jueves, 30 de octubre de 2014

ECOLOGISMO Y PARTICIPACIÓN POPULAR INDEBIDA

Con motivo de la nueva ley de hidrocarburos, que se está debatiendo en el Congreso, afloran dos cuestiones:
-El ecologismo, que distorsiona y exagera los riesgos de contaminación ambiental que puede provocar el sistema de "fracking", para la extracción de petróleo y gas a mucha profundidad.
-Una forma peligrosa de participación en las decisiones políticas.

Un reciente artículo periodístico (*) muestra ambas cuestiones:
"La nueva ley establece otra laguna legal que tendrá indeseadas consecuencias. Los sectores favorables al fracking proponen en todo el mundo que las municipalidades afectadas por las consecuencias de esta práctica no pueden vedar ni suspender. Intentan que los órganos judiciales superiores consideren inconstitucionales dichas decisiones de los organismos locales.
El problema argentino, potenciado con la nueva ley de hidrocarburos, debe ser resuelto pensando en la evolución de la Constitución estadounidense, donde se interpreta como ideal que las prohibiciones y moratorias se establezcan por consulta popular".
"¡Acaso fracturar el suelo no es una violencia contra la hermana Madre Tierra como la llamaba Francisco, el de Asís! (sic)

Aceptar que los residentes de una zona, donde se ha previsto iniciar  una actividad empresaria o una obra pública, sean quienes decidan si se concede la autorización respectiva, implica afectar gravemente el sistema político, y someter la conveniencia económica de un proyecto a la voluntad de personas que carecen de la capacidad necesaria. El gobierno republicano, que nos rige, consiste en el gobierno de los representantes del pueblo,  quienes, se supone, poseen la experiencia e idoneidad suficientes para el análisis de problemas complejos, con el asesoramiento de especialistas. "El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución" (Art. 22).

(*) Félix Herrero e Ignacio Zavaleta. "Los vecinos y provincianos, en la política petrolera"; Clarín, 29-10-14.

miércoles, 22 de octubre de 2014

POBREZA Y REDISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA





El último documento papal –Enc. Evangelii Gaudium- nos recuerda el principio del destino universal de los bienes, que se basa en que Dios ha creado la tierra y  cuanto ella contiene para uso de todos los hombres. Por lo tanto:  “La propiedad privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde”[1]; en consecuencia “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás”[2]. También Santo Tomás enseña que: “Los bienes superfluos que algunas personas poseen son debidos, por derecho natural, al sostenimiento de los pobres” (ST. 2-2 q. 66 a. 7c.).
Este concepto está fijado en el Código de Derecho Canónico, referido a las obligaciones de los fieles -Canon 222,2-: “Tienen también el deber de promover la justicia social, así como, recordando el precepto del Señor, ayudar a los pobres con sus propios bienes”.

Debemos señalar que, siempre, las comunidades cristianas se ocuparon de los pobres. En los primeros siglos, los pobres que recibían ayuda regular eran denominados matriculari, pues estaban inscriptos en el canon de la Iglesia. Por ejemplo, en el 251, la Iglesia romana tenía 1.500 matriculari, y los recursos alcanzaban para todos.
La Sagrada Escritura nos advierte que siempre ha habido y habrá pobres (Dt. 15,11), pero la situación actual del mundo no tiene antecedentes y es el fruto de un orden económico injusto, promovido por concepciones ideológicas perversas. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),  1.200 millones de personas en el mundo viven con 1,25 dólares o menos por día, y 842 millones padecen hambre. Simultáneamente, las 85 personas con más dinero del mundo poseen 1,7 billones de dolares, que equivale a lo que tiene en total,  la mitad más pobre de la población del planeta, 3.500 millones de personas (Clarín, 26-1-14, La Nación, 25-7-14).

 Si analizamos la situación de nuestro país, nos encontramos con 11 millones de pobres, de los cuales 2,2 millones, son indigentes, de acuerdo al informe del Observatorio de la Deuda Social, de la Universidad Católica Argentina. En esas cifras se destaca que  entre los pobres, se cuentan  5 millones de niños y adolescentes, de los cuales 800.000 son indigentes. Hay muchos lugares del país donde los niños sufren desnutrición, lo que genera daños irreversibles. Hace poco el Dr. Albino, que tanto lucha contra la desnutrición infantil, decía “Lo que nos falta no es comida, lo que nos falta es vergüenza”[3].

Es que, en ambos casos -el mundo y el país- el origen de la situación obedece a las mismas causas. Juan Pablo II, en la Sollicitudo rei socialis, aclara que la misma no es responsabilidad de los pueblos, ni mucho menos atribuible a una fatalidad[4]. Sino que hay decisiones concretas, que provocan estos consecuencias. Los Obispos argentinos precisaron las causas de lo que ocurre hoy en el mundo: “La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza, tienen sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto por las personas y los pueblos” (CEA, “Navega mar adentro”, 31-5-03, p. 34).

De allí el error de pensar que para solucionar el problema de la pobreza, hay que apuntar a disminuir la tasa de desempleo, considerando que, teniendo empleo, cada persona puede encarar por sí misma el problema. Pero ocurre que, en la actualidad, muchas empresas no toman mano de obra, o la expulsan, sencillamente porque no la necesitan. En efecto, el aumento de la productividad -que se incrementa continuamente, con el avance de la tecnología- hace que disminuya la cantidad de trabajadores estables requeridos. Lo que hace aún más perversa esta situación, es que todo el sistema educativo apunta a brindar a los jóvenes una salida laboral, eliminándose las asignaturas que se consideren teóricas y por lo tanto prescindibles en un plan de estudios. Si se hiciera hincapié en una formación integral, al menos recibirían los estudiantes una preparación que les facilite entender mejor la realidad, y no los lleve a sentirse fracasados por no poder insertarse en el ámbito laboral.

Es necesario destacar que el avance de la pobreza no es consecuencia de un retroceso de la economía global. Por el contrario, el Producto Bruto sigue creciendo, aunque sus beneficios se concentran cada vez más en pocas manos. Ya Pío XI sostenía que los pueblos labran su fortuna por medio del inmenso trabajo acumulado por todos los ciudadanos, y no es correcto atribuir sólo al capital o sólo al trabajo lo que resulta de la eficaz colaboración de ambos. Por lo tanto, es “totalmente injusto que uno de ellos, negada la eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo que hay en el efecto”[5].
En la actualidad, incluso, es difícil mensurar la exacta contribución de cada sector, y siendo el Producto Bruto un verdadero bien colectivo; entonces, la distribución de la riqueza no puede estar regida por la justicia conmutativa, sino por la justicia distributiva.

Para entender esta cuestión es necesario repasar los conceptos básicos de la economía, que surge de una relación del hombre con las cosas. Pero únicamente con las cosas escasas y útiles, que son los requisitos para que las cosas tengan un valor económico. De esta relación nace la ley de la oferta y la demanda. En la medida en que una cosa es más necesaria o más escasa, tiende a aumentar su valor, y tiende a disminuirlo en la medida en que es más abundante o menos necesaria. Esta ley se aplica, desde la Revolución Francesa, al precio del trabajo, que pasa a ser considerado una mercancía, de modo que cuando se aumenta la oferta de trabajo -que es cuando la gente está más necesitada- el valor del salario baja.
Pero lo criticable en el capitalismo liberal no es la defensa de esta ley, que es natural y espontánea en las relaciones económicos, sino pretender que la tendencia actúe fuera de todo encuadramiento y subordinación a leyes superiores. Pues existe una segunda ley fundamental de la economía que es llamada de reciprocidad en los cambios, a la que corresponde ordenar las tendencias espontáneas del mercado al bien común. Según esta ley, cuando después de haberse producido una cierta riqueza, se realiza el intercambio, este debe ser hecho de tal forma que no produzca ni adelantos ni retrasos económicos en los diferentes sectores de la sociedad. Aristóteles, quien formuló esta ley (Ética a Nicómano, libro V) razonaba así: si alguien da más y recibe menos, desaparece todo incentivo para permanecer en la comunidad. La concepción aristotélica fue profundizada por los teólogos, bajo el nombre de justo precio de los bienes.

La economía es principalmente intercambio y existen cuatro sectores: el productor de materias primas, el industrializador, el distribuidor y el financiero, que constituyen cuatro piezas diferentes y complementarias. Es imprescindible, para que la economía funcione bien, que las cuatro piezas estén proporcionadas. Cualquier crecimiento de un sector que no sea seguido del crecimiento proporcional de los otros, deforma y frena el aparato económico, además de la injusticia que conlleva al perjudicar a unos en beneficio de otros de los miembros de la comunidad.
Por ello, Pío XI, al denunciar el imperialismo internacional del dinero, en 1931, afirmaba:
“Es necesario, por ello, que las riquezas, que se van aumentando constantemente merced al desarrollo económico-social, se distribuyan entre cada una de las personas y clases de hombres, de modo que quede a salvo esa común utilidad de todos, tan alabada por León XIII, o, con otras palabras, que se conserve inmune el bien común de toda la sociedad”[6].

En el siglo XX se intentó mejorar la distribución de la riqueza mediante la política impositiva y la seguridad social. Ambos instrumentos son válidos y pueden contribuir a la solución, pero los frutos demoran en lograrse, los procedimientos son complejos y se corre el peligro de centralizar demasiado las acciones en el Estado. Por eso, desde hace un tiempo ha surgido el concepto de Ingreso Básico o Ciudadano, que tiende a garantizar a todos los habitantes de un país -a partir de una edad determinada- una suma mínima de dinero disponible mensualmente.
El promotor de esta iniciativa fue James Meade, premio Nobel de Economía, y parte del supuesto de que todos contribuyen a generar la riqueza creada en el país, por lo que merecen ser retribuidos con parte de dicha riqueza. El Ingreso Ciudadano reemplazaría los actuales subsidios y ayudas sociales -del tipo de Jefes de Hogar-, evitando el asistencialismo. Pero también evitaría la discriminación y humillación de los pobres, pues el ingreso sería un derecho de todo ciudadano, al margen de su situación económica y laboral. No fomentaría la ociosidad, puesto que, al ser un ingreso mínimo -sólo suficiente para asegurar el consumo de la canasta básica de alimentos y servicios- continuaría siendo atractivo disponer de otro ingreso, que sería compatible con el primero. Además, toda la sociedad estaría interesada en incrementar el desarrollo del país, pues el monto del Ingreso Ciudadano, dependerá del Producto Bruto. Este instrumento no es una simple construcción teórica, sino que ya se está aplicando en varios países del mundo, con distintos nombres y modalidades[7].

Las soluciones globales al problema de la pobreza y de la injusta distribución de los bienes, son posibles, como hemos visto, pero dependen del poder político. Benedicto XVI advierte que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una ideología que hace que el más fuerte avasalle al más débil; por eso no debe proclamarse apresuradamente la desaparición del Estado, que debe intervenir activamente, recuperando muchas competencias para asegurar el equilibrio, como ya lo sostenía la Rerum novarum[8]. Como explica el economista Stefano Zamagni: “La competencia, que aporta beneficios a los consumidores, no es el resultado natural de la interacción de las fuerzas del mercado sino que sólo puede conseguirse con la labor anti oligopólica de las autoridades”[9].

De todos modos, mientras se procura que mejore la acción cívica y el funcionamiento del Estado como garante del bien común, los católicos no pueden permanecer indiferentes ante la gravedad de la situación descripta. La Caritas in veritate menciona que, junto a las empresas orientadas al lucro, pueden existir otras con fines mutualistas y sociales[10]. Como ejemplo concreto, se puede citar la llamada Economía de Comunión, surgida desde el Movimiento Focolar, y que consiste en empresas constituidas por personas que se asocian, invirtiendo sus ahorros con la finalidad declarada de que una parte de las eventuales utilidades serán destinadas a acciones solidarias. Ya se han formado unas 700 empresas en el mundo, y alrededor de cuarenta en la Argentina. La fundadora, Chiara Lubich, explicó el fundamento:
“Como una planta creada por Dios, que sólo absorbe del terreno el agua que necesita, así también nosotros tenemos que tratar de tener sólo aquello que nos es necesario. Mejor si cada tanto vemos que nos falta algo. Mejor ser un poco pobres, que un poco ricos”[11].

En el orden personal, los católicos deberían procurar la aplicación de un instrumento de la tradición cristiana, que existió durante muchos siglos: el diezmo, es decir, la entrega voluntaria del diez por ciento de los ingresos individuales, para ayuda comunitaria. El valor de esta institución, lo expresa San Agustín (Sermón 85): “Quédate con lo que te sea suficiente o con más de lo suficiente. De todo, demos una cierta parte. ¿Cuál? La décima parte. Los escribas y fariseos daban el diezmo. Avergonzémonos hermanos: aquellos por los que Cristo aún no había derramado su sangre daban el diezmo. (...) no callaré lo que dijo el que vive y murió por nosotros. Si vuestra justicia no fuese superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
Desde hace una década, en varios países americanos existe la Pastoral del Diezmo. En Perú, por ejemplo, en la Diócesis del Callao se ha logrado comprometer a 1.500 diezmistas, con cuyo aporte las parroquias involucradas aumentaron sus ingresos y pueden desarrollar más proyectos para la misión evangelizadora y de promoción humana (Cristo hoy, 21/27-9-2000). No hay, por tanto, ningún impedimento para que esta milenaria práctica, se aplique también en la Argentina. La reciente campaña anual “Más por menos”, nos motiva a hacer algunas reflexiones sobre la obligación moral de los católicos argentinos de compartir sus bienes, ayudando  a los más débiles. Mientras no se logre un verdadero desarrollo integral, que, para serlo, debe incluir una redistribución de la riqueza, no desaparecerá el flagelo de la pobreza, que ya se ha convertido en un mal estructural. Ahora bien, procurar el desarrollo es una función del Estado, y por lo tanto, depende de la competencia y honestidad de los gobernantes. Mientras no se produzca un cambio positivo en la gestión de la cosa pública, no se logrará la erradicación de la pobreza, sin que medie nuestra participación.
La realidad social de nuestra comunidad nacional, debería incentivarnos a redoblar nuestro esfuerzo. La actividad permanente de Cáritas es digna de elogio, pero no basta para situaciones de crisis profunda como la que muestran los indicadores señalados. En las dos colectas anuales (Caritas y Mas por menos) el aporte de los fieles queda librado a su criterio;  el resultado es decepcionante, y basta para demostrar que esas iniciativas son notoriamente insuficientes. En efecto, la colecta de Caritas[12], en junio 2014, recaudó $ 37.343.721,16 mientras la de Mas por menos[13], 2013, recaudó $ 21.130.195,97. En total, lo recaudado por la Iglesia con finalidad social suma $ 58.473.916,13.
Para visualizar correctamente lo que implica el importe indicado, es necesario analizar algunos datos[14]. De la población argentina, profesan la religión católica 30 millones de personas (76,5 % del total), de los cuales, aproximadamente 7,5 millones son practicantes (23,8 %). Esto significa que el aporte per cápita, por año, de los católicos practicantes, es de $ 8.

En algunos países las autoridades diocesanas, para estimular el aporte de los católicos, se basan en los Mandamientos de la Iglesia, pues el quinto (ayudar a la Iglesia en sus necesidades) “enuncia que los fieles están, además obligados a ayudar, cada uno según sus posibilidades, a las necesidades materiales de la Iglesia”[15]. Para cumplir con esta obligación, en cada país las conferencias episcopales están dando normas precisas al respecto. En México, el llamado diezmo anual corresponde a lo que uno gana en un día de trabajo. En Chile, se ha fijado el uno por ciento mensual de lo que cada uno gana. Consideramos, entonces, que los fieles argentinos  deberíamos procurar la aplicación práctica del principio del destino universal de los bienes, promoviendo una modalidad concreta de ayuda permanente al prójimo necesitado. En una primera etapa, hasta que se logre recuperar el ideal del diezmo, se debería adoptar alguno de los modelos utilizados en países americanos. Podemos estimar que ello bastaría para eliminar la indigencia en el país, suprimir el hambre, y aliviar notablemente la pobreza. En un momento en que la Providencia ha permitido que tengamos un argentino en el sillón de Pedro, que desde que asumió ha tomado como pivote de su prédica el tema de la pobreza, deberíamos comprometernos en el combate a esta tragedia.

Para finalizar, recordemos un pensamiento de Pablo VI, que resume la perspectiva cristiana ante la pobreza y la solidaridad:
“No se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza. (...) Se trata de construir un mundo donde todo hombre...pueda vivir una vida plenamente humana...y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico”[16].
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Ponencia expuesta en el Coloquio realizado en la Parroquia María Auxiliadora, el 22-10-14


[1] Evangelii Gaudium, p. 189.
[2] Idem, p. 190.
[3] Mons. Lozano, Pte. Com. Episcopal de Pastoral Social, homilía, 7-9-14
[4]  Sollicitudo rei socialis; p. 9.
[5]  Cuadragésimo anno,  p. 53.
[6] Cuadragesimo anno, p. 57.
[7] Lo Vuolo, Rubén (Comp.). “Contra la exclusión; la propuesta del ingreso ciudadano”; Buenos Aires, Ciepp/Miño y Dávila editores, 1995.Una aplicación parcial de este sistema, se dá en la Argentina con la Asignación universal a la niñez.
[8] Caritas in veritate, p. 41.
[9] “La visión económica según el papa Bergoglio”; Criterio, Nº 2406, agosto 2014, p. 16.
[10] Caritas in veritate, p. 38.
[11] Araújo, Vera. “Compartir: el uso cristiano de los bienes”; Buenos Aires, Ciudad Nueva editorial, l99l, p. 57.
[12] www.caritas.org.ar
[13] www.colectamaspormenos.com.ar
[14] CONICET. 1ra. Encuesta sobre creencias y actitudes religiosas en Argentina; 6-8-2008.
[15] Catecismo de la Iglesia Católica, p. 2043.
[16] Populorum progressio, p. 47.