hará posible la fraternidad universal. Curiosamente, el filósofo Vattimo, al igual que Gentile a principios del siglo XX, se propone salvar al catolicismo. Y salvarlo supone convertirlo en portavoz del más absoluto nihilismo. Esto es como decir: la disolución tanto de los valores supremos como de toda creencia metafísica en un orden del ser objetivo y eterno. Al igual que Gentile, Vattimo sostiene que el catolicismo solo puede salvarse si abandona de modo definitivo la metafísica griega.

 

Advirtamos que, junto a la transformación radical de las nociones de Dios, de verdad, de caridad, etc., la idea de salvación tampoco se salva (valga la redundancia). El nuevo cristianismo ya no predica la permanencia del hombre en la visión del Ser indisoluble de Dios. La nueva idea de salvación se concibe como experiencia de plenitud en la vida terrenal, histórica.

 

Ahora bien, este anhelado mundo de hermanos exigirá sentar ciertas bases comunes. Esa base común será fruto de un acuerdo que no se ocupe de perseguir la verdad de las cosas, sino de arribar a un arreglo que no necesite de evidencia alguna. Solo se precisa la caridad, la necesidad de vivir en paz con mis hermanos. La Iglesia debe ser la propulsora de un diálogo, ad intra y ad extra, que se conducirá por las arenas movedizas de la decisión.

 

Pero advirtamos algo: pretender asentarse sobre la ambigüedad implica toda una definición dentro de la cual no tienen cabida los que no la suscriben. Y si la indefinición no se basa en evidencia alguna, sino en una decisión inicial, entonces esta posición se pone fuera de todo diá-logo, de toda argumentación. Su único recurso es la imposición despótica.

 

La decisión inicial es proclamar y promover un catolicismo «caritativo»… pero fundado en una férrea disciplina, impuesta a todos los miembros de la Iglesia. Solo esta disciplina puede reducir, de modo drástico, la tozudez de aquellos que todavía velan por los fueros de la verdad.

 

Desde esta perspectiva, entonces, yo puedo entender cabalmente que se le solicite la renuncia a un sacerdote ejemplar, que es querido por su comunidad cristiana, por rezar la misa en latín; y que también se siga cobijando a los pedófilos; y que se haga caso omiso de la declaración del General de los Jesuitas que llegó a afirmar que, en realidad, no sabemos qué fue lo que Jesús dijo.

 

El abandono de todo celo doctrinal, dentro de la Iglesia católica, responde a una inteligencia de la fe formulada desde una visión filosófica anti-metafísica. Con esto, desaparece todo vestigio de verdad y se enarbola una hermandad universal, sostenida por una «caridad» que ya no está fundada en Dios, sino en una decisión antojadiza.

 

Cada una de las virtudes teologales, en consecuencia, adquiere un nuevo significado: fe en la supresión de la verdad; esperanza en un mundo sin verdad; caridad en la unión del género humano fundada sobre una decisión.

ENAJENADOS

 


Monseñor Héctor Aguer


Infocatólica, 27/01/22

 

Tenemos que revisar nuestros criterios pedagógicos y catequísticos, la acción formativa de los fieles no debe reducirse a consideraciones morales, sino que es preciso educarlos desde niños en la relación creyente con Dios.

 

Los medios de comunicación dan cuenta de un fenómeno social que para gente de mi edad, y aún para muchos adultos resulta insólito y reciente. Las noticias cotidianas son alarmantes y no es posible acostumbrarse a convivir con un fenómeno semejante. Me refiero a la cantidad abrumadora de delitos (robos y crímenes) que tienen por protagonistas a jóvenes y adolescentes. Por ejemplo, son frecuentes los casos en que atacan a las víctimas que han elegido o que se les presenta circunstancialmente como una oportunidad, a la que intentan despojar del teléfono celular, o de cualquier otro bien y aunque no logren arrebatarlo le disparan un balazo o le arrojan un puntazo cortante y lo matan. Lo hacen con total naturalidad. Frecuentemente cometen el delito en pareja o en grupos mayores, «en patota» suele decirse. No me detengo más en buscar descripciones, ya que cualquiera puede enterarse hasta el hartazgo a través de la televisión, internet o la lectura reposada de un diario. Me interesa intentar una interpretación del fenómeno: ¿por qué tantos jóvenes y adolescentes, y casi niños, en tal cantidad y frecuencia se convierten en delincuentes? Hay varias otras cuestiones (hechos que ocurren) relacionadas con aquellos hechos que no es posible abordar ahora, en que la reflexión quiere concentrarse en la búsqueda de una interpretación del fenómeno principal.

 

  Observando el panorama de la sociedad argentina, diré en primer lugar, «no hay familia»; esos criminales son hijos de nadie; carecen de la formación que desde muy pequeños se forja bajo la tutela y la autoridad amorosa de un padre y una madre. La educación familiar de los hijos es un fenómeno natural del matrimonio estable; hoy día no hay esposo y esposa, padre y madre, sino «pareja», y pareja que no dura. Los hijos de unos y otros pasan de manos, o quedan solos y sobreviven como pueden. No se me oculta que estoy formulando una generalización, pero aquellas calamidades no ocurren ut in paucioribus, en unos pocos casos, sino que se van extendiendo hasta colorear la sociedad ut in pluribus en una acumulación mayoritaria.

 

  Un segundo elemento de causalidad es, en mi opinión, la escuela: «no hay escuela». Muchos de esos delincuentes precoces no están escolarizados o lo están a medias. Pero aún así completaran un ciclo escolar, no habrían recibido la formación elemental en el respeto y el amor al prójimo. Desde sus orígenes la escuela argentina conservó apenas una transmisión de algunos principios éticos, pero desarticulados, porque esta educación o mejor dicho instrucción escolar no transmite una convicción acerca de qué, quién, cómo es la persona humana, y que debe ser respetada. La escuela es un factor elemental de socialización.

 

  La segunda consideración me lleva a la tercera causa: «no hay religión». No existe en este mundo juvenil, sobre todo en amplios sectores populares la fe activa en Dios, su conocimiento y amor. Pueden computarse quizá algunos elementos de superstición, que no son decisivos para la integración moral de la persona. Vale aquí la filosofía del ateísmo moderno: «Si Dios no existe, todo está permitido», no se asume la distinción entre el bien y el mal, no se reconoce más que lo que yo considero bien: lo que necesito, lo que quiero, lo que me brinda satisfacción y placer.

 

  En muchísimos casos los delitos se cumplen bajo la enajenación del yo de la realidad, como consecuencia del consumo de drogas adictivas. Hace tiempo el consumo de esas sustancias que provocan placer al modo de un paraíso artificial, estaba reservado a los sectores pudientes y educados de la sociedad. Pero actualmente la difusión de las drogas se ha «democratizado», y son los pobres quienes, en barrios enteros, están atrapados en el círculo delincuencial de la drogadicción. El uso de drogas anima al delito, saben apenas lo que hacen, simplemente así se ha configurado su personalidad.

 

  Entre los delitos cumplidos por jóvenes es frecuente el abuso sexual y la violación, sea heterosexual u homosexual. Esos arranques del deseo no tienen vinculación psicológica alguna con el amor, sino que se agotan en una fugaz satisfacción. Es este otro caso de enajenación del yo. La enajenación sexual se cumple comunitariamente en el boliche, los boliches bailables en los que se amontona una multitud de jóvenes durante toda la noche, comenzando después de la medianoche, tras «la previa», que se realizó en las casas de los padres de los participantes. En este aspecto de la cuestión hay que señalar la complicidad responsable de los adultos. En esas alharacas, que son un remedo de la verdadera fiesta, al desarreglo sexual se suma frecuentemente la violencia, sea dentro del local o bien fuera, muchas veces expulsados del interior por los guardianes «patovicas». Aunque han pasado varios años, no se puede olvidar el crimen, en Villa Gesell, de Fernando Báez Sosa; obra de una patota de rugbiers, que en prisión preventiva aguarda el juicio que los condenará.

 

  Podemos intentar una interpretación filosófica del hecho de la enajenación. Los protagonistas advierten que su comportamiento nace de fuentes profundas, son pulsiones de las que no pueden tornarse conscientes; son individuos, no personas. La persona elige el punto motor de su propia existencia; se nace individuo y se llega a ser singular, no confundido a la masa, mediante la elección de un tipo de existencia, de un propósito o proyecto en función del cual cada uno de nosotros se diferencia de los otros del punto de vista del yo y de la libertad. Esta operación puede cumplirse en gente muy joven; es fruto de la educación en la familia o de una vinculación religiosa con Dios. Su condición personal, la emergencia de un yo personal se abre paso en la atmósfera educativa, se verifica como querer pensar y un querer querer. Es fundamental la relación del niño con la madre, la experiencia de donde brota la vida del espíritu, lo que los filósofos llaman ser existencial radical; allí se inscribe la incógnita del destino del hombre.

 

  Es una tragedia la acumulación de jóvenes en las cárceles, o su asesinato por la policía. La sociedad se acostumbra a ver esto; entonces el fenómeno de enajenación avanza y destruye la dimensión auténticamente humana de la sociedad. Lo aquí reseñado existe, de un modo u otro, con diversa intensidad en muchos lugares del mundo; es un efecto de la descristianización de la época moderna. Pero nosotros no podemos resignarnos, porque la esperanza nos llama a elegir la eternidad (Kierkegaard dixit) para vivir humanamente el tiempo.

 

  Por último, cabe una comparación por contraste con lo que, no consiste en una enajenación, sino que saca al yo personal de su recubrimiento sobre sí mismo, de su reclusión en el horizonte de esta vida temporal. Me refiero al crecimiento en la gracia de Dios y en la vida de oración, en la relación religiosa con Dios. Desde niños, desde muy jóvenes pueden los cristianos cruzar la frontera para vivir en Dios, para que Dios viva en ellos. Esta es la dimensión mística de la fe. Jesús ha dicho a sus discípulos: «Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi padre lo amará, vendremos a él y pondremos en él nuestra morada» (Jn 14,23). Se puede pensar que este modo de vida es para una pequeña minoría, pero en realidad es el destino posible de todo bautizado, es la realización creciente de la gracia del bautismo.

 

  Tenemos que revisar nuestros criterios pedagógicos y catequísticos, la acción formativa de los fieles no debe reducirse a consideraciones morales, sino que es preciso educarlos desde niños en la relación creyente con Dios. La pésima situación religiosa del país no debe hacernos perder la esperanza; que ha de apoyarse en una súplica confiada para que Dios intervenga. Está en juego el misterio de la salvación. Quiero decir que lo contrario a la enajenación es la vida mística.

 

+ Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata

jueves, 27 de enero de 2022

CARLOS REZZÓNICO

 La Voz del Interior del día de la fecha (*), dedica una página a recordar al Dr. Carlos Alberto Rezzónico -a quien tuvimos el privilegio de conocer-, que falleció recientemente. Adherimos al pesar por la pérdida de esta excelente persona, ejemplo de laico católico comprometido con su fe. Seleccionamos algunos datos de su larga vida (94 años).

Fue un destacado pediatra, profesor titular de la cátedra respectiva, presidente de la Academia de Ciencias Médicas de Córdoba, y miembro del Instituto Bioético de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. También presidió la Academia del Plata.

Rezzónico intervino en el ordenamiento de la profesión y de la vida de los cordobeses. Dentro de su órbita, en 1968 se crearon los residencias médicas mientras era subsecretario de Salud durante la gobernación de Carlos Caballero y Carlos Consigli era ministro de Salud de la provincia, bajo la presidencia de Juan Carlos Onganía.

Fue autor de la ley 6.222, promulgada en 1978 (...) que rige hasta la actualidad el ejercicio de las profesiones y actividades relacionadas con la salud humana.

A ese antecedente aludió en mayo de 2018 durante su argumentación en contra del aborto legal. Dijo que se iba a referir "a la experiencia de Córdoba, porque la provincia no es ninguna improvisada" y mencionó la ley que lleva su apellido y que está modificada en varios puntos, como el de la prohibición de la anticoncepción con cualquier tipo de método.


(*) Adiós a Rezzónico...; La Voz del Interior, 27-1-21, p. 21.

miércoles, 26 de enero de 2022

CÓMO ACTUAR FRENTE A LA HOMOSEXUALIDAD

 

 

El papa Francisco pidió este miércoles a los padres que acompañen y no condenen a un hijo por su orientación sexual, durante la audiencia general celebrada en el aula Pablo VI del Vaticano. “Pienso en los padres ante los problemas de sus hijos” reflexionó el pontífice, que nombró a los “que ven las orientaciones sexuales” de sus discípulos y pidió “acompañar a los hijos y no esconderse en comportamientos de condena”. 


Francisco siempre ha condenado el rechazo en las familias a los hijos homosexuales y a su regreso de un viaje a Irlanda, en agosto de 2018, cuando los periodistas le preguntaron en el avión qué les diría a los padres de un hijo gay, Francisco respondió: “Ignorar al hijo o la hija con tendencias homosexuales sería una falta de maternidad y paternidad. Eres mi hijo o mi hija como eres”. (Infobae, 26-1-21)


Es laudable fomentar la misericordia y la tolerancia frente a los problemas de los hijos, siempre que, simultáneamente, se enseñe el recto camino, misión ineludible de los padres.

Por eso, lamentamos que el santo Padre, no haya aprovechado la audiencia general, para recordar la enseñanza del Catecismo de la Iglesia, que señala que los homosexuales:

 

“Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.” (2358)

“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente, a la perfección cristiana“ (2359)


El mismo catecismo, analiza de modo breve y preciso, que:


“La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.“ (2357)

 

lunes, 24 de enero de 2022

EUTANASIA

 

Era  previsible que, después del aborto, se procurara legalizar la eutanasia. Ya se presentaron tres proyectos en el congreso; ayer se publicó (*) el contenido del que redactó la diputada nacional por Córdoba, Gabriela Estévez, del Frente de Todos: "Ley de Derecho a la prestación de ayuda para morir dignamente".

El proyecto se cita habitualmente como ley Alfonso, pues está inspirado en el caso de Alfonso Oliva, ya fallecido, que padecía de ELA (esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad neurodegenerativa que va paralizando en forma paulatina todos los músculos del cuerpo. Es la dolencia que afecta al senador Esteban Bullrich, que renunció a su banca recientemente durante una histórica sesión.

Bullrich, católico practicante, asumió su situación, declarando en un reportaje:

 “Creo que Dios nunca nos pone pruebas que no podamos superar. Él hace nuevas todas las cosas, confío en Él”, expresó en una carta pública. De todos modos, había manifestado que su nueva condición no lo definiría y que seguiría adelante con su vida, a la que calificó como feliz y maravillosa. (**)

Además del testimonio mencionado, y para evitar que el concepto de muerte digna pueda confundir, asimilándolo al suicidio asistido que implica la eutanasia, conviene recordar la doctrina católica sobre el tema. Un resumen del tema se encuentra en un párrafo de la encíclica Evangelium vitae, de San Juan Pablo II:


65. Para un correcto juicio moral sobre la eutanasia, es necesario ante todo definirla con claridad. Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. «La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o de los métodos usados».

 

De ella debe distinguirse la decisión de renunciar al llamado «ensañamiento terapéutico», o sea, ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar o, bien, por ser demasiado gravosas para él o su familia. En estas situaciones, cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia «renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares». Ciertamente existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se debe valorar según las situaciones concretas; es decir, hay que examinar si los medios terapéuticos a disposición son objetivamente proporcionados a las perspectivas de mejoría. 

La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte.

 

En la medicina moderna van teniendo auge los llamados «cuidados paliativos», destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano adecuado. En este contexto aparece, entre otros, el problema de la licitud del recurso a los diversos tipos de analgésicos y sedantes para aliviar el dolor del enfermo, cuando esto comporta el riesgo de acortarle la vida. En efecto, si puede ser digno de elogio quien acepta voluntariamente sufrir renunciando a tratamientos contra el dolor para conservar la plena lucidez y participar, si es creyente, de manera consciente en la pasión del Señor, tal comportamiento «heroico» no debe considerarse obligatorio para todos. 

Ya Pío XII afirmó que es lícito suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener como consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida, «si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales». En efecto, en este caso no se quiere ni se busca la muerte, aunque por motivos razonables se corra ese riesgo. Simplemente se pretende mitigar el dolor de manera eficaz, recurriendo a los analgésicos puestos a disposición por la medicina. Sin embargo, «no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo»:  acercándose a la muerte, los hombres deben estar en condiciones de poder cumplir sus obligaciones morales y familiares y, sobre todo, deben poderse preparar con plena conciencia al encuentro definitivo con Dios.

 

Hechas estas distinciones, de acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.

 

Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio.


(*) Perfil, 23-1-2022.

(**) TN, 2-12-21.

viernes, 21 de enero de 2022

GRAVE SITUACIÓN EDUCATIVA

 

A pocos días de publicado el excelente artículo de Claudia Peiró (*), que describe detalladamente la forma en que se está destruyendo la calidad educativa en nuestro país, estalló una polémica sobre declaraciones de la Ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires. Soledad Acuña se refirió a las consecuencias del absurdo cierre de las clases presenciales, durante dos años: más de un millón de niños y jóvenes abandonaron para siempre la escolaridad. 

El saldo de dicha medida es calamitoso para la sociedad, pero en especial para quienes han cercenado su futuro posible, al quedar su formación inconclusa.

Lo más llamativo es que la actitud de las autoridades (incompetencia, negligencia, demagogia?), trasciende la grieta partidaria, y se replica en distintos niveles de gobierno. Sobre esto último, el diario La Voz del Interior, de Córdoba, describe las medidas adoptadas en la provincia de Santa Fe (**).

El ministerio respectivo, "al cerrar el año lectivo 2021, ordenó a los docentes aprobar a todos los alumnos que en los dos últimos años hubieran cursado un trimestre, agregando como bono la aprobación de cualquier materia correlativa. A la vez, se suprimieron los aplazos, la repitencia y las materias previas."


(*)

http://www.foroazulyblanco.blogspot.com/2022/01/aulas-de-aceleracion.html


(**) "La  educación en el lecho de Procusto", 20-1-2022.