En esta ocasión, me
parece oportuno hacer algunas reflexiones sobre nuestro héroe, puesto que debemos procurar que su actuación
sirva de ejemplo y guía para el presente. Y, para eso, es necesario ir más allá
de los hechos, tratando de investigar la causa de los hechos. Puesto que, “la
historia es en esencia justicia distributiva; discierne el mérito y la
responsabilidad” (Font Ezcurra).
En momentos de honda
crisis en nuestra patria, no podrá restaurarse la Argentina, mientras no se
afiance en sus raíces verdaderas. Ocurre, sin embargo, que desde hace unos años
han surgido de la nada, presuntos historiadores, empeñados en desmerecer la
personalidad y la obra de los próceres, sembrando confusión y desaliento.
En realidad, el
intento de desprestigiar a quienes consolidaron la nación, comienza muy atrás
en el tiempo. Recordemos por ejemplo, lo que escribió Alberdi, en su libro El
crimen de la guerra (T. II, pg. 213): “San Martín siguió la idea que le
inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general
inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud-América para las necesidades
del comercio británico”. Por cierto que no presenta evidencia alguna, y en
cambio se conoce una comunicación de Manuel Castilla, que era el agente inglés
en Buenos Aires, dirigida al Cónsul Staples, el 13-8-1812, con motivo del
arribo de la fragata Canning, en la que viajó San Martín desde Londres. Allí
destaca la llegada de varios militares, y agrega: “Está también un coronel San
Martín…de quien…no tengo la menor duda está al servicio de Francia y es un
enemigo de los intereses británicos”.
En cambio, un
personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al
General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján,
luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio
Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes.
Por su parte, otro
General argentino, Carlos de Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias
Unidas, firmó dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y a Lord
Castlereagh, en los que decía: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran
Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo
poderoso.” Estos documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una
actitud que nunca existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente
y sincera.
Los ejemplos
mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado
para tratar de entender el motivo de sus actitudes. Desde antes de la ruptura
con España, ya habían aparecido en el Río de la Plata dos enfoques, dos modos
de interpretar la realidad,
diametralmente opuestos:
1) el primer enfoque,
nace el 12-8-1806, con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos llamarlo
Federal-tradicionalista;
2) el segundo
enfoque, surge en enero de 1809, con el Tratado Apodaca-Canning, celebrado
entre España e Inglaterra, cuando este último país, que había sido derrotado
militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra
Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque
podemos llamarlo Unitario-colonial.
No caben dudas de que
San Martín se identifica con el enfoque tradicionalista, que se manifiesta con
el rechazo de las invasiones inglesas, se afianza con la Revolución de Mayo y
la guerra de la independencia y culmina en la Confederación Argentina, con el
combate de la Vuelta de Obligado.
Quienes atacaron a
San Martín y trabaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se
encuadran en el enfoque unitario. Son quienes consideraban más importante
adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional, y por
“un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al
extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la Confederación. Lo
mismo hicieron en la batalla de Caseros
-cuando se aliaron con el Imperio
de Brasil-, donde llegaron a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados
por Brasil. San Martín llegó a la conclusión de que “para que el país pueda
existir, es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión
desaparezca” (carta a Guido, 1829).
Uno de las vías de
difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en
algunos próceres. Rodríguez Peña, por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en
el Río de la Plata, que se incorporaron a las dos logias masónicas instaladas
durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram). Otros dos
formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli
(Memorias del Cap. Gillespie).
Curiosamente, se ha
pretendido vincular a San Martín a la masonería, cuando, además de no existir
ninguna documentación que lo fundamente, toda su actuación resulta antinómica
con los principios de dicha institución. Cabe citar el testimonio de dos ex
presidentes de la República, que desempeñaron, además el cargo de Gran Maestre
de la Masonería Argentina.
Bartolomé Mitre
escribió: “La Logia Lautaro no formaba parte de la masonería y su objetivo era
sólo político”. Por su parte, Sarmiento agregó: “Cuatrocientos
hispanoamericanos diseminados en la península, en los colegios, en el comercio
o en los ejércitos se entendieron desde temprano para formar una sociedad
secreta, conocida en América con el nombre Lautaro. Para guardar secreto tan
comprometedor, se revistió de las fómulas, signos, juramentos y grados de las
sociedades masónicas, pero no eran una masonería como generalmente se ha
creído…”.
La Revista Masónica
Americana, en su Nº 485 del 15 de junio de 1873, publicó la nómina de las
logias que existieron en todo el mundo, y en ella no figura la Lautaro. El
mayor aporte para el esclarecimiento de esta cuestión, lo realizó el
historiador Patricio McGuire, quien consultó directamente a la Gran Logia Unida
de Inglaterra, recibiendo respuesta el 21-8-1979, firmada por el Gran
Secretario, James Stubbs, asegurando que la logia Lautaro “no tenía relación
alguna con la Francmasonería regular”, y que San Martín no fue miembro de la
misma. Para descartar cualquier posible duda, realizó la misma consulta a las
Grandes Logias de Irlanda y de Escocia, cuyas autoridades respondieron que, en
la primera mitad del siglo XIX, no hubo logias en Sudamérica, en dependencia de
dichas instituciones. La documentación respectiva fue publicada en la revista Masonería y otras sociedades secretas,
en noviembre y diciembre de 1981.
La leyenda, sin
embargo, continuó y a falta de otros
antecedentes, se mencionó una medalla acuñada en 1825 por la logia La perfecta amistad, de Bruselas. Se
conserva un solo ejemplar de la medalla en bronce, en la Biblioteca Real de
Bruselas, que tiene escrito, en el reverso (en francés):
“Logia La Perfecta
Amistad constituida al oriente de Bruseñas el 7 de julio de 5807 (1807) al General
San Martín 5825 (1825). En el anverso,
figura “General San Martín”, alrededor del retrato, y abajo “Simon F”,
indicando el nombre del grabador y su pertenencia a la masonería (F: frere,
hermano).
El origen de esta
medalla es la decisión del Rey de Bélgica, Guillermo I, de hacer acuñar diez
medallas diseñadas por el grabador oficial del reino, Juan Henri Simeon, con la
efigie de otras tantas personalidades de la época, una de los cuales era el
Libertador de América, que estaba residiendo en ese país. Para esta medalla el
general posó expresamente, y se logró el único retrato de perfil de nuestro
héroe.
Se puede deducir que
la medalla de la logia, fue confeccionada sobre el molde de la oficial,
facilitado por el grabador que era masón, y no hay constancias de que San
Martín la haya recibido, ni mencionó nunca esa distinción. Hay que añadir que
eso ocurrió en 1825, y en los siguientes veinticinco años que vivió San Martín
en el viejo continente, no se produjo ningún hecho ni documento que lo
vinculara a la masonería. La afirmación de la historiadora Patricia Pascuali,
de que San Martín frecuentaba en Bruselas la logia Amigos del comercio, constituye un grueso error pues esa logia
funcionaba y funciona en la ciudad de Amberes, y el archivista de la misma aclaró
por escrito que en los archivos de la logia no se ha encontrado ninguna mención
al nombre del general argentino.
Lamentablemente, el
Dr. Terragno –actual académico sanmartiniano-, en su libro Maitland & San Martín, introdujo otra duda al recordar que
Bélgica fue ocupada en la 2da. Guerra Mundial, y los alemanes incautaron los
archivos de la masonería; luego esos archivos quedaron en poder de la Unión
Soviética, en Moscú. Por eso, Terragno alegó: “Cuando todos los materiales estén
clasificados y al alcance de los investigadores, quizá surjan nuevos elementos
sobre la Perfecta Amistad y los vínculos masónicos de San Martín en Bruselas”.
Pues bien,
desaparecida la Unión Soviética, Bélgica recuperó esa documentación; la
referida a la masonería, representaba unas 200.000 carpetas. El Dr. Guillermo
Jacovella, que se desempeñó como Embajador argentino en Bruselas, entre el 2004
y el 2008, se interesó en el tema, y realizó una investigación en el Centro de
Documentación Masónica de Bruselas,
donde se encuentra el archivo de la logia Perfecta
Amistad, contando con la colaboración del director, Frank Langenauken. En
conclusión, no se pudo encontrar ninguna mención al general San Martín o al
homenaje de la referida medalla.
Consideramos muy
valiosa la información aportada por el señor Jacovella, publicada en la revista
Todo es Historia, de agosto de 2009, para
desmentir una falsedad histórica, y dar por terminada definitivamente esta
cuestión.
Debemos discrepar,
sin embargo, con la afirmacion del autor de que la masonería no estuvo
condenada por la Iglesia hasta 1884, y por lo tanto “si San Martín hubiera
querido iniciarse en la masonería durante los largos años que vivió en Europa
(hasta 1850), ello no hubiera sido abiertamente incompatible con su condición de
católico”.
La encíclica de 1884,
a la que se refiere el autor, es la Humanum
genus, de León XIII. Pues bien, ese documento ratifica expresamente otros
anteriores, y en el documento más antiguo, la Constitución In eminenti, de 1738, promulgada por el papa Clemente XII, se
prohibe “a todos los fieles, sean laicos o clérigos… que entren por cualquier
causa y bajo ningún pretexto en tales centros …bajo pena de excomunión”. Esta
condenación fue confirmada por Benedicto XIV en la Constitución Providas, de 1751, y como consecuencia,
fue prohibida la masonería, también, en España, ese año, por una pragmática de
Fernando VI.
Recordemos que sobre
la posición religiosa de San Martín, ha investigado especialmente el P.
Guillermo Fourlong, quien llega a esta conclusión: “Hemos de aseverar que San
Martín no sólo fue un católico práctico o militante, sino que fue además, un
católico ferviente y hasta apostólico”. Entonces, es importante esclarecer este
punto, pues “el catolicismo profesado por San Martín establece una incompatibilidad
con la masonería, a menos que fuera infiel a uno o a la otra”. Consta en las Memorias de Tomás de Iriarte,
que Belgrano rechazó la posibilidad de ingresar en la organización, aduciendo
precisamente la condenación eclesiástica que pesaba sobre la secta.
Precisamente Belgrano, en carta a San Martín, del 6 de abril de 1814, le
comenta, obviamente conociendo su posición: “no deje de implorar a N. Sra. de
las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios
a la tropa”.
La verdad histórica
debe ser defendida y difundida, sin aceptarse distorsiones que confunden y
desalientan. El Presidente Avellaneda, en un discurso famoso, con motivo del
regreso a la Argentina
de los restos del Gral. San Martín, sostuvo que: “los pueblos que olvidan sus
tradiciones pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre
tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”.
(*) Expuesto en la Legislatura de
Córdoba, el 4-11-2014, al recibir las Palmas Sanmartinianas.
Fuentes:
Jacovella, Guillermo.
“San Martín y los ideales masónicos”; Todo es Historia, Nº 505, agosto de 2009,
páginas 20-25.
McGuire, Patricio.
Revista Masonería y otras sociedades secretas; Nº 2, noviembre 1981, pgs.
20-25; Nº 3, diciembre 1981, pgs. 15-20; Nº 5, febrero 1982, pgs. 30-35.
Terragno, Rodolfo H.
“Maitland & San Martín”; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes,
1999, p. 193.