domingo, 29 de septiembre de 2013

POLICÍA MUNICIPAL Y AUTONOMÍA



Algunos intendentes y legisladores bonaerenses están reclamando que la Legislatura autorice a los municipios a disponer de un cuerpo propio de policía, como  manera de  disminuir la grave situación de inseguridad. Como acaba de destacar el profesor de Derecho Constitucional, Dr. Félix Lonigro[1], esto pone en evidencia que la mayor provincia de la Argentina, aún no adaptó su texto constitucional a la Constitución Nacional[2], en lo que respecta al régimen municipal.

“Suele decirse que los municipios son autónomos cuando eligen a sus gobernantes y dictan normas propias. La realidad es que lo son cuando tienen potestades o facultades propias, es decir, cuando aquello que pueden hacer surge de la Constitución de la provincia a la que pertenecen. Si en cambio los municipios reciben sus atribuciones del gobierno provincial, no puede hablarse de autonomía comunal”.[3]

En efecto, la Sección Séptima –antes, Sexta- del texto de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires, reformada en 1994, no tuvo ninguna modificación con respecto al texto de 1934, permaneciendo los municipios sin disponer de autonomía. Es realmente grave que, luego de 19 años de haberse instituído por la reforma constitucional nacional, el tercer nivel de gobierno que implica la autonomía plena de los municipios, los habitantes del mayor distrito del país no puedan gozar de tan importante avance institucional.



[1] “La policía comunal y la Constitución”; Perfil, 28-9-13.
[2] Art. 123: Cada provincia dicta su propia Constitución, conforme a lo dispuesto en el Art. 5º asegurando la autonomía municipal y reglando su alcance y contenido en el orden institucional, político, administrativo, económico y financiero.
[3] “La policía…”,  op. cit.

sábado, 28 de septiembre de 2013

OTRA INJERENCIA INDEBIDA


Nos referimos a una declaración, sin fundamento doctrinario ni científico, en la que se sostiene que todo emprendimiento fabril debe contar con la "licencia" y el "consenso social", conceptos que las personas que decidan rechazar una iniciativa pueden aplicar de acuerdo a su criterio subjetivo, al margen de las autoridades legítimas, y aún cuando, como en este caso, la empresa cuestionada cuente con un fallo favorable del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de Córdoba.
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Universidad Católica pidió no subestimar la resistencia social

La Universidad Católica de Córdoba (UCC), a través de su Centro de Bioética, emitió ayer un comunicado donde expresan su apoyo a la comunidad de Malvinas Argentinas ante el conflicto que enfrenta a los pobladores y asambleístas con la planta de semillas Monsanto y su aspiración a instalarse en dicha localidad.

“El conflicto que se ha generado en Malvinas Argentinas y sus lamentables consecuencias pone en evidencia que no se puede desestimar la voluntad de las personas. El Centro de Bioética de la UCC quiere apelar nuevamente y con insistencia para que se defienda la vida de la gente, se respete su voluntad y sus reclamos”, comienza la gacetilla enviada a la prensa.

La UCC insiste en la necesidad de contar con “la licencia y el consenso social para llevar adelante cualquier emprendimiento que afecte la vida y la salud de las personas y del ambiente”.

“Los pobladores de Malvinas no quieren una planta de Monsanto, tienen sus razones y quieren ser consultados”, afirman los académicos y anticipan que las consecuencias pueden ser “graves e impredecibles”.

Y finalizan diciendo: “Lo repetimos ante la realidad de los hechos y hoy reclamamos: la resistencia social no se puede subestimar. Las catástrofes ambientales que hemos vivido y estamos viviendo en la provincia son un lamentable escenario que demuestra claramente que nos estamos equivocando y mucho en materia ambiental. ¿Qué más se necesita para convencer a quienes ejercen el poder que están en la dirección equivocada?” Firman el comunicado los miembros del comité Mónica Heinzmann, Diego Fonti, José Alessio y Juan Carlos Stauber.

No es la primera vez que la UCC se manifiesta respecto a este y otros conflictos sociales referidos al medioambiente.

Durante este año, el Comité de Bioética de la UCC apoyó públicamente la propuesta de realizar una consulta popular en Malvinas Argentinas y realizó conferencias con investigadores y especialistas en el tema. En otras oportunidades también realizaron conferencias referidas a megaminería.



La Voz del Interior, 28-9-13
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Más información en:

viernes, 20 de septiembre de 2013

RECENSIÓN



Massot, Vicente. “El cielo por asalto”; Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2013, 224 p.

Se presentó en Córdoba, el 10 de setiembre de 2013, este nuevo libro del prestigioso intelectual y periodista. La obra que comentamos, consta de un prólogo, cinco capítulos y un epílogo; el título está tomado de una carta de Carlos Marx. 

En el prólogo explica la intención de desentrañar las razones que impulsaron a los grupos subversivos, en la década de los setenta, a iniciar  un enfrentamiento bélico. Adelanta la conclusión del ensayo, afirmado que el sueño de los jefes guerrilleros era la Estación Finlandia; célebre estación ferroviaria a dónde arribó Lenin en 1917 para comenzar la revolución comunista. Por consiguiente, la decisión adoptada resulta lógica: al socialismo revolucionario sólo podía imponerlo por medio de la lucha armada. Puesto que su actividad no estaba guiada por la socialdemocracia, sino por la revolución cubana y la figura mítica del Ché Guevara.

Las agrupaciones militarizadas fueron a la guerra, conformando ejércitos que –a semejanza del oficial- tenían estados mayores, grados jerárquicos, insignias y uniformes; lo que muestra que estaban plenamente conscientes de lo que hacían. No consideraban posible ningún compromiso con el enemigo capitalista. Tanto ERP como Montoneros tenían el estilo de una secta de iluminados, cuyas convicciones, inmunes a toda crítica objetiva, ponían su acento en la política. Eran rebeldes deseosos de saldar cuentas con una sociedad burguesa que odiaban y estaban dispuestos a eliminar.

Tanto Santucho como Firmenich, comprendían que el triunfo de un bando significaba la destrucción del opuesto, pero no percibieron que solo podían emprender una guerra de desgaste, mientras las Fuerzas Armadas estaban en condiciones de eliminarlos. El enfoque revolucionario estaba vinculado a la guerra de guerrillas de origen campesino, lideradas por un hombre carismático, rodeado de un pequeño grupo de combatientes apoyado por el pueblo. Confiaban más en la convicción ideológica de los militantes que en la estructura de un partido. Asimilaron la prédica guevarista que sostenía que un foco guerrillero podía vencer a cualquier ejército regular. Se trató de una sobrevaloración del hecho bélico; concepción militarista que hasta la aparición del castrismo no era el pivote de la estrategia comunista.

No advirtieron que la revolución cubana fue posible por una situación inusual: enfrentaron a un ejército comandado por un ex sargento taquígrafo –Batista- que encabezó un golpe de Estado atípico, pues encabezó una rebelión de cabos y sargentos, autopromovidos a generales, carentes de formación para enfrentar a un enemigo real dispuesto a combatir. Fulgencio Batista era un mandón, que se regodeaba con el poder, siendo su prioridad protegerse de una revuelta que originara otro jefe castrense. Debido a ello, en la lucha contra Castro ordenó concentrar las tropas en La Habana, con los recursos bélicos que hubieran sido más útiles en las zonas de combate con la guerrilla.

A su vez, el gobierno norteamericano evitó aparecer ante la opinión pública mundial apoyando a un tirano, y le negó su apoyo desde mediados de 1957. Las advertencias de Batista ante el Departamento de Estado, de que se estaba enfrentando a un comunista no fueron escuchadas; no se creyó que detrás de la figura romántica de Fidel hubiese una fracción marxista.

Cabe agregar el rol decisivo que cumplió la prensa norteamericana, especialmente el diario más importante -New York Times-, con la campaña efectuada por Herbert Matthews a favor de Castro. Sus notas relejaban una pasión inusual en un periodista, pues había quedado fascinado por la personalidad de Fidel, a quien presentó al público como una especie de Robin Hood; al describir al líder de la insurrección como “un idealista con firmes convicciones acerca de la libertad, la democracia, la justicia social y la necesidad de restablecer la Constitución y celebrar elecciones”, contribuyó al error de apreciación sobre lo que en realidad estaba ocurriendo en Cuba.

Las Fuerzas Armadas tenían cincuenta mil efectivos, a los que cabe sumar treinta mil de la policía, mientras el Movimiento 26 de Julio, nunca contó con el diez por ciento de ese número; tampoco tenía aviones, ni tanques ni ametralladoras pesadas. Sin embargo, Fidel al mando de trescientos guerrilleros logró la rendición de la base militar de Santiago, donde había cinco mil soldados. Un dirigente argentino de izquierda –Abelardo Ramos- describió con acierto la situación: “La Revolución Cubana no solo triunfó por la decisión revolucionaria y la heroica lucha de Sierra Maestra, sino por la descomposición general de la sociedad semicolonial cubana, la naturaleza policial de la fuerza armada de Batista y el apoyo masivo de la prensa norteamericana”.

El antecedente cubano, mal interpretado, explica el error cometido por los grupos subversivos argentinos, que creyeron sinceramente que podían repetir en nuestro país lo realizado en el Caribe. Al conformarse la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), presidida por el entonces senador Salvador Allende, se emitió una declaración que se convirtió en la orientación para los movimientos de izquierda del tercer mundo:

La lucha armada constituye la línea fundamental de la revolución en América Latina; todas las demás formas de lucha deben servir y no retrasar el desarrollo de la línea fundamental, que es la lucha armada.

La palabra revolución, obraba a modo de talismán; en la imaginación de la generación que nutrió en la Argentina las filas de la organización armadas, toda duda fue considerada contrarrevolucionaria. La pulsión mesiánica y el creer que nadaban a favor de la corriente, despejaban automáticamente cualquier vacilación. Al ejemplo cubano, se sumaban las epopeyas de China y Vietnam.

El marxismo que, como toda ideología, desarrolla argumentos para explicar la realidad; enseñaba que, para triunfar en una guerra revolucionaria, era necesario tener en cuenta las condiciones objetivas y subjetivas. En la versión castroguevarista, donde hubiese pobreza, explotación de las masas por parte de las clases dominantes y marginación social, estarían dadas las condiciones objetivas para que apareciese la guerrilla, actuando como agente catalizador. 

En cuanto a las condiciones subjetivas, se referían a la conciencia y certidumbre de que la revolución resultaba posible y su triunfo inevitable. Pese al fracaso de la aventura guevarista en Bolivia, el fenómeno del Cordobazo, convenció a los grupos insurgentes de que, desde mayo de 1969, había surgido una situación revolucionaria: la movilización y participación de las masas en los hechos que se sucedieron; la conmoción de la Iglesia producida por centenares de sacerdotes que se inclinaban por el socialismo; el control de las universidades por agrupaciones izquierdistas; la impotencia de las Fuerzas Armadas para sostener el poder. Había llegado el momento de disputarle a la burguesía el monopolio de la violencia.

Desde los grupos de inspiración peronista, se comenzaba a utilizar la metodología marxista de análisis:
“Nuestra tarea política fundamental en este momento es tratar de incorporar a las luchas reivindicativas métodos similares a los de la guerra revolucionaria”.

En el epílogo, el autor afirma que, una de las características de la época analizada, fue la exageración manifiesta en la que incurrieron los dos bandos enfrentados. Según los intelectuales marxistas, existía en el país una miseria abrumadora, aprovechada por la oligarquía vernácula apoyada por el ejército de ocupación. Desde la vereda opuesta, se calificaba a Frondizi y Frigerio de simpatizantes comunistas, y se acusaba de totalitario al peronismo. Ambas apreciaciones, que hoy se muestran absurdas eran aseveradas con convicción religiosa.

Por parte de los grupos subversivos, se advierte un desconocimiento de la esencia de la guerra que iban a enfrentar, y la confusión de calificar de mercenario un contingente armado que se nutría de ciudadanos, muchos de los cuales, siendo simples soldados conscriptos enfrentaron sin dudar al enemigo que atacaba los cuarteles, en los que ellos representaban la patria. Tanto el ERP como Montoneros pretendieron atacar a un capital que gozaba de una salud envidiable, cuando ellos lo daban por agonizante. En síntesis, las condiciones objetivas se consideraban dadas por que se exageraba el diagnóstico de los males sociales; con respecto a las condiciones subjetivas, solo existían en grupos minoritarios dominados por el mesianismo revolucionario.

El autor ha logrado describir magistralmente las razones profundas que motivaron la lucha armada en la Argentina que, en aquél momento, pareció carecer completamente de sentido lógico. El aporte efectuado por este libro, debería servir para el esclarecimiento de quienes procuramos hoy defender las instituciones de la República que, desde la década de los setenta, han quedado seriamente debilitadas.




miércoles, 11 de septiembre de 2013

RECENSIÓN



Reato, Ceferino. “¡Viva la sangre!; Buenos Aires, Sudamericana, 2013, 430 páginas.

Este nuevo libro del autor de obras que han merecido críticas elogiosas, como Operación traviata, y Operación primicia, consta de 16 capítulos, y toma el nombre de la famosa frase del general español Astray, viva la muerte. Procura reflejar lo ocurrido en la ciudad de Córdoba, entre agosto y octubre de 1975, época dura que un editorial del diario La Voz del Interior describió así: vivir se ha transformado en la aspiración más elemental de los cordobeses (15-3-75). 

Busca recordar esa glorificación de la violencia como medio para lograr fines políticos que sedujo a tantos en la Argentina de los setenta, y que para buena parte de la sociedad era aceptable como recurso lógico. Está ambientado en una ciudad, que desde el Cordobazo era la punta de lanza del socialismo, pues las cúpulas de Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo se mudaron a Córdoba y allí vivieron durante muchos meses.
Sobre la formación de la guerrilla de origen peronista, señala tres matrices: la Iglesia católica, el nacionalismo, y el Ejército (Liceo militar General Paz). Afirma que la Iglesia estuvo en los dos lados del mostrador, veló las armas militares y de Montoneros, lo que explicaría la demora en efectuar una autocrítica sobre su actuación en este período de la historia nacional.

Arriesga la hipótesis (p. 25) de que Córdoba, en 1973, fue el centro estratégico donde se definió la disputa entre Perón y los Montoneros, y que estos guerrilleros tomaron el Cordobazo como su propio 17 de octubre, que, de algún modo, los decidió a considerar que tendrían apoyo popular para su empresa bélica. Recoge la interpretación del abogado Garzón Maceda, respecto a la demora del Ejército en ingresar a la ciudad para reprimir las acciones violentas del Cordobazo: evitar el baño de sangre que hubiese existido si se actuaba durante el día, habiendo mucha gente inocente en las calles, y por eso habrían actuado recién al caer la noche del 29 de mayo de 1969. 

Esto se contradice con lo sostenido en página 365, que muestra al general Carcagno –jefe de las tropas que actuaron en el Cordobazo- como uno de los líderes militares peruanistas que intentaron una alianza entre el Ejército y Montoneros, que culminaría en el llamado Operativo Dorrego, donde incluso 800 militantes de la JP desfilaron frente a las autoridades militares, siendo el mismo Carcagno Comandante en Jefe del Ejército.

Los sindicatos en Córdoba habían hecho un giro a la izquierda que se interrumpe con el regreso al país de Perón. Transcribe la opinión de Agustín Tosco, secretario general del gremio Luz y Fuerza, que Perón no era más que un reformista, y que los sindicatos debían ser el eje de una transformación revolucionaria para instaurar la patria socialista.
Resume con una anécdota, en página 357, la extensión que había alcanzado la influencia izquierdista en el peronismo; en una audiencia con el gobernador de Córdoba, Obregón Cano, Perón le aconseja tener cuidado con la infiltración, a lo que responde el gobernador que tenía controlados a los izquierdistas. No, lo que yo le digo –replica el general- es que no sea que se le infiltre algún peronista.

Nos resulta difícil hacer una evaluación de este libro, en el que el autor utiliza un estilo diferente al de los dos indicados al comienzo, pudiendo decirse que ha compilado una serie de episodios, en base a reportajes con los protagonistas de la época,  careciendo de un capítulo de conclusiones. Tal vez por haber vivido en el lugar y en el tiempo del relato, no encontramos revelaciones novedosas ni concluyentes para definir con precisión lo ocurrido en ese momento trágico de la historia argentina. 

Además, consideramos que el panorama no se describe con suficiente objetividad. Por ejemplo, se exalta la influencia sindical de Tosco (marxista) y de Atilio López (peronista de izquierda, vicegobernador de Obregón Cano), ocultando la figura de Elpidio Torres, peronista ortodoxo, que respondía a la conducción nacional de Augusto Vandor.

Tampoco podemos aceptar la injusta afirmación de que la Iglesia no se pronunció oportunamente sobre la violencia en los años setenta, y disimulara los excesos de las fuerzas militares. Podemos citar algunos párrafos de documentos emitidos por la Conferencia Episcopal Argentina:

*”Nadie duda que ni la fuerza ni el terror puedan imponer legítimamente una opción política o asegurar algún tipo de orden” (30-11-74).
*”Hay hechos que son más que error; son pecado y los condenamos sin matices, sea quien fuere su autor: es el asesinar –con secuestro previo o sin él- y cualquiera sea el bando del asesinado” (15-5-76).

Mario Meneghini
Centro de Estudios Cívicos