sábado, 16 de mayo de 2015

DON BOSCO Y LA PATAGONIA ARGENTINA


EN EL BICENTENARIO DE DON BOSCO





En 1875 parecía cumplida la vasta acción de Don Bosco, las obras salesianas se extendían incluso fuera de Italia. Pero el corazón del santo permanecía inquieto. Su sueño más deseado no se ha realizado; más allá de los mares, hay inmensas multitudes esperando el anuncio del Evangelio. Hay que acudir a esos pueblos y conducirlos a la fe; recién entonces su misión habrá alcanzado su plenitud.
En la evangelización de la Patagonia argentina tuvo destacada participación la congregación fundada por san Juan Bosco. En 1883 la conquista militar del desierto aseguró para la civilización y para la República Argentina la posesión y la paz de las tierras australes. Los misioneros salesianos intervinieron activamente en esa encrucijada histórica, difundiendo el Evangelio y la cultura.
Afirma el P. Paesa: “Uno de los más preclaros varones sureños, que habría merecido el título de visionario en calidad de insigne, por su incurable megalomanía patagónica, sería san Juan Bosco. La crítica moderna queda perpleja, al examinar la autenticidad de sus previsiones. Fue precisamente un sueño la causa de la venida de los Salesianos a las tierras del sur”[1].

En 1854, don Bosco fijó el destino del futuro vicario de la Patagonia, el niño Juan Cagliero, afectado de fiebres malignas; los médicos confesaron que su tarea había terminado. Pero el santo le dijo al enfermo, que había expresado que quería ir al Paraíso, no es tiempo todavía Juan, la Virgen quiere concederte la salud; curarás, serás sacerdote, y un día, con el breviario bajo el brazo, caminarás…Es que don Bosco, velando su lecho de muerte, contempló un grupo de onas, techuelches y mapuches, que dirigían hacia él sus brazos y le pedían ayuda. En 1872, tuvo una nueva visión que le anticipaba en dos momentos la gesta de la conquista espiritual: la de los mártires jesuitas que fijaron las primeras semillas del Evangelio, y la de los salesianos, que la perfeccionaron.

Durante varios años el santo se preguntaba: ¿a qué pueblos llevarían la luz de la fe? Finalmente, la visita del cónsul argentino en Saboya, Juan Bautista Gazzolo, lo orientó. En diciembre de 1874, Gazzolo, en nombre del Arzobispo de Buenos Aires, le propuso la dirección de la iglesia llamada de los Italianos en Buenos Aires, y un colegio en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos. Esta invitación lo llevó a buscar publicaciones en las que vio perfectamente representados a los indígenas de sus sueños. Consigue el permiso del papa Pío IX, a quien había relatado su sueño.


Claro que ir a Buenos Aires no era ir a la Patagonia, pero sería un punto de apoyo para luego iniciar la conquista espiritual de las inmensas regiones semidesérticas del sur del continente americano.


Aceptó el ofrecimiento recibido, y se dedicó a seleccionar, instruir y equipar un pequeño grupo de misioneros. Fueron diez los elegidos: cuatro sacerdotes y seis laicos. El jefe era Cagliero, el joven de la visión, que moriría recién a los ochenta y ocho años.
Antes de la partida, don Bosco habló así sus misioneros:
“¡Qué campo inmenso el de la Patagonia! Una extensión varias veces superior a Italia. ¡Y qué espléndida mies para un ejército apostólico! Y sois apenas diez…No importa. Ocupaos de las almas. Rechazad honores, dignidades, riquezas. ¿Queréis merecer la bendición de Dios y la benevolencia de los hombres? Cuidad de los enfermos, los niños, los ancianos, los dolientes. ¡Propagad la devoción a la Eucaristía y a María Auxiliadora!”

En 1875, viajó por mar la primera tanda de misioneros de su orden, arribando al Plata diez de ellos, de los cuales sólo tres llegaron al sur. La consigna de don Bosco fue: ¡Id a la Patagonia!, pero la prudencia exigió una preparación previa.
Dos meses después del arribo de los misioneros, fue nombrado el Capitán Antonio Oneto, presidente de una comisión encargada de la distribución y venta de lotes de tierra a los colonos del Chubut. Este funcionario buscó la colaboración de los salesianos, y el padre Cagliero respondió positivamente a esta convocatoria. Este sacerdote escribió a don Bosco, el 5 de mayo de 1877: “Usted verá si soy yo u otro el destinado a entrar por primero en la Patagonia; aquel de quien pueda decirse: pertenece a aquella legión de varones que llevaron la salvación a la Patagonia”. Las necesidades de organización de la congregación en Europa impidieron que fuese él, tocándole ese papel al padre José Fagnano.

Sólo un santo impulsado por sus visiones, pudo atreverse a afrontar una empresa como la conquista espiritual patagónica. Su congregación estaba recién aprobada por la Santa Sede, y contaba con 171 socios, entre ellos cincuenta sacerdotes sin experiencia. Las misiones que procuraba se extendían desde Bahía Blanca hasta Tierra del Fuego. Además la situación del país no era propicia; el gobierno, influido por las logias masónicas, mantenía una actitud de enfrentamiento con la Iglesia Católica como nunca hubo en la historia argentina. El padre Cagliero le advertía a don Bosco: “Los que deben venir por aquí, si no son hijos de Hércules, es mejor que se queden en Europa”.

El mayor milagro del santo fue, sin duda, el prodigioso desarrollo de las Misiones Salesianas. En breve tiempo, la Congregación estaba colocada entre las grandes agrupaciones de la Iglesia. A los veinte años de su llegada a territorio argentino, el desierto había florecido. La inmensa Patagonia y la pampa habían sido recorridas en toda su extensión, y, en parte, conquistadas al Evangelio. Desde 1877, las Hijas de María Auxiliadora se unieron a los Salesianos en la Patagonia. Desde entonces, su trabajo no dejó de secundar la acción de sus hermanos, para crear, a través de la conversión del indígena, la familia cristiana, y bajo el influjo de la caridad, abrir el camino al bautismo.

La congregación, ya establecida en Carmen de Patagones desde 1878, realizó en un primer momento el reconocimiento de la región y de su población autóctona, para detectar focos propicios para el establecimiento de residencias, que fueron fundadas en una segunda etapa: escuelas de artes y oficios, de agricultura, de primeras letras, hospitales, imprentas, plantaciones. La obra salesiana tuvo su núcleo central en la educación de niños y jóvenes, impartiendo amplios conocimientos que incluyeron enseñanza religiosa, alfabetización y de oficios. De esta forma se fue dando un paulatino proceso de civilización de la región, permitiendo así la integración de sus pobladores.

Al ser nombrado Monseñor Juan Carlos Cagliero como vicario apostólico de la Patagonia, planificó establecer misiones volantes con estaciones misioneras. Para ello se realizaban permanentes recorridas a los largo de los ríos Colorado, Negro y Chubut, en busca de lugares aptos para la construcción de escuelas, capillas y hospitales. Los misioneros fueron un verdadero nexo entre los pobladores blancos e indígenas, ayudando a reorganizar la vida después de la campaña del desierto.
La labor de los misioneros salesianos fue fundamental en el proceso de colonización regional. La conquista militar del desierto, no hubiera bastado, por sí sola para lograr la total integración de la Patagonia. Para ello fue necesario el arduo trabajo realizado por estos pioneros, quienes con gran sacrificio y empeño llevaron el Evangelio y la cultura a todos los rincones de la región.

No todos comparten, lamentablemente, una visión positiva de la actividad salesiana; desde una óptica indigenista, se sostiene que el proyecto de evangelización de los indios fue “una forma de homogeneización cultural”[2]. Felizmente, el Estado argentino, a través de la Ley 24.841, estableció el día 16 de noviembre, como Día de la Evangelización Salesiana de la Patagonia; la ley ha venido a confirmar el reconocimiento generalizado en la sociedad argentina.

Don Bosco no alcanzó a ver el resultado de su gigantesco trabajo misional, pues falleció a los cuatro años de erigido el primer vicariato patagónico. Pero, sin embargo, Dios le había mostrado lo que iba a suceder. En la noche del 30 de agosto de 1883, un sueño le hizo recorrer la América del Sur en todo sentido. En este misterioso viaje tuvo por guía al joven Luis Colle –hijo del Conde Colle, de Tolón, bienhechor del Oratorio- muerto en santidad a los diecisiete años. Aquí ves, le dijo el joven, millares de hombres que aguardan la palabra de Cristo; tus hijos evangelizarán estos pueblos.

La clara intuición de la magnitud de la actividad misionera de sus hijos, no fue la única recompensa divina al santo anciano. En efecto, casi al final de sus días, Dios le proporcionó una gran alegría. Habiendo estado inmovilizado más de quince días, por la enfermedad que poco después le provocaría la muerte, en diciembre de 1887, lo visitó Cagliero, ausente cuatro años de Valdocco, y no llegaba solo. Don Bosco no había podido ir a la Patagonia, pero esa región llegaba a él en la persona de una niña india huérfana asistida en la primera expedición a la Tierra del Fuego.
Querido don Bosco –dijo Cagliero- estas son las primicias que le presentan sus hijos del extremo confín de la tierra.
El santo murmuró en italiano: Padre, le agradezco haber mandado sus misioneros para la salvación mía y de mis hermanos.

Para tener una visión global de la acción salesiana
En 1934, las misiones de la Patagonia tenían una organización religiosa, y una red de centros y comunidades de fieles, con vida y recursos propios. Esta entidad, fruto de medio siglo de trabajo apostólico, fue reconocida jurídicamente con la erección de la Diócesis de la Patagonia.
Esta enorme provincia eclesiástica se extendía desde el río Negro hasta las islas australes. En 1957 se desagregaron de tan vastos límites las nuevas provincias patagónicas: Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

24 iglesias y capillas transmitían la luz de la fe. En la ciudad de Comodoro Rivadavia congregaba a los fieles la capilla de María Auxiliadora; en la zona de las explotaciones petrolíferas se alternaban las iglesias de: Kilómetro 27, Astra, Kilómetro 8, Kilómetro 5, General Mosconi, Kilómetro 3.
En Chubut, aportaban a la cultura 8 colegios e institutos, 5 salesianos y 3 de las Hermanas de María Auxiliadora, así como una universidad. Por decreto 1.074 del Comisionado Federal de Chubut, se declaraba:
“Gracias a la obra apostólica realizada por la Congregación Salesiana, el  Chubut ha podido conformar su integración espiritual, sobre la base de los principios de la civilización occidental cristiana. Y, además, mediante el sacrificio y el espíritu de lucha de sus hijos, ha contribuido en gran parte en la heroica tarea que significó en sus orígenes la colonización de esta Provincia”.

La obra titánica de los salesianos, no puede separarse de la personalidad de su fundador, que explicó de qué manera perseveraba en la acción:
“Cuando tropiezo con una dificultad, me conduzco como quien en la marcha encuentra el plazo obstruido por una peña. Primero, trato de apartarla. Si no lo consigo, la salto o la rodeo. Así, iniciado un asunto, si surgen inconvenientes, lo suspendo para comenzar otro, sin perder de vista el anterior. Y entre tanto, las brevas maduran, los hombres cambian, y las dificultades se allanan”.

Es claro que toda su vida estuvo fundada en el lema Da mihi animas, caetere tolle (Señor, dadme almas y llevaos todo lo demás).

Mayo 16 de 2015.-

(Texto preparado para su publicación en la revista El Restaurador)



Fuentes:
Auffray, A. “Un gran educador. San Juan Bosco”; La Plata, Ediciones Don Bosco, 1976.

Paesa, Pascual R., “El amanecer del Chubut”; Buenos Aires, 1967.

Universidad Católica Argentina. “Historia de la Patagonia; desde el siglo XVI hasta 1955, Buenos Aires, 2001.






[1] Paesa, Pascual. “El amanecer del Chubut”; Buenos Aires, 1967, p. 115.
[2] Nicoletti, María. “La Congregación Salesiana en la Patagonia”;  Universidad Nacional del Comahue, publicado en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, 2015.

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA: PROFESIONAL O CLIENTELISTA




Nos parece oportuno ocuparnos del  dilema del título, puesto que nuestro país se encuentra en un complejo proceso electoral, cuyo resultado puede agravar o mejorar algo la grave situación argentina. Administración profesional equivale a burocrática, aunque esta expresión genera rechazo. La palabra burocracia es, sin duda, una de las más utilizadas en todas las lenguas y por todas las personas. La mayoría de los hombres tienen una opinión negativa sobre dicho concepto, pero, curiosamente, no saben exactamente de qué se trata; es como el hombre de las nieves, del que todos hablan y nadie puede describir ni asegurar que exista. La acepción común de este concepto tiene un sentido peyorativo, y llama burocracia a la lentitud, ineficiencia y arbitrariedad en la gestión de las oficinas públicas, a lo que se agrega el exceso de empleados.

Fue el sociólogo Max Weber quien primero y en forma magistral, estudió el fenómeno de la burocracia (1). Este autor sostiene que toda dominación política sobre una pluralidad de hombres requiere un cuadro administrativo, o sea, la existencia de un grupo de personas en cuya obediencia se confía, destinado a ejecutar las órdenes que surjan de quien ejerce la autoridad soberana. La organización burocrática está integrada por un conjunto de funcionarios que se caracterizan por reunir determinadas condiciones:

a) Son personalmente libres y se deben sólo a los deberes objetivos de su cargo;
b) Están organizados en una jerarquía rigurosa;
c) Tienen competencias claramente fijadas;
d) Trabajan en virtud de un contrato, o sea sobre la base de libre selección;
e) Su nombramiento se fundamenta en una calificación profesional, comprobada con el diploma que certifica su calificación o por medio de exámenes;
f) Son retribuidos en dinero, con sueldos fijos, y tienen derecho a pensión;
g) Ejercen el cargo como su única o principal profesión;
h) Tienen ante sí una carrera, fijada por un escalafón;
i) No poseen propiedad sobre el cargo;
j) Están sometidos a una estricta disciplina y a control permanente.

En resumen, la burocracia es un sistema de organización, que se caracteriza por su racionalidad y la existencia de reglas impersonales. Los defectos de la acepción común de esta palabra –lentitud, ineficiencia, arbitrariedad- se producen por la ausencia o distorsión del sistema burocrático de organización; pertenecen a la patología administrativa. Si esta forma de organización se ha extendido y gravitado tanto –no solo en el sector publico- es porque constituye, a tenor de toda la experiencia, la forma más racional, en precisión, continuidad, disciplina y confianza. Dada la necesidad de organizar un gran número de personas, esta forma es la más adecuada. El funcionario ideal actúa en forma impersonal: sine ira et studio; cumple con su deber sin acepción de personas; todos aquellos que se encuentran en igualdad de condiciones son tratados de igual modo.

El Estado moderno requiere que los organismos públicos estén a cargo de especialistas, que actúen con la mayor objetividad, al servicio de toda la sociedad. Toda administración no burocrática se vincula inevitablemente a algún privilegio social. Las burocracias modernas rara vez han estado totalmente corrompidas, y tampoco se manifiesta en ellas la tendencia al nepotismo que se observaba en los tipos anteriores de administración.
Si se quiere asegurar la imparcialidad en el tratamiento de los asuntos públicos, nada mejor que este sistema de organización, pues la experiencia demuestra que una remuneración segura, unida a la posibilidad de una carrera, sumada a la disciplina y el control, así como el desarrollo del honor estamental y la posibilidad de una crítica pública, ofrecen la mayor probabilidad de contar con una administración del sector público, honesta y eficaz (2).

Un aspecto muy importante que suele olvidarse al criticar a la burocracia, es que la organización burocrática no tiene dirección burocrática. En efecto, el Jefe del Estado es elegido para el cargo y no designado como los funcionarios administrativos. Y es, precisamente, la conducción política ejercida por el Poder Ejecutivo –y en algunos aspectos, con la intervención del Congreso- quien debe fijar los fines y establecer las normas que los funcionarios están obligados a acatar. Por eso: a) la competencia de los empleados públicos está delimitada; y b) la autoridad política complementa la racionalidad técnica de la burocracia con los factores emotivos y la comprensión global de la realidad social.  De esa manera, cuando la relación es armoniosa, la administración pública burocrática puede lograr su máxima eficacia.

Lamentablemente, en nuestro país se mantiene el llamado sistema de los despojos (spoil system), que fue abandonado hace más de un siglo por los países  desarrollados; consiste en cubrir la mayoría de los cargos públicos con los miembros del partido que obtiene el gobierno. En la Argentina, menos de un diez por ciento de los nombramientos efectuados en el sector estatal –en los tres niveles de gobierno- son cubiertos por concurso; el resto de los cargos se destinan a los recomendados por el partido oficialista, o el titular del área gubernamental respectiva. Como los empleados de planta permanente poseen estabilidad laboral, se añade otro problema: el incremento incesante –e injustificado- de las dotaciones de personal. 
Constituye el aspecto más preocupante del clientelismo partidario. Se registran casos insólitos como el de la provincia de Tierra del Fuego, que ha llegado a tener 14.087 empleados,  para una población de 130.000 habitantes; especialistas han estimado que, como mínimo, hay un exceso de 10.330 empleados -66,7 % del total- en esa jurisdicción (FIEL, octubre 2012). Citamos este antecedente, para mostrar que el problema no se reduce al ámbito federal, y la tendencia se verifica  en todos los partidos políticos.

En números concretos: desde 2003 el personal del sector público argentino (los tres niveles)  creció un 67 %, equivalente a 1,5 millón de personas, mientras la población lo hizo sólo en un 13 %. Se estima el total actual en 3.650.000 (3), aunque la desagregación en los niveles de gobierno no resulta coherente por la falta de articulación entre las diversas fuentes (4):

Nación: 571.713
Provincias: 1.999.681
Municipios: 648.152
Empresas y bancos: 101.894

Mientras en un país como Francia, cuando cambia el gobierno nacional se sustituyen sólo 250 funcionarios, en un municipio argentino, como La Matanza, el cambio de intendente genera el reemplazo o incorporación de 3.000 empleados, incluso choferes y cadetes. Son datos que reflejan dos modelos antagónicos: administración burocrática – administración clientelista. Hace muchos años, nos enseñaba don Pedro J. Frías, que una administración sin política será siempre arbitraria, y una política sin administración será siempre estéril. Pues debe haber una relación equilibrada entre los dos elementos imprescindibles en el funcionamiento de un Estado moderno. En Argentina, y desde hace al menos 40 años, los sucesivos gobiernos han carecido de un cuerpo de funcionarios eficientes. De modo que, el gobierno que suceda al actual tendrá que sortear un difícil desafío: implementar  definitivamente un servicio civil basado en el mérito.

Superando las presiones inevitables de los propios partidarios, y de los sindicatos, el futuro presidente tendrá que resolver este dilema crucial, optando por una administración profesional que reemplace para siempre el clientelismo en la función pública. El nuevo modelo de gestión, deberá quedar reflejado en la legislación; en la ley de Presupuesto, tendrá que detallarse el número de cargos de nivel político, que, para el nivel nacional, no debería superar la cantidad de 500 funcionarios, quedando fijada la obligación de cubrir todos los demás cargos por concurso de antecedentes y oposición.

 (Publicado en: Centurión, N° 6, Mayo 2015)

(1)  Weber, Max. “Economía y sociedad”; FCE, Primera Parte, III.
(2)  Cfr.: Krieger, Mario (Comp.). “Los desafíos de transformar el Estado y la gestión pública Argentina”; Buenos Aires, Fundación Unión, 2006. Abal Medina, Juan Manuel-Cao, Horacio (Comps.). “Manual de la nueva Administración Pública Argentina”; Buenos Aires, Ariel, 2012.
(3)  IARAF – Instituto Argentina de Análisis Fiscal (Clarín, 27-3-15).

(4)  Indec, Jefatura de Gabinete, etc. (La Nación, 25-8-13).