lunes, 30 de noviembre de 2009

Aniversario del Tratado de Paz y Amistad con Chile


Con motivo de haberse cumplido 25 años de la firma del Tratado que puso fin al conflicto entre Argentina y Chile por el Beagle, queremos necesario reproducir –ratificando su contenido- lo que manifestamos en vísperas de la consulta popular realizada el 25-11-1984.

VOTE NO O NO VOTE
[1]
Análisis del Tratado de Paz y Amistad con Chile

1. En la introducción del Tratado se expresa que el mismo “constituye una transacción”, lo que aclara, una vez más, que la mediación es un procedimiento diplomático destinado a buscar un acuerdo político entre dos Estados en conflicto. Por ello, nuesto país no podía pretender, después de haber aceptado la Mediación de Su Santidad, el reconocimiento pleno de su derecho, que abarca toda la superficie en disputa.

2. Lo grave es que el acuerdo logrado no representa en realidad una transacción, sino un reconocimiento total de la pretensión chilena, que obtiene: a) las islas Picton, Lennoz y Nueva; b) todas las otras islas, hasta el Cabo de Hornos; y c) 9.800 km2 de mar.

3. Conforme al Tratado de 1881 (Art. 3º), todas las islas corresponden jurídicamente a la Argentina, por estar al oriente y no al sur del Canal Beagle, que concluye en Punta Navarro. Esta aseveración está avalada científicamente por las conclusiones de la XXXIX Semana de Geografía, realizada en Buenos Aires, en Octubre de 1977.

4. Asimismo, la zona de mar adjudicada a Chile pertenece en derecho a nuestro país, por estar al oriente del meridiano del Cabo de Hornos, que es límite –reconocido universalmente por geógrafos y oceanógrafos- que divide al Océano Pacífico del Atlántico, correspondiente este último a la Argentina, según lo estipulado por el Tratado de 1893 (Art. 2º).

5. El Artículo 8º deja constancia de que cada país puede invocar, frente a terceros Estados, la anchura máxima de mar territorial que le permita el derecho internacional. Esto implica que Chile podrá en el futuro obtener beneficios de las posibles explotaciones realizadas en la zona de mar que se le reconoce a la Argentina.

6. El General (R) Etcheverry Boneo, que durante seis años representó a nuestro país, en las negociaciones ante el Vaticano, ha demostrado que este acuerdo es más desfavorable para la Argentina que la Propuesta original del Papa, formulada en 1980. En efecto, si bien se suprime la zona de actividades comunes de 118.000 km2, donde a Chile le correspondía el 50 % de los beneficios que se obtuviesen, dicha zona quedaba fuera de la plataforma continental, donde los recursos no son económicamente redituables, al menos por ahora. En cambio, este acuerdo le adjudica 9.800 km2 de jurisdicción exclusiva, en la parte más rica del Océano Atlántico. Además, se pierde el control del Pasaje Drake, que por la propuesta de 1980 quedaba en jurisdicción argentina, aspecto muy grave por la importancia estratégica del Pasaje (La Prensa, 22-10-84).

7. También quedan seriamente afectados los derechos argentinos sobre territorio antártico, al quebrarse la continuidad geográfica desde el continente; incluso se restringe severamente la libertad de navegación de que siempre gozó la Argentina en la zona austral.

8. Por todo lo expuesto, no puede extrañar que un dirigente radical, el Dr. Mario Roberto, Diputado Nacional por Córdoba, haya expresado que “acaba de cometerse el error más grave de toda la historia de nuestro país en materia de política internacional”, y que, de aprobarse este Tratado, “no solamente perderemos las islas y las riquezas que ellas proyectan, sino que perderemos la dignidad y la imagen internacional” (La Prensa, 9-10-84).

9. El peligro de guerra, que algunos esgrimen para promover la aprobación del Tratado, no resiste el menor análisis, puesto que en Enero de este año se firmó un documento con Chile, por el cual se ratifica la decisión de ambos países de mantener la paz, Lo que sí debe recordarse es que la paz es fruto de la justicia, y de no lograrse un acuerdo que satisfaga, aunque sea parcialmente, los derechos argentinos, ninguna declaración retórica podrá garantizar la paz en el futuro. Este criterio es el que llevó –en vísperas de la anulación del Laudo Arbitral- a un grupo de personalidas, encabezado por el Dr. Raúl Alfonsín, a declarar que “ningún principio internacional debe prevalecer frente al interés legítimo y vital de la Nación, de hecho comprometido y vulnerado” (La Nación, 4-10-77).

10. Los errores y vacilaciones de los gobiernos anteriores, hacen admisible una transacción que conlleve la renuncia argentina a una parte de sus derechos, a fin de terminar con un conflicto centenario, pero, ningún motivo puede justificar la renuncia total a la soberanía que le corresponde en la zona austral, pues ello implicaría afectar mortalmente su futuro como Estado independiente.

11. En conclusión, consideramos:

a) Que es inconveniente la Consulta Popular sobre el Conflicto Austral, dispuesta por el Gobierno Nacional, por tratarse de un problema complejo, cuya solución debe ser adoptada por el Congreso Nacional, debido a que sus miembros poseen –además de las facultades constitucionales para hacerlo- la necesaria experiencia política, el tiempo suficiente y la posibilidad de obtener asesoramiento especializado.

b) El Tratado propuesto es inaceptable, y debería continuarse negociando con Chile, en el marco de la Mediación Papal, hasta lograr un acuerdo satisfactorio para ambas partes.

c) Dada la gravedad del peligro que involucra la Consulta, es deber moral del ciudadano que comparta la convicción expuesta, de abstenerse de votar o votar por el NO.

[1] Centro de Estudios Cívicos, Boletín Acción, Nº 12, noviembre de 1984.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Semblanza de San Martín


(Un estudio del Dr. Mario Meneghini)
por
José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado

En los últimos tiempos algunos académicos de cierto nombre (Pagni, Terragno, García Hamilton, etc.) dedicaron su pluma a desacralizar, en sentido cívico, la personalidad y la obra del general José de San Martín. Acaso con la intención de instalar la “verdad objetiva” en la conciencia de los argentinos, por un lado, o, también, para sentar plaza de originales aún a costa de cortarle los pies a los soportes históricos de la nacionalidad. Esto del revisionismo es un viejo vicio de ciertos intelectuales politizados que, sin mayor asidero científico, se esmeran por lograr mercado para sus libros, folletos y folletines.

De ahí que, con plena oportunidad, el doctor Mario Meneghini, titular del Instituto de Formación Política “Tomás Moro”, acaba de dar a luz una meritoria indagación sobre varios de los aspectos que ofrece la trayectoria del Libertador, con el legítimo afán de poner las cosas en su lugar. Con el sello de “Foro Sanmartiniano” (Córdoba, 2009, en 62 páginas) se ocupa de ciertos puntos de innegable significación para la vida y obra de San Martín y que, a la vez, permiten dilucidar la correspondiente problemática nacional. Son siete (7) capítulos, con adecuadas referencias documentales y bibliográficas, elaborados con admirable convicción y sin eludir, para nada, la temperatura polémica que les acompaña. A saber : i) Dudas y leyendas; ii) San Martín y la tradición nacional; iii) El diario de San Martín escrito por Terragno; iv) San Martín no fue masón; v) La amistad de San Martín y Belgrano; vi) San Martín y Rosas; vii) La salud de San Martín y el problema del opio.

En todos dichos tópicos se advierte en el autor la decisión de no eludir la confrontación con las tesis y versiones que, a su juicio, carecen de autenticidad. y en cada uno resalta la preocupación por lograr las necesarias bases documentales y testimoniales, y renglón seguido incorporar las reflexiones que sugieren los personajes y los acontecimientos. Y sin dejar de exhibir en los conceptos, las afirmaciones e incluso los enfoques críticos, la filiación católica que siempre se reconoció en el Dr. Meneghini. Al margen de coincidencias o diferencias, siempre califica positivamente al investigador del pasado el traer a éste al presente para vitalizarlo con su propia perspectiva doctrinaria.

Sólo como muestra –y sin excluir la importancia de los demás-- mencionamos los capítulos cuatro (“San Martín no fue masón”) y siete (La salud de San Martín”). El primero reedita la preocupación del autor por desmentir las reiteradas versiones sobre la supuesta índole “masónica” de la Logia Lautaro, de que el Libertador fue fundador en 1812 juntamente con Zapiola, Alvear, Chilavert y otros integrantes del grupo de argentinos que arribaron a Buenos Aires para empeñarse en la lucha por la independencia. El segundo contiene una muy interesante indagación sobre los problemas de salud que soportó San Martín durante toda su vida activa y más cuando su retiro; es un esfuerzo esclarecedor de mucha prolijidad junto a la opinión de testigos y médicos. En ello se destaca el tema del uso y abuso que aquél pudo haber hecho del opium (un derivado homeopático) para paliar dolores y enfermedades.

Creo, finalmente, que éste será un aporte valioso, a la vez incisivo, en una etapa argentina en que se deja ver la acción de tarascones con que desde ciertos ángulos se hace objeto a la imagen del Libertador. Y que no dejarán impune la participación del Dr. Meneghini en la batalla.-

(Prólogo y Debate, 25-11-09)



jueves, 19 de noviembre de 2009

Soberanía Nacional: 1845-2009


Recordamos hoy el combate de la Vuelta de Obligado que se produjo el 20 de noviembre de 1845, en aguas del río Paraná, al norte de la provincia de Buenos Aires. Enfrentó a la Confederación Argentina, liderada por el general Rosas y a la escuadra anglo-francesa, cuya intervención se realizó con el pretexto de lograr la pacificación ante los problemas existentes entre Buenos Aires y Montevideo.
Con el desarrollo de la navegación a vapor ocurrido en la tercera década del siglo XIX, grandes navíos mercantes y militares podían remontar en tiempos relativamente breves los ríos en contra de la corriente, y con una buena relación de carga útil.

Este avance tecnológico acicateó a los gobiernos británicos y franceses que, desde entonces, siendo las superpotencias de esa época, pretendían lograr garantías que permitieran el comercio y el libre tránsito de sus naves por el estuario del Plata y todos los ríos interiores pertenecientes a la cuenca del mismo.

En el año 1811, poco después de la Revolución de Mayo, Hipólito Vieytes había recorrido la costa del Paraná buscando un lugar en donde poder montar una defensa contra un hipotético ataque de naves realistas. Para este propósito consideró al recodo de la Vuelta de Obligado como el sitio ideal, por sus altas barrancas y la curva pronunciada que obligaba a las naves a recostarse para pasar por allí. Rosas estaba al tanto de sus anotaciones, y es por ello que decidió preparar las defensas en dicho sitio.
Once buques de combate de la escuadra anglo-francesa navegaban por el río Paraná desde los primeros días de noviembre; estos navíos poseían la tecnología más avanzada en maquinaria militar de la época, impulsados tanto a vela como con motores a vapor. Una parte de ellos estaban parcialmente blindados, y todos dotados de grandes piezas de artillería forjadas en hierro y de rápida recarga y cohetes a la Congrève, que nunca se habían utilizado en esta región.
El general Mansilla hizo tender tres gruesas cadenas de costa a costa, sobre 24 lanchones. Después de varias horas de lucha, los europeos consiguieron forzar el paso y continuar hacia el norte, atribuyéndose la victoria.

Tras varios meses de haber partido, las naves agresoras debieron regresar a Montevideo "diezmados por el hambre, el fuego, el escorbuto y el desaliento",
De modo que la victoria anglofrancesa resultó pírrica; al respecto había escrito el general San Martín desde Francia:
"Los interventores habrían visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca. (…) Esta contienda es, en mi opinión, de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España".

Este combate — pese a ser una derrota táctica — dio como resultado la victoria diplomática y militar de la Confederación Argentina, la resistencia opuesta por el gobierno argentino obligó a los invasores a aceptar la soberanía argentina sobre los ríos interiores. Gran Bretaña, con el Tratado Arana-Southern, y Francia, con el Tratado Arana-Lepredour, concluyeron definitivamente este conflicto.
En un gesto evidente del triunfo argentino, el 27 de febrero de 1850, el contraalmirante Reynolds, por orden de Su Majestad Británica, izó la bandera argentina al tope del mastil de la fragata Southampton, y le rindió honores con 21 cañonazos.
A pedido del historiador José María Rosa, se promulgó la ley 20.770 que declara el 20 de noviembre "Día de la Soberanía Nacional", a modo de homenaje permanente a quienes defendieron con valentía y eficiencia los derechos argentinos.

Es importante reflexionar hoy sobre el tema de la soberanía, en un momento de profunda crisis en el país. Hoy existe en la Argentina, como nunca antes, un desaliento generalizado sobre su destino; cunde un clima de descontento, de protesta, una especie de atomización social. Estos síntomas evidencian que está debilitada la concordia, factor imprescindible para que exista una nación en plenitud.

El primer tópico a analizar es la relación entre los conceptos de nación y estado. La nación es una forma típica de comunidad, o sea, un grupo humano que no se ha formado deliberadamente, y que surge históricamente como vínculo espiritual entre personas que poseen una serie de factores comunes. No es una persona moral, ni puede organizarse. De allí el error de definir al Estado como una nación jurídicamente organizada, metamorfosis sostenida por los teóricos de la Revolución Francesa. De esta confusión surge el Estado jacobino, que también confunde los conceptos de soberanía nacional y soberanía popular.
En realidad, la nación es algo no político, y según la experiencia histórica puede convivir con otras dentro de un mismo Estado, así como puede extenderse más allá de las fronteras de dicho Estado. Mientras el Estado es un ente de existencia necesaria para la convivencia humana; la nación está condicionada históricamente.

El segundo tópico a considerar es el peligro que creen advertir muchos de que, en esta época signada por la globalización, el estado sufra una disminución o pérdida total de su soberanía. Para ello, debemos precisar el concepto mismo de soberanía, que es la cualidad del poder estatal que consiste en ser supremo en un territorio determinado, y no depender de otra normatividad superior. No es susceptible de grados; existe o no. Por lo tanto, carece de sentido mencionar la "disminución de soberanía" de los Estados contemporáneos.
Lo que puede disminuirse o incrementarse es el poder propiamente dicho, es decir, la capacidad efectiva de hacer cosas, de resolver problemas e influir en la realidad. El hecho de que un Estado acepte, por ejemplo, delegar atribuciones propias en un organismo supraestatal -como el Mercosur-, no afecta su soberanía, pues, precisamente, adopta dichas decisiones en virtud de su carácter de ente soberano.

Habiendo analizado los aspectos conceptuales de la cuestión, podemos ahora encararla con referencia a nuestro Estado. No cabe duda que la globalización implica un riesgo muy concreto de que disminuya en forma alarmante el grado de independencia que puede exhibir un país en vías de desarrollo. Ningún país es hoy enteramente libre para definir sus políticas, ni siquiera las de orden interno, a diferencia de otras épocas históricas en que los países podían desenvolverse con un grado considerable de independencia. Entendiendo por independencia la capacidad de un Estado de decidir y obrar por sí mismo, sin subordinación a otro Estado o actor externo; la posibilidad de dicha independencia variará según las características del país respectivo y de la capacidad y energía que demuestre su gobierno. Pues, más allá de las pretensiones de los ideólogos de la globalización, lo cierto es que el Estado continúa manteniendo su rol en nuestros días. En varios países europeos el Estado maneja más de la mitad del gasto nacional, y no es consistente, por lo tanto, afirmar que los políticos son simples agentes del mercado. Es claro que ello exige fortalecer el Estado, que sigue siendo el único instrumento de que dispone la sociedad para su ordenamiento interno y su defensa exterior.

La situación internacional, vista sin anteojeras ideológicas ofrece, - en especial desde 1989- posibilidades de actuación autonómica aún a los países pequeños y medianos. Por cierto, que para poder aprovechar las circunstancias, es necesario que los gobernantes sepan distinguir los factores condicionantes de la realidad, de los llamados "factores determinantes" de la política exterior; estos son los hombres concretos que deciden en los Estados, procurando mantener su independencia.
El economista Aldo Ferrer ha aportado un concepto interesante, el de "densidad nacional", que expresa el conjunto de circunstancias que determinan la calidad de las respuestas de cada nación a los desafíos y oportunidades de la globalización. Atribuye dicho autor a la baja densidad nacional, la causa de los problemas argentinos.

La primera decisión política a adoptar es la de fortalecer el rol del Estado para procurar su máxima eficacia. Desde nuestra perspectiva no deben ser motivo de preocupación los cambios de tamaño, forma y funciones del Estado, mientras cumpla su finalidad esencial de gerente del Bien Común.

Ahora bien, el grave problema argentino, es que no existe soberanía pues no existe el Estado. Para arribar a esa afirmación, seguimos al Prof. de Mahieu, que enseña que todo Estado contemporáneo debe cumplir tres funciones básicas:

1º) La función de síntesis. La unidad social es el resultado de la síntesis de las diversas fuerzas sociales constitutivas, síntesis en constante elaboración por los cambios que se producen en los grupos y en el entorno. La superación de los antagonismos internos no surge espontáneamente; es el resultado de un esfuerzo consciente por afianzar la solidaridad sinérgica, a cargo del Estado.
El poder estatal tendrá legitimidad en la medida en que cumpla dicha función, garantizando la concordia política.

2º) La función de planeamiento. El Estado centraliza la información que le llega de los grupos sociales; recopila sus problemas, necesidades y demandas. Los datos son procesados y extrapolados en función de los fines comunes, fijados en la Constitución Nacional y en otros documentos, que señalan los objetivos políticos y los valores que identifican a un pueblo. Con mayor o menor intensidad, según el modelo gubernamental elegido, es en el marco del Estado donde debe realizarse el planeamiento global que establezca las metas y las prioridades en el proceso de desarrollo integral de la sociedad, en procura del Bien Común. Por cierto que, en una concepción no totalitaria el planeamiento estatal sólo será vinculante para el propio Estado, y meramente indicativo para el sector privado. La autoridad pública no debe realizar ni decidir por sí misma "lo que puedan hacer y procurar comunidades menores e inferiores", en palabras de Pío XI. Pero, debido a la complejidad de los problemas modernos, el principio de subsidiariedad resulta insuficiente para resolverlos sin la orientación del Estado, que mediante el planeamiento se dedique a "animar, estimular, coordinar, suplir e integrar la acción de los individuos y de los cuerpos intermedios".

3º) La función de conducción. La esencia de la misión del Estado es el ejercicio de la autoridad pública. La facultad de tomar decisiones definitivas e inapelables, está sustentada en el monopolio del uso de la fuerza, y se condensa en el concepto de soberanía. El gobernante posee una potestad suprema en su orden, pero no indeterminada ni absoluta. El poder se justifica en razón del fin para el que está establecido y se define por este fin: el Bien Común temporal.

Si un Estado no posee, en acto, estas tres funciones, ha dejado de existir como tal o ha efectuado una trasferencia de poder en beneficio de organismos supraestatales, o de actores privados, o de otro Estado.
Como hipótesis, sostenemos que el Estado argentino dejó de funcionar como tal a partir de junio de 1970 –hace cuatro décadas-, pues desde esa fecha se advierte claramente que resultaron afectadas las tres funciones básicas.

Resumiendo lo expresado, consideramos que el mundo contemporáneo permite conservar cuotas significativas de independencia, siempre que exista una estrategia que seleccione el método de análisis y de elaboración de planes, apto para resolver los problemas gubernamentales.
Si es correcto el análisis, la prioridad absoluta consiste en restaurar el Estado, y procurar que actúe eficazmente al servicio del bien común.
Sin embargo, la restauración del Estado argentino no ocurrirá como consecuencia necesaria de elaborar un buen diagnóstico. Es insensato confiar en que, precisamente en el momento más difícil de la historia nacional, podrá producirse espontáneamente un cambio positivo. Sólo podrá lograrse si un número suficiente de argentinos con vocación patriótica, se decide a actuar en la vida pública buscando la manera efectiva de influir en ella. La acción política no puede limitarse a exponer los principios de un orden social abstracto. La doctrina tiene que encarnarse en hombres que cuenten con el apoyo de muchos, formando una corriente de opinión favorable a la aplicación de la doctrina.

Lamentablemente, tropezamos con un generalizado abstensionismo cívico. Nos parece que, si a la política se la sigue considerando la cenicienta del espíritu –en expresión de Irazusta-, seguirá careciendo el país de suficientes políticos aptos en el servicio a la comunidad. No puede extrañar que esta actividad genere recelos, pues es la función social más susceptible a la miseria humana, la que exacerba en mayor medida las pasiones y debilidades. Pero la situación actual en nuestro país es, y desde hace mucho tiempo, verdaderamente patológica; la mayoría de los buenos ciudadanos, comenzando por los más inteligentes y preparados, abandonan deliberadamente la acción política a los menos aptos y más corruptos de la sociedad, salvo honrosas excepciones.

Explica Marcelo Sánchez Sorondo que: “al ocurrir la vacancia del Estado por el ilegítimo divorcio entre al Poder y los mejores, en la confusión de la juerga aprovechan para colarse al Poder los reptiles inmundos que, denuncia Platón, siempre andan por la vecindad de la política, como andan los mercaderes junto al Templo”
Se ha llegado a esta situación por un progresivo y generalizado aburguesamiento de los ciudadanos, de acuerdo a la definición hegeliana del burgués, como el hombre que no quiere abandonar la esfera sin riesgos de la vida privada apolítica.

Un proyecto nacional puede contribuir, a compatibilizar la inevitable integración del país con los demás países, y la preservación de la propia identidad cultural. Si se continúa, en cambio, con una persistente improvisación, sin rumbo fijo, desaprovechando oportunidades y despilfarrando los recursos que nos ha entregado generosamente la Providencia, mereceremos lo que advirtió don Ricardo Rojas, hace exactamente un siglo:
Si el pueblo argentino prefiere una vocación suicida, si abdica de su personalidad e interrumpe su tradición, y deja de ser lo que secularmente ha sido, legará a la historia el nuevo ejemplo de un pueblo que, como otros, fue indigno de sobrevivirse, y al olvidar su pasado renunciará a su propia posteridad.

Entonces, un proyecto nacional deberá estar basado en las raíces históricas del pueblo argentino. La definición más común de la patria, indica que es "la tierra de los padres". No es sólo un territorio, es una geografía permeada por siglos de asentamiento de una comunidad determinada. Curiosamente, todos las propuestas de proyecto nacional que se han publicado en el país, reconocen el pasado de la nación argentina, que se distingue por una cultura, una lengua y una religión. Dicha cultura tiene su origen en Grecia y Roma, y nos llegó a través de España, junto con el cristianismo.
La fidelidad a esos valores, estaba presente en los hombres que forjaron la patria. Incluso cuando se produjo la emancipación, la ruptura política no significó renegar de la tradición, de la herencia recibida. Los argentinos de hoy no tenemos derecho a traicionar esa herencia. Pese a tantos problemas y desencantos, debemos decir, parafraseando a un poeta español: quiero a mi patria, por no me gusta como es hoy. Nuestro amor a la patria, no debe ser una complacencia sensible, no solamente un sentimentalismo de discurso escolar, sino conciencia de la realidad de esta patria y de este pueblo. De este pueblo que quiere seguir siendo fiel a la herencia que le están arrebatando tantos aventureros y delincuentes.

Quien es considerado, con justicia, el Padre de la Patria -San Martín-, fue combatido y obligado al exilio por aquellos que renegaban del pasado de la patria. Que negaban la tradición hispánica, pues preferían los postulados masónicos de la Revolución Francesa. Aún desde Europa, San Martín continuó hasta su muerte preocupándose por el cuerpo y el alma de la Argentina. En varias de sus cartas aboga por una mano firme que ponga orden en la patria. Cuando esa mano firme enfrenta al invasor extranjero, en la Vuelta de Obligado, San Martín redacta su testamento, disponiendo:
"El sable que me ha acompañado en la independencia de América del Sur, le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que como argentino he tenido de ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla."

Los argentinos que vivimos hoy en esta patria, la recibimos como herencia del pasado y debemos transmitirla a las generaciones futuras. Es algo que tenemos en custodia, no nos pertenece. No la podemos vender, ni mucho menos regalar.
Nunca es más grande y fuerte un pueblo que cuando hunde sus raíces en el pasado. Cuando recuerda y honra a sus antepasados. Por eso, debemos mirar hacia ese pasado y recordar el ejemplo de los héroes nacionales, para pensar después en el presente; para pensar en el presente sin desanimarnos, a pesar de todo. Para que, aunque parezcamos una patria y un pueblo de vencidos, no seamos vencidos en nuestra alma, no seamos vencidos en nuestro espíritu, en nuestra manera de pensar, en nuestro compromiso de argentinos.
Frente a la decadencia actual de la Argentina, la peor tentación, mucho peor que la derrota exterior, es la tentación de la derrota interior. La tentación del desaliento, la tentación de la desesperación, la tentación de pensar que no hay nada que hacer. La tentación de rendirnos.

La cultura de un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces. La nación es una comunidad unificada por la cultura, que nos da una misma concepción del mundo, la misma escala de valores. La nacionalidad es tener:
glorias comunes en el pasado;
voluntad común en el presente;
aspiraciones comunes para el futuro.

Quienes pretenden, por ejemplo, suprimir del calendario el Día de la Raza, instituido por el Presidente Irigoyen, amenazan con dejarnos sin filiación, sin comprender que la raza, en este caso, no es un concepto biológico, sino espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ese sentido de raza es el que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades, cuyas esencias son extrañas a la nuestra. Para nosotros, la raza constituye un sello personal inconfundible; es un estilo de vida.

La identidad nacional, está marcada por la filiación de un pueblo. El pueblo argentino es el resultado de un mestizaje, la nación argentina no es europea ni indígena. Es el fruto de la simbiosis de la civilización grecolatina, heredada de España, con las características étnicas y geográficas del continente americano. Lo que caracteriza una cultura es la lengua, en nuestro caso el castellano. Los unitarios consideraban a este un idioma muerto, pues no era la lengua del progreso, y preferían el inglés o el francés.
Dos siglos después, muchos argentinos manifiestan los mismos síntomas del complejo de inferioridad. Muchos jóvenes caen en la emigración ontológica; en efecto, se van a otros países, creyendo que van a poder ser en otra parte. Olvidan la expresión sanmartiniana: serás lo que debas ser, sino no serás nada.

En esta hora, resulta evidente que solo podrán resistir los embates de la globalización y conservar su independencia, los Estados que se afiancen en sus propias raíces, y mantengan su identidad nacional. El ex-Presidente Avellaneda, en un discurso famoso sostuvo que: los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir.
Únicamente procediendo así podremos conmemorar, sin incurrir en hipocresía, La Vuelta de Obligado.

[Conferencia dictada en el Club de las Fuerzas Armadas de Córdoba, el 18-11-09]

Fuentes:

Bidart Campos, Germán José. "Doctrina del Estado Democrático"; Buenos Aires, Jurídicas Europa-América, 1961.

Ferrer. Aldo. "La densidad nacional"; Buenos Aires, Capital Intelectual, 2004.

Mahieu, Jaime María de. "El Estado Comunitario"; Buenos Aires, Arayú, 1962.

Meneghini, Mario. "Identidad nacional y el bien común argentino"; Córdoba, Centro de Estudios Cívicos, 2009.

Rojas, Ricardo. "La restauración nacionalista" (1909); Buenos Aires, Peña Lillo Editores, 1971.

Rosa, José María. "Historia Argentina"; Buenos Aires, Editor Juan Granda, 1965, Tomo V.

Sánchez Sorondo, Marcelo. "La clase dirigente y la crisis del régimen"; Buenos Aires, ADSUM, 1941.



domingo, 15 de noviembre de 2009

Ni Noé se salva de las críticas del progresismo católico


Nuevamente el Rector de la Universidad Católica (sic) de Córdoba, se expresa de una manera que permite dudar de su fidelidad a la Iglesia. Acusa a Noé de haber sido egoísta, pues sólo se preocupó de salvarse él y su familia del diluvio, sin ayudar a nadie más; agrega "que Dios aparece bastante implicado en el tema", es decir, en la actitud poco solidaria.
En otra frase, avanza en una crítica lapidaria: "Lamentablemente, durante mucho tiempo, desde nuestra Iglesia Católica (aunque no solamente) se fomentó ese fervor por salvarse de un modo en que lo importante era el más allá, abandonando a su suerte el más acá...". Creemos que, sin negar los errores y debilidades de algunos pastores, la Iglesia siempre se ocupó de fomentar la solidaridad comunitaria, y, al respecto, la historia del cristianismo demuestra suficientemente, las obras realizadas en dos mil años. Por otra parte, ni el Evangelio ni la tradición eclesiástica han avalado nunca la salvación individual, sino que promueven la caridad de los fieles.
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Cuando nos tape el agua

Por Rafael Velasco, sj.
Rector de la Universidad Católica de Córdoba

Al único que no lo agarró desprevenido el diluvio universal fue a Noé, que logró salvarse porque Dios le avisó y él –creyéndole– se puso a fabricar una barcaza en la que metió a toda su familia y a una pareja de todos los animales. Así, cuando a todos los tapó el agua, Noé logró sobrevivir.

El texto bíblico –un mito que además toma una tradición del antiguo Oriente, presente en varias religiones–, en estos tiempos de sequía tan severa, viene a sonar casi como una parábola al revés. Nosotros esperamos que llueva; Noé, en cambio, sabía que iba a llover (Dios le había avisado).

En realidad, hay más similitudes de las que parecen a simple vista. En primer lugar, el agua del diluvio destruyó todo, como también va haciendo su trabajo destructor la sequía

Pero hay más… Llama la atención que el texto no menciona en ningún momento que Noé se preocupara por avisarles a sus conciudadanos que iba a venirse el agua. Tal vez, alguno le hubiera creído y se salvaba también. Pero no; él se puso a trabajar en lo suyo, para salvarse él y su familia... y a los demás, que los tapara el agua.

Es cierto que Dios aparece bastante implicado en el tema, porque le dice a Noé que él es el único que vale la pena en su tiempo y, por eso, le avisa del diluvio que se viene. Hasta le da el mandato de la construcción del arca, con las dimensiones que debe tener y todo.

Noé, confiado en eso, no se preocupó más que por él, su familia y el arca. Así logró salvarse y hacer honor a su nombre viviendo una larga vida (Noé significa el de larga vida)... una larga vida por haber pensado en sí mismo y los suyos (y en un notable zoológico). A los demás, ya se sabe, los tapó el agua.

Parece un cuento esto de Noé, pero no lo es.

Costumbres argentinas… A veces pienso si Noé no sería argentino, por esta facilidad para salvarse él y los suyos, aunque a los demás los inunde la desdicha. ¿Acaso “salvarse” no es un verbo típicamente argentino?

Una acepción común de este verbo significa quedar “hecho” para todo el resto de la vida. Haber logrado una diferencia económica que nos asegure un futuro promisorio a nosotros y a los nuestros.

Otra acepción, cercana a ésta, significa haber logrado no ser sancionado por alguna infracción (es sinónimo de “zafar”).

“Salvarse” tiene también un significado religioso muy discutible si se conjuga sólo en singular, porque no difiere demasiado de la actitud de Noé (sería algo así como “yo me salvo –voy al Cielo– y los demás que se las arreglen”).

Lamentablemente, durante mucho tiempo, desde nuestra Iglesia Católica (aunque no solamente) se fomentó ese fervor por salvarse de un modo en el que lo importante era el “más allá”, abandonando a su suerte el “más acá”; es decir, procurando de tal manera, con obras buenas, alcanzar el Cielo, que poco se preocupaba uno por cambiar de raíz la realidad de tantos hermanos ahogados en un mar de injusticia.

Sin embargo, para la genuina tradición cristiana, la salvación está asociada a la capacidad efectiva de amar al prójimo; por lo tanto, a la preocupación –y ocupación– por el prójimo. Nadie “se salva” solo.

Sin agua y sin arca. Hoy, todos estamos preocupados por el agua... ahora que nos falta en las grandes ciudades. Porque en Rayo Cortado, por ejemplo, hace rato que faltaba, pero no le prestamos demasiada atención. No era noticia.

La desertificación –que mucho tiene que ver con esta sequía– ha ido gestándose –entre otras cosas, amén de la imprevisión de los gobiernos– a la par del proceso de “sojización”, del desmonte y del arrasamiento de tierras, que han venido acompañados de desalojos de habitantes muy pobres con engaños y, muchas veces, violencia.

Algo tiene que ver con todo esto el desenfreno por “salvarse” sin importar los otros.

Hay quienes “se salvaron” desalojando y desmontando; pero hoy la cosa vuelve... y no hay quién se salve. Falta el agua para todos, y ¿quién nos salva? Como una postal de épocas prehistóricas, estamos mirando al cielo esperando que nos envíe agua.

Parece un cuento, pero es como lo de Noé: cada uno en su arca y a los demás... que los tape el agua.

© La Voz del Interior, 10-11-09

jueves, 12 de noviembre de 2009

Conferencia

En el Club de las Fuerzas Armadas de Córdoba, dictará una conferencia el Dr. Mario Meneghini, sobre "Soberanía, ayer y hoy", el día 18 de noviembre, con motivo de conmemorarse el 20 de este mes, el Día de la Soberanía Nacional.

martes, 3 de noviembre de 2009

Arquidiócesis de Córdoba


Reproducimos el documento adjunto, al sólo efecto de dejar en evidencia la situación de la Arquidiócesis de Córdoba. Basta leerlo para concluir que no se trata de un "plan pastoral", con la metodología recomendada desde la Conferencia de Medellín, hace 41 años. En efecto, no contiene, adecuadamente definidos:

-Objetivos
-Etapas
-Metas cuantificadas
-Indicadores para evaluar


Puede consultarse, para conocer la metodología aconsejable, el "Manual de Planificación Pastoral" (Cabello-Espinoza-Gómez), Santiago de Chile, CEPLANE, 1998. 

Documento comentado: