EN
EL BICENTENARIO DE DON BOSCO
En 1875 parecía cumplida la vasta acción de Don Bosco,
las obras salesianas se extendían incluso fuera de Italia. Pero el corazón del
santo permanecía inquieto. Su sueño más deseado no se ha realizado; más allá de
los mares, hay inmensas multitudes esperando el anuncio del Evangelio. Hay que
acudir a esos pueblos y conducirlos a la fe; recién entonces su misión habrá
alcanzado su plenitud.
En la evangelización de la
Patagonia argentina tuvo destacada participación la congregación fundada por san
Juan Bosco. En 1883 la conquista militar del desierto aseguró para la
civilización y para la República Argentina la posesión y la paz de las tierras
australes. Los misioneros salesianos intervinieron activamente en esa
encrucijada histórica, difundiendo el Evangelio y la cultura.
Afirma el P. Paesa: “Uno de
los más preclaros varones sureños, que habría merecido el título de visionario en calidad de insigne, por su
incurable megalomanía patagónica, sería san Juan Bosco. La crítica moderna
queda perpleja, al examinar la autenticidad de sus previsiones. Fue
precisamente un sueño la causa de la
venida de los Salesianos a las tierras del sur”[1].
En 1854, don Bosco fijó el
destino del futuro vicario de la Patagonia, el niño Juan Cagliero, afectado de
fiebres malignas; los médicos confesaron que su tarea había terminado. Pero el
santo le dijo al enfermo, que había expresado que quería ir al Paraíso, no es tiempo todavía Juan, la Virgen quiere
concederte la salud; curarás, serás sacerdote, y un día, con el breviario bajo
el brazo, caminarás…Es que don Bosco, velando su lecho de muerte, contempló
un grupo de onas, techuelches y mapuches, que dirigían hacia él sus brazos y le
pedían ayuda. En 1872, tuvo una nueva visión que le anticipaba en dos momentos
la gesta de la conquista espiritual: la de los mártires jesuitas que fijaron
las primeras semillas del Evangelio, y la de los salesianos, que la
perfeccionaron.
Durante varios años el santo
se preguntaba: ¿a qué pueblos llevarían la luz de la fe? Finalmente, la visita
del cónsul argentino en Saboya, Juan Bautista Gazzolo, lo orientó. En diciembre
de 1874, Gazzolo, en nombre del Arzobispo de Buenos Aires, le propuso la
dirección de la iglesia llamada de los Italianos en Buenos Aires, y un colegio
en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos. Esta invitación lo llevó a buscar
publicaciones en las que vio perfectamente representados a los indígenas de sus
sueños. Consigue el permiso del papa Pío IX, a quien había relatado su sueño.
Claro que ir a Buenos Aires no era ir a la Patagonia, pero sería un punto de apoyo para luego iniciar la conquista espiritual de las inmensas regiones semidesérticas del sur del continente americano.
Aceptó el ofrecimiento
recibido, y se dedicó a seleccionar, instruir y equipar un pequeño grupo de
misioneros. Fueron diez los elegidos: cuatro sacerdotes y seis laicos. El jefe
era Cagliero, el joven de la visión, que moriría recién a los ochenta y ocho
años.
Antes de la partida, don
Bosco habló así sus misioneros:
“¡Qué campo inmenso el de la
Patagonia! Una extensión varias veces superior a Italia. ¡Y qué espléndida mies
para un ejército apostólico! Y sois apenas diez…No importa. Ocupaos de las
almas. Rechazad honores, dignidades, riquezas. ¿Queréis merecer la bendición de
Dios y la benevolencia de los hombres? Cuidad de los enfermos, los niños, los
ancianos, los dolientes. ¡Propagad la devoción a la Eucaristía y a María
Auxiliadora!”
En 1875, viajó por mar la
primera tanda de misioneros de su orden, arribando al Plata diez de ellos, de
los cuales sólo tres llegaron al sur. La consigna de don Bosco fue: ¡Id a la
Patagonia!, pero la prudencia exigió una preparación previa.
Dos meses después del arribo
de los misioneros, fue nombrado el Capitán Antonio Oneto, presidente de una
comisión encargada de la distribución y venta de lotes de tierra a los colonos
del Chubut. Este funcionario buscó la colaboración de los salesianos, y el
padre Cagliero respondió positivamente a esta convocatoria. Este sacerdote
escribió a don Bosco, el 5 de mayo de 1877: “Usted verá si soy yo u otro el
destinado a entrar por primero en la Patagonia; aquel de quien pueda decirse: pertenece a aquella legión de varones que
llevaron la salvación a la Patagonia”. Las necesidades de organización de
la congregación en Europa impidieron que fuese él, tocándole ese papel al padre
José Fagnano.
Sólo un santo impulsado por
sus visiones, pudo atreverse a afrontar una empresa como la conquista
espiritual patagónica. Su congregación estaba recién aprobada por la Santa
Sede, y contaba con 171 socios, entre ellos cincuenta sacerdotes sin
experiencia. Las misiones que procuraba se extendían desde Bahía Blanca hasta
Tierra del Fuego. Además la situación del país no era propicia; el gobierno,
influido por las logias masónicas, mantenía una actitud de enfrentamiento con
la Iglesia Católica como nunca hubo en la historia argentina. El padre Cagliero
le advertía a don Bosco: “Los que deben venir por aquí, si no son hijos de Hércules, es mejor que se queden en Europa”.
El mayor milagro del santo
fue, sin duda, el prodigioso desarrollo de las Misiones Salesianas. En breve
tiempo, la Congregación estaba colocada entre las grandes agrupaciones de la
Iglesia. A los veinte años de su llegada a territorio argentino, el desierto
había florecido. La inmensa Patagonia y la pampa habían sido recorridas en toda
su extensión, y, en parte, conquistadas al Evangelio. Desde 1877, las Hijas de
María Auxiliadora se unieron a los Salesianos en la Patagonia. Desde entonces,
su trabajo no dejó de secundar la acción de sus hermanos, para crear, a través
de la conversión del indígena, la familia cristiana, y bajo el influjo de la
caridad, abrir el camino al bautismo.
La congregación, ya
establecida en Carmen de Patagones desde 1878, realizó en un primer momento el
reconocimiento de la región y de su población autóctona, para detectar focos
propicios para el establecimiento de residencias, que fueron fundadas en una segunda
etapa: escuelas de artes y oficios, de agricultura, de primeras letras,
hospitales, imprentas, plantaciones. La obra salesiana tuvo su núcleo central
en la educación de niños y jóvenes, impartiendo amplios conocimientos que
incluyeron enseñanza religiosa, alfabetización y de oficios. De esta forma se
fue dando un paulatino proceso de civilización de la región, permitiendo así la
integración de sus pobladores.
Al ser nombrado Monseñor
Juan Carlos Cagliero como vicario apostólico de la Patagonia, planificó
establecer misiones volantes con estaciones misioneras. Para ello se realizaban
permanentes recorridas a los largo de los ríos Colorado, Negro y Chubut, en
busca de lugares aptos para la construcción de escuelas, capillas y hospitales.
Los misioneros fueron un verdadero nexo entre los pobladores blancos e
indígenas, ayudando a reorganizar la vida después de la campaña del desierto.
La labor de los misioneros
salesianos fue fundamental en el proceso de colonización regional. La conquista
militar del desierto, no hubiera bastado, por sí sola para lograr la total
integración de la Patagonia. Para ello fue necesario el arduo trabajo realizado
por estos pioneros, quienes con gran sacrificio y empeño llevaron el Evangelio
y la cultura a todos los rincones de la región.
No todos comparten,
lamentablemente, una visión positiva de la actividad salesiana; desde una
óptica indigenista, se sostiene que el proyecto de evangelización de los indios
fue “una forma de homogeneización cultural”[2]. Felizmente, el Estado
argentino, a través de la Ley 24.841, estableció el día 16 de noviembre, como Día de la Evangelización Salesiana de la
Patagonia; la ley ha venido a confirmar el reconocimiento generalizado en
la sociedad argentina.
Don Bosco no alcanzó a ver
el resultado de su gigantesco trabajo misional, pues falleció a los cuatro años
de erigido el primer vicariato patagónico. Pero, sin embargo, Dios le había
mostrado lo que iba a suceder. En la noche del 30 de agosto de 1883, un sueño
le hizo recorrer la América del Sur en todo sentido. En este misterioso viaje
tuvo por guía al joven Luis Colle –hijo del Conde Colle, de Tolón, bienhechor
del Oratorio- muerto en santidad a los diecisiete años. Aquí ves, le dijo el
joven, millares de hombres que aguardan la palabra de Cristo; tus hijos evangelizarán estos pueblos.
La clara intuición de la
magnitud de la actividad misionera de sus hijos, no fue la única recompensa
divina al santo anciano. En efecto, casi al final de sus días, Dios le proporcionó
una gran alegría. Habiendo estado inmovilizado más de quince días, por la
enfermedad que poco después le provocaría la muerte, en diciembre de 1887, lo
visitó Cagliero, ausente cuatro años de Valdocco, y no llegaba solo. Don Bosco
no había podido ir a la Patagonia, pero esa región llegaba a él en la persona
de una niña india huérfana asistida en la primera expedición a la Tierra del
Fuego.
Querido
don Bosco –dijo Cagliero- estas son las primicias que le presentan sus hijos
del extremo confín de la tierra.
El santo murmuró en
italiano: Padre, le agradezco haber
mandado sus misioneros para la salvación mía y de mis hermanos.
Para tener una visión global
de la acción salesiana
En 1934, las misiones de la
Patagonia tenían una organización religiosa, y una red de centros y comunidades
de fieles, con vida y recursos propios. Esta entidad, fruto de medio siglo de
trabajo apostólico, fue reconocida jurídicamente con la erección de la Diócesis
de la Patagonia.
Esta enorme provincia
eclesiástica se extendía desde el río Negro hasta las islas australes. En 1957
se desagregaron de tan vastos límites las nuevas provincias patagónicas: Río
Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
24 iglesias y capillas
transmitían la luz de la fe. En la ciudad de Comodoro Rivadavia congregaba a
los fieles la capilla de María Auxiliadora; en la zona de las explotaciones
petrolíferas se alternaban las iglesias de: Kilómetro 27, Astra, Kilómetro 8,
Kilómetro 5, General Mosconi, Kilómetro 3.
En Chubut, aportaban a la cultura
8 colegios e institutos, 5 salesianos y 3 de las Hermanas de María Auxiliadora,
así como una universidad. Por decreto 1.074 del Comisionado Federal de Chubut,
se declaraba:
“Gracias a la obra
apostólica realizada por la Congregación Salesiana, el Chubut ha podido conformar su integración
espiritual, sobre la base de los principios de la civilización occidental
cristiana. Y, además, mediante el sacrificio y el espíritu de lucha de sus
hijos, ha contribuido en gran parte en la heroica tarea que significó en sus
orígenes la colonización de esta Provincia”.
La obra titánica de los
salesianos, no puede separarse de la personalidad de su fundador, que explicó
de qué manera perseveraba en la acción:
“Cuando tropiezo con una
dificultad, me conduzco como quien en la marcha encuentra el plazo obstruido
por una peña. Primero, trato de apartarla. Si no lo consigo, la salto o la
rodeo. Así, iniciado un asunto, si surgen inconvenientes, lo suspendo para
comenzar otro, sin perder de vista el anterior. Y entre tanto, las brevas
maduran, los hombres cambian, y las dificultades se allanan”.
Es claro que toda su vida
estuvo fundada en el lema Da mihi animas,
caetere tolle (Señor, dadme almas y llevaos todo lo demás).
Mayo 16 de 2015.-
(Texto preparado para su publicación en la revista El Restaurador)
Fuentes:
Auffray, A. “Un gran educador.
San Juan Bosco”; La Plata, Ediciones Don Bosco, 1976.
Paesa, Pascual R., “El amanecer del Chubut”; Buenos
Aires, 1967.
Universidad Católica
Argentina. “Historia de la Patagonia; desde el siglo XVI hasta 1955, Buenos
Aires, 2001.
[1]
Paesa, Pascual. “El amanecer del Chubut”; Buenos Aires, 1967, p. 115.
[2]
Nicoletti, María. “La Congregación Salesiana en la Patagonia”; Universidad Nacional del Comahue, publicado en
Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, 2015.